Capítulo 6
Jimin iluminó con una pequeña linterna los restos del timón.
El techo de lona que cubría el puente se había consumido casi
por completo y sólo quedaban de él unos cuantos metros de
tela chamuscada y los aros de aluminio ennegrecidos. Una
brisa ligera y salada le revolvía el cabello y le hacía ondear el
faldón de la camisa contra las caderas y el trasero. El aire
marino removía las cenizas que cubrían el suelo y los restos de
la silla del capitán y del timón.
Aquello no podía ser verdad. Aquello no le estaba ocurriendo a él. El era Park Jimin y ésa no era su vida. El se encontraba de
vacaciones, descansando. De hecho, al día siguiente regresaba a casa. Tenía que regresar a casa.
Aquello era una locura, así que debía ser una pesadilla. Sí, eso
era. El había embarcado para tomar un último aperitivo y se
había quedado dormido en el camarote, y ahora se encontraba
en medio de una pesadilla protagonizada por un demente. De un momento a otro despertaría y daría gracias a Dios por haber despertado de esa pesadilla.
En la oscuridad, el extintor atravesó el aire, rebotó en el timón y se quedó clavado en el agujero.
—¿Qué viene ahora?¿Un poco de napalm (gasolina gelatinosa
más duradera que la gasolina simple)escondido en tu ropa
interior? —le preguntó el tipo, loco y aparentemente real, que se encontraba detrás de él. Su tono de furia cortó el aire nocturno que los separaba.
Jimin miró hacia atrás y vio esa cara magullada y golpeada
iluminada por la luz de la luna. Había creído que lo asesinaría y
lo utilizaría como sebo de pesca. Cuando ese tipo lo ató, tuvo
más miedo del que había tenido en toda su vida. El miedo se le
instaló en el pecho y le cortó la respiración. Había estado
absolutamente seguro de que le haría daño y de que, luego lo
mataría. Ahora estaba demasiado aturdido para sentir nada en absoluto.
—Si hubiera tenido napalm, estarías asado —replicó antes de
pensarlo dos veces. Cuando cayó en cuenta de lo que había dicho, dio unos pasos atrás.
—Oh, no lo dudo, querido —él se acercó hacia él y se llevó la
mano a la espalda —aquí tienes.
—Sacó de detrás un cuchillo enfundado en piel y le agarró la
mano. Jimin se sobresaltó cuando sintió que se lo ponía en la mano de un golpe.
—Si quieres acabar con mi sufrimiento, utiliza eso —añadió— es más rápido y duele menos.
Despacio él se dirigió hacia donde había estado antes la puerta y donde ahora solamente quedaba un marco de metal con unos retazos de lona ondeando al viento. Entonces, aspiró con fuerza y empezó a bajar las escaleras.
A la primera señal de fuego, Baby había escondido la
achaparrada cola entre las achaparradas patas y corrido en
busca de un rincón más seguro. Jimin también había corrido, o
más bien se había arrastrado por el suelo, hacia un rincón seguro. Se había quedado en la cubierta de popa mientras aquel loco llamado Jeon Jungkook combatía las llamas.
Elruido de la puerta de la cocina al cerrarse de golpe resonó en
la noche. Luego, todo volvió a quedar en silencio y el único
sonido era el chapoteo de las olas contra el casco del barco.
Miró alrededor, a la oscuridad, a la nada, y se sintió como esos
supervivientes de los huracanes. Despeinado, con la mirada errante y aturdido. Su mente captaba con dificultad su
situación real. Que se encontraba en algún n punto del océano
Atlántico en un barco averiado y sin llevar encima más que ropa interior y una camisa mientras un hombre a todas luces
demente dormía bajo sus pies.
Bajó las escaleras. Toda la noche había sido surrealista, había
sido como estar atrapado en una pintura de Salvador Dalí
deformada y retorcida en la que él miraba alrededor y se
preguntaba «¿qué es esto?». Cuando llegó a la cubierta de popa encendió la linterna y entró en la cocina a paso lento.
—Baby —susurró lamando al perro.
Lo encontró en el banco debajo de la mesa, asustado encima
del chal donde se echaba. Poco a poco, como si temiera que el
coco se le echara encima fue iluminando la cocina y el salón.
Detrá del salón, atravesando la puerta, el haz de luz se encontró con una gruesa alfombra azul, los pies de una cama y las suelas de un par de botas negras. Al verlas, el miedo que había sentido durante la noche corrió por sus venas de nuevo. Apagó la linterna.
—Baby —volvió a murmurar, mientras buscaba a tientas encima del banco.
Cogió el cuchillo y la linterna con la misma mano y con otra
tanteó el chal y lo levantó con el perro envuelto en él. Salió de
la oscura cocina de la forma más silenciosa que pudo y se
encontró, de nuevo, en la cubierta. Se dirigió al mismo punto donde había estado unas horas antes. bebiendo vino en
compañía de otos turistas y escuchando historias de piratas.
Cuando se sentó con los pies debajo del trasero, el frío plástico
le heló las caderas.
Baby le lamía las mejillas mientras él luchaba contra las
lágrimas e intentaba no llorar. Jimin odiaba llorar. Odiaba estar
asustado y sentirse desvalido, pero las lágrimas le brotaron
antes de poder detenerlas.
El perro no se había asustado. Había sido valiente y fiero pero,
por primera vez desde que lo adoptó, deseó que hubiera sido
un rottweiler. Un rottweiler grande y malo capaz de destrozar los brazos, o los huevos, de un hombre.
Dijo que era capitán de corbeta, pero no le creía. Era mucho
más probable que fuera uno de esos piratas modernos de quienes le habían hablado.
Se envolvió en el chal, con el perro en brazos. Miró hacia
arriba, las estrellas punteaban en el cielo, apiladas unas encima
de otras.
Apretó el cuchillo que él le había dado. Era estúpido que un
criminal hubiera hecho eso, pero era evidente que no lo
consideraba un peligro. No lo creía capaz de utilizarlo,
posiblemente tenía razón. Una cosa era apuntarle y otra muy
distinta rebanarle el cuello mientras dormía.
El hombre tenía los músculos duros y una fuerza bruta, y Jimin
no era contrincante.
Había temido que lo hiciera pasar una pesadilla
inmovilizándolo y tal vez violándolo. Pero él no se habría
dejado, habría puesto resistencia. No había llegado a donde
estaba siendo pasivo. No era a base de sumisión que había conseguido sobrevivir siendo homosexual, nunca había sido ingenuo. Cuando Jungkook lo sujetó y le arrancó el pantalón, creyó que lo violaría, lo asesinaría y luego lo arrojaría al mar, al igual que al pobre de Baby. Pero no lo había hecho. Todavía estaba vivo. Se le escapó un sollozo y apretó sus temblorosos dedos contra la boca.
Jimin estiró los músculos y apretó a Baby contra su pecho. Se
preguntó si los otros pasajeros se darían cuenta de su desaparición, cuánto tardarían en empezar a buscarlo. Cuánto
tardaría su familia en enterarse.
No había forma de salir del barco. Por lo menos esa noche. Era posible que hubiera un bote salvavidas en alguna parte, pero
no era tan estúpido como para
cambiar un yate por un
cachivache de goma. Ni aun cuando estuviera ese loco a bordo.
No había salida. Por primera vez en toda su vida se sintió
totalmente desvalido.
Se encontraba a merced del océano y de un pirata.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro