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El Colegio Manhattan de las Artes y Ciencias

"En un nuevo colegio, en una ciudad desconocida, a veces nuestros mayores desafíos no son los problemas académicos, sino las relaciones inesperadas que formamos en el camino."

Capítulo 6

La sala de estar de nuestro lujoso apartamento estaba cargada de tensión esa mañana. Georgina y Castre, se sentaban en el sofá junto a mí, con rostros llenos de preocupación y confusión. Calev, estaba en el otro extremo de la habitación, observando la escena con una expresión de extrañeza en su rostro. Frente a nosotros, el Dr. Reynolds, mi psiquiatra, se acomodó en una silla, listo para abordar lo que había sucedido.

Mis padres habían llamado al Dr. Reynolds temprano en la mañana después de descubrir el caos que había dejado en mi habitación. La furia y el pánico que había sentido cuando mis poderes salieron descontrolados habían resultado en la destrucción total de mi cuarto. Ahora, todos parecían pensar que había tenido un ataque psicótico.

Mi mente estaba llena de emociones y confusión, pero me esforcé por mantener la calma mientras el Dr. Reynolds comenzaba a hacer preguntas.

—Andrea, ¿puedes decirme qué ocurrió en tu habitación esta mañana? —preguntó con voz calmada.

Miré a mis padres, que asintieron con preocupación, antes de dirigir mi mirada al terapeuta.

—No lo sé, doctor. Me desperté esta mañana y... todo estaba fuera de control. Sentí una especie de energía dentro de mí, y... no pude controlarla. Fue como si... como si todo a mi alrededor estuviera suspendido en el aire, y luego... todo se vino abajo.

El Dr. Reynolds asintió, tomando notas en su bloc de notas. Pude sentir la mirada escrutadora de mis padres sobre mí, y su preocupación era palpable.

—¿Te sentiste angustiada o enojada en ese momento? ¿Hubo algo que te provocara emociones intensas antes de que esto ocurriera? —preguntó el terapeuta.

Suspiré, tratando de recordar lo que había pasado. Había enviado otros pares de mensajes a Monique pero no me había respondido. La frustración me llenó, y con ello, intenté lanzar el celular, y luego pasó el resto. 

—Sí, lo hubo. Estaba frustrada porque he intentado comunicarme con Monique desde hace mucho tiempo, lancé el celular de la frustración de que no respondiera mis mensajes, como si no existiera para ella, y justo allí, el celular flotó de la nada. Seguido, pasó todo lo que sucedió en mi habitación, como si mi mente estuviera... ¿tratando de lidiar con eso de alguna manera?

Mis padres intercambiaron miradas preocupadas, y el Dr. Reynolds asintió nuevamente. En se momento, cuando oí lo que había dicho, me di cuenta de que no había sido buena idea. Era un boleto directo para que me mandaran a un manicomio. 

La tensión en la sala de estar se hizo más palpable cuando mencioné que el celular había flotado de la nada. Los ojos de mis padres se abrieron de par en par, y Calev, mi hermano, miró con incredulidad.

El Dr. Reynolds, sin embargo, pareció reaccionar de manera diferente. Inclinó la cabeza, considerando mis palabras con seriedad.

—Entiendo, Andrea. Lo que estás describiendo es inusual, pero no necesariamente significa que estés perdiendo la razón. Puede haber una explicación científica o psicológica para lo que experimentaste. Es importante que sigamos explorando esto juntos.

Mis padres intercambiaron miradas nerviosas. Había esperado que el doctor me tomara en serio, pero sus palabras no parecían haber tranquilizado sus preocupaciones.

—¿Pero qué significa esto, doctor? ¿Está diciendo que nuestra hija... tiene poderes o algo así? —preguntó mi madre con voz temblorosa.

El Dr. Reynolds se tomó un momento antes de responder, eligiendo sus palabras con cuidado.

—No quiero llegar a conclusiones precipitadas, pero es evidente que Andrea está pasando por un período de alta tensión emocional. A veces, nuestras emociones pueden manifestarse de maneras inusuales. Lo que necesitamos hacer ahora es continuar con la terapia y evaluar si hay un componente psicológico detrás de estas experiencias.

Mi padre frunció el ceño, aún preocupado, y Calev parecía estar tratando de procesar toda la información.

—¿Está diciendo que esto es una especie de... trastorno mental? —preguntó mi padre.

El Dr. Reynolds asintió con comprensión.

