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Capítulo 14

Un suspiro escapó de mis labios mientras me observaba en el espejo. Ya llevaba una hora probándome todo lo que Magnus, con su insistencia, me había obligado a elegir. No solo eran vestidos, como había pensado en un principio, sino pantalones, faldas, playeras y shorts. ¿Qué iba a hacer con tanta ropa? ¿Abrir una tienda? Aún peor ¿Qué le diré a mi madre?

Solo ahora me había llegado esa pregunta a la mente. Hasta ese momento, el torbellino de emociones de las últimas horas me había mantenido distraída. La propuesta de Magnus de que "modelara" para él me había dejado completamente descolocada. La idea de posar frente a él, de que analizara la forma en que la ropa caía sobre mi cuerpo, me llenaba de incomodidad. La vergüenza me había hecho negarme de plano. Pero Magnus, el maestro de la persuasión, sabía cómo convencerme. Decía que yo era la que hacía berrinches, cuando en realidad, él es el más caprichoso y mimado de los dos.

Salgo del vestidor atravesando las cortinas, caminando hacia Magnus. Los ojos de éste se deslizan por todo mi cuerpo ladeando la cabeza. Por más que hemos hecho esto varias veces, no puedo evitar sentir mi corazón palpitar cada vez más rápido cuando me mira con esos ojos grises. Llevo unos pantalones y una blusa negra de encaje, afortunadamente menos reveladora que otras opciones.

-Todos los atuendos se te ven bien. -pronuncia.

-¿El tercer cumplido del día? Ten cuidado, voy a empezar a creer que te has vuelto bueno.-bromeo, una sonrisa apenas perceptible se dibujó en los labios de Magnus.

-Aprovecha mi buen humor, Hayla, no dura mucho.

-Eso lo tengo más que claro, Magnus.

-Más vale que siempre lo tengas presente -se levanta del asiento dirigiéndose hacia mí.

-¿Por qué estás haciendo esto? Ni siquiera te agrado.

Esa pregunta estaba volando en mi cabeza desde que llegamos a la tienda. Si quería "vengarse" perfectamente podría hacerme la vida un comino en la mansión, pero en vez de eso me trajo a una jodida tienda para comprarme ropa. ¿Quién lo entiende?

-Nunca dije que no me agradas -responde, pasándose en frente de mí.

De nuevo la tensión entre nosotros es palpable. Estaba nerviosa, y ahora, al tenerlo tan cerca, la sensación se multiplicó.

-No tienes que decirlo, se nota por la manera en que actúas.

-Hayla, no se trata de que me agrades o no, es mi personalidad. Me gusta ver sufrir a otros, soy así -su sonrisa  desapareció, dejando al descubierto el Magnus que usualmente suele ser.

-Pues, tienes una personalidad de mierda -no me contuve al hablar. Rememorando que yo soy una de las que disfruta herir.

-¿Eso piensas?

Como para no hacerlo.

-Sí -es lo único que musito.

-Perfecto -dijo, como si le complaciera mi respuesta.

Un atisbo de ira se aloja bajo mi piel. Los pocos minutos de paz que tuvimos se habían esfumado. Nuestra relación era como una montaña rusa, un instante quería matarlo y al siguiente sentía una atracción inexplicable hacia él.

Dejo que esa idea absurda se desvanezca.

Mis ojos cafés se encontraron con los suyos, la intensidad de la situación era perceptible. Trago saliva al sentir su mirada descender hasta mis labios, una señal que no podía ignorar. Intento retroceder hacia las cortinas para cambiarme de atuendo, pero Magnus me toma del brazo, atrayéndome hacia él. Qué manía tiene de hacer eso ¿no podía pedir que me quede como las personas normales?

-Puede que no te guste mi forma de actuar y pensar, pero ambos sabemos que tu cuerpo grita por que actúe sobre él, y debo admitir que el mío quiere hacerlo desde que te vi envuelta en aquel vestido plateado en la fiesta.

Sus palabras arden en mi mente, avivando una lumbre que se extiende por mi caja torácica. Mis mejillas queman bajo su mirada, su voz gruesa y lóbrega susurra a mi oído. Mi cuerpo se tensa ante el agarre que ejerce en mi brazo. Mantengo mis ojos a la altura de su pecho, temo lo que pueda seceder si encuentran los suyos. Pero mi intento de resistencia es inútil, mi atención asciende, atraída por la intensidad de su mirada. Una vez que se apodera de mí, no puedo dejar de observarlo.

