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Capítulo 18

Mis pies se deslizaron por el suelo, intentando alcanzar a Zack. Divisé su figura doblando la esquina del pasillo. El brillo dorado del umbral de la sala de fiesta lo engulló, y sólo un instante después, se perdió entre la multitud.

-¡Zack!- grité, mi voz a penas fue un hilo débil que se perdía entre las risas y conversaciones de las personas.

Mi única meta era alcanzarlo y detenerlo; tan concentrada estaba, que choqué accidentalmente con una chica. Me fulminó con la mirada un instante antes de que balbuceara una disculpa apresurada. No me detuve. La distancia entre nosotros se acortaba, y un alivio recorrió mi cuerpo al verlo acercarse a la salida del lugar, a punto de desaparecer en la noche de afuera. Con una mano temblorosa, le toqué suavemente el brazo para detenerlo.

-Zack, por favor, déjame explicarte.- susurré, volteó a verme y un sabor agridulce inundó mi boca al contemplar la decepción y la rabia que se reflejaban en su mirada.

-Dime algo, Hayla ¿me invitaste a la fiesta para poner celoso a ese tipo?- espetó, la voz resonando con molestia contenida.

-Por supuesto que no. Magnus y yo no estamos juntos.

-No me sueltes el rollo de 'no es lo que parece'. Se perfectamente lo que ví, Hayla.

Una punzada de culpa me recorrió el estómago.

-Comprendo que estes enojado y no quiero justificar mis acciones, pero no estoy con él y mucho menos te traje para darle celos.- la imagen del encuentro furtivo que tuvimos antes del beso se aloja en mi memte, sintiéndome peor de lo que estaba.

-Eso no es lo que pareció hace unos seguntos.- respondió él, la inflexión en su voz llena de amargura.

-Zack...-intento hablar, pero él me interrumpe.

-No necesitas explicaciones, no somos nada, solo amigos. Y por eso me siento tan molesto. Pensé que nuestra amistad significaba algo para ti. Si no te gusto, debiste decirmelo antes.

-Tú sí me gustas, Zack- las palabras apenas salieron de sus labios, ahogadas por la emoción.

- Pero al parecer, no tanto como él, de lo contrario no hubrías protagonizado esa escena. Y, sinceramente, Hayla, no me gusta ser la segunda opción para nadie.- la tristeza en su voz era palpable.

-Tú no eres la segunda opción. Lamento si te hice sentir así. - las lágrimas se acumularon en mis ojos.

Una risa seca, irónica, se escapó de sus labios.

-Sí, sí lo soy.

Negué con la cabeza frenéticamente, sin querer aceptarlo.

-Magnus no significa nada para mí. Me acorraló y...

-¿Crees que soy tonto? Se nota que le gustas, y que tú no le eres indiferente. Cosa que me negaba aceptar. Desde que entramos, no has dejado de buscarlo con los ojos, y él a ti. Cuando nos presentaste supe que había algo, pero no quise sacar conclusiones precipitadas. Aún así, no me equivoqué.

No dije una palabra; no tenía cómo defenderme, ni quería seguir mintiéndole a Zack. En ese segundo, todo lo bueno se esfumó como el sol que brilla en la mañana y se desvanece en la noche. Supe en ese momento que todas mis oportunidades de tener algo con este chico se habían convertido en polvo. No hay palabras para justificar lo que hice, traje a un joven encantador a una fiesta y, a sus espaldas, estuve con otro. Las cosas son como son, y no puedo cambiarlas.

-Lo lamento, Spellman, pero no puedo empezar a conocer a alguien que no sabe lo que quiere o a quién quiere. No puedo destruirme de esa forma. Valgo más para ser solo la segunda opción de una persona.—mantengo mi cuerpo inmóvil analizando sus palabras. —Lo mejor será que me vaya - susurró ante mi silencio.

