❅ Capítulo XXVII: Caricias furtivas ❅
~ CARICIAS FURTIVAS ~
Arian
Los últimos días de la semana de celo son bastante peculiares, suelen ser días en los que el ambiente no solo se caracteriza por la ausencia de ruido gracias a los inciensos silenciosos, sino que incluso la naturaleza cambia de color. La contaminación lumínica es prácticamente nula y lo único que se puede escuchar con claridad es el sonido del viento y los árboles meciéndose con parsimonia, mientras unos escasos copos de nieve caen con ligereza al pavimento. El cielo, por su parte, se encuentra iluminado por una cantidad indescifrable de estrellas, permitiendo que una vez más podamos contemplar cierto espectáculo de luces danzantes, seductoras y coloridas.
Me quito algunos mechones rebeldes del rostro, que, inspirados por el viento, obstruyen mi campo de visión.
Los nervios me invaden por más de una razón mientras avanzo. Soy demasiado consciente de la calidez que él emana, es sutil, como una caricia silenciosa pero al mismo tiempo para mí es tan perceptible como si me estuviera tocando con sus propias manos.
Estamos fuera de casa desde que terminó la cena y todos volvieron a ausentarse sin dejar ningún rastro más allá del latente deseo que se respira en el ambiente. Lo más curioso respecto a esto, es que no es un deseo lascivo ni lujurioso, más bien se trata de una nube de anhelo tan palpable como las palabras no dichas entre aquellos que se aman. Es un deseo puro, genuino y tan atrapante que da la impresión de que va a explotar en cualquier momento.
En estos días Stefan ha conocido mi cuerpo de distintas maneras.
Y no me parece justo.
No me parece justo que me haya tocado hasta el alma cuando en realidad yo ni siquiera lo he visto completamente desnudo. No me parece justo que me observe mientras duermo cuando él no es capaz de hacerlo. No me deja tocarlo demasiado y me parece una completa falta de respeto que no se deje llevar, que no deje que haga con él lo mismo que él hace conmigo. Quiero que por mi causa el insomnio que ha sufrido durante tantos años desaparezca, quiero que mi alma se funda con la suya como el oro al ser llevado al fuego.
Quiero…
«Himmel».
Trago saliva.
Él está haciendo conmigo justo lo que quería.
Vislumbro una salida al recordar lo que sucederá dentro de poco, a lo mejor no llevo una cuenta específica pero desde aquella conversación no he parado de pensar en ello, en los efectos de todos los antídotos desapareciendo por completo de nuestros organismos, en las emociones a flor de piel, en mi olor y en nosotros. Ambos dispuestos a desnudar incluso nuestros pensamientos, ambos necesitados pero posponiendo lo inevitable aún cuando ya no hay nada que lo impida.
—¿Vas a decirme a dónde vamos? —pregunto.
Él es quien me guía a pesar de que camina detrás de mí, como si quisiera asegurarse de que voy por el camino correcto, y hace poco noté que salimos de su territorio.
—Estás rompiendo una de tus reglas al sacarme de la manada en medio de la noche no sé si soy tonta por seguirte o por no regresar.
Él suelta un gruñido en respuesta, y yo giro el rostro para mirarlo por encima del hombro. Contengo la respiración al verlo en su forma lobuna, hace poco me pareció escuchar un ronroneo pero no me resultó extraño, no es como si fuera la primera vez que los emite en la piel de humano y estando en mi presencia.
Me resulta fascinante saber que él y el hombre que observaba hace tan solo unos minutos en realidad son la misma persona.
—¿Está todo en orden? —inquiero al fijar mis ojos en los suyos—. ¿Debo transformarme también?
Él mira atrás por un momento y luego vuelve a enfocarse en mí.
No puedo decir que me sienta en peligro, de hecho, siento como si pudiera respirar un aire más puro; esto tiene justificación en cuanto empiezo a escuchar el rugir de las olas del mar obedeciendo a los vientos.
Estamos fuera de la manada, pero no muy lejos, y lo que llego a pensar por un momento es que me ha traído para observar el amanecer a su lado. Faltan algunas horas para que esto suceda y me parece lo más lógico, teniendo en cuenta que he preguntado un montón de veces y que no ha dicho una sola palabra.
Avanzamos hasta casi llegar al borde de un acantilado que en su elevación nos permite ver la inmensidad del mar bajo nuestros pies. Mi corazón late en respuesta a la calidez que inunda mi estómago y mis ojos lo buscan procurando encontrar una respuesta.