Magnus se inclina y la punta de nuestra nariz se rozan. La electricidad recorre mi piel. Intento apartarme rápidamente, pero sus brazos rodean mi cintura y me aprisionan contra él, bruscamente.

-Magnus...-un jadeo escapa de mis labios en forma de protesta, pero él no cede.

Madre mía, ¿qué está pasando? ¿Qué estamos haciendo? ¿Por qué se siente tan bien estar entre sus brazos? Mi pecho se comprime contra el suyo, una ola de emociones me invade. Cierro los ojos y trago saliva, tratando de controlar el torbellino en mi interior. Sus labios están a centímetros de los míos, listos para atacar.

-No -susurro, negándome a lo que está a punto de suceder, pero siendo incapaz de apartarme.

Una de sus manos toman mi mentón.

-Mírame -su voz ronca golpea mis oídos.

Obedezco, por más que no quiero. Me encuentro atrapada detallandolo.

-¿Estás tratando de convencerme a mí o a ti misma? -murmura, con una sonrisa que es a la vez cruel y seductora.

<<A ambos>>, repito mentalmente, pero la frase solo baila en mi lengua, porque no la digo en voz alta. Mi silencio es suficiente respuesta para él. Justo cuando desciende en busca de mis labios, unos golpeteos en la puerta del vestidor nos hacen retroceder, lo empujo con fuerza y sus brazos dejan de aferrarse a mi cadera.

El cuerpo de Magnus se tensa, aprieta los puños y maldice en voz baja, pasándose las manos por el cabello. ¡Dios mío! Iba a besarme, y yo estaba dispuesta a ceder. ¿Qué locura estuve a punto de cometer?

-Señores, ¿puedo pasar?- la voz de la dependienta se escucha desde el otro lado de la puerta.

-Sí...

-No...

Las respuestas salen al mismo tiempo.

Le doy una mirada reprobatoria a Magnus, quien rueda los ojos con desdén, como si no le importara lo que acaba de ocurrir.

-Sí, adelante -repito, obligándome a recuperar la compostura.

Magnus soltó un bufido, su gesto fue un claro indicio de que no estaba contento con mi comentario. No le presté mucha atención, mi mirada se trasladó a la trabajadora que entraba en la habitación.

Mi corazón aún retumbaba en mi pecho, como un tambor enloquecido por lo sucedido hace unos segundos. Estuve a punto de perder el control, de volver a entregarme a la embriaguez de sus labios. No puedo permitir que Magnus me lleve al borde del precipicio, no puedo sucumbir al deseo palpitante que se enfervoriza bajo mi piel. Sabía que solo era un juego para él, siempre lo he sido, una pieza en su tablero, un objeto de deseo para satisfacer su ego...

Al final terminé de seleccionar todo lo que iba a llevar. Magnus, cómo prometió, pagó todo con una de sus tarjetas de crédito. Ahora, me encuentro camino hacia su auto cargada con las bolsas de compras y él lleva el resto. El silencio entre nosotros es denso. No hemos mencionado lo que ocurrió hace unos minutos en la tienda, y para ser honesta, prefiero mantenerlo así. No quiero hablar de ello. Pero, sé que Magnus no piensa igual. Puedo sentir su mirada sobre mi espalda, una mirada cargada de vehemencia que me hace estremecer.

-Colócalas en la parte trasera de la camioneta- pronuncia cuando estamos llegando al vehículo.

Hago exactamente lo que me indica, y nos adentramos en el automóvil. Ninguno de los dos dice una palabra. El silencio es incómodo, pero a la vez reconfortante. Siempre que estamos juntos terminamos peleando, así que este momento de silencio entre ambos, logra ser poco abrumador.

Espero a que encienda el motor, pero él permanece inmóvil, con las manos apretadas alrededor del volante. Me hundo en el asiento, mirando por la ventanilla.

-Mi vida ya es bastante complicada como para que vengas y la desordenes aún más.- hablo antes de que él pueda hacerlo, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros.

No escucho ninguna respuesta, así que giro mi cabeza para observarlo. Me doy cuenta de que fue un error, porque sus ojos ya estaban puestos en mí.

