Amunet
"La vida a menudo nos presenta personas accidentales, pero son precisamente esas personas las que, en los momentos más oscuros, revelan su necesidad de servicio y se convierten en un faro de esperanza en nuestro camino."
Capítulo 20
Lo bueno de Manhattan para mí, eran sus altos edificios. Representaban una gran ventaja para el sigilo y el camuflaje. En ese momento, más que nunca, necesitaba de esa ventaja. Había huido del colegio, desde su azotea, mientras los altos rascacielos se alzaban a mi alrededor, como guardianes silenciosos de mis secretos y habilidades.
Correr no era el problema, sino la habilidad de usar mi telequinesis para impulsarme y caer de un edificio a otro, sin hacer ruido y sin lastimarme. Y no iba a negarlo, era una sensación liberadora, como si volara entre los rascacielos.
Debajo de mí, la ciudad se extendía con sus calles congestionadas y sus ruidos distantes. El viento me azotaba el rostro mientras corría y saltaba, y la adrenalina fluía por mis venas. Sabía que no podía permitir que Lastter causara más destrucción en esta ciudad, y estaba dispuesta a llegar hasta él, sin importar los desafíos que se interpusieran en mi camino.
Mi mente estaba llena de preguntas. ¿Por qué Lastter había regresado? ¿Qué quería de Manhattan? Sabía que no podía dejarlo desatar el caos en esta ciudad una vez más, en especial cuando su última aparición trajo consigo numerosas muertes. Con eso, una mezcla de enojo y determinación ardía en mi interior mientras corría.
Cuando finalmente llegué, observé a las personas corriendo en pánico, y me dirigí en dirección contraria a su huida. Al llegar, vi a Lastter desatando su furia sobre una tienda de ropa, enviando ondas de energía láser, creando una explosión e incendiándola. El caos era su firma, y esta vez no sería diferente.
Sin perder un segundo, reuní mi energía psíquica y la canalicé en una onda concentrada. Al dispararla, Lastter ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que lo golpeara y lo arrojara contra un automóvil estacionado. El impacto lo dejó momentáneamente aturdido.
—Al fin apareciste, me estaba aburriendo —dijo con una sonrisa sarcástica mientras se ponía de pie. No tenía ni un ápice de dolor.
—¿Qué tienes contra las tiendas de ropa? ¿Será tu mala elección de vestimenta? —respondí con un toque de sarcasmo, sin dejar que sus palabras me afectaran.
—Como si eso importara. Lo importante ahora es que te destruiré, chiquilla parlante.
Sin previo aviso, Lastter disparó un rayo láser en mi dirección, pero logré desviarlo de forma ágil hacia el cielo. En lugar de quedarme a la defensiva, contraataqué con una onda psíquica, que él hábilmente eludió, usando su energía contra el suelo para impulsarse en el aire.
En un instante de impulso, arrojé un auto hacia él, utilizando mi telequinesis para levantarlo. Lastter, con sus reflejos rápidos, cortó el vehículo por la mitad con su energía, evitando que lo alcanzara. Creí que allí había acabado su acción, cuando descubrí que, en el momento en el que cortó en dos el auto, en realidad, su rayo fue a parar a varios edificios por encima de mí. Eso hizo, que una parte del edificio colapsara, y tal derrumbamiento se aproximara hacia mi y me viera aplastada. Se trataba de una lluvia de escombros.
Su estrategia era ingeniosa, así que canalicé todo mi poder, formando una especie de cúpula telequinética, que logró detener cada escombro que se había precipitado. Ver aquella hazaña, era como si el tiempo se hubiera detenido en ese punto. Miré a mi enemigo, este pareció tan atónito como yo. Y con una sonrisa, todo lo que me había arrojado lo envié hacia él, como proyectiles a gran velocidad.
Creí que lo tenía, pero lo que hizo me dejó desconcertada: el hombre posicionó sus manos en dirección a los escombros, y disparó un rayo de energía que se engrosó y agrandó, de tal forma, que pareció una cortina completa, capaz de desintegrar todos los escombros. Pero, no espere que dicha acción le permitiera alcanzarme, por lo que no vi a venir cuando su rayo láser golpeó directamente a mi pecho.
