❝Insomnio❞
La paz y el reposo se mantuvieron ajenos a la señorita Bennet. Las pesadillas retornaron en su lugar haciéndola ahogar un grito al despertarse. Le comenzaba a parecer que el tiempo se volvía lento, que avanzaba a su placer para la recuperación de su hermana Jane y que para su mala suerte, no tenía el corazón para dejarla sola entre un grupo de personas no tan confiables a excepción del señor Bingley.
Elizabeth lanzó un suspiro. Hace unas horas el doctor había visitado de nuevo a la menor. El señor Bingley era el único que se manifestó con extrema angustia mientras que la señora Hurst se mantuvo al margen, rezando por la salud de la señorita Bennet. Mientras la señorita Bingley hostigaba a Darcy en la planta baja, en el estudio donde más de una noche se reunían para pasar un tiempo de ocio.
Varios y divertidos momentos volvieron a su memoria en medio de la noche. Elizabeth sonrió de lado, aún podía palpar su victoria más reciente sobre ese engreído de Darcy.
—Me temo que no soy presa fácil —murmuró y su dulce voz se perdió en el eterno silencio de la medianoche.
Suspiró y sólo habían pasado unos diez minutos desde que un mal sueño la hizo volver del descanso. Llevó su mirada avellana al reloj que estaba en la mesita de noche, en compañía de un par de medicamentos y un vaso con agua. ¡Dios mío! Aun faltaba demasiado para el amanecer y a Elizabeth el cuerpo ya le pedía levantarse de cama. Bufó y después observó a la rubia; parecía muy cómoda en su sueño, y con extrema precaución logró escapar de la cama. Calzó unas pantuflas y se colocó sobre su delgado vestido una bata. Ató el cordón y se dirigió fuera de la habitación.
Lo que menos deseaba la señorita en esos momentos y dada su situación, era molestar aún más al siempre tierno y amable señor Bingley. Con sólo caminar por los pasillos de Netherfield le fue fácil percatarse que ya todos descansaban en sus respectivos lechos.
Sí hay que buscar a un culpable por su insomnio, ella gustosa apuntaría a su alocada imaginación y aquella cena tan buena que tuvo lugar hace unas horas.
Caminó con tanto cuidado que su figura se deslizaba como un junco en el río bailando al son del viento. Su vestido brillaba con la poca luz de las estrellas colándose por las ventanas y aburrida se encontró dentro del recinto. Entonces una idea traviesa le cruzó por la mente: sin duda lo que estaba por hacer podría ser mal educado pero sí sólo estaba ella, nada malo podría suceder. Habiendo revisado todas las pinturas del lugar y pasado por fuera de la habitación de Darcy, la señorita Bennet se encaminó hasta la puerta principal y ahí mismo abandonó sus pantuflas. Salió del lugar y corrió un poco por el jardín.
¡Era hermoso sentir en los pies el fresco rocío nocturno que había en la hierba! Cuántas cosas hermosas y únicas se habrá perdido en todos esos años guiada por una etiqueta. Corrió y corrió, ignorando a todo el mundo. Evitó reírse en lo posible y en ella sólo se dibujó una hermosa sonrisa dejando en plena vergüenza a la misma luna, quien temerosa de la belleza jovial de Elizabeth, ya deseaba ocultarse tras la nubes.
Entonces se sintió observada, como una niña mala que ha hecho una travesura y su padre viene a reprenderla. Se encogió de hombros y escrutó su entorno, más nada pudo divisar. Se tapó los labios, evitando reír a carcajadas cada vez más y mejor.
—¿Hola? —llamó, más que lista para salir corriendo dentro de casa pero algo en ella le hizo sentir seguridad.
Nada se escuchó, nadie apareció o respondió. Era una falsa alarma (por suerte) y a la sazón, rió y extendió sus brazos girando sobre su propio eje, justo en el momento en que un viento fresco atacó su figura. Los cabellos le volaron al aire. Después de tantos días de apuro, había logrado al menos unos minutos olvidarse de la desdicha y reír genuinamente. Por supuesto que no olvidaba a su hermana y tampoco disminuía su temor a un empeoramiento, pero creía necesitar un momento para ella. Uno pequeño y muy insignificante en el que pueda al menos sentirse despejada y libre.
La noche pareció estar del lado de la señorita y visto desde un ángulo exacto, era posible admirar cómo las estrellas giraban alrededor de Elizabeth, contorneando y recortando esa frágil figura tras un vestido. Los ojos del señor Darcy adoptaron un brillo especial, sus alargadas mejillas se pintaron de color durazno y su labio inferior tembló un poco.
Era un desvergonzado al espiar a una señorita en un momento tan íntimo, pero conociendo su reputación por el pueblo, ya nada sorprendería viniendo de él. Volvió a la penumbra, bajó la mirada debatiendo en su próxima acción; por el momento seguiría detrás de ese abedul.