Atravesó el marco de la puerta. El movimiento fue tan rápido que no pude detenerlo ni decirle nada antes de que se fuera. Me quedé ahí, parada, rodeada de un montón de personas que ni conocía, con un nudo en la garganta y las ideas revueltas.

Mi corazón dio paso a la ira. Repasé todo lo que ha ocurrido recientemente, sin poder evitar culpar a una sola persona de todas mis desgracias: Magnus Rabell. Desde el minuto uno en que nos volvimos a encontrar, volteó mi vida, mi mente y mi cuerpo; sin dejar espacio para la tranquilidad y la serenidad que poseía antes de su regreso.

¡Todo es su maldita culpa! ¡Cuanto lo odio!

Si no fuera por él, ahora estaría bailando en medio del salón o tomando una bebida con mi acompañante. Pero no, por su culpa, Zack se ha ido y quién sabe si volverá a hablarme.

El enojo, la frustración y la tristeza se mezclan, formando una espesa capa cristalina que cubre mis pupilas. Retengo las lágrimas absurdas que se acumulan y estan a punto de deslizarse por mis mejillas.

—Señorita— un camarero me ofrece una bandeja con cuatro copas de vino.

Las reparo y enojo los hombros despreocupada.

—Esta noche no puede ser peor, así  que...—tomé dos copas y comencé a beberlas.

                             ***

Trato de no tropezar con los tacones y el vestido, que me llega hasta los tobillos. Arrastro los pies por el césped podado del área que se encuentra afuera del local que Ari alquiló para su cumpleaños. Espero que al menos ella haya tenido una buena noche; la mía, por el contrario, ha sido un completo desastre.

El cielo, completamente estrellado, se cernía sobre mí y la oscuridad de la noche me arropaba. Mi cuerpo se tambaleó y me detuve para sacar mi teléfono de la bolsa que traía colgada del hombro, debido a que caminar y ejecutar esa acción son dos cosas que no puedo hacer a la vez; el nivel de alcohol no me lo permite. Después de las copas de vino, me tomé otras dos. No suelo tomar bebidas alcohólicas muy a menudo, y una de las razones es que tengo poca tolerancia; con un trago apenas ya estoy contando pajaritos que solo existen en mi mente.

Proseguí a tomar mi teléfono, continuando mi camino para llegar a las hileras de autos que se encuentran en la entrada de la fuente. El cálculo de cada paso me falla esta vez y termino con un giro de tobillo. Vacilo, pero no llego a caerme; mantengo la compostura, miro mi pie…

—¡Joder! —maldigo para mí misma, frustrada.

¡Se me rompió la parte trasera del tacón! ¡Genial! ¿Esta noche podría ser peor?

No podía andar de esa forma, así que procedo a quitarme los tacones refunfuñando y soltando incoherencias. La planta de mis pies quedó en contacto directo con el césped, y lo escucho crujir a mis espaldas.

—Mira dónde rayos te encuentras. Te he estado buscando desde que te fuiste tras ese imbécil —las palabras y el sonido de su voz me ponen alerta. No tengo tiempo ni de voltearme o dar un paso para alejarme cuando ya lo tengo enfrente, con su imponente altura tomándome del brazo para evitar que me aleje.

—¡Déjame en paz, imbécil! —la rabia vuelve a resurgir en mí, recordando que él tiene la culpa de que mi noche haya sido un desastre.

—En tu vida vuelvas a dejarme con la palabra en la boca para ir tras ese camarero de quinta —brama sobre mi rostro.

— Oh, ¿te dolió que te dejara solo para ir tras Zack? Lo lamento, no sabía que eras tan sensible —articulo en un tono hipócrita.

—No juegues conmigo, Hayla —amenaza, con una vena a punto de reventar en su frente—. Sabes que no va a terminar bien para ti.

—¿Y crees que para ti sí? —cuestiono totalmente incrédula. Estoy cansada de sus “advertencias” y desvaríos. El alcohol en mi sistema me hace perder el control de mis palabras; a decir verdad, estoy bien con eso, es el único momento en que puedo decirle todo lo que pienso y creo sin preocuparme después por lo que pase—. ¡Estoy harta de tu presencia, Magnus! ¡Deja de joder!