—Si lo que quieres es un baño de agua salada para sacarte las pulgas, creo que tendrás que esperar —intento bromear, a pesar del nudo que tengo en la garganta.
El lobo se acerca a mí, con él pelaje humedecido gracias a la nieve ya derretida que le salpicó en todo nuestro trayecto. La noche está bastante despejada, pero aún así, las temperaturas son bastante bajas y nosotros dos, ponemos a prueba nuestra humanidad al estar afuera sin ningún tipo de abrigo, pero sí con genes de lobo bajo la piel.
Empuño el vestido con las dos manos y agradezco a Lo divino tener unos zapatos adecuados para el recorrido que hemos realizado.
Tomo una bocanada de aire, cierro la boca pero vuelvo a abrirla, sin embargo, de ella no sale nada. Solo mantengo mis ojos atentos a todo lo que expresan los suyos, diciéndome cosas en un idioma desconocido y que no necesito saber para entender.
Una amplia sonrisa tira de mis labios y se convierte en una pequeña risa sin que pueda detenerla. Sus orejas puntiagudas se ponen aún más rectas al escuchar mi risa repentina. Tal vez está pensando en que estoy medio desquiciada, y puede que así sea.
Solo una mujer desquiciada se quedaría a merced de un lobo enorme, con años de continencia. Y si tomamos en cuenta las palabras de Zack, pasional a sobremanera, y soy aún más desquiciada por intentar probar mi suerte al estar aquí de madrugada, en un acantilado a la orilla del mar en plena semana de celo, sabiendo que mi olor natural podría volver en cualquier momento y ser el causante de que él pierda la cordura.
—Arian… —dice por medio de un sonido semejante a un chirrido.
—¿Troglodita? —Me hago la desentendida.
—¿Qué te causa tanta gracia? —inquiere, con esa mirada de lobo necesitado de alimento puesta en mí.
—Mi olor va a volver —digo en un susurro, inhalando el olor a mar que emana la expansión de aguas a nuestro alrededor, y él también—. Me hace gracia pensar en cómo vas a reaccionar. Para ser honesta, toda esta situación me hace gracia.
Él parece molesto al escucharme, y yo solo puedo sonreír aún más.
—Y lo que dijiste hace unos días, eso de que eres muy grande para mí —se me escapa otra risa.
—¿Crees que es mentira?
—No —respondo al instante—. Solo que al parecer ignoras que tenemos genes de animal en nuestro organismo, de lobos, para ser específica.
—¿Y? —continúa avanzando hacia mí, y yo procuro por todos los medios no moverme un centímetro para que entienda el jodido mensaje de una vez por todas.
—A las hembras así nos gustan, mayormente.
—¿Y a ti?
—No me considero una excepción.
Ambos permanecemos en silencio durante un momento efímero que parece el preludio de un estallido de sensaciones.
—¿Para qué me trajiste a este lugar? —pregunto, como quien tiene sed de algo más que una respuesta.
—Sube —dice, inclinándose para mí.
Poco a poco me quedo sin respiración y no pienso en el después cuando me transformo con la ropa puesta.
«Te sigo». Es mi respuesta.
Me mira durante unos segundos y luego avanza hasta encontrar un atajo que nos permite descender del acantilado con facilidad. Cuando estamos abajo, él avanza hacia las rocas y yo lo sigo en todo momento, casi al desfallecer de expectación.
A nuestro alrededor solo hay agua de mar golpeando contra rocas enormes cubiertas de nieve, y en medio de la oscuridad, la luz de luna que hace brillar las aguas.
—Arianna —paro en seco al escuchar el sonido de su voz. Antes era él hablando a través de nuestro vínculo, hablando en mi mente; pero ahora, Stefan-humano ha vuelto.
Me vuelvo hacia él con la respiración agitada por la adrenalina e intentando no observarlo como quisiera.
«¿Puedes cubrirte?»
Él niega en respuesta.
—No.
Vuelvo a mi forma humana, ignorando que estamos al aire libre y simplemente juego con la misma carta.
—De acuerdo.
—Me sorprende que me pidas que me cubra y a los segundos tú también te encuentres desnuda.
—No creo tener otra opción —respondo, con la mirada fija en su rostro.
