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❆ LII: Espacio en blanco ❆

Criaturas jeje, terminó la edición en menos de un mes, ahora toca sufrir ;)

Gracias por esperarme, les quiero un montón :3 ❤️

~ ESPACIO EN BLANCO ~

Alexa

Me remuevo en la cama y abro los ojos, teniendo que volver a cerrarlos inmediatamente por la pequeña molestia que me causa la luz. Al parecer ya ha amanecido y aún me encuentro descansando pues, tengo esa sensación de haber despertado de un sueño muy profundo en el que pude descansar tranquilamente.

Sin embargo, eso no es lo que siento en cuanto abro los ojos por completo. Lo que me rodea no tiene nada que ver con la cabaña en la que vivo con mi nana, esto es demasiado lujoso para mi gusto y mucho más amplio que mi habitación. Esa habitación impregnada con el olor a cuero de los libros en las estanterías y el olor a madera barnizada que tanto me encanta percibir.

Esta, posee una pared cubierta de libros en donde las estanterías son de madera pero no huele como a la de casa.

Y no estoy sola en este lugar.

Reconozco la cantidad presencias, todos los olores que se mezclan entre sí formando una nube de poderío muy fuerte y pesada en el ambiente que por un momento me deja aturdida.

La sensación es familiar pero no la recuerdo de nada.

Me inclino hacia adelante, me quito la sábana blanca que me cubre mientras escaneo la cama.

Definitivamente esta no es mi cama.

Esta no es mi casa.

Me levanto y en un segundo estoy parada enfrente de la ventana.

Sigo en Alemania.

El olor de un bosque alemán no se iguala a ningún otro, menos esa frescura que posee el ambiente en todo momento. El sol se ve radiante y acaricia mi piel cálidamente. La misma brilla bajo sus caricias al igual que el verde de las plantas alrededor. Estoy en una especie de segundo nivel, rodeada de árboles que gotean el agua de la nieve que se derrite sobre ellos. A lo lejos noto más casas, todas con la misma estructura y personas vestidas con ropa oscura paseándose por todos lados al igual que algunos lobos.

Observo los barrotes del ventanal de cristal que pretenden impedir la entrada y salida. Están hechos de plata, de plata disimulada con el color negro que los cubre y que podría lograr confundir a cualquiera, pero no a mí.

Suelto un suspiro y me alejo del ventanal.

«¿Dónde mierda estoy?»

Toco mi cabello con una mano, la misma sigue el recorrido de una trenza de un largo que no recuerdo tener. Me la quito y me sorprende notar hasta dónde me llega la melena ondulada.

Escaneo la habitación, suspirando con cierto alivio al encontrar la puerta que sí da hacia el baño. De las otras una da hacia un amplio vestidor y la otra se encuentra cerrada con seguro.

Al entrar al baño y encontrarme con unos ojos grises me paralizo enfrente de mi reflejo, sintiendo mi corazón latir con demasiada fuerza en cuanto noto que nada de lo que recuerdo forma parte de mi presente. Ni siquiera mi propia apariencia. Además de que mi cabello está mucho más largo, mi ojos poseen un brillo nuevo y hermoso, el color de mi piel reluce más haciéndome saber que no solo se trata del sol, mis senos están más grandes y… me veo más adulta.

Siento como si hubiera perdido la noción del tiempo, como si mis recuerdos tuvieran años de retraso.

Me observo durante unos segundos, luego hago mis necesidades y solo me lavo las manos y el rostro a pesar de que deseo quitarme la horrible sensación de estar perdida con una ducha helada.

Salgo del baño cruzándome de brazos, pero me paralizo al sentir la humedad en ellos. Los descruso y despego la tela del camisón que se pega a mis senos; logro entender todo en cuanto noto lo que me ha humedecido, también en cuanto vuelvo a escanear la habitación detalladamente, notando así los utensilios de bebé en las mesitas de dormir y la cuna grande de color oscuro cubierta con mantas blancas.

Abro la boca, pero vuelvo a cerrarla al tiempo que pestañeo repetidas veces, conmocionada y sin entender nada de lo que está pasando.

No sé cómo lo hice ni con quién, pero es obvio que el bebé que se encuentra en esa cuna debe ser mío.

Mis senos están llenos de leche y la habitación en la que me encuentro tiene una cuna a unos pasos de la cama en la que desperté hace solo minutos.