-No quiero esto, Magnus. En verdad no lo deseo- siseo con voz baja, pero firme.

-Repítelo hasta que te lo creas, Hayla.- su voz se funde en el aire, llegando hasta mis oídos. Su rostro exive una sonrisa ligera mofandose de mí.

Tiene razón. Por mucho que quiera negarlo, siento que algo está ocurriendo entre nosotros. No me refiero al odio que tenemos el uno por el otro, sino algo más. Lo siento cada vez que sus ojos encuentran los míos, en cada ocasión que sus manos rozan mi piel, cuando estamos a pequeños centímetros de distancia y mi corazón no puede dejar de bombear en mi interior. Todas mis emociones se intensifican cuando me susurra al oído con su voz oscura y profunda, carbonizando todo mi ser. Siento anhelo, lujuria, lascivia, un deseo arrollador por volver a probar sus labios. Pero no puedo aceptarlo. Tampoco quiero esto que siento, no con él, no por Magnus Rabell. No quiero arriesgarme, ni ceder ante él, y mucho menos darle la satisfacción de saber que me tiene salibando por su tacto nuevamente.

El rugido del motor me saca de mis pensamientos. Miro a Magnus, concentrado en la carretera. Esperaba que dijera algo más, pero no lo hace. Solo se concentra en conducir hacia la mansión.

《♡》《♡》《♡》《♡》《♡》

La camioneta se detiene, anunciando que hemos llegado. No espero a que Magnus se baje y me abra la puerta como un caballero de película, sé que no lo hará. Así que salgo del vehículo por mis propios medios. Con los pies en tierra firme, me dirijo al compartimento trasero y saco algunas de las bolsas.

-Voy a tener que ayudarte a llevarlas a tu habitación- escucho hablar a Magnus, haciendo lo mismo que yo.

-No es necesario, puedo llevarlas sola- respondo rápidamente.

Claramente no puedo, son demasiadas bolsas, pero la idea de que Magnus me acompañe a mi alcoba no me gusta nada, sobre todo después de lo que pasó en la tienda.

-Te he dicho que no rechaces lo que te ofrezco, sobre todo si se trata de mi ayuda. No suelo darla muy a menudo- hace una pausa para rectificar. - De hecho, no suelo dar nada. Así que vamos.

Me deja con la palabra en la boca cuando comienza a caminar. No tengo más remedio que seguirlo, entrando por la puerta principal. Nos adentramos en el salón y le doy gracias a Dios de que doña Leticia no esté rondando por aquí.

-Magnus, ¿qué le diré a mi madre?- pregunto, siguiéndolo como un perrito faldero.

-¿Sobre qué?

-¿Cómo que sobre qué? Toda esta ropa- le muestro las bolsas, como si fuera algo obvio.

Ya habíamos pasado el comedor y nos fundimos con los pasillos de las mansión.

-No sé. Déjame ver- se queda pensativo. - Puedes decirle que te encontraste un sugar daddy que te complace en todos tus deseos y te compra todo lo que quieres.

-¡Ja, ja! Que gracioso, estoy hablando en serio.

-¿Qué te hace pensar que yo no?- de repente, éste se detiene, choco contra su espalda y no tengo tiempo de apartarme cuando se gira. Estamos a centímetros de distancia. - Yo podría ser ese sugar daddy.

Su voz ha perdido toda su gracia, ahora usa un tono más profundo, más sexual, que me pone la piel de gallina. Mis labios se acercan a los suyos, observando cómo pasa la lengua por ellos.

-¿Interrupo? -una tercera voz baila en el ambiente hasta mis oídos, provocando que de un paso atrás, lejos de Magnus.

Mi atención se desvían hacia el hombre que está parado a dos metros de distancia, con sus ojos clavados en nosotros. La vergüenza me invade, me corroe por dentro al sentir el peso de la mirada de Ierek. No hemos hecho nada, pero estábamos lo suficientemente cerca como para que la escena se malinterpretara. Tiene una ceja levantada, una expresión incrédula ante la situación. Viste un traje color caoba, su cabello está perfectamente peinado hacia atrás, tan distinguido como siempre. Muy distinto a su hermano menor, que lleva una camisa negra arremangada hasta los codos, y, para mi alivio, solo con un botón desabrochado sobre el pecho.

-Por supuesto que sí, Ierek- mis ojos se abren como platos al oír la voz de Magnus.