Hice un movimiento brusco para que me soltara, pero su agarre resistió. Una elegante y sádica sonrisa extiende sus labios, haciendo que trague saliva.

—Oh, pequeña, créeme, aún no te he jodido como quiero —gruñe en un tono oscuro que, por más enfadada que esté con él, causa una ola de calor al imaginarme los escenarios más inapropiados—. Así que deja de quejarte.

—Idiota —murmuro.

—Ahora, además de ser una mocosa malcriada, fastidiosa y torpe, ¿también eres borracha?

—Si lo soy, no te importa ni te interesa —al fin consigo liberarme de su mano.

—Apestas a vino y, para colmo, pareces tonta cuando hablas, aunque bueno, eso lo eres con alcohol en tu sistema o sin él —la ira se desborda en mi sangre. ¡Qué capullo este cabeza de jabalí!

—Pues, si piensas todas esas cosas, ¿qué haces aquí conmigo?

—Ni yo mismo le encuentro respuesta a esa pregunta —es lo único que dice, esta vez, pasando sus ojos por mis labios.

—Tranquilo, no tendrás que seguir buscando, ya me voy —procedo a hacer un movimiento para retirarme, y él se interpone en medio, bloqueándome totalmente el paso—. Déjame pasar. No quiero verte, Magnus.

Estoy tan enfadada que si me quedo un segundo más voy a ahorcarlo.

—¿En serio? ¿Tus ojos dicen lo contrario? —da un paso hacia mí y yo retrocedo, alejándome; no puedo estar cerca de él. Cuando lo estoy, pierdo el control de absolutamente todo.

—¡Mis ojos no dicen nada, carajo! ¡No quiero verte y punto! Siempre que te acercas a mí me perjudicas de alguna forma. Por tu culpa, el chico que me gusta probablemente no volverá a hablarme, así que…

No logro terminar lo que tenía planeado decir, ya que da una gran zancada; su cuerpo se adhiere al mío.

—¿El chico que te gusta? —pregunta indiferente. Un escalofrío recorre todo mi organismo al darme cuenta de que tengo que echar la cabeza hacia atrás para apreciar la tormenta que se está empezando a formar en sus ojos grisáceos, donde se ve claramente que trae consigo rayos y centellas llenas de furia—. Vuelve a decir eso mirándome a la puta cara, Hayla.

Mi mente no procesa nada.

—Además, no seas tan hipócrita y acepta tu culpa —continúa—. No soy el responsable de que tu camarero se fuera; de lo único que se me puede acusar es del poder que tengo de hacerte arder en todos los sentidos. Tampoco recuerdo haberte puesto un puñal en la yugular para que te mojaras tanto como lo hiciste, así que deja el papel de buena samaritana que no te queda y acepta las malditas consecuencias de tus actos…

—¡Cállate! —grité sin saber qué más decir. En parte, porque sé perfectamente que tiene razón. Soy yo la que tiene la culpa de todo, pero aún así, preferí responsabilizarlo a él; era más fácil para mí.

Traté de alejarme sin ganas de seguir escuchándolo. Me tomó de la muñeca y me hizo volver a mi sitio.

