La lluvia azotaba las vetustas ventanas de la ancestral mansión mientras Ana, temeraria y ansiosa por descubrir la verdad oculta, se adentraba en los lóbregos pasillos. Una carta enigmática, legado de su recién fallecida abuela, la había conducido hasta allí, hacia un destino incierto e inquietante. Entre sombras danzantes, la joven exploraba cada rincón, desenterrando secretos sepultados bajo décadas de silencio. Una habitación olvidada se erguía ante ella como un portón hacia lo desconocido. Un escalofrío recorrió su espalda al cruzar el umbral, como si una presencia antigua y oscura la acechara desde la penumbra. Avanzando con valentía, Ana se encontró en una cámara secreta, donde la oscuridad parecía palpitar con vida propia. En medio de la penumbra, un susurro siniestro se alzó desde las profundidades del olvido. Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando, en un giro inesperado, la luz de su linterna se extinguió, sumiéndola en la oscuridad más profunda. En ese abismo sin luz, Ana sintió la presencia de algo antiguo y maligno, algo que se alimentaba de la misma oscuridad que la envolvía. Aterrorizada, comprendió que su abuela no había muerto de causas naturales, sino que había sucumbido ante el horror que ahora acechaba en la oscuridad. Y ella, Ana, se encontraba en el mismo sendero hacia la perdición, con la sola opción de enfrentar aquello que aguardaba en las sombras o convertirse en su próxima víctima.