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01. Los Jeon

Pueblo de los Jeon

1969

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—Señor, Park Bon-hwa ha llegado —anuncia un pobre hombre. Su rostro gacho junto a su mirada, las manos unidas tras la espalda y el torso ligeramente inclinado; una venia cargada de falso respeto y temor.

Jeon Ji-hu asiente en su dirección, apenas viéndolo por sobre uno de sus hombros. La frente en alto por el narcisismo y la soberbia que le impiden bajar de su nube.

—Dile que pase, lo estaré esperando en mi despacho —dice unos segundos antes de marcharse sin mirar atrás, perdiéndose del temblor que generó su temible voz en el cuerpo ajeno. Sus pasos firmes resuenan en el suelo de mármol y deja la puerta entreabierta para que el hombre acceda sin necesidad de tocar.

Esa mañana es fresca, el clima ahí siempre lo es. El cielo se mantiene nublado a pesar de la ausencia de lluvia y el viento se siente húmedo, frío y perfecto.

Se sienta tras su escritorio en espera de su invitado y enciende el primer puro del día. El humo que entra a sus pulmones es como una recarga de energía a primera hora que no sabía que necesitaba, es lo más cercano a la paz.

—Estoy aquí —se escucha desde la entrada y el fornido cuerpo de un hombre cercano a los cuarenta y cinco años le otorga lo más parecido a una sonrisa—. Es un gusto volver a verte, Ji-hu.

Él niega al ponerse de pie y estirar su diestra.

—Como siempre, el gusto es mío.

Sus manos se estrechan en cuanto Park se adentra al despacho y toman asiento en cuestión de segundos. El toque es breve y cortés, pero necesario; de no ser realizado podría convertirse en el detonante de otra guerra entre ambas familias.

—Dime, ¿qué te trae por aquí? —Sin esperar respuesta se pone de pie para moverse con agilidad en el salón, moviendo sus manos con rapidez antes de servir un par de tragos y colocarlos sobre el escritorio—. ¿Cómo están tus hijos? ¿La pequeña Bada se encuentra bien?

Bon-hwa sonríe ante la mención de su hija mayor y bebe un escaso sorbo del líquido frío y amarillento entre sus manos. Sabe amargo, pero no es realmente la bebida. La amargura viene de lo profundo de su pecho.

—Ella se encuentra tan bien como sus hermanos, creciendo sanos y fuertes. —Levanta el fino cristal a la par de un movimiento suave de cabeza y le permite a la esquina de su boca elevarse una mínima. Otra absurda mueca que imita una sonrisa—. Gracias por preguntar.

—Esas son excelentes noticias —exclama, imitando aquel gesto que no tiene una definición exacta. Petulante y altanero.

—Realmente lo son. —La voz es ronca y el sorbo difícil de digerir—. ¿Qué me dices de tus hijos? ¿Cómo se encuentra Ji? ¿Ya es más alto que su padre?

Jeon ríe con poca gracia y bebe en silencio. Luego suspira, como si lo que estuviera a punto de decir le costase demasiado.

—Los hijos crecen. Bon-hwa —dice—. Ji, Jun y Junghoon son todos unos adultos ahora. La única que aún parece renuente a abandonar el nido es Jiyu. ¿Qué te puedo decir?, es solo una niña.

—Lo son, en definitiva. ¿Qué edad tiene el mayor? —pregunta, aunque ya conoce la respuesta. La diferencia de edad es mínima con la de su pequeña Bada.

—Está por cumplir dieciocho años, los mismo que tu hija. —Y ríe, como si todo eso fuera un chiste, como si no tuviera enfrente a un padre desmoronándose por dentro—. ¿Cómo es posible que no recuerdes la edad de nuestros hijos? ¡Nacieron casi el mismo día!

Eso también es verdad.

Park asiente dándole la razón, el vaso en su diestra siendo sujetado con mayor fuerza de la necesaria y su mente viajando lejos; muy, muy lejos. Con suerte, a unos cuantos cientos de kilómetros, a una casa anaranjada y de jardín extenso. Puede ver su hogar, a su hija con el vestido verde lima decorado con flores rosas que le vio por la mañana, a su esposa viéndolo con el ceño fruncido por la desaprobación y una mueca amarga.