—Es posible, pero no quiero alarmar a nadie. Estamos aquí para ayudar a Andrea a comprender lo que está experimentando y a desarrollar las herramientas necesarias para enfrentarlo de manera saludable.

Mis padres parecían reacios a aceptar la idea de que yo pudiera tener algún tipo de problema mental. Era obvio, hasta yo estaba tan desconcertada como ellos. Hubiera creído que no fuera cierto, sino hubiera quedado mi cuarto destruido. ¿Tan loca estaba como para destruirlo e imaginarme que tenía poderes? Si era así, debían encerrarme de inmediato. Pero no podía creerlo. Calev, por su parte, parecía confundido y asustado por todo lo que estaba sucediendo.

—Esto es demasiado, ¿no crees, doc? —dijo Calev finalmente, con un tono de voz preocupado. —Mi hermana no es una especie de... superhéroe o algo así, ¿verdad?

El Dr. Reynolds sonrió tranquilizadoramente.

—No, Calev, no estamos hablando de superhéroes ni de poderes. Lo que estamos tratando de entender es cómo las emociones de Andrea pueden haber influido en su entorno de una manera inusual —Las palabras del Dr. eran tan cuidadosas que sabía que estaba disimulando y disfrazando lo que realmente quería expresar—. No hay respuestas definitivas por el momento, pero trabajaremos juntos para llegar a ellas.

Y así había iniciado esa mañana. La loca era yo.

Era extraño vivir en Nueva York, después de haber vivido tanto tiempo en Nashville. Mi madre había mudado su tienda aquí en Manhattan, y al parecer, las ventas se habían disparado. Por su parte, mi padre consiguió nuevas obras de arquitectura, al parecer, aquí en Nueva York les interesaban las obras modernas y él ya había trabajado con algunos empresarios. Saber que se había mudado de la tierra de la música, eran nuevas oportunidades para él. Y sí, era cierto que los ingresos habían aumentado, pero también debían pagar mucho más en impuestos, comida, gasolina, entre otras cosas. Lo que muchas veces no se dice, es que vivir en la ciudad más poblada de los Estados Unidos, tienen realmente un costo. 

Pero, no significaba que no viviéramos acomodados. De hecho, era la razón por la que nos habían ingresado en un colegio privado: El Colegio Manhattan de las Artes y Ciencias —Manhattan College of Arts and Sciences—. Se encontraba ubicado en el Upper East Side, conocido por ser uno de los vecindarios más exclusivos de Manhattan y que albergaba a muchas familias adineradas. 

Era un ambiente elegante y sofisticado, con hermosos edificios residenciales, parques bien cuidados y una amplia gama de comodidades. Al tener un enfoque creativo y científico, estaba en una buena ubicación llena de museos de renombre, como el Museo Metropolitano de Arte, lo que proporcionaba a los estudiantes acceso a una rica vida cultural.

Esta ofrecía, una amplia variedad de especialidades que incluían música, danza, teatro, artes visuales, matemáticas, ciencias, tecnología, literatura y más. Los estudiantes podían elegir y explorar sus pasiones artísticas y académicas, motivo por el que Georgina y Castre consideraron que era el mejor lugar para ellos, ahora que les iba mucho mejor en New York. 

Por supuesto, era un colegio privado, motivo por el que al llegar, llevaba conmigo una camisa blanca de manga corta con cuello, una corbata elegante de color azul marino, un pulóver de punto azul marino, una falda a juego con la corbata y el pulóver, con un diseño elegante y cómodo y zapatos de tacón negros, aunque también podían llevar mocasines formales.

Calev, a diferencia, llevaba una camisa blanca de manga larga con cuello, corbata de seda azul marino con un diseño distintivo, pantalones de vestir azul marino, una chaqueta deportiva azul marino con el logotipo del colegio, zapatos de vestir negros, y otros podían llevar mocasines formales.

Pero, tanto Calev como yo, llevábamos abrigos por el invierno. Sin embargo, sabíamos que en el interior, la calefacción no podía faltarle. 

—¿Y qué te parece? —me preguntó Calev, con una sonrisa, al verme perpleja por las instalaciones del colegio—. Tiene toda la pinta de niños estirados, ¿o no? 

—Y ahora somos parte de ellos —respondí, sabiendo que habíamos caído en otro estigma estereotipado de la gente adinerada. 