Ierek se centra en su hermano, frunciendo el ceño. Estos dos parecen estar enfrascados en una guerra de miradas, en la que yo no quiero participar. El ambiente se vuelve más tenso y no sé qué decir o cómo actuar.

-¿Y esas bolsas?- interroga, evitando la provocación de su hermano.

Presiento que Magnus va a decir algo inapropiado de nuevo, así que me apresuro a hablar.

-Son mías- ambos se vuelven hacia mí. - Magnus solo me estaba ayudando a llevarlas a la cocina.

Omito el hecho de que no vamos a la cocina, sino a mi habitación.

-¿En serio?- menciona con una expresión de sorpresa en el rostro, totalmente fingida. - El ambiente de Houston te está volviendo más solidario, Magnus. Me alegra saber eso.

Está claro que todo lo que dice es ironía, lo cual me sorprende, ya que no suele usarla mucho cuando habla.

-Eso parece- sisea Magnus, su voz tan ácida como la de su hermano. - Pero no te acostumbres, suele ser por momentos.

-Me consta- una leve sonrisa amarga se extiende por los labios de Ierek. - Bueno, dejo que sigas ayudando a Hayla con esas bolsas. Nos vemos a las 21:00 en mi despacho, necesito consultarte unas ideas que se me han presentado con respecto al hotel de Grecia.

Su hermano solo asiente con la cabeza. Después de eso, Ierek me lanza un último vistazo y desaparece por los pasillos.

-Es mejor que lleve las bolsas a mi habitación sola. Alguien más podría vernos juntos.

-Te dije desde el principio que las llevaría a tu cuarto, y eso es lo que haré.

-Pero, Magnus...- apenas logro continuar la frase.

-Comprendo que no deseas estar cerca de mí, ya que tu mente solo se enfoca en pensamientos inapropiados cuando estamos a solas. Pero si comienzas a caminar hacia tu habitación, me retiraré antes, y así terminará este suplicio para ti. Así que, mueve ese lindo trasero.- recitó aquellas palabras tan arrogante cómo siempre, dejándome boquiabierta ante su descaro.

-Yo no...- titubeo, buscando las palabras adecuadas. - No tengo pensamientos inapropiados contigo.

-¿De verdad?- me desafía con una sonrisa ladeada. - Podría jurar que sí.

-No jures en vano. Además, ¿sabes qué creo? Que eres tú quien tiene todos esos pensamientos en la cabeza.

Examina mi rostro y sus labios se curvan aún más, como si le divirtiera lo que he dicho.

-Tienes razón- acepta, susurrando cerca de mi rostro. - Así que vamos a movernos antes de que mi mente opere miles de ideas inapropiadas.

El calor sube por mis mejillas, no necesito mirarme en un espejo para saber que están enrojecidas. Me mantengo callada, y él asiente satisfecho, inclinando la cabeza, indicándome que sigamos y que vaya delante.

                                   ***

—Bien, llegamos a mi habitación, ya puedes irte— me detengo frente a la puerta y me giro para verlo.

—Al menos podrías decir "gracias" por la ropa que te compré.

—Prendas que yo no te pedí que compraras—contrataco.

—Y aun así, las compré. Ahora abre la puerta para dejar las bolsas— con ese comentario, me doy cuenta de que no se irá hasta que haga lo que él dice.

Respiro hondo y luego dejo escapar el aire en un largo suspiro. Alcanzo la perilla de la puerta y la abro, entrando en la habitación. Siento los pasos firmes de Magnus detrás de mí, llenando el espacio con su presencia. Se siente extraño tenerlo aquí. Ahora que lo pienso, es el primer hombre que entra a mi habitación además de mi padre en su día. Eso me pone aún más nerviosa.

—Déjalas en la cama— aunque hace lo que le pido, no se marcha; en lugar de eso, se queda mirando toda la habitación.

—Ya puedes irte si así lo deseas— le aclaro.

—¿Y si prefiero quedarme?— me lanza una mirada de soslayo.

—Deberías irte, Magnus— le indico, cansada de su actitud.

—Tu habitación es muy pintoresca.—analiza todo el espacio.

Las paredes estan pintadas de un suave azul pastel, adornadas con nubes blancas que las hacen parecer un cielo. A mí me encantaba esa combinación, pero la expresión de Magnus me decía que no le gustaba, aunque ya me lo esperaba.