—Lo sé, el tiempo realmente vuela —alcanza a decir. Su garganta se cierra con el transitar de cada segundo y el contrario parece disfrutarlo sin saberlo.

Al cabo de unos minutos en completo silencio, Ji-hu termina el contenido de su vaso y hace un sonido de satisfacción que antecede a sus palabras.

—¿Qué sucede, Bon-hwa? Dudo mucho que hayas venido desde tu región a la mía solo para hablar del correr del tiempo y las edades de nuestros hijos —dice sin consideración, llamando la atención del hombre que aún se aferra a lo que hace mucho le dejó de pertenecer.

Debe hacerlo, si se encuentra ahí es por su hija, por la felicidad de la persona que le dio las mayores alegrías al llegar a ese mundo. Su hija, la que vio crecer y madurar. La que lo adoró en los mejores y peores escenarios.

—Tienes toda la razón, no estoy aquí por una conversación vacía. —Su postura rápidamente adquiere firmeza—. Vine a hablar del acuerdo entre nuestras familias. Creo que el momento que hemos esperado por años está cada vez más cerca y qué mejor que estar preparados para todo. Llegar a acuerdos en caso de ser necesario.

Jeon asiente y saca de uno de sus cajones un grueso cuaderno en el que busca sin sentido.

—Concuerdo contigo en eso. Si hay algo que caracteriza a los Jeon es la puntualidad, el valor de nuestra palabra y el peso de nuestro apellido —vocifera con una sonrisa de satisfacción, humedeciendo sus dactilares para cambiar página tras página como un poseso sin control—. ¿De qué deberíamos hablar primero? ¿La boda? ¿La ceremonia? ¿El tamaño de la nueva residencia?

Bon-hwa niega mientras eleva su palma, deteniendo el parloteo ajeno.

—Hay algo más importante que todo eso, algo que tiene que ver con mi hija y familia directamente. —La manera en que su semblante cambia de un segundo a otro para adquirir mayor seriedad es sorprendente, aunque quizá no lo suficiente para el hombre inmutable frente a él.

El ambiente se vuelve pesado de un segundo a otro, la respiración es costosa y la temperatura se eleva.

Aún no comienza, pero Park ya sabe que nada de eso terminará bien.

—¿Qué es aquello que llamas tan importante? —cuestiona solo una vez.

Y la respuesta es tan firme como la interrogativa. Concisa y sin rodeos.

—Quiero que Bada siga viviendo en nuestra aldea, ella es un Park, pertenece y necesita estar rodeada de los suyos, de su familia.

Jeon niega de inmediato, sonriendo falsamente mientras el rostro se le torna rojizo por la indescriptible furia que lo ataca ipso facto.

—¿Qué estás tratando de insinuar? ¿Que mi hijo vaya a vivir con ustedes? ¿Que deje a nuestro pueblo sin heredero que lo gobierne? —La voz es más ronca con el rápido pasar de los segundos, sin llegar a ser los gritos airados que realmente desea liberar.

Las venas del rostro le tiemblan como muestra de su sentir, así como los ojos parecen desubicarse por escasos periodos. Los Jeon son, en conclusión, personas poco racionales cuando se les lleva la contraria. Eso cualquiera lo sabe. Sin embargo, Bon-hwa no piensa darse por vencido tan pronto.

—Ji no es tu único hijo, tienes dos varones más y una hija pequeña. Tú y tu pueblo no quedarán desamparados en ningún momento venidero.

—¿Qué me dices de ti? Tienes más hijos. ¿Por qué te aferras a la única mujer?

—Es precisamente por eso que lo hago, Bada es mi única hija y la mayor. El menor de mis hijos probablemente se vaya en busca de su propio destino mientras el otro lidera nuestra aldea. ¿Quién cuidará de nosotros en la vejez si no es nuestra única hija? —insiste, haciendo trabajar su mente para maquinar más pretextos.

Ji-hu se mantiene inmóvil, las facciones severas y la mirada oscurecida. Se humedece los labios y baja la vista por un par de segundos, centrándola en su índice que golpea constantemente la superficie del escritorio.