El colegio se erguía con un diseño arquitectónico que combinaba armoniosamente el clásico encanto de ladrillos con la modernidad del cristal. Era una fusión de estilos que le otorgaba un aspecto único y contemporáneo. Tenía amplios pasillos que estaban adornados con paredes de cristal que dejaban entrar la luz natural, creando un ambiente luminoso y abierto. Los rayos de sol bailaban sobre el suelo de mármol pulido.

Las aulas de música estaban equipadas con instrumentos de alta calidad y techos altos que permitían la acústica perfecta para la práctica musical y que se podía escuchar desde los pasillos, y los estudios de arte estaban llenos de caballetes, pinceles y paletas de colores. Los laboratorios de ciencias estaban equipados con equipos de vanguardia, desde microscopios hasta dispositivos de última generación para experimentos. 

La biblioteca era un refugio tranquilo, con estantes repletos de libros y cómodos rincones de lectura. El teatro parecía ser el orgullo de la secundaria: con asientos de terciopelo rojo y un escenario impresionante. Tenía paredes de cristal que permitían que la luz de la luna y las estrellas se filtrara durante las presentaciones nocturnas, creando una atmósfera casi mágica.

Y no podía negarlo, cuando vinimos la primera vez, quedamos realmente impresionado. En nuestro antiguo colegio, nada de esto lo podíamos encontrar. Monique y Selena, se hubieran animado demasiado de haber llegado conmigo. 

Finalmente, tomé mis cosas del auto y caminé hacia la entrada. Un poco nerviosa de iniciar las clases otra vez.  

Removí los bolsillo de mi abrigo, hasta sacar el papel medio arrugado con las indicaciones del horario y el casillero. Como era de esperarse, debido a la intervención matutina del Dr. Reynolds, la primera hora la habíamos perdido. 

Atravesamos los pasillos hasta la dirección, donde entregamos el informe médico a la secretaria. Una mujer de tes oscura, cabello bien acomodado y ropa impecable y elegante. Nos trató muy bien, y me entregó la llave de mi casillero. 

Calev me acompañó hasta el pasillo de los casilleros, pero me quedé boquiabierta, al darme cuenta que, los casilleros, en realidad, parecían enormes guardarropas. No se comparaba con los clásicos. Al abrirlo, el interior era amplio, y estaba lleno de otros pares de uniformes al que llevaba, más el de deporte, batas de laboratorio, indumentaria para el arte, incluso una guitarra y un pequeño teclado en su base. A mano derecha, estaban libros, perfectamente ordenados, libretas nuevas, y un espacio especialmente para lo que necesitara. 

—Ahora entiendo por que mamá no me compró nada —dije, entendiendo que la cuota que cancelaba venía incluido todo lo que estaba en mi armario. 

—Es increíble, ¿cierto?

—Lo es, y también preocupante, ¿en serio pueden pagarlo? —Le pregunté a Calev, un poco preocupada. 

—Si estamos aquí, dudo mucho que papá y mamá sean tan irresponsable para no permitírselos —respondió el muchacho, desconcertado por lo que comentaba. 

Él tenía un punto. Era cierto que Georgina y Castre habían mostrado ser padres responsables, pero necesitaba confirmar que todo realmente estuviera yendo bien como para permitirse que estuviéramos en un lugar así.

Comencé a ordenar mi "casillero-armario", cuando justo sonó el timbre de salida de la primera hora de clases. Pronto, todo el pasillo comenzó a llenarse de estudiantes, con los mismos uniformes que mi hermano y yo traíamos. Por supuesto, mientras pasaban, nos miraban desde un punto a otro, con curiosidad, puesto que éramos los chicos nuevos. 

Cuando acabé, respirando profundo por las miradas y las murmuraciones, vi como alguien se puso a mi lado. Lo miré confundida. 

—Hola, mucho gusto mi nombre es Kyle Mettner.

Lo detallé por un momento, realmente tenía toda la pinta de ser un conquistador: su cabello castaño claro y corto, ojos claros, tez clara, alto y ejercitado, y una sonrisa impecable que me mostraba con orgullo. Llevaba su camisa un poco desarreglada, que hablaba de un aspecto un poco rebelde. Él era otro estereotipo.  

—Hola, Kyle, y ¡Adiós! —dije de inmediato, sabiendo que estaba siendo un poco agresiva, pero lo menos que quería es que pensara que había alguna oportunidad de algo. 