—Viniendo de tí no creo que eso sea un elogio.

—Exactamente. Prefiero colores más oscuros como el gris, negro, azul...

—Lo se, son los que simpre usas en tus atuendos.— no se en que momento terminaos hablando de ésto, pero en parte me alegra que estemos teniendo una conversación civilizada.

Magnus estiró los labios en una sonrisa amplia, mostrando una hilera de dientes perfectos que lo hacían parecer engañosamente encantador.

—Me alegra saber que no soy el único que se fija en esos detalles— dijo, acercándose al estante donde reposaba una foto mía de niña y algunos adornos de cerámica.

La sangre se me aceleró cuando tomó el marco de la foto para examinarlo con detenimiento antes de devolverlo a su lugar.

—Siempre fuiste bastante latosa.— comentó.

—Y tú siempre me has dado competencia — respondí.

Empezó a recorrer mi habitación, observando cada detalle. Abrió una de las gavetas del armario, y sentí cómo mis mejillas se ruborizaban al saber lo que contenía.

—Parece que a alguien le gusta divertirse por las noches— murmuró con una sonrisa burlona, sacando del cajón un vibrador con forma de rosa, de color rojo.

En ese momento maldije a Carly en mil formas diferentes por haberme regalado ese objeto el año pasado por mi cumpleaños. Todavía me avergonzaba recordar la escena cuando lo sacó de su pequeña caja y me lo mostró frente a mi madre.

Mis pies se movieron con rapidez hacia él para arrebatarle el vibrador de las manos.

—¡Magnus, basta! No tienes derecho a tomar mis cosas, mucho menos a registrar mis cajones— le arrebaté el aparato y lo guardé en su lugar.

—Entiendo. Si hubiera sabido que solo tienes un vibrador de tres velocidades, te hubiera comprado uno de seis. Te aseguro que son mejores.

—No lo necesito, pero gracias. Me va bien con el que tengo.

—¿En serio?— me preguntó con una falsa sorpresa—. Porque me encantaría verificarlo.

Dejé de respirar cuando se acercó y nuestros cuerpos se unieron.

—Será mejor que te marches— intenté decir con la mayor firmeza posible.

Sus hermosos ojos bajaron hasta mi hombro, donde descansaba mi cabello castaño. No entendí su acción hasta que llevó su mano a ese lugar y apartó el mechón de pelo hacia atrás, dejando mi piel al descubierto. Un escalofrío me recorrió cuando sus dedos rozaron la curva de mi cuello. Era un gesto simple, pero bastó para que una avalancha de mariposas se pusieran a revolotear en mi estómago.

—Lo mejor ahora sí es marcharme— murmuró con un tono ronco, casi tan grave como el gruñido de un león—. Pero tú no quieres que lo haga y yo tampoco deseo hacerlo.

—Magnus...—jadeé al escuchar sus palabras.

No pude formar la frase que iba a pronunciar, ya que uno de sus brazos me rodeó la cintura con fuerza, atrayéndome contra su cuerpo. Un pequeño gemido escapó de mi garganta al sentir esa acción tan repentina. En un abrir y cerrar de ojos, sus labios estaban sobre los míos, tomándolos con él mismo vigor que aquella noche en el baño de la discoteca. Mis manos se aferraron a su pecho duro y musculoso tratando de separarlo, pero sus besos no cesaron. Me devoró, tomó mis labios y se sació con ellos. Me aferró a su cuerpo como si fuera una promesa que no quería romper. Su lengua experimentada exploró mi boca, jugueteando con la mía y borrando cualquier pensamiento coherente que pudiera tener.

Nos separamos para tomar aire, pero a él no parecía importarle morir ahogado, porque volvió a tomarme, mordiendo mi labio inferior de una manera extraordinariamente sexy.

Mis pies dejaron de tocar el suelo cuando me levantó, me colocó a horcajadas sobre él y me mantuvo sostenida contra la puerta del armario.

—Magnus...—gemí contra su boca, y él me concedió un respiro para hablar mientras recorría mi cuello con besos húmedos—. Esto está mal. No debemos...

—No debemos, pero queremos— jadeó casi sin aliento antes de unir nuestros labios de nuevo.