No hay otra explicación a mi estado.

«¿Pero en qué momen...?»

Dejo de divagar en mi mente en cuanto veo a los dos bebés durmiendo en la cuna.

¿Dos bebés?

Observo sus rostros durante unos minutos o tal vez horas, pero es tanto mi deleite con ellos que no es hasta sorber mi nariz que me doy cuenta de que he comenzado a llorar en silencio.

Mis manos escuecen ante la necesidad de tocarlos.

—Qué preciosos son —murmuro con la voz afectada y carraspeo al sentir mi garganta rasposa como si no hubiera comido ni hablado en días.

Llevo mi mano lentamente al rostro de uno de ellos, con miedo y duda. Acaricio sus mejillas con mis dedos. No logro retener las lágrimas y mucho menos el sollozo que se escapa de entre mis labios.

«Soy madre.»

Lo sé. Ellos son míos, lo siento. Mi corazón late con demasiada fuerza, el deseo de cargarlos va a matarme.

Observo el bebé dormido durante unos segundos, mientras acaricio sus mejillas en unos toques apenas perceptibles al no querer despertarlo. Pero sonrío entre lágrimas cuando el bebé despierto comienza a dar pataditas enojadas, reclamando mi atención. Lo miro con atención, especialmente el puchero que forman sus labios.

Trago saliva y me armo de valor.

Necesito demasiadas respuestas pero si de algo estoy segura en este momento es de que no quiero tener a dos bebés llorando al mismo tiempo. Y de que me muero de miedo ante la idea de tener uno entre mis brazos.

Lo tomo con mis manos. Las mismas me tiemblan pero lo sujeto muy bien y con cuidado. Lo acuesto en uno de mis brazos al colocarlo de la manera correcta, pero casi suelto un grito cuando vuelve a patalear.

—¿Qué es lo que quieres, bebé?

Él me observa con los ojos cristalizados y es entonces cuando rompe a llorar y yo me lleno de desesperación.

—No, no, no. Calma —me siento en la cómoda cama con él entre mis brazos—. Debes tener hambre y no sé qué...

«Claro».

—Perdón, perdón.

Suelto un suspiro y me quito los tirantes del camisón de dormir dejando mis senos llenos al descubierto. Tomo un pezón entre mis dedos y lo aprieto un poco... segundos después el pequeño rostro de mi bebé tiene mi leche.

—Lo siento, mi vida. Justo ahora siento que soy un desastre.

Estoy a punto de frustrarme cuando logro que su boquita me rodeé y empiece a beber de mí con premura. La sensación es molesta al inicio pero poco después se va dispersando.

—Comelón —le limpio el rostro delicadamente con mis dedos.

Vuelvo a acariciar sus mejillas viéndolo comer, pero él toma uno de mis dedos con su manita, sosteniéndolo mientras come y me observa con sus ojitos parpadeantes.

—Eres tan precioso.

Libera mi dedo y empuña mi seno con su manita, sacándome una amplia sonrisa.

Paso mi mano libre por su cabello oscuro.

—Tienes mucho cabello para ser un bebé. Pero eres un Schwarz, pequeño.

—Wolf Schwarz —dice una voz, causando que me congele en mi lugar.

Siento pasos venir en nuestra dirección, al levantar la mirada suelto un jadeo y cubro mi seno desocupado.

El hombre se encuentra vestido solo con unos pantalones de algodón, viene desde el balcón y sostiene a otro bebé contra su hombro.

«¿Qué mierda está pasando en mi vida y por qué ni siquiera recuerdo mi embarazo?»

—¿Qué...? —mis ojos se clavan en los suyos.

Santos cielos.

Verde y ámbar, que jodida combinación.

Él detiene su andar hacia mí y traga saliva.

—¿No me recuerdas? —Suelta con cautela.

Niego despacio y compruebo al bebé comiendo en mis brazos.

—¿No recuerdas nada? —Vuelve a preguntar.

Carraspeo.

—Algunas cosas, hasta cierto punto de mi vida. Pero no el por qué de tu presencia en esta habitación y porque sostienes a... —tomo una bocanada de aire—, ¿mi otro bebé?

Él suelta una risa, pero su risa no desprende gracia alguna, es tensa, temblorosa y podría afirmar que hasta temerosa.