—Yo pienso que quieres matarme —susurra en respuesta, quemando cada centímetro de mi piel con el recorrido de sus ojos.
Avanza hasta mí con grandes zancadas, con mis ojos fijos en los suyos a pesar de querer bajar la mirada.
—No te daré el gusto de verme observando tu miembro, Stefan.
Él se carcajea en respuesta y cuando doy la espalda con la frente en alto se apresura a tomarme en sus brazos y me coloca sobre su hombro como si fuera un saco de papas.
—Ufff —estiro mi brazo tanto como puedo y le doy un pellizco a uno de sus glúteos.
—Si continúas jugando conmigo...
—Que buenas nalgas mi amor.
Él no responde, solo me baja de su hombro haciendo que lo encare.
—El día que no soporte más esta tortura —continúo hablando—, no me va a importar lo grande que seas, solo...
Es curioso lo familiar que me resulta la situación, solo que ahora ya no solo se trata de la chica a la que el Líder marcó en un momento impulsivo, sino de la mujer con la que el Líder decidió casarse porque ella, yo, estoy dispuesta a entregarle cada célula de mi ser.
Acorta la distancia entre nosotros, y vuelve a tomarme de la cintura, solo que esta vez estamos frente a frente, yo envolviendo mis piernas en sus caderas y los brazos alrededor de su cuello mientras procuro no perder de vista su mirada fogosa.
—Si lo que has buscado todo este tiempo es que se me acumulen todas las especies de deseo por ti —susurro a un suspiro de su boca—, confieso que lo has logrado.
—Lo dices como si ya no soportaras más —camina conmigo en sus brazos, hasta que nos adentramos en lo que parece ser una cueva. Iluminada por una fogata, húmeda, pero seca, mientras varios edredones de terciopelo se encuentran perfectamente colocados uno encima del otro en el no tan reducido espacio de la cavidad. Pétalos de rosas blancas y amarillas esparcidas en la cama improvisada, mientras que a un lado se encuentra una bandeja con dos copas y una botella de vino.
—¿Cuándo...? —pregunto, anonadada.
—Es bueno saber que tu olor va a volver —ronronea con la nariz perdida en mi cuello, acariciándome, intensificando en cada parte de mi cuerpo el fuego que me corre por las venas.
Asiento.
—Que no te intimida la idea de tener a un hombre lobo enorme muriéndose por ti.
Suelto un jadeo ahogado cuando tras decir esas palabras, toma mis labios con vehemencia. Sin embargo, se aleja un segundo para sentarse en la cama improvisada conmigo sobre él. Sujeta mi cintura con sus manos, manteniéndome justo en donde quiere, como si intentara evitar que me mueva un centímetro.
Sus ojos, de ese azul oscuro que tanto me gusta, reflejan muchas cosas, cosas que entiendo, pero que aún así me gustaría escuchar de sus labios. Quisiera entender todo de él, saber todo lo que pasa por su mente.
—¿Te gusta?
La garganta se me seca.
—¿A qué parte te refieres, exactamente? —tomo una bocanada de aire y hago acopio de todo mi raciocinio para no adelantarme a sus planes.
Esa sonrisa se forma en sus labios, causando que algo se remueva dentro de mí, algo con nombre y apellido que será mi perdición.
—A todo —responde.
—Estás conmigo, y eso hace imposible que sienta desagrado. Lo único que quiero es...
—Estoy enterado de ello —sisea y lo próximo que hace es volver a besarme.
Los golpes que me da el corazón contra el pecho resuenan entre nosotros como la melodía de una canción lenta pero con la letra cargada de anhelo.
Stefan mantiene sus pies fuera de la cama improvisada y mientras yo permanezco pasmada, me observa. Me observa con un brillo en sus ojos cargados de palabras silenciosas.
Acuno su rostro entre mis manos y alterno la mirada por todo su rostro.
—¿Ya estás lista para dejarme entrar?
¿Cómo se supone que conteste a esa pregunta? ¿Debo decirle que no quiero que amanezca?, que deseo permanecer justo aquí con él hasta que no haya punto de separación entre nuestros cuerpos, entre nuestros labios, que nunca había deseado algo con tanta necesidad como deseo que me haga suya; lo ansiosa y necesitada que estoy, que he esperado este momento más de lo que me gustaría, que atesoro cada instante en el que me ha tocado, pero que no hay punto de comparación entre aquellos momentos y este momento…
—¿Qué dices tú?
