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Capítulo 2

La furia me hervía por dentro, y con cada paso que daba hacia la cocina, la imagen de ese tipo presumido se hacía más clara. Dejé la bandeja en la mesa y respiré hondo, tres veces, intentando calmar la tormenta que me inundaba. Pero la simple mención de su nombre, en mi mente, volvía a encender la mecha.

—Hayla, llegando una hora tarde —la voz de Rick, mi jefe, rompió el silencio.

Hice una mueca de incomodidad y traté de dibujar una sonrisa inocente.

—Hola, Rick —lo saludé como si nada, pero su mirada expectante me delataba que esperaba una explicación. — Como tal no tengo una hora de retraso, llegué hace unos quince minutos.

—Wow, qué gran logro —dijo con sarcasmo, claramente molesto. No era para menos. Últimamente mis llegadas tarde se habían vuelto una costumbre, y él se lo estaba tomando en serio.

Decidí dejar de fingir y hablar con sinceridad antes de que me echara una bronca, o peor, me despidiera.

—Rick, sé que últimamente no he cumplido con el horario, pero por favor te ruego que no me despidas. Juro que si vuelvo a llegar tarde trabajo horas extra, da igual, pero por favor no me despidas —prácticamente me arrodillé a sus pies, suplicando. Rick me observó en silencio, como si estuviera buscando las palabras adecuadas, hasta que un suspiro resignado escapó de sus labios.

—Vale —habló, y mis labios se curvaron en una sonrisa de alivio. — Pero si vuelves a llegar tarde, te vas a tener que quedar tiempo extra. Sabes que si no te he despedido aún es por el gran afecto que le tenía a tu padre, pero por más que quiera mantenerte aquí, recuerda que yo no soy el dueño del restaurante.

—Muchas gracias, Rick —la emoción me ganó, y sin pensar, lo abracé. Él se quedó estático, sorprendido. Me separé rápidamente, intentando contener la risa, porque la cara de Rick era un poema.

-Lo siento -susurré, tratando de evitar que una sonrisa se escapara de mis labios.

Vi cómo alzaba una ceja y una sonrisa de medio lado se dibujaba en su rostro.

-Ve a trabajar, Spellman -me ordenó, usando mi apellido, y obedecí.

-La orden de la mesa nueve ya está lista- escuché la voz de Zack, y maldije por lo bajo al recordar al idiota que estaba sentado en esa mesa. Tomé la bandeja, acomodé los platillos con cuidado y salí de la cocina, dirigiéndome hacia la mesa de los "señores".

-Aquí tiene, señor- informé, dejando los platos sin prestarle atención al hombre que estaba a su lado.

-¡Oh, por Dios, esto se ve delicioso! -exclamó su compañero, admirando la comida. -Por favor, preciosa, deja de llamarme señor, voy a empezar a creer que me veo viejo.

Reí ante el comentario, porque él no se veía viejo en absoluto; de hecho, era bastante atractivo.

-¿Me vas a tomar la orden o no?- mis ojos se encontraron con los del idiota, que mantenía un semblante serio y distante. <<Eso no me sorprende>>

Saqué la libreta y el bolígrafo de mi delantal, lista para anotar el pedido.

-Bien, ¿ya va a ordenar? -cuestioné cuando él no dijo nada.

-Tal vez- respondió con una arrogancia irritante. Sabía que estaba jugando conmigo.

Solté un suspiro de frustración y lo miré con furia. Mis mejillas ardían. No sabía en qué momento su mirada había dejado de enfocarse en mis ojos para recorrer todo mi cuerpo. Sentía como si me estuviera realizando una radiografía, y lo que me hizo tragar saliva fue la manera en que volvió a mirar mis ojos mientras pasaba la lengua por sus labios.

-Tráeme un Seafood salad- dijo, sin que yo le prestara mucha atención.-¡Hey!

Volvió a dirigirse a mí, y sacudí la cabeza, intentando salir del trance en el que había caído. Tragué saliva y lo volví a mirar.

-Perdón, ¿qué decía?

-Creí que el servicio de este restaurante era más eficiente -murmuró como si yo no estuviera ahí.

-¿Disculpa? -cuestioné, un poco enojada y ofendida.

-Quiero una Seafood salad- anunció, ignorándome a lo hijo de puta. <<¿Será idiota?. Claro que lo es.>>

Tomé aire para controlar mi ira y evitar marcarle los cinco dedos en la cara mientras anotaba su pedido.

-¿Algo más? -pregunté, y él negó con la cabeza.

-Nada más. Ya puedes largarte.- enuncia con su total atención en el teléfono.

Ruedo los ojos y emprendo mi camino hasta la cocina.