Mientras tanto, Elizabeth se dejó caer en el césped. Cuánto podía importar el ensuciar sus ropas, para nada al parecer. Cerró sus ojos y colocó sus manos a sus costados, sintiendo la fría naturaleza. Tan hermosa encogida de hombros y respirando aire fresco.
—Me temo que no soy el único con un problema de sonambulismo o insomnio, ¿No es así, señorita Bennet?
La voz de Darcy interrumpió el disfrute de la jovencita, quien abrió los ojos y éstos perdieron el brillo del que hacía poco presumían. Observó a sus espaldas por el rabillo del ojo y se encontró con la alta figura del hombre.
—Oh, señor Darcy —le dijo con tono alegre y pasible —. Así puedo notarlo, más me temo y dudo que sufra de un verdadero sonambulismo. No parece estar soñando, sí me lo permite mencionar.
El joven sonrió de lado. Esa era la Elizabeth de lengua punzante que había logrado interesarlo y destrozar a pedazos su orgullo.
—Encuentro su aguda atención muy buena. Pero no creo que tenga lo necesario para mantener la acusación de que no estoy soñando —burló el hombre inclinándose un poco—. Hace buena noche ¿no es así?
Darcy extendió su mano, intentando ayudar a la señorita Bennet a colocarse de pie, más la joven, en extremo orgullosa y valiente, despreció la atención y ella misma se levantó.
—Ya lo creo, señor —inquirió sacudiendo sus ropas. Poco o nada le importó tener esa pesada mirada de Darcy sobre su cuerpo—. Aunque realmente dudo que sea lo bueno de la noche lo que no lo deja dormir.
—¿Y entonces qué es lo que usted cree?
Él, al igual que Elizabeth, esa noche fue atacado por un cruel torrente de pensamientos pero no fueron estos los que impidieron su sueño. En algunos ella era la protagonista y en otros ni siquiera su sombra aparecía. Sonrió y la señorita levantó la mirada por unos segundos, después le plantó frente al hombre.
—Creo que lo que no le deja dormir la noche de hoy son aquellas posibles ideas que ya no caben en su cabeza. Ideas donde usted seguramente es el rey y pocos son quienes pueden ser aceptados por su juicio —atacó Lizzy—. ¿Me equivoco?
—Para nada —le respondió él con simpleza y cinismo—. Aunque hay algunas personas o cosas que se le lograron escapar. En todo caso, si me permite a mi ¿Por qué usted está aquí? Igualmente pienso que no es por lo bueno de la noche.
—Eso no es algo que una señorita deba responder a tal pregunta sin educación.
Elizabeth se dio media vuelta, resuelta a volver a la habitación que compartía con su hermana y más que convencida de su maldición en lo que respecta con Darcy. Pero la voz del hombre la detuvo, provocándola.
—Está en lo correcto, pero me temo que en este momento estamos sólo usted y yo. No habrá alguien que la juzgue.
Aún estando a espaldas, Elizabeth sentía la sonrisa de triunfo sobre Darcy.
—Mire señor —dijo ella dando la vuelta y dirigiéndose al joven con pasos pesados. Una vez llegó a él y a escasos dos o cinco centímetros, se colocó de puntillas y le picó el pecho.
Aquello para Darcy parecía un sueño hecho realidad. Elizabeth había hecho contacto físico picandole el pecho molesta y con ese ceño fruncido que tanto la volvía hermosa. Y volvió a constatarlo, sus ojos eran hermosos y cualquier poema que él pudiese escribir no le haría ni un poco de justicia.
Por parte de Elizabeth, ese hombre le parecía un maldito muro. Era muy alto para el colmo, y bastante fornido. Esa expresión de Darcy le pareció más una burla a su persona y no estaba dispuesta a tolerarla ni un momento más.
—Si bien a mi tampoco me trajo la noche, sí lo hizo el apremio que tengo con mi hermana. Antes me ha mencionado sobre su pariente, no obstante, creo que no ha llegado a sentir ni un poco lo que yo —se llevó su diestra al pecho, justo en el corazón—. Sostengo que usted es tan frío y seco que le sería difícil comprender al menos estas palabras.
Ambos permanecieron en silencio. No había incomodidad alguna pero Elizabeth tomó su distancia, en espera de alguna respuesta para después correr dentro de casa. Darcy evocó una mueca e inclinó un poco la cabeza.
—Pido disculpas pero no deseo discutir señorita Bennet —contestó él, cortante—. Quiero expresar que veo en usted la preocupación, más no puedo hacer nada con ello más que preguntarle sí desea pasar un rato aquí.
Era extraño ver en Darcy esas intenciones. Elizabeth arrugó la nariz, nada le olía bien en ese instante y ese comportamiento en él lo atribuyó a la falta de sueño. Entonces se echó a reír, no de forma exagera sino suave y sutil.