El impacto me hizo gritar de dolor mientras mi cuerpo era empujado hacia atrás, golpeándome contra un muro cercano. Mi piel quemada y el dolor palpitante eran un recordatorio constante de la brutalidad del combate que había emprendido. Me levanté con dificultad, luchando contra el dolor y la fatiga que se acumulaban. Estaba decidida a derrotar a Lastter, pero sabía que esta batalla sería más difícil de lo que había imaginado. Mi aliento jadeante y mi cuerpo adolorido eran un recordatorio constante de que la lucha estaba lejos de terminar.
Mientras el humo y los escombros se asentaban a nuestro alrededor, vi una chispa de diversión en los ojos de Lastter. Su sonrisa era desafiante, casi burlona, como si disfrutara del enfrentamiento. Observó mi expresión de dolor y desconcierto con crueldad.
—Oh, vamos... aquel día luchaste con un poder mucho mayor... ¿Qué ocurre ahora? ¿Tu novio te dejó y estás deprimida? —soltó con sarcasmo, lo que hizo que mi enojo ardiera aún más.
Fruncí el ceño, las palabras de Lastter me enfurecieron profundamente. No podía permitir que me menospreciara de esa manera. Ene special, cuando había tocado una tecla sensible en mí. Sin pensar, reuní mi energía psíquica y la liberé en tres ondas poderosas. Esquivó la primera con agilidad, pero las otras dos lo golpearon con fuerza y lo arrojaron con violencia contra un muro cercano, que se resquebrajó bajo el impacto.
A pesar de la paliza que le estaba dando, Lastter sonrió con malicia y respondió lanzando una serie de cortes láser en mi dirección. Rápidamente, erigí un campo psíquico protector a mi alrededor, formando una barrera que bloqueó los ataques entrantes. Pero no me quedé a la defensiva por mucho tiempo.
Decidida a tomar la ofensiva, utilicé mi telequinesis para levantar docenas de autos cercanos y los envié contra Lastter. Sorprendentemente, él logró levantar ambas manos con rapidez, ampliando su rayo láser hasta convertirlo en una cortina de energía que pulverizó todos los vehículos en pleno vuelo, otra vez.
Pero esta vez me lancé a un costado, para no caer en su trampa de nuevo. Jadeé del dolor cuando rodee por el suelo. Y mi mirada se posó en las vigas puntiagudas asomándose desde las estructuras destrozadas a mi alrededor. Eran afiladas como cuchillas, y sin dudarlo, las dirigí hacia Lastter. Una vez más, demostró su agilidad y esquivó mi ataque, moviéndose con destreza.
Pero no me rendí, continué intentando enviar más vigas hacia él, una y otra vez. Lastter se mostraba visiblemente frustrado por mi persistencia. Pero, al final, transformó sus puños en navajas láser y comenzó a cortar las vigas en trozos más pequeños. Lo que no sabía era que cada trozo que cortaba lo usaba para aumentar el número de estructuras punzantes en el aire. Lo que antes eran cuatro filosas vigas se habían multiplicado, convirtiéndose en casi dieciséis estructuras puntiagudas y mortales.
A pesar de su agotamiento evidente, Lastter no se daba por vencido. Sin pensarlo, extendió ambas manos y amplió su rayo una vez más. Las pequeñas vigas salieron disparadas hacia mí con una velocidad devastadora. Aunque logré detener catorce de ellas, dos se clavaron en mi cuerpo, una en mi pierna derecha y otra en mi brazo izquierdo. La sangre manaba de las heridas y el dolor palpitante me recordaba que esta batalla no era solo física, sino una prueba de resistencia y determinación. Además, la sangre no paraba de correr de mis miembros, quise hacer algo, pero mi telequinesis, ni ninguno de mis poderes estaban funcionando.
¿Que sucedía?
La sangre fluía de mis heridas, y el dolor en mi cuerpo era insoportable. Con cada respiración agitada, me daba cuenta de que algo estaba terriblemente mal. Mis poderes, mi telequinesis, no respondían, como si se hubieran desvanecido en medio del caos que me rodeaba.