—No te vas, escúchame y aguántate. Esta vez me toca a mí decir todo lo que pienso —gruñe contra mi cara—. No eres la chica linda y dedicada que todos creen que eres, Hayla. Podrás engañar a mi padre y a mis hermanos, pero no a mí. Por más que hayas crecido e intentes tomar decisiones como una adulta, sigues siendo una mocosa mimada, estúpida y tonta que no sabe qué hacer cuando debe tomar una decisión. Tras esa linda sonrisa que se extiende por tu rostro se encuentra una persona hipócrita a la que no le importa echarle su mierda a otros con tal de tener la conciencia limpia y libre de pecado. Además, solo eres una empleada con aires de grandeza que, de no ser por la bondad de mi padre, probablemente ni estudios tendría. —Mis ojos se cristalizan ante sus palabras, me revuelven el estómago—. Te hartas de decir que yo tengo la culpa de todo lo que sucedió esta noche, pero fuiste tú quien me abrió las piernas teniendo “al chico que te gusta” en medio del salón esperándote para un baile romántico, pero aún así decidiste quedarte allí conmigo y no se te pasó por la cabeza “el chico que te gusta” en ningún momento; así que no estés lloriqueando ahora, maldita embustera, porque en el fondo tú no eres la chica buena que todos dicen y piensan; en el fondo eres nociva, perjudicial y dañina, tanto que me estás pudriendo la mente de tanto pensarte.

Una pequeña, pero tormentosa gota de agua salada desciende por mi mejilla. No pensé que sus palabras me hicieran sentir tan mal a tal punto de hacerme llorar, pero lo cierto es que fue así. Intenté reprimir las lágrimas, pero no pude; morí en el intento. Sabía que Magnus no pensaba nada bueno de mí, pero que me dijera todo aquello de una forma tan cruda y sincera me afectó.

Llevó su mano izquierda a mi rostro y rozó la yema de su dedo pulgar sobre mi mejilla, apartando las lágrimas que humedecían mis cachetes.

—Oh, ¿te lastimaron mis palabras? Lo lamento, no sabía que eras tan sensible —su tono fue sutil y cálido, aunque cargado de burla y veneno, recitando mis propias palabras.

Apreté los labios con rabia y aparté su mano de mi cara con un manotazo, a lo que él respondió con una risita ronca, dejando claro que disfrutaba herirme.

—¡Vete a la mierda, Magnus! —exclamé, dándole un leve empujón con la poca fuerza que poseo en mis entrañas, y comencé a caminar por aquel campo en dirección contraria a la que se suponía que iba a ir, dirigiéndome a la otra carretera.

Trato de anular todo lo que siento con respecto a lo que dijo Magnus, pero no puedo; las cosas no son tan fáciles. Las personas no pueden apagar sentimientos; ignorarlos sí, pero apagarlos del todo no se puede de la nada.

El no tener zapatos me dificulta el paso, pero aún así mantengo el ritmo. Una vez que llego al camino, miro hacia atrás para ver si me está siguiendo. No logro concentrarme en nada más que en el par de luces que brillan ante mí, mi corazón se acelera y me paralizo como aquella vez, viendo el auto que se dirige hacia mí. ¡Carajo!

Tiran de mí rápidamente y choco contra un pecho duro que me envuelve por completo, evitando que el auto me choque.

—¿Cómo se te ocurre salir corriendo así? —me reprocha furioso—. Aunque, eso no me sorprende de ti.

Miro hacia abajo y me percato de que tiene sus manos alrededor de mi cintura, un agarre que nubla mi enojo y me hierve la sangre.

—Suéltame —suelto.

—Al menos un “gracias” de por medio; acabo de salvarte la vida prácticamente —espeta, pero no me suelta, y mi respiración comenza a acelerarse al estar envuelta por sus brazos y a centímetros de su rostro—. ¿Pretendías escapar de mí?

Su duro tacto visual, pesado como una roca, esculpió mi rostro. El corazón, que bombeaba sangre frenéticamente por todo mi organismo, retumbó contra mi caja torácica, haciéndome perder el aliento y eclipsando cualquier pensamiento que se moldeara en mi mente.

— ¿Cuántas veces tengo que repetirte y demostrarte que eso no sirve de nada? Cuando un lobo siente hambre, encuentra a su presa, incluso si está oculta bajo tierra. Y mi apetito es voraz.

—Espero que te atragantes en una cena, entonces —dije, severa—. Ahora, suéltame, ya te lo he dicho. No quiero que tus sucias manos me sigan tocando.

