❅ Capítulo XXVI: Ataraxia ❅
~ ATARAXIA ~
Arianna
Cuando mis ojos se abren, la sonrisa que ilumina mi rostro surge de inmediato. La sensación que se instala en mi pecho es de pura satisfacción al saber que pude hacerlo, que pude cerrar los ojos y dormir profundamente sin experimentar sueños indeseados.
—Nuestra técnica dió excelentes resultados.
Doy un respingo.
Mi mirada lo busca hasta dar con él, recién duchado, vestido completamente de negro. Se sienta en la cama y se inclina para colocarse las botas mientras yo lo miro como quien contempla el primer rayo de sol al amanecer.
El sentimiento que crece en mi pecho precede la complacencia que me inunda poco después.
¿Así será cada vez que despierte junto a él? ¿Me sentiré tan ligera y conforme con todo a mi alrededor, como si estuviera justo en el lugar al que pertenezco?
—Buenos días —mi voz se escucha rasposa y la garganta me escuece. Estiro mi cuerpo y me sirvo un vaso de agua, sintiendo su mirada sobre mí.
—Buenos días —responde.
Mientras tomo mi vaso de agua observo cada uno de sus movimientos por el rabillo de ojo.
—¿Cómo te sientes? —pregunta al levantarse para poder colocar los bordes de la camiseta por dentro de sus pantalones.
—Aliviada —admito—, como si me hubieran quitado un enorme peso de encima.
—Me complace escucharlo —susurra con complicidad, sonriéndome con la mirada.
—¿Cuánto dormí?
—Dos días.
Mi boca se abre ligeramente.
—¿Y tú? —inquiero—. ¿Pudiste hacerlo?
Él niega.
—No pude. Aunque, no me desespero —me dedica su recurrente sonrisa ladeada, mientras entorna los ojos en mi dirección—. Sé que solo es cuestión de tiempo. En cualquier momento voy a terminar rendido junto a ti y pensarás que estoy muerto.
—No digas eso —suelto una risa leve—. ¿Cuánto tiempo llevas así?
Se queda pensativo.
—Desde ese ataque a mi manada en el que asesinaron a Rachel.
Trago en seco.
—¿Hablamos de…?
—La edad de Ryan.
—Seis años —concluyo.
Él asiente.
—Eso es demasiado, Stefan.
—Cierto —su sonrisa tiembla—. Pero sé que algún día sentiré tanta paz como para volver a descansar.
Al terminar de arreglar su ropa vuelve a sentarse en la cama, más cerca de mí.
—Poco a poco siento que vuelvo a vivir, Arian —extiende su brazo hasta rozar mi mejilla con sus nudillos.
Ese mínimo contacto hace que tiemble. Ese toque tan ligero hace que mi piel se erice, protestando por más.
—Y tú tienes mucho qué ver con eso —susurra, delineando mi barbilla—. Todo, diría yo.
Permanecemos en silencio durante unos segundos en los que cierro los ojos y me permito disfrutar de su caricia.
—¿Cómo te sientes con todo esto?
—Favorecido —dice a penas termino la pregunta—. Eres muy preciada para Lo divino, ángel.
Trago saliva cuando rodea mi cuello con su mano.
—Y yo soy afortunado por tenerte en mi vida, porque me hayas elegido a pesar de los errores que cometí —la ataraxia que se respira mientras hablamos es tan sutil, pero al mismo tiempo tan reconfortante y significativa.
—Nuestros errores los podemos obviar —murmuro, envolviendo su brazo con los míos, sin querer que se aleje y volviendo a mirarlo directamente a los ojos—, aquellos que cometimos al conocernos y también los del pasado.
Stefan niega.
—Puedo vivir el presente a plenitud, pero todas aquellas cosas que me han traído al hoy jamás las podré olvidar —desvía la mirada hacia un punto fijo.
—¿No quieres hacerlo? —pregunto, viéndolo a él.
—No, para ser honesto —habla despacio, sumergido en sus pensamientos.
—Yo sí quiero olvidar, no todo —admito, sonriendo con nostalgia—. Pero hay cosas que desearía no haber vivido, aún así, sé que me han llevado a ser quien soy. Sin embargo, a pesar de que hay personas a mi alrededor capaces de borrar ciertos episodios de mi mente, nunca me atreví a hacerlo, porque sé que, aunque la memoria borre, el corazón jamás olvida.