Lastter, viendo mi frustración y debilidad, se relajó y se permitió una sonrisa. Con voz burlona, comentó:
—Alguien me ha dicho que cuando sientes mucho dolor, puedes perder la concentración, y por ende, tu sistema nervioso se altera, bloqueándolos, en este caso: tu telequinesis.
Su palabras resonaron en mi cabeza. ¿Era posible que el dolor hubiera logrado lo que sus ataques no podían: silenciar mi capacidad sobrenatural? La mera idea de estar indefensa en medio de este combate me aterraba.
Mis pensamientos se tornaron oscuros y turbulentos.
¿Estaba dispuesta a morir en esta batalla?
Quizás, de alguna manera, liberaría mi alma de esta angustia constante que me carcomía desde que Dilan se había marchado. Pero, en el fondo, sabía que había algo por lo que aún quería luchar.
Este se acercó a mí, hasta quedar a escasos milímetros de mi rostro. Bruscamente, retiró una de las vigas incrustadas en mi pierna, arrancando un grito de dolor de mis labios. Sabía lo que venía a continuación, podía sentirlo en la forma en que su mirada se centraba en mi corazón, latiendo desesperadamente dentro de mi pecho.
Su intención estaba clara: atacar mi corazón y ponerle fin a todo.
En ese momento, mientras la sombra de la muerte se cernía sobre mí, no pude pensar en nada más que en un pedido desesperado, una oración silenciosa que brotó de mis labios con fervor:
—¡Ayúdame, Dios mío! —murmuré con el último hálito de aliento.
Esperé lo que parecieron horas, mientras el destino pendía de un hilo. En el fondo, vi luces, escuché murmullos, pero mi visión se volvió borrosa. Escuché disparos, y antes de que pudiera reaccionar, caí inconsciente.
Desperté en un lugar que no reconocía. La habitación estaba empapada de desconocido, con muebles antiguos y una cama con dosel que parecía sacada de una película de época. La decoración ostentosa y los tonos dorados me recordaron a un palacio, pero no podía entender cómo había llegado allí.
Las voces provenientes del pasillo me hicieron tensar los músculos. Susurros apagados, como si intentaran ocultar algo. Mi mente rápidamente saltó a la peor conclusión: había sido secuestrada por el enemigo, y esta lujosa prisión era el escenario de mi confinamiento.
Con cautela, me deslicé fuera de la cama, atenta a cada crujido del suelo de madera. El pasillo estaba poco iluminado, pero seguí el murmullo de las voces hasta llegar a la puerta. Con el corazón latiendo desbocado, la abrí lentamente.
Lo que vi me dejó sin aliento. No estaba en manos del enemigo, sino rodeada de caras familiares. Monique, mi mejor amiga rubia y extravagante, estaba sentada en un sofá de terciopelo, hablando con una mujer, pasado de años, con la piel bronceada, pero como si hubiera sido besada por el sol, a quien nunca había visto antes. Si embargo, tenía un semblante y una mirada bondadosa que hablaba por sí sola.
Monique se volvió hacia mí, sorprendida, y luego esbozó una sonrisa.
—Andrea, ¡despertaste! Estábamos preocupadas.
Miré de un lado a otro, confundida y aturdida.
—¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando?
La otra mujer se levantó, y sus ojos profundos parecieron mirar directamente a mi alma.
—Andrea, querida, Monique te salvó y te trajo conmigo —aclaró ella, acercándose, mientras hizo el gesto de tomarme de las manos y mirarme fijamente—. Mi nombre es Amunet. Resulta que mi hijo y yo decidimos hacer un viaje vacacional a estas tierras, venimos de Egipto, de un pueblo llamado Siwa —añadió con una amplia sonrisa—. Hace poco Monique y yo nos conocimos en Filadelfia, pero decidió traerme con ella cuando escuchó que tenías problemas. Al principio, creí que solo se trataba de problemas del corazón, pero ahora veo que era algo mucho más severo. Si no te hubiéramos encontrado, habrías muerto en esa calle.