Sus labios se curvaron, como si le causara gracia mi comentario. No puedo con sus cambios de humor; en un momento me está diciendo cosas horribles y al otro instante me habla de esta forma tan carnal.

Al fin acató mis instrucciones y retiró sus manos de mi figura, pero no se alejó.

—Claro, a ti te gusta más que te toque con mi órgano degustativo —mi centro palpitó al recordar la sensación que me brindó con él—. Aunque, para ser honesto, vi que disfrutaste mucho cuando mis 'sucias manos' te tocaban en las escaleras, ¿o será que las llamas 'sucias' porque aún tienen impregnados tus fluidos?

—Todo lo que sucedió hoy fue un error, Magnus. Bórralo de tú mente.– evadí su comentario.

—¿De verdad crees que tus gemidos se olvidan tan fácilmente? —musitó con una voz que rezumaba sensualidad, como si acariciara cada sílaba.

—Lo mejor será que me vaya —respondí, con un nudo de ansiedad en la garganta. Sabía perfectamente cómo terminaría esto si continuaba con esta conversación, y no estaba dispuesta a sumar más remordimientos a la larga lista de la noche.

—¿Por qué andas descalza? —soltó de repente, su mirada clavándose en mis piernas. Sus ojos se deslizaron lentamente hacia los tacones que sostenía en las manos, trazando un camino ardiente sobre mi piel.

—¿Acaso te importa? —espeté, a la defensiva

—Esos tacones son una basura. Deberías haber traído los que te regalé yo —comentó con desdén al notar la rotura en uno de ellos.

—No voy a volver a ponerme esos tacones. De hecho, estoy pensando en regalarlos —afirmé con una decisión tajante. La suavidad que había invadido brevemente sus facciones se desvaneció, reemplazada por una mueca tensa.

—Ni se te ocurra, porque...—su voz, cargada de veneno, estaba a punto de derramarse sobre mí cuando una tercera voz interrumpió el momento, cortando el hilo de su amenaza.

—¿Sucede algo?— un auto negro se detuvo justo al lado de nosotros.

Volté a mirar al conductor y, sintiendo la inquietud en el aire, di un paso hacia atrás, alejándome de Magnus. La intensa y penetrante mirada de Ierek se posó sobre nosotros.

¿Por qué tengo tan mala suerte de que siempre nos encuentren juntos?

—Sí— la voz de Magnus resonó en el ambiente, provocando que tragara con dificultad, preparándome para las tonterías que seguramente saldrían de su boca—. Hayla está borracha, lo mejor sería que se fuera.

Ierek desvió su atención de su hermano a mi persona, examinándome en silencio, como si cada aspecto mío fuese digno de su escrutinio.

—¿Dónde está ese chico con el que llegaste?— noté cómo Magnus se tensaba.

—Tuvo que irse, era una emergencia— al pronunciar esas palabras, el chico que había estado a mi lado negó con la cabeza mientras se reía, ¡qué imbécil!

—Parece que siempre tienes un problema con los zapatos— comentó Ierek, dirigiendo su mirada a mis pies descalzos.

—Se me rompió el tacón—fue lo único que logré articular, sintiendo el sonrojo en mis mejillas.

—Voy en dirección a casa. ¿Te gustaría que te llevara o prefieres que lo haga Magnus?— Mi atención se centró en la persona mencionada, que estaba esperando una respuesta con una ceja arqueada, imagen que se reflejaba en la expresión de Ierek.

—De hecho, prefiero irme contigo, Ierek.— el gruñido que salió de entre los dientes de Magnus resonó como el rugido de una bestia al escuchar mis palabras.

¿Realmente esperaba que me quedara con él después de todo lo que había dicho? Ahora tendría que aguantar y no reclamar.