Una sonrisa tira de sus labios cuando, segundos después, se dispone a apartar las manos de mi cintura para llevarlas a mis glúteos y tomarlos en un agarre lo suficientemente firme como para hacerse sentir y lo suficientemente suave como para no lastimarme.
—Yo digo que la mejor evidencia es tu humedad —susurra, y se dispone a esparcir besos en mi cuello.
Es en ese momento en el que me vuelvo consciente de que mis caderas están libres, de que puedo buscar lo que tanto ansío tener sin que él siga tratando de impedirlo.
Vuelvo la mirada hacia su rostro y bajo su atento escrutinio muevo mis caderas. Algo flaquea en sus ojos en ese preciso momento y con cada movimiento caen los muros de su autocontrol.
Su mandíbula tensa hasta doler y sus manos apretándome como si fuera la masa para hacer pan.
Me detengo y voy por sus labios, lo beso lentamente, viéndome obligada a cerrar los ojos por inercia al tiempo que procuro grabar este momento para siempre en mi memoria.
Llegados a este punto, siento agua hirviendo corriendo por mis venas y esa misma agua evidenciarse hasta cruzar las barreras de mi piel y llegar a la suya.
Pierdo el aliento cuando él me invade, y me siento más invadida con cada segundo que pasa.
Abro los ojos, encontrándome con mi abismo azul en el rostro del hombre que se hace sentir como si fuera parte de mi cuerpo. Pasan algunos minutos en los que ambos nos miramos, agitados, con desasosiego como si quisiéramos saltarnos el protocolo, y no voy a mentir, es justo lo que quiero.
—¿Estás bien? —pregunta, con la voz apenas audible.
Asiento repetidas veces, tomando su cuello entre mis manos.
—Tenías razón.
Él suelta una risa leve, mientras sus manos vuelven a mi cintura.
—No quisiste verlo.
—Sí quería.
Él vuelve a reírse, con el rostro cargado de ansias y excitación, me sonríe, con los ojos entrecerrados y sus manos aferrándose a mí como si de ese modo pudiera retenerme entre sus brazos.
Cuando mi cuerpo se acostumbra a su intromisión, tomo sus labios y muevo mis caderas con delicadeza. No pasa mucho tiempo antes de que Stefan me siga el ritmo, y de la misma manera en que las olas arrastran todo consigo al retroceder, él me arrastra al placer hasta perder el aliento, hasta perder el control de su cuerpo, hasta hacerme acariciar el cielo y sentir que soy una estrella más, una de esas que se sienten tan brillantes como el sol.
Es nuevo para mí sentir tantas cosas juntas, al mismo tiempo, cerquita de una persona. Con el corazón contemplando los latidos del suyo mientras nos abrazamos, mientras nos besamos, mientras el fuego se vuelve cada vez más flamante, mientras hacemos el amor una y otra vez.
Llego a sentir que no puedo más, pero continúo necesitando más de él, así como entre jadeos y caricias furtivas él me hace comprender que me anhela, que tiene mucho más que ofrecerme.
Se vuelve una adicción para mí escuchar sus gemidos de placer, esos que me retuercen el alma, se vuelve una adicción para mí besarlo mientras subimos y bajamos mientras entramos y salimos, creando esos sonidos que cuentan la fusión de nuestras almas. Se vuelve una adicción sentir su calor como mío, mientras ardemos.
Y cuando amanece, el sol y la luna se cuentan de lejos y juzgan junto a las estrellas; que ambos gemimos, que lloré de placer y que el secreto debe permanecer inédito, oculto, guardado como lo que es, solo nuestro.
Y solo mío.
Como él.
Exhausta, apenas con aliento, lo abrazo tras terminar de la misma manera en que empezamos: frente a frente, observándonos.
Su expresión es seria, parece cansado, extasiado e imagino que yo me veo igual.
—Me llamaste tu amor —murmura de la nada, con la voz ronca.
—¿Qué? —frunzo el ceño.
Él permanece en silencio durante unos segundos.
—Me llamaste tu amor —eleva las cejas, observándome, mientras los rayos del sol que alcanzan el interior de la cueva nos traen un claro mensaje—. Antes de que empezáramos y también mientras hacíamos el amor.
No respondo, solo permanezco ahí, expuesta, vulnerable, con el corazón en la mano.
—¿Soy tu amor, dulzura?
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