—¡Ouch! —dramatizó Calev, solo para molestar al muchacho, indicándole que había sido enviado a una zona desconocida—. Lo lamento, hermano —tenía una mezcla de satisfacción en el rostro. 

—¡Espera! —Me alcanzó, colocándose delante de mí. Le miré directo a sus ojos—. Solo quería saber en qué puedo ayudar a una chica tan linda como tú —dijo él, con la misma galantería. Por supuesto, mi cara reflejaba una especie de asco y extrañeza, pero él como que no lo notaba—. Por si necesitas a alguien con quién salir a comer algo, bueno, estoy disponible.

Sonreí irónicamente y seguí caminando... 

—Será luego, amigo —le dio unas palmaditas Calev, otra vez con una sonrisa de victoria en el rostro. 

Pero luego recordé que no conocía absolutamente nada del nuevo colegio, me volví para mirarlo y dije.

—Si necesito tu ayuda —Calev, por supuesto, me miró con una mezcla de confusión y extrañeza, ante mi repentino cambio—. Debo ir a clase de matemáticas. 

—¿En que año estás? —Preguntó el muchacho, acercándose, mientras le entregaba mi horario. 

—Estoy en el undécimo —le respondí. 

—Vale, igual que yo, yo te llevo, justo me toca esa clase a mí también —contestó, ahora con un semblante lleno de victoria. 

—Pero Andrea, yo puedo llevarte —dijo Calev, con los brazos cruzados. 

—Tranquilo, estoy segura de que ya tienes amigos, déjame hacer al menos uno —le respondí, sabiendo que las cosas nunca habían sido tan sencillas para mí, a diferencia de él.

Y no se trataba de que fuera tímida o poco social, sino que era más del tipo territorial. Cuando reclamaba algo que consideraba mío, difícilmente abría mis espacios y horizontes a alguien más, por eso, en mi anterior colegio, Selena y Monique, fuimos inseparables. Nos conocíamos desde primaria. Motivo por el cual, todavía no entendía porque esta última no respondía mis mensajes.  

Calev finalmente desistió de llevarme al salón de matemáticas después de que Kyle se ofreciera a hacerlo. Aunque Calev me miró con preocupación, entendió que tenía que dejar que alguien más me ayudara en ese momento. Kyle tomó mi horario y me acompañó por los pasillos hacia la clase.

—Oye, ¿pero no quieres salir algún día conmigo?

—No, estoy bien así —respondí, sin más—. Además, no te recomiendo comer conmigo, soy una mala acompañante.

Y no era mentira, con todo el tema de mis traumas, parecía ser imposible capaz de volver a la realidad y a mi vida anterior. Claro, todo había cambiado para mí. Me llené de tristeza de nuevo. 

Entonces, durante el corto recorrido, traté de mantener la calma, pero una ola de recuerdos del accidente me invadió, y antes de darme cuenta, estaba atrapada en un ataque de pánico. Mis manos comenzaron a temblar y mi respiración se volvió errática. 

Kyle se dio cuenta de inmediato de que algo andaba mal y me sujetó suavemente del brazo.

—¿Estás bien? ¿Puedo hacer algo por ti? —preguntó con genuina preocupación en su voz.

Traté de hablar, pero las palabras se atascaron en mi garganta. Las imágenes del accidente, el sonido del metal retorciéndose, los gritos de las chicas, Dan abalanzándose sobre mí, los truenos, todo se mezcló en mi mente, y me sentí abrumada.

Kyle me llevó a un rincón tranquilo del pasillo y buscó la forma de ayudarme a calmarme, obligándome a verle fijamente, mientras decía  palabras de aliento y tratando de hacer que mi respiración se estabilizara. Poco a poco, las palpitaciones de mi corazón comenzaron a disminuir, y pude recuperar el control sobre mi cuerpo.

Me sentí terriblemente avergonzada de que Kyle me hubiera visto en ese estado. 

—Lo siento mucho por eso. No sé qué pasó. yo...

Kyle me sonrió con amabilidad y comprensión.

—Son ataques de pánico, ¿cierto? 

Asentí, intimidada.

—No tienes por qué disculparte, entonces. Todos pasamos por momentos difíciles en ocasiones —respondió, y por algún motivo me hizo pensar, sí él los tenía o si había superado algo como lo que me ocurrió—. Si alguna vez necesitas hablar o alguien en quien apoyarte, estoy aquí.

volví a asentir, pero esta vez, en silencio, nos dirigimos al salón de matemáticas juntos, y cuando llegamos, todos los ojos se volvieron hacia nosotros. Me sentí incómoda bajo la mirada de un grupo de cuarenta estudiantes. 

