❅ Capítulo XXV: Afrodisíaco ❅
~ AFRODISÍACO ~
Arianna
Creí que al confesar lo que verdaderamente siento dentro de mi corazón, las cosas serían diferentes. Creí que para Stefan sería ofensivo el rechazo que el miedo me hacía comunicar, creía que él iba a sentirse decepcionado de mí, arrepentido por elegir a una mujer marcada que no ha sabido lidiar de la mejor manera con sus comportamientos autodestructivos.
Una vez más, él me demostró que estaba equivocada. Y es que cada segundo que paso a su lado me vuelvo más consciente de que en realidad no lo conozco, de que en realidad apenas estoy empezando a entrever quién él es. Lo mejor de todo es que, cada cosa nueva que aprendo sobre mi ahora esposo, me deja sorprendida y admirada. Sí, Stefan tiene defectos, ha cometido errores, al igual que yo, pero además es un padre excepcional, un amigo valioso, un hombre protector, fuerte, inteligente y sensible. Él es un ser de gran estima, detallista y cariñoso.
La semana de celo está en su segundo día. Los dos nos encontramos sentados en el lugar que desde hoy es nuestro lecho, el espacio en el que espero podamos compartir memorias y momentos agradables, conversaciones extensas y nuestros secretos más íntimos. Sé que el tener grandes expectativas puede provocar grandes decepciones, pero también sensaciones tan gratificantes cuando aquellas cosas que llegamos a imaginar con anhelo suceden.
Después de casarnos en secreto en medio del silencio significativo de estos días, nos adentramos en la alcoba hecha única y especialmente para los Líderes de la manada. Una habitación amplia, elegante y decorada con toques minimalistas. La iluminación puede ser regulada en intensidad, también en color. Tenemos un vestidor espacioso para los dos, en el que ya fueron acomodadas nuestras pertenencias. Hubo cambios significativos, Stefan ordenó a la servidumbre una limpieza profunda, cambiar todos los muebles, cortinas y mover algunas cosas de lugar.
Las paredes son de piedra caliza, hay detalles de madera en los ventanales, las puertas, el armario de nuestro vestidor y otros. Nuestro balcón tiene vista hacia el frente de la mansión, se visualizan las casas de los miembros de la manada a una distancia considerable, más allá árboles, montañas cubiertas de nieve, así como la expansión del cielo nocturno, estrellado y magnífico a la espera de las luces danzantes que prometían iluminarlo más. Nuestra vista puede llegar más allá del territorio, ya que nos encontramos a una altura bastante considerable y esto se siente como si el ala derecha de la casa fuera solo para nosotros dos.
La terraza, por el contrario, da hacia la parte trasera de la mansión, con una vista hacia la cascada mucho más hermosa de la que tenía acceso en mi habitación. Esta está tan cerca que, la caída del agua es la melodía que llena nuestro dormitorio, dejando a su paso un montón de sensaciones reconfortantes que despiertan las ganas de soñar y permanecer aquí encerrados durante horas.
Huele a limpio, a petricor y a vainilla, como mi perfume. La calidez es reconfortante, toda nuestra habitación lo es. Todo está en orden, aunque distinta a la primera vez que la vi hace unas horas, y los únicos sonidos que nos acompañan son el del agua de la cascada, el de nuestras respiraciones y las cortinas moviéndose a merced del viento húmedo que inunda nuestro espacio al atravesar los ventanales abiertos.
Soy muy consciente del calor que desprende su cuerpo junto al mío, de su mirada sobre mí y de la lucha que está librando internamente.
Me remuevo en mi lugar. La seda de mi camisón de dormir hace que me deslice con facilidad hacia el borde de la cama, y el peso de ser observada sólo intensifica mi nerviosismo.
—Este silencio me perturba —susurro.
—Lo mismo digo —exhala profundamente—. ¿Quieres un té o algo?
—De verdad lo agradecería, pero ya es muy tarde. La servidumbre ha de estar descansando y no pienso moverme de esta habitación.
Él suelta una risa leve.
—Yo tampoco quiero irme. Se siente como si estuviéramos en la cabaña en medio del bosque, solos. La diferencia la hacen todos los sentimientos encontrados, emociones y sensaciones que estamos experimentando.
Hacemos silencio durante unos minutos, hasta que yo vuelvo a hablar.
—¿Crees que hoy al fin podamos dejar atrás el insomnio?
Dirijo mi mirada hacia él, y me veo obligada a dejar de respirar en cuanto sus ojos azules acarician los míos.
—Eso espero —dijo con un tono gracioso—. Si me dejas marcarte de verdad desaparecerá por completo.