Solo espero y le pido a Dios que éste individuo no empiece a frecuentar el restaurante .

                               ____

Me quité la camisa del uniforme y me puse un top, acomodándolo sobre mi cabeza. Luego, me coloqué la chaqueta y abroché mi pantalón. Eché un vistazo a mi reflejo en el mini espejo del vestidor, donde solo se veía mi cabeza, y acomodé mi cabello. Me deshice de la goma que lo sujetaba, dejando que cayera libremente sobre mis hombros. Tomé mi mochila del perchero y salí del cuarto de cambio, caminando por un pequeño pasillo hasta llegar a la cocina. El caos reinaba en el lugar, todos corriendo de un lado a otro.

—Spellman, ¿ya te vas?- indagó Zack, cortando verduras en una mesa.

—Sí, ya terminó mi turno, respondí acercándome. Bajé la mirada a sus manos mientras cortaba las verduras, luego las echaba en un sartén y empezaba a cocinarlas. -Wow, eres muy bueno -las palabras salieron de mi boca sin pensarlo. Zack realmente tenía talento en la cocina.

Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras revolvía las verduras en el sartén.

—Si no lo fuera, no estaría trabajando aquí, Hayla, dijo, volviéndose a verme. Por un instante, sentí un ligero cosquilleo en mi estómago ante su mirada.

—Bueno, creo... que... ya tengo que irme- comencé a retroceder hasta la puerta como una tonta mientras me despedía.

—Hasta mañana, Hayla– se despidió con la mano.

—Hasta mañana, Zack- hice el mismo gesto. Él me regaló una última sonrisa antes de que me fuera.

                              ***
Abrí lentamente la puerta de la biblioteca Jashon y me desplaze en el interior de ese bosque de plalabras y aventuras, romances trágico y mundos mágicos que hacen olvidarte de la realidad. Hechéun vistazo al interior de ese lugar. Me sorprendió no encontrar a Luka en el mostrador, ya que siempre estaba ahí.

—¡Luka!, lo llamé mientras caminaba entre los estantes, ¡Luka, vine a devolverte el libro que me prestaste!

—¡Ah, Hayla! Estoy por aquí, escuché su voz.

Me dirigí hacia él y lo encontré subido en unas escaleras, con un montón de libros encima. No pude evitar reír, casi no podía verme.

—¿Luka, qué haces ahí?

—Nada, solo me preguntaba cómo se verían las personas desde aquí arriba- expresó cierto tono de ironía.

—Pero si le temes a las alturas- hable, mientras él intentaba acomodar los libros en su lugar.

—Sí, pero bueno, en algún momento tenemos que enfrentar nuestros mie...—hno de sus pies se resbaló en el escalón y terminó en el suelo, con una montaña de libros encima.

—¡Oh, por Dios, Luka! ¿Estás bien? Me arrodillé rápidamente frente a él, quitándole los libros que le habían caído encima.

Él se acomodó en el suelo, frotando una mano en su cabeza.

—A pesar de que tal vez tenga una contusión cerebral por todos esos libros, creo que la libré bien.

Reí con la reacción de mi amigo, porque era un tonto; se pudo haber roto el tobillo o un brazo con esa caída.

Lo conocí hace dos años, en una conferencia de lectores. Ambos somos fanáticos de la lectura, así que conectamos al instante y nos hicimos muy buenos amigos. No hay atracción sexual ni interés romántico, simplemente una buena y bonita amistad.

Aunque no me es indiferente, todo lo contrario, lo encuentro bastante guapo. Sus rasgos son poco comunes: una suave y sedosa cabellera pelirroja, ojos color caoba que contrastan con las pecas sutiles de sus mejillas, una nariz fina y labios gruesos que complementan sus cejas del mismo tono que su cabello.

—Idiota le di un leve empujón en el hombro mientras me levantaba del suelo. Él hizo lo mismo y movió la cabeza hacia los lados como si estuviera estirando su cuello.

Su mirada se dirigió hasta el estante vacío, en el suelo estaban todos los libros que habían caído.

—Sí que soy idiota - manifestó  con un tono de tristeza. -Ahora voy a tener que poner todos esos libros de nuevo en su lugar.

—Mentira, no lo eres- le animé dándole una palmadita en el hombro.

—Si, sí que lo soy. Lo acabaste de decir.

—No, no lo eres. Solo fue para fastidiarte.

—Si, si lo soy.

—Está bien, sí que lo eres- dije con cierto tono gracioso.

—¡Oye! -Luka se hizo el ofendido y me dio un empujón suave mientras ambos comenzamos a reír.