—Concuerdo —vuelve a enfocarse en mí—. Precisamente de eso se trata, aunque olvidaramos o borraramos algo de nuestras historias, ese algo ya habrá existido y por siempre existirá entre los recuerdos de nuestra mente, pero también en los del corazón.
Desliza su pulgar en mi piel, hasta llevarlo a mi garganta, aún tomándome por la parte trasera del cuello como si quisiera que lo mirara solo a él, aun cuando en nuestro espacio solo somos nosotros dos.
—Nos queda aprender del pasado y vivir el presente, con las constantes lecciones de la vida y momentos dignos de enmarcar —dice, como si fuera un secreto.
Asiento, ligeramente, de acuerdo.
—Aprender del pasado, vivir el presente y disfrutar aquellos momentos dignos de enmarcar —repito en el mismo tono, sonriendo.
Él se acerca despacio, y reconozco sus intenciones pero palidezco ante la idea.
—Quiero besarte —habla entre risas leves.
—Tú estás recién duchado, y yo llevo dos días sin ser muy consciente de mi existencia. Así que, esperarás como un buen niño hasta que salga de la ducha.
La habitación se llena de sus carcajadas y yo aprovecho para levantarme y huir. Salgo de la cama dando traspiés por el movimiento repentino y me encierro en el cuarto de baño. Me paro frente al espejo y observo mi reflejo. Las marcas de las sábanas son notables en mi piel, evidencia de que descanse como es debido.
Me desnudo y continúo inspeccionandome como si temiera que durante mi sueño profundo algo hubiera…
Suelto un gruñido molesto, llevándome las manos a la cabeza. No hay nada más allá que las líneas verticales y horizontales enrojecidas por estar acostada en la misma postura durante horas y horas. Mi cabello está atado en un moño desordenado que no recuerdo haberme hecho y mi camisón es el mismo con el que… con el que estuve sobre Stefan, húmeda y ansiosa por obtener más de él.
Suelto un suspiro, sintiendo como el aire abandona mis pulmones lentamente.
Ladeo la cabeza y miro su marca en mi piel, en el lado izquierdo de mi cuello, sobre la primera. La cicatriz normotrófica no es muy grande, pero sí evidente.
Choco de golpe con mis propios ojos. Una sonrisa apenas perceptible se forma en mis labios, al notar todo lo que mi mirada desprende.
Carraspeo y me suelto el cabello, como si quisiera traerme a la realidad y me adentro en la ducha. Intento no excederme con el tiempo, porque sé que él me espera.
Cuando salgo de la ducha caigo en cuenta de que no traje una toalla ni mi bata de baño. No es hasta que reviso el pequeño armario que me invade la verdadera preocupación. Suelto un quejido lastimero y pego mi frente a la pequeña puerta.
—Yo puedo —me digo a mi misma—, ahora él es mi esposo, yo puedo, yo puedo, yo puedo.
Tomo una bocanada de aire y vuelvo a mirarme al espejo.
—¡Stefan!
Silencio.
—¡Stefan!
Nada.
—¡Stefan! ¿Podrías…?!
Un fuerte golpe contra la puerta me hace soltar un chillido y cuando esta se abre con brusquedad solo intento cubrirme con las manos tanto como me es posible.
Al verme se queda paralizado.
—Oh, mierda —se da la vuelta, levantando las manos como si yo fuera a arrestarlo—. Lo siento, creí que te había pasado algo.
—Solo quería… una toalla —con la respiración entrecortada tomo mi camisón del cesto de la ropa sucia y me lo pongo tan rápido como mis manos temblorosas me lo permiten. Cuando termino de ponermelo, levanto la mirada, chocando con un océano de emociones a través del espejo.
—Disculpame —dice en un susurro, pero sin apartar los ojos de mí.
—Yo…
Traga saliva.