—Cuando se trata del acuerdo de nuestras familias, para que una decisión sea tomada ambas partes deben estar de acuerdo. —La voz es ronca, mas se asoma un timbre de burla—. Y yo, Jeon Ji-hu, no estoy de acuerdo con lo que la aldea Park me ha solicitado.

No hay vuelta atrás y eso ambos lo saben, lo que ocurra con el joven matrimonio deberán afrontarlo con firmeza; sin embargo, sus pensamientos van en direcciones opuestas. Uno piensa que el dominio será fácil, el otro puede ver el desastre inminente acercarse a pasos agigantados.

—Muy bien, si esa es la última palabra de los Jeon no hay nada más por hablar. Me retiro. —Mientras habla se pone de pie, sacude el polvo inexistente de su impoluto traje oscuro y se mueve apenas unos pasos antes de que la firme voz contraria le pida que se detenga.

—¿Te irás tan pronto? ¿No quieres que veamos algún otro preparativo?

«Oh, a este paso no será necesario» Le gustaría decir, pero se limita a solo pensarlo.

—Es mejor que venga Bada personalmente a hablar de eso, nuestras mujeres pueden hacerlo sin problema alguno —dice por sobre su hombro, continuando su andar en cuanto las palabras se acaban.

—Sí, las mujeres podrían hacerlo.

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Si alguien le preguntase a Bada cuál es su vida soñada, ella sin problema alguno diría que fuera de ese pueblo, viviendo con la persona que quisiera, con los hijos que deseara tener y leyendo todos los libros que pudiera adquirir.

Sueña con una casa pequeña, un marido amable y un par de niños corriendo de un lado a otro sin la presión del futuro planificado por otros.

—¿Esperaste mucho? —pregunta el chico antes de arrojarse a su lado, importándole poco que la ropa recién cambiada se ensucie por el polvo y pasto del lugar.

Ji viste pantalones de mezclilla y una camisa informal, un par de prendas horribles a los ojos de sus padres pero que él no cambiaría por nada del mundo. En su interior sabe que su madre las lava y acomoda entre el resto de ropa con la clara intención de que vuelva a utilizarlas, puede verlo en el par de orbes brillando con falsa desaprobación.

—No tanto, pero si tardabas unos minutos más, en cuento te tuviera enfrente te arrancaría la garganta. —El pulgar se eleva a la altura de su cuello en un movimiento horizontal que asemeja a una navaja.

Ji ríe a la par de una negación, rodeando los hombros ajenos con uno de sus brazos.

—Que tu futura esposa te diga palabras tan románticas no tiene comparación. ¿Cómo le haces para amarme tanto? —El tono burlesco hace que ella lo empuje con poca fuerza mientras sus propias risas llenan el ambiente.

—Eres un idiota.

—Sí, mi amor, yo también te amo y muero por casarme contigo. —Los comentarios sin sentido se mantienen por algunos minutos más, provocando risas efusivas que le anteceden a las nostálgicas, entonces, y sin darse cuenta, Bada termina llorando en el hombro de su prometido.

—T-te odio —dice entre hipidos, golpeando su pecho sin la intención evidente de daño—. A ti y a tus padres.

—¡Oye! ¿Por qué solo a los míos? Que cada uno odie a sus padres, no me quites el trabajo—. Ji parece no querer abandonar su lado humorístico, aunque en realidad solo lo hace por la persona entre sus brazos. Quiere hacerla sentir segura, feliz y libre por solo unos minutos—. ¿Crees que yo sí quiero casarme contigo? Puff Ojalá pudiéramos anular el compromiso, mañana mismo estaría frente a tus padres diciendo que no quiero a su pequeña mimada como mujer.

—¡Eres un idiota!

Ji ríe y una silenciosa lágrima desciende por su mejilla, traicionera y retadora. La limpia con la manga de su camisa y mece el pequeño cuerpo. Él ama a Bada, quizás un poco más que a sí mismo, pero eso no significa que sea capaz de verse a su lado por el resto de sus vidas. Y asume, es lo mismo que sucede con la chica, ella no puede verse junto a él teniendo una familia y adaptándose a la dictadura familiar.

—Pequeña...