En ese momento, recordé algo importante: había sido herida. Me miré a mí misma y encontré que mi traje estaba roto y agujereado, incluso con sangre, pero mi piel estaba intacta.
—Estoy sana —murmuré, revisando mis brazos, mientras mis ojos se paseaban con asombro desde la anciana hasta Monique—. ¿Qué está pasando?
—Bueno, mi querida amiga Amunet, es una mujer con la habilidad de sanar —respondió Monique, mordiéndose el labio—. Ella es la razón por la que no solo estás a salvo, sino que no tendrás ningún problema con tus padres. Deben de creer que eres una especie de suicida con todo lo que Calev me ha contado.
Suspiré. Quisiera o no, Monique tenía razón. Castre y Georgina estaban realmente paranoicos debido a todos los accidentes que he tenido. Me sentía tan vulnerable que me preocupaban de verdad.
—Muchísimas gracias —le dije a Amunet, con una sonrisa para mostrar mi gratitud. Ella apretó mis manos y me dejó libre—. Pero... ¿Dónde está Lastter?
—Huyó al verme —respondió—. Creo que sus poderes tienen cierto límite —sopesó Monique, pensativa—. Al enfrentarte a ti, seguramente decidió huir al verme entrar en escena. Tuve que hacerlo porque la policía ya estaba involucrada y dispararon sin piedad. ¿Cómo te sientes?
—Bien... —respondí, caminando hasta el sofá. Mis ojos se desviaron hacia mi entorno, y deduje que, por la alfombra de color vino tinto, las cortinas beige y la decoración de época, debíamos estar en algún hotel de Manhattan—. ¿Qué haces aquí, Monique?
—Me han contado que has estado depresiva, y quise visitarte. Pero, procura que para la próxima visita, no me lleve la sorpresa de ver a Lastter a punto de matarte. Gracias a Dios que llegué en el momento exacto. —Monique había dejado claro su alivio, aunque sus ojos reflejaban un rastro de preocupación.
—Gracias, Monique... sí que eres una gran amiga, vienes siempre en los momentos más necesarios —Le sonreí a mi amiga, agradecida por su apoyo constante.
Ella asintió, pero no quería que las sombras de la tristeza cubrieran nuestra conversación.
—Está bien... pero no seamos melancólicas. Lo que necesito ahora es que me cuentes todo.
Con un suspiro, asentí y me preparé para abrir mi corazón a Monique. Aunque no deseaba revivir esa experiencia, sentía que le debía a mi amiga la verdad. Comencé a relatar todo lo que había sucedido, y las lágrimas pronto hicieron acto de presencia, mientras las palabras fluían. Monique escuchó atentamente, sorprendiéndome por lo mucho que había cambiado. En otros tiempos, no me habría dejado terminar la historia; naturalmente, era una chica muy habladora. Sin embargo, demostró prudencia y paciencia al escucharme.
Cuando terminé de contar, Monique no dudó en animarme y consolarme. Sus palabras eran un bálsamo para mi alma herida.
—Andrea, eres más fuerte de lo que crees. Has superado desafíos antes y lo harás de nuevo. Esa es una de las razas por las que te admiro. —Monique me dio un abrazo cálido y comprensivo, como si su amistad fuera un escudo protector—. Ahora, debemos centrarnos en tu recuperación y averiguar qué hacer con Lastter.
—Disculpa que me entrometa —dijo Amunet, con una sonrisa, mientras traía consigo unas pequeñas tazas de café, que quién-sabe-de-dónde la sacó?—. Me es imposible oírlas y pensar en las primaveras que he vivido —me miró fijamente, mientras se sentaba en el sillón de enfrente—. Andrea, la vida nos presenta desafíos inesperados, algunos más duros que otros. A lo largo de mi vida, he aprendido que la adversidad puede ser una oportunidad para crecer y descubrir nuestras propias fortalezas. Lo que has enfrentado es una prueba de tu valentía y resiliencia.
»Siempre existe un camino para superar las dificultades. Pero, para hacerlo, primero debes aprender a sanar tus propias heridas internas. No solo las físicas, sino también las emocionales. Has demostrado ser una persona fuerte, y es fundamental que te muestres compasión a ti misma y encuentres la paz interior.