Claro que quería, lo deseaba, lo deseaba con todas mis fuerzas. A pesar de todas mis convicciones y lo mucho que me había repetido a mí misma que no lo haría, que no me dejaría llevar por la lujuria, aquí estaba, envuelta en sus brazos, rindiéndome ante sus besos, sus caricias, su aliento caliente y a los pensamientos morbosos y sucios que él me susurraba y que, extrañamente, me hacían sentir bien...

En cuanto comenzó todo, rápidamente llegó a su fin. La pequeña nueve se desplomó y el sueño se desvaneció en el aire. Mis ojos se abrieron, mirando el techo oscuro de mi habitación mientras trataba de calmar mi respiración. Todo había sido un sueño, uno producto de mi ansia por tenerlo. Ha encontrado la manera de atormentarme incluso en mis horas de descanso, infiltrándose en mis sueños y haciéndome anhelar lo que en la realidad me niego a aceptar.

Aunque, no todo fue parte del sueño. Magnus realmente entró en mi habitación y hasta vio el vibrador que guardaba en la gaveta del armario. Después de eso, le pedí que se fuera, que no quería más complicaciones, y sorprendentemente lo hizo <<Buenas noches, Hayla. Dulces sueños>>. Así fue como se despidió, maldiciendo mis sueños; si tan solo supiera cuán dulces fueron.

Apenas cerré la puerta de mi habitación, tomé el teléfono y llamé a Catalina para contarle lo sucedido. Se molestó un poco por el beso que casi compartimos en la tienda Magnus y yo: <<Hayla, no debiste caer en su juego. Magnus es un cretino. Bendita sea la dependienta por haber entrado; si no lo hubiera hecho, habrías cometido un grave error al volver a estar con él.>>

Lo sé, era consciente de que estuve a punto de cometer un error, pero aún así me habría dejado llevar si aquella mujer no hubiera interrumpido en el vestidor.

<<Magnus no merece ni una pizca de tu atención. No es para ti y tú tampoco eres adecuada para él. Tarde o temprano te hará daño, buscará a una chica de mejor posición social y te dejará con el corazón roto, amiga. No quiero que eso te pase, especialmente porque no estaré ahí para abrazarte y consolarte; solo podré ofrecerte palabras de aliento.>>

Para ser honesta, también pensaba cómo Catalina. Pero mi mente se nubla cuando lo tengo frente a mí y solo puedo pensar en lo increíblemente seductor que se ve, o cómo se sentiría estar envuelta en sus brazos sobre sábanas de terciopelo, abrumada por sus besos y por la forma brusca en que me toma del caballo.

Dejo escapar un suspiro profundo, intentando alejar mis pensamientos de Magnus Rabell. Me acomodo en la cama y extiendo el brazo para mirar la hora en el reloj de mi cómoda, son las 14:32 de la madrugada. A pesar de que mis párpados pesan y mis ojos arden por el sueño acumulado, no consigo descansar. Mi mente se aferra a una sola cosa, o más bien, a alguien. Justo cuando estoy a punto de quedarme dormida, las imágenes de mi sueño regresan a mí, como si mi mente fuera un laberinto con todos los caminos bloqueados y solo uno disponible para escapar. Pero cuanto más avanzo por ese sendero en mi cabeza, más perdida me encuentro.

                              ***
MAGNUS:

¿Dormir profundamente? Hace dos meses que no sé lo que es eso. Antes descansaba de la mejor manera posible; mis sueños, o pesadillas, eran solo míos. Ahora, no puedo evitar que ella se cuele en ellos, sencilla y hermosa, pero deslumbrante ante mis ojos.

En los últimos días, no he podido dormir como debería. El insomnio se apodera de mí por las noches y solo puedo pensar en una cosa, en ella, en Hayla Spellman. Su figura, sus labios entreabiertos, su cabello ondulado cayendo sobre sus hombros; y aquellos ojos cafés que tantas veces hice llorar. Hayla me nubla la razón por completo. Nunca había reprimido tanto el deseo hacia alguien; cuando me siento atraído por una persona, siempre logro satisfacer mis ganas, y contener la lujuria que siento por ella me está volviendo loco.

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no tomarla ayer en el vestidor de la tienda o en su cuarto cuando fuimos a dejar las bolsas.