—Tenemos la misma edad, Ji.

—Pero no la misma estatura —corrige, pero ver la furia naciente de su amiga lo motiva a ir al grano—. Tranquila, pequeña fiera, quiero hablar contigo seriamente.

—Define la palabra "serio", no creo que tu estupidez te deje discernir con claridad.

El chico farfulla entre dientes maldiciones ininteligibles antes de sonreír en su dirección, sacudiéndole el cuerpo de un lado a otro con mayor energía.

—¿Qué sucederá con nuestro plan? ¿Realmente estás decidida a esto? ¿Qué harán tus padres cuando se enteren? ¿¡Qué harán los míos cuando se enteren!? —El alterarse fácilmente es su don, así como lo es el hacer sonreír a los demás y restarle importancia a las cosas que de verdad la tienen.

—Mis padres ya lo saben, Ji.

—¿Lo dices en serio? —El asentimiento es inmediato.

—Hablé con mi padre hace unos días, esa es la razón por la que fue a visitar a los tuyos, creyó que si me dejaban vivir en mi aldea decidiría quedarme.

—¿Realmente creyó que mi padre te dejaría hacer eso? —Incredulidad que es evidente en el tono de voz y una pausada negación—. ¿Qué fue lo que le dijo?

—Lo obvio, supongo yo. No permitirá que vivamos aquí.

—La vida es una mierda. —Los suspiros siguientes solo asemejan la derrota—. ¿Cuál es el plan entonces? ¿Qué día quieres que nos escapemos de aquí?

Bada lo mira con incredulidad unos segundos, luchando por encontrar algún ápice de falsedad o broma en su rostro. No lo encuentra, por supuesto. Ji tiene determinación en cada una de sus facciones y una mirada perspicaz.

—¿Estás decidido a hacer esto conmigo?

—Eres mi prometida, haré lo que tú hagas.

—Hablo en serio, Ji. —El tono cansado hace que él ruede los ojos.

—Y yo también, mujer. —Carraspea un poco antes de continuar, no olvidando tomar las manos ajenas entre las propias—. Tú y yo estamos en el mismo barco, ¿entiendes? Si tú decides huir lo haré contigo, nos necesitaremos el uno al otro hasta que podamos ser autosuficientes. Entonces cada uno podrá hacer su vida y, si así lo deseas, no nos volveremos a ver hasta nuestra próxima vida.

Ella sonríe, acariciando la mejilla del joven que otros han escogido como su compañero de vida. Siente que el pecho le arde ante tanta calidez, ante aquel aprecio incondicional que vino por tantas experiencias compartidas, por años de ser prometidos aun cuando ninguno sabía a ciencia cierta el significado de esa palabra.

—Está bien, ahora tienes la obligación de cuidarme.

—Lo haré, sabes que eres como una hermana para mí, Bada.

La chica sorbe su nariz con una temblorosa sonrisa abarcando su cara, sus ojos están rojos por el imperioso llanto al igual que sus mejillas normalmente pálidas.

—Te mataré si no cumples con tu palabra —amenaza, ocultando su rostro en el pecho ajeno.

Ji ríe ligeramente antes de acariciarle los cabellos claros y centrar su vista en el horizonte.

—¿Acaso estás loca o no sabes lo que caracteriza a los Jeon? —bromea, aunque puede escuchar la profunda voz de su padre haciendo eco en cada espacio de su mente—. "La puntualidad, el valor de nuestra palabra y el peso de nuestro apellido". No dudes que cumpliré mi palabra.

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La guerra entre los Jeon y Park llevaba —quizás— unos cien años. Ni Ji y muchos menos Bada sabían a ciencia cierta las razones que los llevaron a odiarse o el nombre del estúpido al que se le ocurrió la grandiosa idea de establecer una tregua uniendo en matrimonio a un par de ellos cada dos generaciones.

—¡Seguramente fueron tus ancestros, los Jeon tienen la cabeza hueca! —le dijo Bada al chico en una de sus muchas peleas, casi llorando por la furia y con el rostro rojizo por los gritos que se originaban en lo profundo de su pecho.