No esperé a que me invitara a subirme en el auto; caminé rodeándolo, distanciándome del hombre que se encontraba a mi lado y solo hice contacto visual con él cuando fui abrir la puerta del carro. Sus ojos ardían con intensidad, tanto que parecía que llamas de fuego danzaban en sus pupilas. Su mandíbula estaba apretada, y sus manos se transformaban en puños que denotaban su frustración. A pesar de la tensión, no me dejé llevar por el miedo; si la idea de que me fuera con Iereck le molestaba, eso era un problema que debería resolver él. En este momento, Magnus no era nadie para dictar lo que tenía que hacer.

Me introduje en el auto y cerré la puerta con un leve tirón. El hombre que ocupaba el asiento del conductor se despidió de su insoportable hermano y puso el motor en marcha.

Durante el trayecto, podía sentir la mirada de Ierek alternando entre la carretera y yo. Aunque mi atención estaba fija en el paisaje que desfilaba a través de la ventanilla, el peso de su mirada era evidente; pero permaneció en silencio, concentrado en conducir hasta la mansión.

                            ***
Finalmente, las rejas de la mansión quedaron atrás y el auto se detuvo frente a la imponente puerta principal.

—Gracias por traerme, Ierek —articulé, mientras mi mano ya buscaba el pestillo para escapar. Quería evitar que cualquier comentario suyo añadiera más leña al fuego que ya ardía dentro de mí.

—Hayla... ¿Magnus te está molestando? —su pregunta, directa y punzante, me hizo temblar por dentro.

<<Molestar es poco para lo que está haciendo conmigo>>

—Yo... —las palabras se atascaban en mi garganta, incapaces de formar una respuesta coherente.

—Conozco a mi hermano. Sea lo que sea que esté tramando contigo, no acabará bien —con un brillo agridulce, sus ojos, se clavaron en mí, haciéndome contener la respiración—. Por eso te pregunto directamente a ti, en lugar de hablar con él. ¿Ha pasado algo entre ustedes?

Un nudo se formó en mi garganta, mientras mi mente se sumía en una vorágine de dudas. ¿Debía contárselo todo? No, si le revelaba sus amenazas, sus malos tratos, también tendría que confesar nuestro encuentro de esta noche, el beso en el baño de la discoteca. De lo contrario, sería la hipócrita que Magnus afirmaba que era. Aunque, para ser honesta, sentía que Ierek ya lo sospechaba, lo leía en su mirada.

—No, Magnus solo me estaba haciendo compañía, en lo que llamaba a un taxi.

—¿Estás segura? — cuestionó mi respuesta.

—Totalmente —me obligué a pronunciar, aunque la palabra sonaba hueca incluso para mis propios oídos.

—Bien. Ya puedes retirarte. Ve a descansar —fue lo único que dijo, reacomodándose en su asiento y arrancando el motor.

Me deslicé fuera del auto, cerrando la puerta con las manos húmedas de sudor. Mi mente era un torbellino de pensamientos mientras intentaba asimilar todo lo que había sucedido en esa maldita noche. No podía sacarme de la cabeza mi encuentro con Magnus, ni todas sus crueles palabras. ¿Realmente pensaba eso de mí? ¿Qué sabía él para juzgarme de esa manera? Absolutamente nada. Sabía que había sido injusta al culparlo por lo de Zack, pero la rabia y la frustración me habían cegado, impidiéndome actuar con sensatez. Sí, había sido hipócrita al evadir mi culpa para sentirme mejor, pero eso no significaba que esa fuera mi verdadera esencia.

Mis cavilaciones se disiparon al escuchar el sonido del auto de Ierek alejándose, en dirección al garaje.

En cuanto a mi breve conversación con él, sabía que no se había tragado mis palabras. Era demasiado perspicaz y desconfiado para creer en mis mentiras. Además, ambos conocemos lo suficientemente a Magnus para saber que no es el tipo de persona que se queda acompañado a alguien a la espera de un taxi. Pero no quería involucrarlo en mi conflicto con Magnus, no quería generar una guerra entre ellos en la que yo me convirtiera en el campo de batalla así que opté por esa mentira poco convincente.

                            ♤♤♤

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