Se acerca a mí luego de mirarme fijamente con esos ojos dignos de ser llamados una obra de arte, pidiéndo un permiso para acercarse a mí que le concedo.

Por muy extraño que suene, él me transmite... algo. Mi corazón no ha dejado de latir acelerado desde el momento en que habló con su voz suave y ronca a la vez. Es un lobo. Un hombre lobo jodidamente hermoso que por alguna razón se encuentra conmigo encerrado en esta habitación y con tres bebés junto a nosotros.

Se sienta a mi lado, observa al bebé comiendo de mí y sonríe antes de apartar la mirada. Por alguna razón no me cohíbe que vea mi seno descubierto.

Tal vez porque recientemente los acaba de ver ambos.

—Los tres —empieza a decir—, los tres son nuestros.

Nuestros.

—No sé quién eres —admito con mis ojos en los suyos.

—No me recuerdas —suelta un suspiro—, pero tú me conoces mejor que nadie.

—¿Y por qué no te recuerdo? Ni siquiera recuerdo cómo hicimos los bebés... si es que los tuve contigo.

Suelta una risa leve.

—¿Cómo sabes que son tuyos?

Permanezco en silencio durante unos segundos.

—Porque lo siento, lo sé.

—Entonces deberías saber que yo también lo soy.

Contengo la respiración.

—¿Mío?

—Tu esposo —me muestra su mano izquierda y noto el anillo de oro brillando en su dedo anular.

—¿No te hace daño?

Frunce el ceño.

—El oro —aclaro.

Me dedica una sonrisa ligera. Inclina el rostro hacia mí causando que vuelva a dejar de respirar y con sus ojos fijos en los míos toma la mano del brazo que sostiene al bebé casi dormido.

Endereza el anillo con la esmeralda verde en mi dedo anular, el cuál también es de oro y posee varios diamantes alrededor.

—Está protegido, fiera.

—¿Fiera? —Suelto una risa involuntariamente.

—Así te llamo de vez en cuando, Alexa.

Mi nombre saliendo de sus labios se siente demasiado correcto.

Aparto mis dedos de los suyos, intentando disimular que su toque me ha erizado la piel.

—Pero el material de nuestros anillos no es el punto... El punto es que hace varios meses me elegiste para estar contigo por el resto de tus días.

Carraspeo.

—¿Por qué no recuerdo nada? —Pregunto quitándole el seno al bebé en mis brazos y colocándolo sobre mi hombro luego de subir el tirante de mi camisón.

Él suelta un suspiro y se levanta para luego llevar al bebé hacia la cuna, pero antes de acostarlo vuelve a acercarse a mí.

—Ella es nuestra princesa —dice inclinandola hacia mí.

Sonrío y acaricio su rostro. Ella mantiene los ojos cerrados.

Tengo dos bebés y una bebé.

Soy madre de tres.

«Que locura.»

Pero es una locura que deseaba, tener mi propia familia aunque...

Elevo la mirada hacia sus ojos.

—¿Cómo te llamas?

—Aleksandre, Aleksandre Wolf Ackerman.

Trago saliva.

—Eres el Rey de Wachsend.

Asiente, y su rostro se va iluminando por una sonrisa leve.

—Y tú eres mi Reina.

Casi suelto un jadeo, pero logro contenerme.

—Alek.

Él rueda los ojos.

—Sueles gemir más Aleksandre cuando hacemos el amor.

Ignoro el efecto de esas palabras.

—Es más fácil Alek.

—No me lleves por ese camino, por favor. Todo esto ya es bastante tortura, no quiero reproducir en mi mente la escena de la primera vez que literalmente gemiste mi nombre.

No se lo digo, pero siento curiosidad. Quiero preguntarle un millón de cosas pero sé cuál es la más importante entre ellas.

—¿Por qué no recuerdo nada?

Su cuerpo se tensa aún más de lo que ya estaba.

—Sucedió algo, pero eso ya no importa.

—Eso quiere decir que sabes lo que causó que no te recuerde y que no vas a decírmelo.

Asiente.

—Eso es —se aleja y esta vez si deja a mi bebé en la cuna conjunta con su otro hermano.

—No puedes hacerlo.

—¿El qué?

—Mentirme. Aleksandre, no estás en una buena posición en este momento.