Ji nunca levantó la voz a pesar de los caprichos ajenos, era consciente de los deseos de su prometida por ser algo más que una mujer dedicada al hogar; ella soñaba vivir fuera de esa condena interminable de mujeres esclavizadas.

Fue cuando cumplió catorce años que lo comprendió casi por completo, cuando escondió varios de los libros que utilizaba para su educación "superior" en espera de que sus padres olvidaran la existencia de éstos y poder llevarlos ante ella. Fue cuando vio la sonrisa satisfecha al momento en que le explicó de qué trataba cada uno y la motivó a leerlos todos. Fue cuando regresó a su hogar aun sabiendo que esos libros hablaban de la libertad que el exterior comenzaba a vivir y conociendo lo que despertaría en su interior.

—Ji...

—¿Sí?

—Si yo te pidiera... bueno, me gustaría...

—¿Qué sucede?

—¿Crees que deberíamos escaparnos?

Para ese momento tenían ya quince años, el fomentar la idea de pelear por su libertad había llevado su tiempo, pero a pesar de ello Ji luchó por no mostrar su verdadera sonrisa victoriosa.

—¿De qué hablas? ¿Lo dices en serio? —Procuró no sonar demasiado incrédulo, debía parecer sorprendido, pero no demasiado para que ella no retrocediera en su idea.

—Tienes razón, ¿en qué estoy pensando? —Sentirse culpable era parte del proceso, así que él se apresuró a corregir y acelerar el momento. Tenían quince años, debían salir de ahí antes de que se casaran o se les acabara la vida.

—No, no, me refería a eso. Quiero decir, no estás jugando, ¿o sí?

—Yo...

—Porque si no estás jugando puedo decir: "sí a todo menos al matrimonio".

Él también se emocionó ante la decisión, sobre todo cuando hicieron los planes.

Debían ser pacientes y esperar el momento exacto, aunque al parecer ya había llegado.

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El pasillo que conecta la sala con el despacho se encuentra levemente iluminado, se escucha un murmullo al fondo y el sonido de los papeles al moverse.

Con el reloj marcando las dos y treinta de la madrugada, Jeon Ji sale de su habitación con mochila en mano y un par de cartas. Camina descalzo hasta el buró junto a la entrada y deja los papeles en uno de los cajones antes de salir.

No lleva mucho consigo, solo la esperanza de lograr un futuro prometedor para su prometida. Le hubiera encantado salir junto a sus hermanos, pero sabe que ninguno de ellos comparte sus ideales. Entonces se siente como la oveja negra entre el rebaño blanco, de diferente pensamiento y personalidad.

Al llegar a la aldea de los Park puede ver a Bada fuera de su casa, con un abrigo grueso y una figura a su lado. Incluso a esa distancia puede distinguir claramente a Park Bon-hwa, así que se prepara para saludarlo en cuanto lo tiene enfrente.

—Señor... —No sabe qué decir, jamás pensó que se encontraría con el hombre mientras intentaba escapar con su prometida. Se limita a hacer una venia breve y agachar la mirada.

—¿Estás listo, hijo? ¿Llevas lo necesario? —pregunta con sincera preocupación y él asiente efusivamente.

—Sí, señor. Solo traje la ropa necesaria y dinero que ahorré durante un tiempo —admite.

Bon-hwa suspira antes de sacar la billetera de su propio abrigo y entregar suficiente efectivo al menor.

—Bada también lleva dinero, pero es mejor prevenir. —Mientras habla introduce los billetes en la mochila ajena, luego lo toma de los hombros, viéndolo fijamente antes de abrazarlo con fuerza—. Cuídense mucho, Ji. Cuida a mi hija, sabes que no tendré otra.

Y él asiente, dispuesto a cumplir esa parte de su trabajo.

«Es lo menos que puedo hacer por mi prometida» Piensa, cuando en realidad es el único que ha hecho mucho más de lo que cualquiera de sus ancestros hizo o haría. Vio por la felicidad y bienestar de su pareja antes que la propia. Luchó por el inicio de una nueva vida.

Fueron los años los que se lo hicieron saber, aunado de los agradecimientos y sonrisas felices de su "hermana" —lugar que ahora había adquirido y que le dijeron a todo aquel con el que se topaban—.