                         《《♡》》

Caminé por el jardín de la parte trasera de la mansión Rabell, siguiendo el camino que llevaba a la puerta de servicio, la única por la que podía entrar. Era la hija de una empleada, no tenía el privilegio de usar la puerta principal. Aunque, para ser sincera, había entrado por ella en varias ocasiones. El señor Rabell me había dado permiso, pero su esposa, Leticia, no lo veía con buenos ojos.

A lo lejos, divisé cómo las rejas de la puerta principal se abrían. Los Rabell nunca llegaban tan tarde a la casa, al menos no la mayoría de veces. Supuse que debía de ser una visita.

Seguí caminando por el jardín hasta llegar a la puerta de servicio. Abrí la puerta adentrándome en la lujosa cocina de la mansión.

Dejé mi mochila en una de las sillas que rodeaban la mesa y me dirigí al refrigerador. Saqué un jarro de cristal con agua y lo coloqué en la mesa, luego tomé un vaso del estante y eché el líquido del jarro en él. Me llevé el vaso a los labios para tomar agua y refrescar las neuronas.

—Hija, llegaste -dijo mi madre entrando a la cocina.

—Sí, hoy llegué un poco tarde porque tuve que hacer tiempo extra -le informé. Mi mamá sacó el jarro de cristal que contenía jugo de manzana.

—¿Dónde están todos?- indagué mirando a mi alrededor, al no ver a nadie.

—Ah, eso. Todos están atareados con la llegada del señor Magnus- mencionó, tomando una bandeja y colocando dos vasos de cristal en ella. Después, echó el jugo de manzana en cada uno de los vasos.

—¿Cómo? ¿Ya Magnus llegó?- sabía que vendría, ya que la familia Rabell había comentado de ello, pero no pensé que fuera tan pronto. Aunque, tampoco era tan pronto, ya que han pasado años desde la última vez que lo vi. Solo espero que con el tiempo haya madurado y dejado esas tonterías de molestarme, eso si es que se acordaba de mí.

—Hija, podrías llevarle este jugo al señor Alex a su despacho –pidió la señora Marta, extendiéndome la bandeja.

—Claro mamá, no te preocupes- asepté, tomando la bandeja en mis manos.

Me adentré en los pasillos de la mansión para llegar al despacho del señor Alex, que estaba en la segunda planta. Atravesé el comedor y subí por las escaleras con cuidado de no dejar caer nada. Al llegar al segundo piso, noté que nadie andaba por los pasillos. Sinceramente, no quería encontrarme con Leticia o con Magnus, a quien ni siquiera conocía bien. Bueno, técnicamente sí lo conocía, pero habían pasado tantos años que seguramente ya no tendrá la apariencia de un chico de trece años, así que no podría identificarlo o reconocerlo.

Caminé por el pasillo hasta llegar a la cuarta puerta, la del despacho del señor Alex. Respiré hondo antes de tocar la puerta con mi puño y recibir un "Adelante" del señor Alex.

Giré la perilla de la puerta y la abrí lentamente. A medida que entraba al despacho, me di cuenta de que el señor Rabell no estaba solo. Se escuchaban dos voces, había alguien sentado de espaldas frente a la mesa del despacho.

—Hayla, pasa, deja eso aquí- expresó el señor Rabell al darse cuenta de mi presencia.

Me señaló su escritorio, así que di unos pasos para dejar los jugos. En ese momento, el señor Alex habló de nuevo.

—Quería presentarte, la última vez que mi hijo te vio eras apenas una nena de ocho añitos.

Mi mirada se clavó en la persona a mi lado y me quedé petrificada. No podía ser Magnus. Esto tenía que ser una broma, un mal sueño. Él no podía ser ese idiota... bueno, en teoría sí. Mi mente se lanzó a recordar nuestro primer encuentro de hoy. Sus ojos grises, ese cabello castaño, su mandíbula marcada y labios gruesos. Las mismas facciones de siempre, aunque ahora camufladas por la barba incipiente que le asomaba en el rostro.

Observo su cuerpo con detenimiento, comparándolo con el de hace años. Ese fue el factor determinante para no reconocerlo. Ahora es un hombre transformado, con músculos fuertes y definidos, más alto, con una espalda ancha. Magnus siempre fue atractivo, no lo niego, pero antes era más flacuchento en comparación a como está ahora.

Trago grueso al sentir que sus ojos me atraviesan como flechas. Me mira de arriba hacía bajo como si estuviese un poco sorprendido, pero no lo demuestra y no es para menos. Yo también estoy alarmada por el hecho de que el riquillo con el que discutí hoy sea ahora Magnus Rabell el diablillo que me atormentaba cuando era niña.

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