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Capítulo 5

Con el ron y con el hielo envuelto en la toalla, y una expresión
de amargura en el rostro, Jungkook se dirigió al puente. Quizá ese hombre no fuera Park Jimin. Que el bolso de Park Jimin se encontrará en la cocina no significaba necesariamente que el hombre pequeño y rubio a quien había maniatado fuera él.
Bueno, quizá sí, y quizá también era posible que a jungkook le
crecieran alas y pudiera ir volando a casa.

Subir las escaleras no le dolió menos que bajarlas. Tuvo que
pararse dos veces y agarrarse el costado a causa del fuerte
dolor antes de poder continuar. En una ocasión, se había roto casi todos los huesos del cuerpo, de modo que sabía por experiencia que las costillas eran lo peor. Básicamente porque dolía incluso respirar.

En la oscura cabina Jungkook recogió la camisa blanca. El incordio se encontraba en el mismo sitio en que lo había dejado, Jungkook se dirigió hacia los mandos y depositó la botella de ron y la toalla con hielo al lado del acelerador.

—Pronto habrá terminado todo —dijo, en un intento de
tranquilizarlo.

Teniendo en cuenta que él había tratado de romperle la cabeza,
no sabía porqué se preocupaba. Quizá fuera porque, de haberse encontrado él en esa situación, habría hecho lo mismo. Pero él lo habría conseguido, pensó mientras volvía a sujetarse
el hielo contra la cara.

—¿Puedes desatarme, por favor? Necesito ir al baño.

La única arma letal que había a bordo se encontraba al lado del
ron, encima de los mandos, así que Jungkook consideró la
petición.

—Si lo hago, ¿vas a intentar golpearme otra vez?

—No.

Jungkook observó su silueta, buscando cualquier detalle que
lo identificara como el hombre conocido en todo el mundo sólo
por su nombre. No conseguía decidirse.

—Eso mismo dijiste la útima vez.

—Por favor. De verdad que tengo que ir.

Jungkook miró alrededor.

—¿Dónde está el chucho?

—Aquí, dormido. No volverá a morderte. He hablado con él, y lo
siente mucho.

—Ah.

Jungkook agarró el cuchillo para pescado, cruzó la cubierta y,
tratando de mantener la espalda tan recta como fuera posible,
se arrodilló al lado de él. En la oscuridad de la esquina buscó
los pies y cortó con facilidad la tela que los tenía atados.

—Date la vuelta.

Cuando lo hizo, cortó la tela que le sujetaba las manos. Jungkook se levantó, agarrándose el costado con mayor dificultad que cuando se agachó.

—Todo podría haberse evitado si hubieras hecho lo que te dije.

—Lo sé. Lo lamento.

Un sentimiento de alarma se le encendió mientras enfundaba
el cuchillo y se lo colocaba en el cinturón del pantalón, en la
espalda. No sé fiaba de esa súbita docilidad, pero quizás se
había dado cuenta de que no había nada que hacer y que le
convenía no enfrentarse de nuevo a él. Sí, quizás. O tal vez
se había vuelto demasiado blando con la edad.

El pasó por su lado con el perro en brazos, rumbo a la puerta.
En lo alto de la escalera, la luna le iluminó la espalda y el
trasero, y Jungkook percibió su perfume dulzón tras su paso.

Jungkook se dirigió a la silla del capitán y cogió la botella de
ron. Bebió un trago y miró la luna caribeña a través del
parabrisas. Observó las olas y la vastedad del océano. Al lado
de un periódico había unos prismáticos y se los acercó a los
ojos con cuidado, pero no pudo ver nada excepto el océano
negro. Se relajó un poco.

Al dejar la botella encima del periódico, vio un destello blanco
reflejado en el parabrisas.

—Haz virar el barco.

La orden le llegó desde las espaldas, con una voz sin aliento y con cierto acento asiático. Él encendió las luces, que inmediatamente acuchillaron las córneas de Jungkook.

—Hazlo virar o disparo.

El dolor y la luz le obligaron a entornar los ojos. Se dio la vuelta
despacio y ya no tuvo dudas de que a quien llevaba en el barco
era al famoso modelo de ropa interior.