Vivieron como huérfanos hasta que una piadosa mujer los adoptó para criarlos junto a sus dos gatos. Vivieron como niños sin apellido hasta que aquella anciana falleció y les dejó su casa, entonces creyeron que era el momento perfecto para separarse. Tenían veintiún años ya, comenzaban a verse con otras personas y se sentían listos para dejar ir por completo el pasado.

—Apuesto a que no pudimos hacerlo mejor —dice con una taza de té entre las manos, sentados uno frente al otro.

Afuera el clima es frío como el de cualquier invierno, la primera nevada sucedió semanas atrás y ellos se mantienen en la comodidad de esa vieja casa, completamente lejos de sus raíces.

—Estoy segura de que no —concuerda con una sonrisa.

Es esa —quizá— la última noche que pasarán juntos, realmente no lo saben, pero deciden disfrutarla al máximo.

Ji es el primero en extender su mano, esperando paciente a que ella imite el gesto y puedan unirlas. El calor filtrándose entre sus dedos es especial, no solo energía, es amor que las palabras no pueden expresar. Su relación —de hermandad o amistad— siempre había sido así, de palabras escasas y acciones cálidas. Nunca necesitaron más.

Se ven a los ojos con una intensidad indescriptible y acercan sus rostros sin remordimiento. Respiraciones mezclándose de a poco y narices rozándose. La unión entre sus labios es casta y breve, un toque cariñoso que cortaron casi de inmediato.

—Te amo, Bada —susurra sobre su boca, estirando la mano libre para acariciar la piel nívea de su mejilla—. Pero esta será la última vez que nos veamos.

La seriedad de su rostro y el tono de su voz no dan espacio para negociaciones, no es una decisión tomada de momento, ella sabe que Ji pensó en ello el tiempo suficiente como para terminar ordenándolo. Así que asiente, dispuesta y conforme.

—Lo sé. —Por primera vez en todo el tiempo que llevan juntos se cuestiona su sentir, se pregunta si es la decisión correcta y no un capricho juvenil. Entonces llora, porque está confundida, porque su vínculo con el chico frente a ella le impide pensar con claridad—. T-también te a-amo.

Él sonríe al limpiar las gotas saladas que inundan sus manos, regala besos castos en la piel caliente y la abraza con fuerza cuando se desmorona entre sus brazos.

Bada, aquella joven fuerte e independiente, de jerga amplia y mente abierta; aquella niña que siempre miente, que finge ser valiente ante los demás y se rompe en compañía de la soledad, que no es capaz de odiar a pesar de decirlo tanto. Bada siempre sería su gran amor, la chica que le dio las mayores alegrías, que lo apoyaba incondicionalmente y que no estaba dispuesto a perder solo por aferrarse a su lado. Porque lo sabía, era conocedor de lo que sucedería si se quedaban juntos.

«Solo podré protegerla si la mantengo lejos» Piensa, y tiene toda la razón. Si realmente deseaba mantener la personalidad intacta de la chica debía alejarla, mientras más distancia hubiera menos la perdería. Ella estaría por ahí, feliz e intacta.

—Deja de llorar, te ves horrible cuando lloras. —Su hermosa sonrisa apenas y puede distinguirse en la oscuridad de la noche, como un recuerdo poco nítido grabado en su memoria—. Déjame dormir contigo hoy, creo que nos lo merecemos.

Ella vuelve a asentir, con la cara embarrada de fluidos desconocidos y el labio inferior tiritando.

—Sí, duerme conmigo —pide en lugar de ordenar, actuando sin fidelidad a su personalidad retadora.

Con pasos trémulos se dirigen a una de las habitaciones, mueven las sábanas y se acomodan lo más juntos posible sobre el mullido colchón, sintiendo la calidez de sus cuerpos y abrazándose con ahínco.

—Prométeme que no te irás mientras duermo —gimotea.

—¿Estás loca? Claro que no me iré mientras duermes, ¡eso es cruel! —Puede sentirla enterrando el rostro en su pecho e inhalar profundamente—. Duerme ya, mañana nos levantaremos temprano.

—Está bien.