—No voy a hablar del tema. No ahora.

—¿Entonces cuándo?

—Fie... Alexandra, cálmate.

—No me llames Alexandra en ese tono —elevo la voz pero cierro los ojos con fuerza en cuanto siento mi bebé removerse—. Necesito la verdad —susurro.

—No estoy mintiendo, solo omito detalles y así seguirá siendo porque nadie te dirá nada.

Me quedo en silencio durante unos segundos.

Es el Rey de Wachsend.

Es un Rey y está conmigo con tres bebés en una majestuosa habitación que parece ser nuestra. Lo que estoy presenciando no se siente incorrecto ni como algo fallido, esto es mío. Es mi vida.

¿Pero por qué no lo recuerdo a él? ¿Por qué en mi mente hay un gran espacio en blanco al que no logro darle color por mí misma?

La frustración por no saber nada me consume al igual que el enojo por no recibir respuesta del hombre ante mis ojos.

—Si no vas a decirme nada, sal. Por favor.

—Alexa.

—Necesito estar sola, necesito pensar.

—No tienes nada que pensar.

Tomo mi bebé y lo dejo junto a sus hermanos al comprobar que se encuentra dormido.

—¿Te parece poco estar en un lugar y ni siquiera recordar cómo llegaste? —Lo encaro.

Él se acerca a mí, mirándome desde un poco más arriba por la pequeña diferencia de altura entre ambos. Eleva una de sus manos y la posa en mi rostro sin apartar sus ojos de los míos. En los suyos hay demasiadas mezclas, hay miedo, incertidumbre, enojo y anhelo.

Inconscientemente inclino mi rostro hacia su toque, pero ni siquiera me molesto en apartarme. Sus caricias son suaves, sus palmas ásperas y de manera aún más inconsciente las imagino recorriendo mi cuerpo en una noche llena calor y pasión en la que pudimos haber procreado a nuestros bebés.

Porque en eso sé que no miente.

El bebé que tuve en mis brazos tiene sus ojos, la misma heterocromía que hace de sus irises algo tan mágico, hermoso e imponente que incluso resulta parecer irreal.

Y la pequeña es idéntica a él, pero tiene mi nariz... tal vez mis ojos, lo mismo sucede con mi otro bebé: es una perfecta mezcla de ambos que podría admirar durante el resto de mis días.

Son nuestros.

«Lo sé.»

Pero, ¿cómo terminé en los brazos de un miembro del Consejo? ¿Por qué?

Sus ojos recorren mi rostro y escudriñan los míos con atención.

—Alguien borró tu memoria para que me olvidaras.

—¿Quién?

—No vale la pena.

—Quiero... necesito saber.

—Debes confiar en mí. —Acuna mi rostro entre sus manos.

Pero yo las tomo y las acaricio antes de alejarlas de mi piel.

«Necesito pensar y sus manos junto a la danza de esa mirada artística en mi rostro no dejan que me centre en el ahora.»

—Eres un miembro del Consejo —no fue una pregunta.

—Lo era, hasta que todos se enteraron de que me casé con una híbrida; contigo.

—¿Estoy sola aquí? ¿Dónde está Adalia y mis padres?

—No estás sola, yo y nuestros hijos estamos contigo. Pero sí, Adalia también está aquí. Tus padres están en Dunkel.

—¿Qué hacen allí?

—Reinando.

Abro la boca para hablar pero de ella no sale nada.

Tomo aire.

—Tú le pediste a Julian que lo hiciera.

—¿Por qué?

—Estás haciendo demasiadas preguntas. Tienes un don, intenta averiguar todo por tus propios medios.

—Yo no puedo leerle la mente a cualquiera.

—¿Segura? —Eleva una ceja.

Asiento.

—Me lo dijeron mis padres.

—Yo no pienso contarte nada más, cariño. Debes descubrir todo por tus propios medios.

—¿Y cómo se supone que voy a hacer eso?

—Leyendo mi mente, podrías. Y si en ella no encuentras todas las respuestas, nuestra casa está llena de gente y nuestra manada también.

Permanezco en silencio unos segundos, observando cómo el recoge todas las cosas de bebé regadas por la habitación.

—¿Estás jugando conmigo?

—No, meine Dame.

—No me llames así.

Suelta las cosas en la cama con nada de delicadeza y vuelve a acercarse a mí.

—El que debe estar enojado porque no me recuerdas soy yo, no lo estoy contigo porque sé que no es tu culpa. Pero tampoco es mía, así que no te desquites conmigo.

—Eres un imbécil.

Suelta una risa leve y sin que lo vea venir me toma de la cintura con fuerza.

—Soy tuyo.

Me safo de su agarre y no me freno al levantar la mano y estampar mi palma en su mejilla.

El impacto rompe el silencio al igual que nuestras respiraciones agitadas.

—Fuera.

—¿Qu...?

—Si no vas a decirme nada, vete.

—¡¿Por qué me pegas?! —Grita en medio de un susurro.

Doy un paso atrás y lo señalo.

—Justo ahora eres como un desconocido para mí, así que procura mantener las distancias si no quieres que te castre.

Mi amenaza no parece tener el efecto que deseo pues, él, en lugar de salir de la habitación haciendo caso a mi advertencia, sonríe ampliamente y vuelve a tomarme de la cintura, pero esta vez su agarre es mucho más lento y suave, como si al atraparme entre sus brazos también me diera la libertad de escapar de ellos.

—Permíteme ser el único desconocido con el que guardes un poco esa fiereza ¿sí?

—¿Por qué debería hacer eso?

—Porque a este desconocido lo conoces muy bien y aunque intentara mantenerse lejos de ti es algo que no podría cumplir durante mucho tiempo... porque lo acostumbraste a tenerte cerca y eso no es algo que puedas cambiar ahora.

Me estrecha más entre sus brazos, aparta algunos mechones de cabello que se han esparcido por mi rostro y acaricia mi mejilla con su pulgar.

—¿Ya te dije que ahora estás mucho más hermosa de lo que ya eras antes?

Entrecierro los ojos en su dirección.

—Me muero por exprimir con mis manos tus...

Lo fulmino con la mirada y él se corta a sí mismo al entender que no le conviene decir esas palabras.

Suelta una risa suave, causando que su cálido aliento acaricie mi rostro.

—¿Puedo hacerlo? —Pregunta despacio luego de unos segundos en silencio.

Trago saliva y levanto la mirada rápidamente cuando cae en sus labios.

—¿El qué?

—Justo ahora quiero besarte, pero me refiero al estar cerca de ti.

Su boca me atrae como un imán, y aunque siento la necesidad de probarla, me freno. Solo elevo la mirada hacia sus ojos nuevamente.

—Si me dices la verdad podemos negociar.

Niega aún manteniendo su sonrisa.

—Ni perdiendo la memoria dejas de ser tú —murmura más para sí mismo que para mí—. No puedo decirte nada.

—¿Por qué?

—Hace un tiempo lograste leer mi memoria, a pesar de tener una barrera en tu mente impuesta por tus padres; lo harás otra vez. Todas las respuestas que necesitas están en mi mente.

—Podrías solo decirme y hacer esto más fácil para los dos.

Vuelve a negar.

—No, cariño.

Me aparto de él, me dirijo hacia la puerta y la abro para él.

Se queda en su anterior posición, mirándome fijamente, como si conociera todo de mí, incluyendo cada uno de mis secretos. Como si yo le hubiera permitido en algún momento ver a través de mi alma.

—Vete.

—Esto me trae recuerdos y voy a salir inmediatamente porque te conozco —cruza la puerta pero impide que la cierre con uno de sus pies descalzos—, pero te advierto que no pienso dejar que me alejes —susurra despacio sin despegar su mirada de la mía—, no pienso dejar que me alejes, ni de ellos, ni de ti.

Quita el pie, pero yo no cierro la puerta, en lugar de eso observo como se pierde en la puerta de al lado, pero no sin antes regalarme la vista de su ancha espalda cubierta por algunas pecas al igual que unas notables cicatrices en forma horizontal y vertical causadas por uñas o tal vez garras.

La imagen de él siendo tocado por alguien más me enerva la sangre y mucho más saber que he cometido la estupidez de sacarlo de la habitación.

Pero, si quiero que me diga todo lo que necesito saber, alejarlo es la manera más viable; aunque eso le duela y me destroce a mí.

Esto me gusta demasiado pero también me da miedo.

¿Ustedes qué piensan?

jeje

Me oi, besitos pequeñitos, nos leemos pronto. ❤️

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