En ese momento, deseé poder desaparecer.

Sin embargo, Kyle no me abandonó. Se sentó a mi lado, incluso cuando escogí uno asiento entre los últimos, y me preguntó en voz baja:

—¿Estás segura de que estás bien?

Asentí, forzando una sonrisa para tranquilizarlo.

—Sí, estoy bien, gracias. No te preocupes por mí.

Aunque mi mente seguía perturbada por lo que acababa de suceder, al menos ya estaba en el salón, y Kyle seguía a mi lado, demostrando una preocupación genuina. Quién hubiera pensado que mi primer día en el Colegio Manhattan de las Artes y Ciencias sería tan inusual.

Justo en ese momento, la profesora Daisy entró en el aula, y todos los murmullos se apagaron de inmediato. Era una mujer con rasgos sureños, guapa, con una presencia dominante. Vestía una camisa blanca de manga larga que realzaba su figura y una falda hasta las rodillas que le daba un toque de elegancia. Llevaba gafas y tenía el cabello castaño recogido en una cola que llegaba hasta sus hombros.

Daisy saludó a la clase, pero sus ojos se clavaron directamente en los míos. 

 —Buenos días, estudiantes. Hoy tenemos un nuevo miembro en nuestra clase. Andrea, ¿puedes levantarte y presentarte, por favor?

La mirada de todos en el aula se posó en mí, y sentí cómo el rubor subía a mis mejillas. Me levanté con timidez, tratando de parecer segura a pesar de todo.

—Hola, eh... soy Andrea —dije con una voz un poco temblorosa—. Acabo de mudarme a Nueva York y estoy emocionada de estar aquí en el Colegio Manhattan de las Artes y Ciencias. Espero llevarme bien con todos ustedes.

Durante mi breve presentación, noté que muchos chicos estaban embobados mirándome. ¿Acaso no bastó la presentación que me habían hecho delante de todos? La verdad, era algo molesto. Habían otras tres chicas que me miraban y hablaban entre sí, por sus expresiones parecía que hablaban mal, pero eso no me importaba. Solo quería que este día terminara.

Daisy continuó con la lección, y traté de concentrarme en lo que estaba diciendo. A pesar de la incomodidad de la situación, me sentía agradecida por la presencia de Kyle a mi lado. Su apoyo silencioso me reconfortaba y me ayudaba a enfrentar el día con un poco más de confianza.

Al terminar la clase, tomé mis cosas y salí del aula como alma que llevaba el diablo. Cuando llegué a mi casillero-armario, para mi bien, Calev estaba allí.

—¡Qué bueno verte! —dije con real alegría, mientras guardaba mis cosas. 

—Veo que has sobrevivido a la primera clase, ¿Qué tal te fue? —dijo de pronto este, apoyándose a un lado, con los brazos cruzados.

—Si preguntas por el hecho de que todos me miran y hablan como si fuera un bicho raro, ha sido muy incómodo. Además, cuando me hicieron levantarme para presentarme, me tembló la voz como una idiota. Estoy segura de que pensarán que soy una perdedora, con "P" mayúscula. Espero que al menos a ti te haya ido mejor.  

—Bueno sé que es pronto, pero me he inscrito en el equipo de Fútbol.

—¡Eso es genial! Me alegro que hayas encajado tan rápido —respondí, feliz por él— Creo que debo aprender un poco mas de ti. A ver... ¿dime tu secreto para encajar? — Añadí, mientras cerraba el armario y le miraba fijamente.

—Solo debes ser simpático como yo, y todo fluirá correctamente —respondió el bobo, egocéntricamente.

—¡No seas idiota! —Solté una risotada por sus ocurrencias—. Pero creo que sí te ha funcionado. 

Mientras caminábamos, por los pasillos noté que algunas chicas saludaban a mi hermano y este les correspondía sin ningún problema. 

—Veo que ya eres popular con las chicas —dije extrañada, porque en el anterior colegio no era así. Bueno, no que ella recordara. 

—Sí, aquí hay muchas preciosuras que me hacen ojitos, pero ninguna como Monique —declaró, por supuesto, me detuve en seco.