—¿Entonces la marca que me hiciste es falsa? —inquiero, evitando reírme.
—No, pero es demasiado pequeña.
—Comprendo —aparto la mirada de él y me levanto de la cama.
Me encamino hacia la terraza y me siento en uno de los sillones reclinables. Echo mi cabeza hacia atrás tanto como puedo y deslizo mis manos por los posa brazos, hasta extenderlos totalmente, quedando vulnerable, con el cuello expuesto.
—Hazlo —murmuré, sabiendo que él se encontraba inmóvil en nuestra cama, pero también, consciente de mis palabras—. Márcame de nuevo.
Cierro los ojos, y respiro con dificultad, expectante; con cierto grado de temor, pero al mismo tiempo confiando más en él, en sus palabras.
Escucho sus pasos, cautelosos, calculados y apenas audibles. Mi pecho sube y baja al ritmo de mi respiración, mantengo los ojos cerrados aun cuando noto el viento cediéndole el paso para luego dejarme sentir su calor.
Las emociones afloran dentro de mí, siento sus ansias por tocarme a través de nuestro vínculo y mis ansias por ser tocada por él; solo pienso en él.
—No acostumbro a hacer las cosas de manera impulsiva —dice en un susurro, muy cerca de mí—. Usualmente me tomo mi tiempo.
—No me digas —mis ojos se abren por inercia y chocan de golpe con su torso desnudo. Stefan se encuentra parado enfrente de mí, con las manos en los bolsillos de la única prenda que lleva encima: sus pantalones de chándal color gris. El camino que me está obligando a recorrer para llegar a sus ojos es escalofriante.
«¿Este hombre es para mí?»
—Sí lo digo.
—Las evidencias dicen lo contrario.
—Con el tiempo irás encontrando otras más contundentes —se inclina hasta quedar a mi altura, con sus manos a los lados de mi cabeza, y la cara a centímetros de mí rostro—. Vamos a hacer una prueba.
Trago saliva, y él suelta un gruñido lastimero. Las pupilas cubren el azul oscuro de sus irises casi por completo y al notarlo mis labios se entreabren en una petición silenciosa, dejándome aún más expuesta.
—Cierra los ojos.
Le hago caso.
Pasan algunos segundos en los que siento qué estoy al desfallecer de expectación, y cuando estoy a punto de reclamar por ello, sucede. Siento algo suave, y apenas perceptible que va ascendiendo desde uno de mis brazos con lentitud.
—Stefan...
—Shhh. ¿Confías en mí?
Ni siquiera lo pienso.
—Sí.
No recibo una respuesta, solo siento como la caricia continúa su curso. Sube, sube y sube hasta llegar a mi hombro. Allí se detiene, y aún con más lentitud se dirige a mi cuello. Mi cuerpo se estremece ante la idea de tener sus labios allí, besándome despacio, como su caricia. Pero se detiene justo antes de llegar, y luego siento la misma caricia ascendiendo por mi otro brazo, pero la primera sigue detenida en mi cuello.
—Ese es mi dedo —dice cerca de mi oído, entonces vuelvo a sentir su toque en mi cuello mientras continúa subiendo por mi brazo.
Él inhala profundamente.
—Te pusiste perfume justo aquí.
Asiento, tragando saliva.
—vaniglia —deja un beso a penas perceptible justo en donde está su marca, acelerando y agudizando todos mis sentidos—. Un aroma dulce, como tú.
Mis labios se entreabren.
—Cálido —murmura, y cuando pronuncia la palabra suspira cerca de mi oído.
Suelto un jadeo de sorpresa cuando da un pequeño mordisco al lóbulo de mi oreja. Mi espalda se arquea y mis manos acunan su cuello como en modo automático.
—¿Cómo está tu temperatura, Arian? —Va descendiendo en un camino de besos por toda mi garganta hasta volver a la marca. Allí su lengua se da un festín, torturandome.
—Ardiente —respondo entre jadeos audibles. Una de mis manos se aferra a su hombro.
—Eso es —da una diminuta mordida, provocando que un pequeño grito se escape de entre mis labios, por la impresión.
Tomo su rostro y lo atraigo hacia mí, abro los ojos chocando de golpe con los suyos, brillantes en intensidad, oscuros de deseo.
—Si continúas mirándome así tendrás que asumir las consecuencias.
Asiento.
—Lo haré con gusto.
Un segundo después sus labios reclaman los míos con vehemencia, con fervor, con voracidad y hambre. Y yo le correspondo de la misma manera.