Park Jimin era igual de despampanante en persona como en las portadas de las revistas de moda masculina. Se encontraba de pie frente a la puerta, con el pelo revuelto, Como si acabara de salir de la cama. Unos profundos ojos marrones le miraban por
debajo de dos cejas de arco perfecto. Se había desatado la
camisa y se la había abotonado hasta abajo. Esas piernas largas
y suaves, perfectamente depiladas, eran la fantasía de
cualquiera. También podría haber sido la suya, si no fuera
porque le apuntaba con una pistola el pecho. El señor Park
había estado muy ocupado al parecer.

Bueno, anteriormente se había preguntado si la noche podía
empeorar, y ahora estaba claro que sí. Debería haberlo
previsto. Debería haberlo seguido, pero prefería enfrentarse a una docena de pistolas que bajar otra vez esas escaleras.

—¿Qué vas a hacer con eso? —le preguntó.

—Dispararte si no haces virar este barco de inmediato.

—¿Estás seguro?

Jungkook no creía que fuera capaz de dispararle. La mayoría de las personas eran incapaces de mirar a los ojos de un hombre y acabar con su vida.

—Eso hará un agujero bastante grande, y un considerable
estropicio, además.

—No me importa. Haz virar el yate.

Quizá si fuera capaz. Quizá no, pero no había ni la más mínima
posibilidad de que Jungkook volviera a Nassau.

—¡Ahora!

Jungkook negó con la cabeza.

—Ni siquiera por usted, míster Julio —dijo. El entornó los ojos con rabia y Jungkook lo provocó un poco más, esperando que
cometiera una imprudencia y él pudiera tomar ventaja.

—¿Cómo se llamaba esa revista dónde aparecías en portada con
un bañador minúsculo de color rojo? ¿Dreams Men?

—Era Sport Illustrated.

Jungkook se levó la mano al labio partido.

—Ah, sí —observó los restos de sangre en los dedos y volvió a
mirarlo— ya me acuerdo.

El frunció todavía más las cejas.

—Fuiste un gran éxito entre los equipos ese año. Creo que el
Capitán del equipo se agarró la zanahoria varias veces en tu
honor.

—Muy amable —en sus ojos no había ni orgullo ni diversión —el
barco— le recordó con un pequeño gesto de la pistola — hazlo virar. No estoy bromeando.

—Ya te dije que no puedo hacerlo.

Jungkook cruzó los brazos como si estuviera relajado. En
realidad, estaba preparado para desenfundar el cuchillo y
clavárselo en un ojo antes de que le disparara. Pero no quería hacerlo. No quería matar a un famoso modelo. Al gobierno no le gustaba que se matara civiles, así que lo más probable era que Jungkook le quitara el arma de una patada, aunque eso le dolería y no tenía muchas ganas de hacerlo.

—Si quieres que este barco regrese a Nassau, tendrás que venir aquí y hacerlo tú mismo.

—Si intentas cualquier cosa... —Vacilando dio dos pasos hacia
delante con su perro entre los pies desnudos.

—¿Qué? ¿Me azuzaras a tu rabioso chucho otra vez?

—No, te dispararé.

Jungkook se apartó un poco para dejarlo pasar y señaló el timón.

—Tiende a vibrar por debajo de los cincuenta nudos —le advirtió.

Él se detuvo y, con la pistola, le indicó que se apartara del todo
del timón.

Jungkook sacudió la cabeza y lo observó. Espero hasta que dio
otro paso vacilante y entonces, de repente lo agarró por la
muñeca. El intentó soltarse y la pistola se disparó. El arma de
calibre doce lanzó una bola de fuego roja contra el timón.
Impactó en el GPS e hizo pedazos la botella de ron, que explotó
en todas direcciones. El ron se encendió y, como un río en
llamas, atravesó el panel de mandos y se internó por el agujero que Jungkook había abierto para hacer el puente al motor.

Jungkook y Jimin cayeron al suelo cuando la bola de quinientas candelas atravesó el panel y explotó debajo de él con un fuerte estallido, lanzando lenguas de fuego a través del agujero. Las bengalas rojas se encendieron una por una e incendiaron el timón como si fueran diez pequeños sopletes. Los cables chisporrotearon y el motor se detuvo. Como si fueran
espasmos de muerte. Las luces parpadearon y se apagaron por
completo. La única luz en la negra noche provenía de las llamas danzantes con sus destellos anaranjados del timón incendiado.

—Dios mío —dijo entre sollozos Jimin.

Jungkook se puso en cuatro patas y vio que el periódico se
había prendido y que las llamas subían por el parabrisas hasta
el techo de lona.

Era evidente que su mala suerte no había terminado aún.

*Créditos al creador

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