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Prólogo


—Será mejor que te marches— intenté decir con la mayor firmeza posible.

Sus hermosos ojos bajaron hasta mi hombro, donde descansaba mi cabello castaño. No entendí su acción hasta que llevó su mano a ese lugar y apartó el mechón de pelo hacia atrás, dejando mi piel al descubierto. Un escalofrío me recorrió cuando sus dedos rozaron la curva de mi cuello. Era un gesto simple, pero bastó para que una avalancha de mariposas se pusieran a revolotear en mi estómago.

—Lo mejor ahora sí es marcharme— murmuró con un tono ronco, casi tan grave como el gruñido de un león—. Pero tú no quieres que lo haga y yo tampoco deseo hacerlo.

—Magnus...—jadeé al escuchar sus palabras.

No pude formar la frase que iba a pronunciar, ya que uno de sus brazos me rodeó la cintura con fuerza, atrayéndome contra su cuerpo. Un pequeño gemido escapó de mi garganta al sentir esa acción tan repentina. En un abrir y cerrar de ojos, sus labios estaban sobre los míos, tomándolos con él mismo vigor que aquella noche en el baño de la discoteca. Mis manos se aferraron a su pecho duro y musculoso tratando de separarlo, pero sus besos no cesaron. Me devoró, tomó mis labios y se sació con ellos. Me aferró a su cuerpo como si fuera una promesa que no quería romper. Su lengua experimentada exploró mi boca, jugueteando con la mía y borrando cualquier pensamiento coherente que pudiera tener.

                             ♤♤♤

Trece años antes.

La luz del sol de la tarde se filtraba a través de las ventanas del pasillo. En medio de esas paredes, dos chicos se enfrentaban a una niña de cabello castaño, como si fuesen dos lobos a punto de devorar a un cervatillo.

-¿Eres idiota, o qué?- espetó el primero, un chico alto y delgado, con una mirada que traspasaba el alma. Su voz, cargada de desdén, resonó en el pasillo, mientras sus manos se cruzaban sobre su pecho, como si la niña fuera una peste.

-Más idiota eres tú- replicó la pequeña, su voz era apenas un susurro, pero en sus ojos ardía la furia de una guerrera diminuta.

-Eres una tonta que siempre anda con su maldito muñeco de mierda. No sirve para nada- gruñó el segundo chico, un pelirrojo rechoncho con una sonrisa cruel. Sus ojos se posaron en el oso de peluche que la niña abrazaba con fuerza, como si fuera su único consuelo.

-Teddy no es una mierda- declaró la niña, su voz se quebró y lágrimas de impotencia brotaron de sus ojos. Dio un paso adelante, su pequeño cuerpo se tensó, desafiando la burla de los chicos.

-Claro que sí lo es- parloteó el chico alto, y en un movimiento brusco, le arrebató el oso de las manos. La niña se tambaleó hacia atrás, conmocionada por el ataque repentino.

-¡Devuélvemelo!- gritó, su voz se llenó de desesperación.-¡No es tuyo!

-Ni quiero que lo sea, niña tonta. ¿Crees que quiero el jugete de la hija de una empleada, cuando puedo tener todos los que quiero recién comprados? - respondió el chico, sin soltar el oso.- Solo digo que la mierda que no sirve para nada, hay que destruirla.- y con una fuerza brutal, empezó a desgarrar el oso, arrancando un brazo de peluche.

–¡No! ¡Teddy no!- la niña se echó a llorar, su cuerpo temblaba convulsivamente.-¡Devuélvemelo!.

-¿Quieres el muñeco? Entonces ve por él– manifestó el pelirrojo, con una sonrisa maligna, y la empujó hacia la pared.

Justo antes de que los chicos comenzaran a correr por el pasillo, una voz profunda y glacial resonó en el lugar.

- Devuélvanle el muñeco a la mocosa.