¿Quién habría pensado que años más tarde estaría anhelando el cuerpo de aquella niña de cinco años que le temía a la oscuridad y me pidió que la acompañara aquel sábado a las 16: 00 de la madrugada a su habitación? En ese momento, odié la idea de tener que encargarme de eso <<Que la lleve su madre>> fue lo que me dije, pero sus ojos suplicantes me obligaron a tomar su mano y llevarla hasta su alcoba. Fue entonces cuando sentí por primera vez su piel cálida tocando la mía, apretándome como si fuera algo muy preciado para ella. Aunque, en realidad, tenía miedo. La mano le sudaba, empapando la mía, su pequeño cuerpecito temblaba a mi lado y no fue solo hasta que llegamos a su cuarto que me soltó.

Se acomodó en la cama <<¿Me puedes arropar?> Al notar que me quedé en silencio, analizando su solicitud, continuó <<Es que me gusta cubrirme la cabeza para que el monstruo que está debajo de la cama no me lleve con él. >>

Levanté las cejas ante lo absurda que sonaba, pero no pude evitar reírme al verla tan tierna. Todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos tapado la cabeza, convencidos de que había un monstruo listo para salir por la noche.

<<De todos modos, si te cubres, el monstruo te llevará>> le dije en tono juguetón.

<<¡Eso es mentira! Cuando me tapo la cabeza, él no me ve, por eso no me lleva>>

A pesar de que intentaba no admitirlo, tenía que reconocer lo adorable que se veía cuando se molestaba; sus mejillas se sonrojaban y adoptaba una expresión seria.

<<De cualquier manera, los monstruos se llevan a las niñas latosas, así que vendrá por ti>>.

<<No, no vendrá. Eso no es cierto>> comenzó a sollozar. Su valentía y enojo se desvanecieron, dejando paso a las lágrimas que brotaban de sus ojos y los mocos que le resbalaban por la nariz.

<<Sí lo hará, pero hay una manera de que el monstruo no te lleve>> mencioné, intentando calmarla. Ella dejó de llorar, interesada. <<¿Cómo?>> cuestionó mientras se limpiaba la nariz con el dorso de su mano.

<<Solo tienes que mirar debajo de la cama y él desaparecerá>> le expliqué, deseando que realmente lo creyera. No quería que esa idea la mantuviera despierta y no pueda dormir en las noches. Así fue como mi padre me ayudó a superar mi miedo a los monstruos cuando era pequeño.

<<¿De verdad? ¿Solo eso?>>preguntó sorprendida. Asentí y, tan pronto como escuchó mi respuesta, tomó aire, bajó de la cama y se agachó para mirar debajo de ella. <<No hay nada.>>

<<¿Ves? Ya se ha ido>> volvió a mirar para asegurarse. <<¿Estás seguro de que se fue?>> insistió.

<<¿Acaso lo ves ahí abajo?>> Negó con la cabeza. <<Entonces, se ha marchado>> concluí.

Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro y rápidamente se levantó del suelo, dio dos pasos hacia mí y me abrazó con sus pequeños brazos. Me tomó por sorpresa y no supe cómo reaccionar; quería apartarla, pero al mismo tiempo no me atrevía. <<Gracias, Magnus. A veces no eres tan malo>> susurró contra mi estómago, ya que era tan diminuta que apenas llegaba a esa altura. Su comentario me hizo reír y no pude evitar acariciarle el cabello. Era la primera vez que teníamos ese tipo de contacto físico; ella se aferraba a mí y, tras unos segundos, se alejó y regresó a la cama. <<¿Me puedes arropar de todas formas? Mamá siempre lo hace>>.

Negué con la cabeza y solté un profundo suspiro ante su solicitud. Me acerqué a su cama, tomé la colcha y la cubrí completamente. <<Buenas noches, Magnus>> fue lo último que dijo antes de que sus párpados comenzaran a cerrarse lentamente. <<Dulces sueños, Hayla>> murmuré antes de apagar la luz y encender la pequeña lámpara sobre su cómoda, para luego salir de la habitación.

Es probable que ella no recuerde ese instante, ya que era demasiado pequeña para tenerlo presente. En cambio, yo lo tengo tan fresco en mi memoria como si hubiera sucedido ayer. Al entrar en su habitación, no pude evitar revivir esa escena en mi mente; aunque su cuarto mostraba algunos cambios en comparación con aquella ocasión, aún conservaba el mismo ambiente de aquella niña asustada.

                               ***

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