—¿Espera qué quieres decir con eso? —estaba alarmada de que hubiera pasado algo de lo que no me hubiera enterado.

—Las veces que entrené en vacaciones fue para impresionarla a ella —confesó—. ¿Por qué crees que mientras estaba en Australia hacía casi lo imposible para hablar con ella?

—Para empezar, no tenía ni lo más mínimo de que te gustara y entrenabas por ello, y mucho menos, que habías mantenido contacto con ella, cuando en verano no tuvo tiempo para mí —respondí un poco agria, debido a saber que estaban en contacto y a mí me había ignorado, entonces, con eso, me surgió una duda—. ¿Y todavía estás en contacto con ella? Es que a mí no me responde —mi voz, en ese momento había sido casi una súplica, como si deseara que fuera una señal milagrosa el saber que él estaba en contacto con ella. 

—No, desapareció por completo —respondió Calev, cambiando no solo su tono de voz, sino su semblante, como si fuera un tema tan sensible como lo era para mí. 

Al menos, había descubierto que no era personal. O eso creía. 

—¿Y desde cuando te gusta? —volví a preguntar, curiosa. 

—Desde que la llevaste a casa la primera vez...

—¡Qué! —intervine, sin poder creerlo—. Pero si tenías 12 años... ¿Y ella lo sabe?

—Para el amor no hay edad, Andrea —respondió él, con el ceño fruncido—. Y no, pensaba decírselo este año pero con todo lo que ha ocurrido creo que no será así —respondió, un poco cabizbajo.

Lo entendía. Si me sentía mal por el hecho de que mi mejor amiga se hubiera apartado de mí, como si fuera un enfermo contagioso, como sería si esa persona te gustara. Y nuevamente recordé su grito en el accidente "¡Cuidado!" . Me exalté de tal manera que atraje nuevamente las miradas de todos, y Calev, tomándome muy preocupado preguntó:

—¿Te encuentras bien?

Un poco abrumada respondí: —Si tranquilo... solo he recordado algo no muy bueno.

—Es la segunda vez que te sucede hoy —escuché decir, delante de nosotros, ¿y qué creen? era Kyle. 

—¿En serio? —se alarmó Calev. 

—Sí, pero no te preocupes está todo bajo control —respondí, matando con la mirada a Kyle. No había necesidad de preocupar a Kyle, no cuando la mañana había iniciado con el psiquiatra en mi casa. 

Llega una chica de cabello castaño corto, ojos oscuros, linda sonrisa y muy delgada; detrás de ellas estaban otras 2 chicas más y ella dice.

—Hola, Calev, nos preguntábamos... ¿si quieres comer con nosotras? —La pregunta se la hizo una castaña, de linda sonrisa y delgada, que venía con dos chicas más, guapas también, detrás de ella. 

—¿Ahora?... No puedo estoy con mi hermana —respondió, de forma contundente.

Ellas me observaron, y la que había hablado, estiró su mano hacia mí con mucho entusiasmo para luego decir:

—Hola mucho gusto soy Liliana. ¿Podrías prestarme tu hermano un momento para comer juntos? —dijo aquello con tal descaró, que revelaba que era capaz de lo que sea solo para obtener lo que quería. 

—Soy Andrea, un placer —dije, sin mucho ánimo—. Tranquila, por mí no hay problema. Calev nos vemos a la salida junto al auto.

—No, ya les dije que estoy contigo, no voy a cambiar mi opinión —respondió, cruzándose de brazos, con un enojo expresado. 

La chica pareció frustrarse por eso, y con un gesto rabioso, se alejó de todos nosotros. 

—No tenías que ser tan grosero —le dije.

—Soy dueño de mi mismo, y si dije que no podía es porque no puedo —respondió—. ¿Quieres que te lleve a casa? 

—No, no podemos perder más clases —respondí, entendiendo su punto y su preocupación—. Además, ya te dije que estoy bien. Kyle, exagera. 

—Exagero, tú era la única que no se mira cuando te sucede uno de esos ataques, hasta tu cabello pierde color cuando sucede —respondió Kyle, asegurando que se me notaba cuando me ponía mal. 

—Bueno, sepan algo los dos no necesito ser rescatada —dije, recordando lo que sucedió en mi cuarto y el casi accidente de mi papá—. Solo voy comer y me gustaría hacerlo sola. 

—Pero, Andrea...

Escuché decir a mi hermano, antes de abandonar el pasillo en dirección al cafetín. 


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