Por algún motivo, oírla, era como sentir un bálsamo sobre una herida. Y por algún motivo, me hicieron sentir culpable, pero también en calma, al reconocer que, definitivamente estaba llevando mal mi forma de hacer o pensar las cosas.
—Monique y yo estamos aquí para apoyarte —continuó Amunet—. En este viaje, conocerás a otros como tú, personas con dones extraordinarios. Es cierto, que tu y Monique, podrían enfrentar a aquellos que buscan hacerte daño. Pero nunca olvides que tu mayor fuerza proviene de tu propia determinación y coraje.
»Aprovecha esta experiencia para crecer y aprender. No permitas que el miedo o la tristeza te consuman. Mantén la esperanza y la confianza en ti misma. Recuerda que siempre hay un camino hacia la luz, incluso en los momentos más oscuros. Y sé que encontrarás ese camino.
—Gracias, señora Amunet —dije, limpiándome una pequeña lágrima que surgió, producto de sus palabras—. ¿Y cómo fue que ustedes se conocieron?
—Eso fue una historia interesante —dijo Amunet, mirando a mi amiga con una amplia sonrisa.
Monique me contó que conoció a Amunet en Filadelfia. Su madre, quien había estado enferma, se había complicado y cuando decidió sacarla al hospital, chocó sin previo aviso con Amunet y su hijo, increíblemente, Amunet se dio cuenta del estado de su mamá, y si miedo a revelar sus poderes, la curó delante de ella milagrosamente. Monique había quedado atónita por la habilidad curativa de Amunet, y, sabiendo que había alguien más como ellas, decidió traerla a Nueva York, con la excusa de presentármela y así la dejaran venir.
Por supuesto, mientras escuchaba el relato de Monique, sentí una mezcla de emociones. Por un lado, me llenaba de esperanza saber que no estaba sola y que podría contar con un grupo de personas como nosotras. Por otro lado, la historia de Monique me recordó lo sorprendente que podía ser el mundo y cuánto aún tenía que aprender sobre él. La vida nunca dejaba de sorprenderme.
Pude seguir reflexionando, pero me di cuenta de que solo quedaban una hora y treinta minutos antes de mi cita programada a las 19:00. Robín, el capitán del equipo de fútbol de la escuela, me había invitado al cine, y no podía hacerle esperar.
—¡Oh, Monique, lo había olvidado! Pero, debo salir... tengo una cita con Robín.
Monique frunció el ceño, claramente sorprendida y algo escandalizada. Sus cejas alzadas eran un reflejo perfecto del drama adolescente.
—¿Robín? —preguntó con incredulidad, arqueando una ceja.
Amunet, observó la conversación con una expresión serena y comprensiva.
—La juventud a menudo busca distracciones en momentos de dificultad. No debemos juzgar sus elecciones —soltó una risita aquella mujer, como si le pareciera divertido. Pero no lo era para mí.
—Sí, es el capitán del equipo de fútbol, y prometí que iría con él al cine —de igual forma añadí, con el rostro compungido de que lo arruinara.
—Veo que no has estado tan mal después de todo —agregó Monique, con una expresión, que iba desde el desconcierto, al escandalo y parecía terminar en juicio.
—No digas eso... lo he hecho para distraerme. No tienes por qué pensar mal siempre, Monique.
—Bueno, solo te digo que no es bueno buscar un reemplazo tan rápido. Creo que es demasiado pronto, pero si eso es lo que quieres, no soy la más indicada para juzgarte —admitió, aunque no era precisamente lo que sentía que buscara hacer realmente.
—¡Monique! —grité, exasperada. Ella simplemente se encogió de hombros con una sonrisa traviesa.
Ella siempre tenía una habilidad para hacer insinuaciones incómodas que no me gustaban para nada. Pero lo que importaba en ese momento era llegar a casa y cambiarme antes de la cita. Amunet continuó observando con una sonrisa serena, como si supiera que, a veces, la juventud debía aprender a su manera. Mierda.
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