Mantengo mis ojos fijos en los suyos, en aquel mar que refleja tantos sentimientos pintados de azul que me hacen contener la respiración. Recuerdo la primera noche que me encontró invadiendo su cabaña, aquella noche en la que me persiguió en la piel de su lobo grácil y enorme; como estos mismos ojos me observaban en el cuerpo de un animal con esa hambre voraz que poco a poco también va surgiendo en mí. Recuerdo la primera vez que lo vi, cada instante en el que me ha hecho perder el aliento.
Doy un paso en su dirección.
Noto como todos los músculos de su espalda se tensan y aflora dentro mí la necesidad de tocarla.
Otro paso.
Entiendo el idioma de su mirada y me complace saber que está pensando justo en lo que haré antes de que pase.
—Arian —murmura con la voz ronca. Mi corazón se acelera un poco más ante ese sonido tan masculino.
—¿Sí? —su espalda ancha y erguida obstruye mi vista cuando quedo a un suspiro de él.
—Si continúas con la idea que hay en tu mente no me responsabilizo de lo que pueda pasar después.
Una pequeña sonrisa en mis labios antecede el revoltijo cálido provocado por los nervios.
Tomo el borde de sus pantalones y desenfundo la camiseta hasta notar un atisbo de su piel.
—¿Qué puede pasar después?
Introduzco mis manos por debajo de la tela y me estremezco en cuanto mis dedos hacen contacto por su piel una vez más. Asciendo en mi recorrido, llevando mis manos a la par.
—Arian…
—¿Troglodita? —llevo mi caricia hasta sus hombros.
Mis movimientos se ralentizan mientras vuelvo al punto de origen, al escuchar el gruñido apenas notable que vibra en su garganta. Una de mis manos rodea su cintura hasta llegar a su abdomen, este se contrae y yo intento sentir tanto como mi tamaño me lo permite, mientras que, con mi otra mano introducida dentro de su pantalón, la punta de mis dedos delinean los hoyuelos lumbares en su espalda baja.
Él vuelve a gruñir cuando mi mano en su abdomen retrocede, quedando justo en donde se encuentra una marcada línea de Adonis.
—Arianna.
Me detengo de golpe.
Ambos nos quedamos en silencio, poco después inhalo profundamente, llenándome de valor... y entonces llevo mi mano un poco más allá, continuando con el recorrido.
—Te lo advertí —en una milésima de segundo se gira y me alza en brazos, sujetándome por la cintura.
Mis ojos vuelven a conectar con ese mar lleno de pasión. Mi respiración se agita pero no retrocedo. Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y coloco mis labios a disposición de los suyos mientras él nos lleva al dormitorio.
—Voy a besarte —advierte.
Siento el roce del edredón en mi espalda cuando me deja sobre la cama con suma delicadeza.
Asiento y esa es su señal para empezar a devorar mis labios como si fuesen una uva en el estado perfecto para hacer vino. Él succiona, saborea y danza con su lengua en mi boca dejándome sin ideas coherentes, sin miedos que sentir y sin cordura con la cual razonar.
—A tocarte —abandona mis labios y toma mi cintura con firmeza, ejerciendo presión a cada lado de mis caderas, llevando un cosquilleo ansioso a mi estómago.
—Sí.
—A acariciarte —toma mi pierna con su mano derecha, no sin antes tantear la piel a su merced.
—Sí…
—A desnudarte —suelta un jadeo ansioso al introducir su mano por debajo de la seda, levantando la tela a su paso.
Siento el hormigueo que deja en mi piel con cada roce, cada parte de mi ser es consciente de él y lo único que quiero es que continúe tocándome así, como si le gustara mi cuerpo, como si quisiera tenerme por completo.
—Sí.
—A saborearte —saca el camisón por mi cabeza bajo mi atenta mirada.
Su expresión es de puro anhelo, me hace sentir deseada y al mismo tiempo su delicadeza hace que quiera darle todo de mí.
Su rostro se pierde en mi cuello cuando empieza a besarme lenta y tortuosamente. Mientras él desciende, cada parte de mi piel en las áreas que está por besar ansía la llegada de sus labios.
Cuando llega a mis pechos inhala profundamente, mirándome como si yo fuera esa estrella que se vislumbra en el cielo, hermosa y brillante a través de la aurora.
—¿Puedo probarte, dulzura? —pregunta a una minúscula distancia de mis pechos.