—¿Usted pidiéndome pasar un rato aquí? —se mostró incrédula—. Sin duda, la noche le afecta mucho y espero no lo tome a mal.
—No le tomaría a mal ni una sola palabra y en todo caso la dispensaría. Es su decisión, como ya me ha mostrado antes, quedarse o no.
La fémina mordió su labio inferior, dubitativa y más que tentada a conocer a quien creía su enemigo.
A Darcy ciertamente le causaba ilusión compartir una noche tan hermosa con alguien que él consideraba digno. Tan solo ver en ella la duda ya se sentía bien servido.
—¿Y según usted, qué podríamos hablar sino es discutir? —burló ella balanceándose en su lugar.
El chico le restó importancia con los hombros.
—Es de noche y no por eso quiero que se tergiverse la situación, mucho menos con una señorita como usted Bennet, pero bien se podría hablar o "discutir" —formó las comillas con los dedos, un poco tierno pero altivo—. Sobre su gusto literario o bien, algún otro tema que sea de vuestro interés.
—¡Sí está más que claro! —respondió ella al instante—. Permitame decir que por la tarde noche noté su mirada, y es que quién no podría darse cuenta con esa expresión más pesada que el plomo. Lo que me obliga a preguntar ¿Le causa molestia alguna mi lectura de hace unas horas?
—No tanto como el frío de esta noche —dijo Darcy quitándose el saco y colocándoselo con cuidado a Elizabeth por los hombros—. Pero ese libro en especial no forma de mis favoritos y por tanto no está dentro de mi biblioteca personal.
Bennet rió débilmente, sorprendida por lo que acababa de escuchar. Aceptó la atención pero en cuanto escuchó a Darcy, se deshizo de él y lo regresó a su dueño.
—Ya veo que hasta los libros sufren de su selectividad —respondió ella cortando el tema de tajo—. ¿Qué no ha escuchado "No juzgues a un libro por su portada" ? Será que yo no veo ni un poco de malo en la historia de la jovencita y el cachorro luchando juntos.
—Vaya que lo he escuchado —le respondió tomando de nuevo su saco —. Y por eso mismo tengo mis razones para hablar de él.
—Lo dudo mucho.
Elizabeth se llevó sus manos tras su espalda. Negó. Ya no tenía las intenciones de seguir alegando sobre un simple libro.
—Señor Darcy, me temo que yo he terminado aquí mucho antes de que usted llegara y no es mi intención acompañarlo más, ya mucho le permití intercambiar algunas palabras —le dijo haciendo una suave reverencia antes de escapar—. Sea usted amable de seguir disfrutando la noche. Yo vuelvo a mi lecho con el consuelo de sus dulces, dulcisimas palabras. Buenas noches.
Así sin esperar una respuesta, Elizabeth le dio la espalda y corrió en dirección a Netherfield. Ahora bien, Darcy seguía perdido en su figura, se llevó las manos al pecho y detrás de él también apareció otra figura; era la señora Bingley, quien tampoco tenía sueño esa noche y se mantuvo oculta todo el rato.
—¡No puedo creerlo! —le dijo a Darcy, burlándose de Elizabet —. Esa señorita, sí así podemos llamarla, salió no sólo sin zapatos sino que hasta se dejó caer en el suelo. No puedo creerlo, ¿y aún así piensas que sus ojos son hermosos?
Darcy no respondió, había visto hasta el último momento en que Elizabeth se había perdido entre la penumbra de la casa. Estaba ensimismado por la joven y le era difícil expresarlo.
—No sólo son sus ojos —logró formular después de unos minutos. Bajó la mirada y aunque estaba cautivado, la señorita Bingley sólo vio en él una fría expresión—. ¿Cómo podría explicarlo? Es ella en pocas palabras. Es ella quien le dio el significado a la belleza y fuerza a la vez.
—¡Tonterías! —bufó la joven—. Una mujer no es hermosa por la fuerza que posee, sino por su delicadeza y educación.
—Exacto —fue lo último que Darcy le respondió—. y aún así la señorita Bennet logró ambas cosas volviéndose exquisita, me atrevo a decir.
Él también comenzaba a creer que la falta de sueño le había afectado. No estaba acostumbrado a hablar de más.
La verdad es que había visto una figura juguetear por los pasillos y al ver de quién se trataba, se vistió y siguió a Elizabeth hasta su encuentro. Deseó cuidarla esa noche pero jamás se esperó verse inmerso en su belleza.
Darcy sacudió la cabeza, ya era hora de volver a dormir con la seguridad de que nadie hablaría de esa noche. Se despidió de la señorita Bingley y volvió a su habitación. Ya no podía esperar mucho a que llegara la mañana y pudiese volver a encontrarse con Elizabeth Bennet.
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