Llegamos a un punto de desespero en el que solo quiero arrancarle la ropa y besar cada centímetro de su piel, a un punto en el que nuestro beso es tan afrodisíaco que el calor se materializa en humedad y quejidos ansiosos en puro anhelo.
Él suelta un gruñido y se aleja, pero a penas pasa un segundo y me vuelve a besar, solo que más despacio, más consciente. Luego se aparta por completo, une su frente a la mía y toma mi cuerpo para después sentarse en el sillón conmigo sobre su regazo.
Jadeamos en busca de oxígeno.
—¿Cuándo podré sentir tu olor nuevamente?
Mis labios forman una sonrisa leve.
—No lo sé —contesto.
—No tienes idea de lo que eso puede hacerme —sus ojos se entrecierran mientras me mira.
—¿Qué puede hacerte sentir mi olor, troglodita? —pongo mis manos sobre su torso y me inclino hacia él—. ¿Lo que el tuyo provoca en mí? ¿Que pueda distinguirte en medio de un ejército? ¿Que sepa cuando estoy en tu bosque aún con los ojos cerrados porque huele a ti? ¿Que te desee?
Él niega.
—Eso es básico, ángel.
—Si me lo dices lo sabré.
—Además de todo lo que has dicho, me fascinará, en demasía. Podré saber con exactitud cuando estés lo suficientemente lista para mí —dice, con una sonrisa socarrona—, odiaré que otras personas se te acerquen porque entonces podrían...
—¿Contaminarlo? —pregunto entre risas.
—Exacto. Además, tendré la nariz pegada a ti tanto como pueda.
—Himmel.
—Todo excesivamente.
—¿Por qué?
—Porque es tu olor, ángel.
—Le sucede a todos los machos.
Asiente.
—Pero yo soy del grupo obsesivo.
Lo imaginé. Lo imaginé a él obsesionado con mi aroma y casi me muerdo los labios de solo pensarlo.
—Ahora quiero que desaparezca el efecto del antídoto —admito—. Y, además, tengo que felicitarte. Me has hecho una excelente demostración de autocontrol.
—Gracias.
—Me siento orgullosa de ti —me burlo entre risas.
Él me observa fijamente, como si estuviera planeando una venganza contra mí.
—La próxima vez no tendrás tanta suerte.
—¿Eso es bueno o malo? —pregunto.
—Es delicioso —de nuevo esa sonrisa—. Para mí, y tortuoso para ti.
—¿Qué vas a hacerme? —inquiero, con curiosidad.
Sus pupilas crecen de solo pensarlo. Adopta una postura más seria, tomando mi cintura.
—Haré que cada uno de tus sentidos anhele estar conmigo.
—Eso ya lo haz hecho, troglodita.
—Lo sé —susurra—. Pero aún no es suficiente. Quiero que cada poro de tu piel me reclame con tan solo verme. Que desaparezca por completo el miedo de entregarte a mí.
Trago saliva y dejo caer mi frente en la suya. Sus manos suben a mi espalda, acariciándome en el proceso, con delicadeza, mientras sus ojos me contemplan.
—Voy a hacerme desear.
—¿Más?
—Mucho más. Vas a suplicar para que te toque, para que te bese...
—¿Vas a privarme de tus besos? —tomo sus labios entre los míos. Él me corresponde, con complicidad.
—Eso planeaba —se aleja un segundo—. Creo que cambié de opinión.
Una ventisca trae el aire húmedo hacia nosotros, como si alguien quisiera refrescarnos después de un momento tan envolvente.
—No podré resistirme —dice, para luego volver a besarme. Poco después, su boca desciende por mi cuello una vez más.
Mis ojos se cierran, y me dejo hipnotizar por el letargo que él me hace sentir, por su calma y la intimidad que creamos juntos.
—Voy a morderte.
—Por favor —inclino la cabeza hacia un lado, para darle más acceso a mi piel.
—Con gusto, dulzura —dice, para luego besar mi piel.
Cuando me muerde, se siente diferente a la primera vez. La sensación es más intensa, el momento es más prolongado, más tierno y reúne todas las sensaciones que me hizo experimentar hace tan solo unos minutos; me siento unida a él, abrazada por él, inundada de él... como si más allá de una mordida se tratase de una unión en cuerpo, mente, y alma.
Cuando se aleja de mi piel, tomo su rostro y lo observo, somnolienta. Él respira con dificultad, como si perdiera el aliento. Aun así, me sujeta con fuerza al notar como mi cuerpo se debilita lentamente.
—¿Estás...? —tomo aire—. ¿Estás bien?
Él asiente.
—No te preocupes por mí —besa mi frente—. Descansa, ángel.
Es lo último que escucho, antes de que mis ojos se cierren por completo.
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