Llegados a este punto, siento que me falta capacidad para respirar, pero cuando se humedece los labios con la lengua y toma mis aureolas entre ellos, me vuelvo consciente de que ya no sé hacerlo. No sé cómo hacer entrar aire a mis pulmones, no sé cómo pensar, lo único que existe para mí en este momento es él y todo lo que está haciéndome.
Un sonido gutural se escapa de mi garganta cuando sus manos se unen a la danza de su boca. Mis manos toman las suyas, intentando detener la llegada a su destino cuando estas acarician la cara interna de mis muslos.
—¿Quieres esto?
Asiento, sin saber muy bien a qué parte se refiere.
Solo sé que lo quiero todo.
—Confío en ti.
Él asiente, sonriendo.
Deja un beso entre mis pechos y vuelve a mis labios. Mis ojos se cierran por inercia cuando me besa, esta vez con detenimiento, como si quisiera grabar cada detalle de lo que hacemos en su mente.
Sus dedos se abren paso entre mis piernas, yo abro los ojos y tomo su mano, alarmada.
—Tranquila —me suplica.
Trago saliva, queriendo alejarlo, cuando en realidad es justo allí en donde se han acumulado todas mis ganas de sentirlo.
—¿Qué harás?
Sus ojos, oscuros y con un brillo fuera de lo normal me sonríen.
—Complacerte —murmura—, si me dejas.
Suelto su mano, tomando una bocanada de aire. Entonces asiento.
—Agarrate de algo —dice, acercando su rostro al mío, traspasando mi alma con sus orbes, y yo tomo su cuello como mi mejor opción.
Él ladea la cabeza, inclinándose a mi toque como un cachorro que anhela los mimos de su dueña.
—Buena chica —ronronea, y entonces siento sus dedos tanteando mi feminidad.
Mis labios se abren con sorpresa al sentir la calidez de su toque.
—Contaré hasta diez —murmura, embadurnando sus dedos de mi humedad.
Mis ojos se cierran, mientras me aferro a su cuello con fuerza, sintiendo demasiado, pero al mismo tiempo queriendo más.
—¿Para qué? —Lo observo.
—Para que te corras.
Mi ritmo cardíaco aumenta, mi cuerpo se activa por completo ante sus palabras y lo único que deseo es tener más de él.
—Uno —me acaricia con sutileza, el toque es apenas perceptible pero provoca una revolución dentro de mí.
Lo atraigo hacia mí, y uno nuestros labios pero no llego a tomarlos entre los míos, el jadeo de sorpresa que suelto cuando introduce su dedo en mí es tan impredecible como la intromisión.
—Dos.
Separo más mis piernas y lo dejo jugar con mi mente. Se siente bien pero no son sus dedos lo que quiero sentir, sus manos son grandes pero la temperatura de su piel contra la mía hace que no pueda concentrarme. Sé que hay más, necesito más.
—Tres, dulzura —presiona con la yema de uno de sus dedos en el punto exacto.
Suelto un jadeo cuando con su mano toma uno de mis pechos y me mira de esa forma, como si quisiera desnudarme más de lo que ya estoy.
—Cuatro.
—¿Stefan? —murmuro apenas audible.
—Cinco —me dedica una sonrisa suave, y mientras me mira, introduce otro dedo dentro de mí.
Echo mi cabeza hacia atrás, buscando alivio, descanso de tanta intensidad.
—Seis.
—¿Qué estás haciéndome? —pregunto, con desasosiego.
—Reuniendo evidencias —vuelvo a mirarlo y en sus ojos se enciende una chispa, algo se intensifica y sé, por cómo aparta la mirada, que esto no está del todo bajo su control.
—Siete.
Suelto un quejido lastimero.
—¿Disfrutas... esto? —pregunto, perdiendo el aliento.
Stefan gruñe en respuesta y acelera sus movimientos, dejando a un lado la calma intensa y pasando a una intensidad ausente de calma.
—Ocho.
Mi abdomen se contrae con fuerza, escondo el rostro en su cuello cuando mis manos viajan a su espalda.
—Nueve.