El silencio reina a partir de ahí, algunos animalillos nocturnos emiten sonidos bajos y Ji puede sentir su propia respiración haciendo juego con la ajena.

—Realmente te amo, pequeña. Y amo que seas feliz, aunque no sea a mi lado.

Y sí, el día siguiente es la última vez que se ven. A partir de ahí son dos desconocidos añorando encontrarse y suplicando para que no suceda.

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***

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—¡Es imposible que nadie sepa dónde están! ¿¡Son jodidamente inútiles o qué mierda!? —Los gritos pueden oírse con claridad a varios metros de distancia, alterando a más de uno con la noticia—. Mi hijo y la hija de Park están desaparecidos. ¡Hagan su maldito trabajo!

Bon-hwa se mantiene sereno en una esquina, conocedor de la desaparición, pero ignorando el paradero de los jóvenes.

«Es mejor así» Se dice.

Los hombres bajo el mando de Jeon se retiran con la cabeza gacha, de tener cola como los perros seguramente la tendrían entre las piernas.

—Jamás habían sido tan inútiles como ahora. —Trata de excusarse frente a él—. Disculpa por todo el alboroto.

—No tienes de qué disculparte, todo esto nos mantiene alterados —admite frotándose el rostro.

—¿Cómo se encuentra tu esposa? —Por primera vez puede notar la verdadera preocupación y eso lo hace sentir culpable por algunos segundos.

—Triste y preocupada, como cualquier madre, supongo. —Jeon asiente, nervioso sin sentido aparente—. ¿Tu mujer qué tal está?

—Furiosa, dice que todo es culpa nuestra.

«Y tiene razón, es realmente nuestra culpa»

—Es entendible. —En silencio toma asiento frente al hombre, viendo sus palmas abiertas en su regazo.

—Park —le llama.

—¿Sí?

—Sabes lo que pasará si nuestros hijos no están juntos, ¿verdad? —La mirada nerviosa lo pone del mismo modo, el cuerpo le tiembla repentinamente y lo percibe alterado—. ¿Lo sabes?

—No, o por lo menos no con certeza. —Ahora tiene miedo y desconoce la causa, pero el cuerpo le hormiguea por la anticipación—. ¿Qué sucede?

—Estamos malditos, Park. Y esa maldición nos perseguirá si no obtiene lo que desea.

—¿Malditos? —Incredulidad.

—Puedes decidir si creerme o no, pero lo estamos. Tu hija y su descendencia, así como la de mi hijo, están malditos por siempre. —Un suspiro acompaña la frase, el sudor corriéndole por el rostro a pesar de las bajas temperaturas—. Sé que no escaparon para estar juntos, tanto como estoy seguro de que tú también lo sabes. El problema no es que escaparan, sino que no cumplimos con la parte del trato.

—¿De qué diablos hablas? —Ahora hay molestia por la incomprensión—. Nada de lo que dices tiene sentido.

—Quizás ya no lo recuerdes, pero todo este desastre llevó a nuestras familias a la muerte, el odio se apoderó del raciocinio de los viejos y querían matarse entre ellos. Solo una cosa pudo separarlos, pero tenía un costo. Un matrimonio cada dos generaciones, la ofrenda es su primogénito.

Ahora lo recordaba, el pasado del que siempre quiso huir, pero nunca tuvo el valor de hacerlo. Razones suficientes por las que siempre quiso alejar a sus hijos de la familia.

—¡Me estás diciendo que aún sabiendo todo esto estabas dispuesto a dar a mi hija como sacrificio! —La furia primitiva es impresionante, tanto como el apego por la familia. El amor y odio siendo los sentimientos más fuertes en el mundo—. ¿¡No es así!?

—Yo no escojo a los involucrados. ¿Crees que fue decisión mía que nuestros hijos nacieran el mismo año? ¿Que yo coloqué esa marca de nacimiento en su muñeca? —Es impresionante lo que el miedo puede hacer en uno, al imbécil lo vuelve eficiente y al eficiente, imbécil—. Eso los perseguirá sin que nosotros podamos hacer nada.

—¿Realmente no podemos hacer nada? —Solo es necesario un contacto visual para saber la respuesta.

Eso son los Jeon.

Eso son los Park.

Ellos están malditos.

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