Los chicos voltearon de golpe, sus miradas se encontraron con la de un chico alto y corpulento a pesar de su edad, con ojos grises que parecían penetrar sus almas. Se había apoyado en el marco de la puerta, observándolos con una mirada implacable.

–Oh, Magnus, vamos. No seas aguafiestas- dijo el pelirrojo, con un tono de súplica que contrastaba con la actitud prepotente que había mostrado segundos antes.

La niña, con el rostro empapado en lágrimas, observó al chico de ojos grises que comenzaba a caminar hacia ellos, la esperanza de recuperar su oso, a pesar de estar roto, renació en su corazón.

—Dame el muñeco.
—ordena el chico, su rostro serio y autoritario refleja una determinación que parece haber sido parte de él desde que nació.

—Hey, ¿qué te pasa, eh? —se queja el pelirrojo, visiblemente molesto—. Tú eres el primero que siempre la molesta.

—Exacto. Solo yo tengo el derecho de hacerlo — comenta Magnus con una confianza desbordante, ignorando las miradas incrédulas de sus amigos—. Así que, dame el maldito muñeco.

—Está bien —acepta el chico alto, que no había pronunciado una palabra, dejando ver su frustración mientras le entrega el muñeco a Magnus—. Vámonos, Nick, porque aquí la diversión se ha acabado.

Los dos chicos se dan la vuelta y abandonan la habitación, dejando a Magnus solo. Él suelta un suspiro, girándose de nuevo hacia la niña que está en el suelo, con lágrimas secas marcando su rostro y los ojos enrojecidos por el llanto.

—Levántate, mocosa —le ordena con un tono autoritario, y ella, aunque renuente, se apoya en sus manos para incorporarse.

—No soy una mocosa, me llamo Hayla —le aclara con un tono desafiante, a pesar de que él ya conoce su nombre.

—Para mí, seguirás siendo una mocosa —replica Magnus, avanzando un paso hacia ella. La diferencia de edad es evidente; él le lleva casi seis años. Luego extiende el oso hacia ella—. Toma.

Hayla duda en aceptar el juguete, temiendo que sea una trampa como tantas otras veces.

—¡Cógelo ya, joder! —exclama Magnus, impaciente. Ante esto, Hayla no se lo piensa más y agarra su oso.

Magnus respira hondo y se da la vuelta para marcharse, pero la voz de la niña lo detiene.

—Tus amigos son malos —dice ella, con una mezcla de molestia y tristeza en su tono.—Han intentado asesinar a Teddy.

Magnus suelta una carcajada y se acerca de nuevo a ella.

—¿Intentaron asesinarlo? —preguntó con asombro, y la pequeña asintió.

—Le arrancaron un bracito —dijo, mostrando el juguete—. Tengo que decírselo a mamá para que lo repare, porque si no lo atendemos pronto, se va a morir.

Las cejas de Magnus se levantaron mientras negaba con la cabeza, esbozando una ligera sonrisa. A pesar de sus esfuerzos por no sucumbir ante la ternura de la niña y de intentar ser duro con ella, no podía evitar protegerla. Se veía tan frágil y adorable que, por alguna razón extraña, siempre sentía el impulso de hacerla rabiar.

—¿Acabas de insinuar que mis amigos son malos y yo no? —interrogó, mirándola directamente a los ojos.

Ella lo observa durante unos segundos antes de soltar una respuesta que provoca una amplia sonrisa en el rostro del chico.

—Tú también eres malo.—le dice sin dudar.

—Eres una mocosa —responde Magnus, disfrutando del momento—. ¿Dices que somos malos por decir la verdad? ¿Por señalar que eres una tonta?

La expresión de Hayla se transforma en ira, aunque hay algo adorable en su indignación.

—¡Yo no soy tonta! ¡Más tonto eres tú, Magnus Rabell! —explota, mientras los ojos de Magnus brillan con satisfacción al observar su reacción.

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