Él está estimulandome con sus manos, acariciando mis oídos con cada palabra que suelta, envolviéndome con su olor... atrayendome con su magnetismo; Y yo no puedo.
No lo resisto más.
—Diez.
Mi cuerpo colapsa. Me invaden un cúmulo de sensaciones tan nuevas e indescriptibles que me hacen sentir demasiado expuesta. Siento que el placer me eleva y a medida que la nube de este se dispersa me vuelvo más consciente de mí, de lo que acaba de pasar, de nosotros.
Él retira su mano lentamente.
Me alejo de su cuello, con la respiración agitada y sudorosa.
—Lo disfruto como no tienes idea.
Parpadeo, conmocionada, observándolo.
La sonrisa que aflora en su rostro hace que me vuelva consciente del sonrojo que invade mis mejillas.
—¿Estás... bien?
Él suelta una carcajada, colocando sus manos a cada lado de mi cabeza, para no aplastarme.
—Yo estoy casado con una alemana sexy de ojos verdes que se sonroja hasta por respirar, con el rostro lleno de pecas, diminuta en comparación conmigo y que parece ser inofensiva cuando en realidad es capaz de cortarme el miembro y echarselo a los peces del río.
Suelto una risa leve, llena de vergüenza.
—Enfatizo en lo de alemana sexy —agrega.
—En lo que menos pienso justo ahora es en echarle tu miembro a los peces, troglodita.
Su risa inunda nuestra habitación, y yo solo lo veo reírse y siento como algo cálido se remueve en mi pecho.
—Es tuyo, oficialmente.
—Que privilegiada me siento —respondo entre risas. Cuando nuestras risas cesan, me dedico a observarlo atentamente—. La risa aminora el estrés, la tensión y todas esas cosas. Y creo que con ella estás intentando obviar que quieres tomarme en más de una forma justo en este momento.
Él enarca una ceja, sin dejar de sonreír.
—Me descubriste.
Contengo la respiración.
—Quiero hacerlo.
Él niega, fingiendo no entender.
—¿Qué cosa?
—Ser tuya —murmuro, atenta a cada detalle grabado en su mirada—, por completo.
Su sonrisa tiembla, hasta deshacerse lentamente. Pero en sus ojos... en sus ojos se abre un abismo.
—Lo de antes ha sido un pequeño ejercicio, para reunir evidencias —dice, con cierto tono burlón—, pero también para comprobar qué tanto podrías soportar.
Trago saliva.
—¿Soportar qué?
Él vuelve a reírse.
—¿Los de Creciente siempre quieren que les digan todo sin ningún tipo de anestesia, tengo que ser tan específico?
—Sí —respondo, graciosa—. Defina soportar, Líder de Luna nueva.
Él niega, como si no quisiera tener que decirlo.
—Soy algo... grande para ti.
—Dime algo que no sepa. Naciste seis años antes que yo y tu estatura lo hace bastante evidente, así que...
—No estoy hablando de edad, ni de estatura.
Cierro la boca.
Lo observo atentamente, cayendo en cuenta de la situación.
—Ah.
Él asiente, afirmando mi pensamiento.
—¿Algo? o ¿Muy? —pregunto, como quien no quiere la cosa.
—Bastante.
Chasqueo la lengua, elevando las cejas, sopesando mi respuesta.
—No veo el problema.
Él suelta una risa nasal.
—No es un problema, exactamente —susurra como si fuera un secreto—. Pero no quiero lastimarte.
Asiento.
—Comprendo.
Nos quedamos en silencio durante unos segundos, mirándonos a los ojos fijamente como si así pudiéramos entendernos a la perfección. Mi corazón late con fuerza y nuestro vínculo se ensancha más con cada segundo que pasa.
—Debes tratarme bien, soy bueno y no merezco que me lleves al límite del poco autocontrol que tengo.
Soy yo quien ríe esta vez.
—Siempre presumes de ello.
—Eso es cierto, pero he de admitir que a veces logro contenerme milagrosamente.
La risa cesa, pero mi sonrisa no se borra.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por ser tan considerado, troglodita.
—Así es un hombre de verdad, Arian —sus ojos escudriñan mi rostro—. Yo también debo agradecer.
—¿Por qué?
—Porque a pesar de todo, confías en mí.
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