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❅ Capítulo XXIII: Secreto ❅

~ SECRETO ~

Arianna

Estaba sucediendo.

Lo que tanto anhelé en mi corazón estaba sucediendo. La gratitud que sentía solo podía compararse con la necesidad de que todo saliera bien desde allí en adelante.

—Y eso quiere decir que la luna es creciente, Arian —dijo a centímetros de mi rostro, haciendo que creciera dentro de mí el deseo de sentir la textura de sus labios contra los míos una vez más.

—Eso creo —susurré despacio.

Él me observaba directo a los ojos, luego su atención recayó en mis labios, cuando alejé la taza de mi rostro. La sostuve entre mis manos, sintiendo el calor mientras las palmas de mis manos se encerraban contra la porcelana, mientras yo me aferraba a mi té como si mi vida dependiera de él ante el escrutinio del hombre que ahora era parte de mi destino.

—Entonces... esta noche besaré a mi prometida por última vez.

Sabía a la perfección cuál era el significado de esas palabras. Yo lo había decidido así.

Nos casaríamos y me encontraba tan emocionada como asustada ante lo que estaba por venir.

Un nosotros más íntimo.

Un nosotros más certero.

Un nosotros que pretendía ser para siempre.

Mi frente se unió a la suya como si así mi ser pudiera recibir algún tipo de descanso. Él me facilitó la tarea al inclinarse y yo le correspondí cuando me besó de esa manera tan simple pero significativa para los dos. Sentí nuestra conexión ensancharse, sentí nuestras emociones transitando por el túnel imaginario del vínculo que nos unía. Las suyas venían en mi dirección para que yo pudiera reconocerlas, y las mías iban hacia él. Llevé mis manos a su cuello y me aferré a su cuerpo, a su calidez abrasadora y a las sensaciones que estaba alimentando dentro de mí.

Nuestro beso fue puro, genuino y el sello de algo que acababa de empezar.

❅ ~•❅•~ ❅

Nuestro camino de vuelta a la mansión fue diferente. En distintas ocasiones nos encontramos en medio del bosque, pero cada uno de esos momentos terminaba conmigo huyendo de Stefan, con Stefan huyendo de mí o sin que yo quisiera regresar. Ahora ambos íbamos juntos, uno al lado del otro dedicándonos miradas en silencio que hablaban por sí solas. Mis manos se movieron en más de una ocasión queriendo tomar la suya, pero me contuve, a mí y a las ansias de tenerlo más cerca aun cuando estábamos separados solo por algunos centímetros.

—¿En serio crees que sea buena idea ir a interrumpir a esos dos? —pregunté, tras aclararme la garganta.

—Una buena idea no es, pero en términos de justicia, prudencia y todos sus derivados, creo que mi cuñada y mi hermano no son un buen ejemplo a seguir, que digamos. Tenemos el derecho de molestarlos un poco.

Solté un suspiro exagerado.

—Supongo que ya no puedo hacer ninguna objeción.

—Supones bien —dijo en un susurro.

Mi corazón se aceleró al ver las sombras y siluetas de distintos guardias a nuestro alrededor, a medida que nos acercamos a la casa. Él notó mi inquietud al instante, creo que eso de nuestras emociones entrelazadas no siempre será positivo. Y mientras más fuerte sea nuestro vínculo, menos privacidad tendré. Él siempre sabrá lo que estoy sintiendo, y yo por igual cuando se trate de él. Era una conexión hermosa entre compañeros, pero había momentos —como estos— en los que preferiría que no se percatara de mis emociones, porque eso funcionaba como si pudiera leer mi mente.

—Tranquila, no dirán nada.

—¿Seguro?

—Oh, por supuesto que estoy seguro. Ninguno de ellos querrá quedarse sin trabajo.

—¿Qué dices? —Lo miré con cara de circunstancia.

—Puede que los haya amenazado con respecto a ti.

Mi boca se abrió casi de manera automática.

—Stefan...

—¿Ya te había dicho que mi nombre pronunciado con tu voz y ese acento alemán suena a poesía?

—¿Ah, sí? —dije, procurando ignorar la sensación cálida que se extendió por todo mi estómago.

Una sonrisa lobuna se dibujó en sus labios.

—Me gusta.

—Y a mí me encanta patear machos entre las piernas, a veces.

—¿Esta es una de esas 'veces'?

—¿Quieres comprobarlo, troglodita? —elevé las cejas, mirándolo fijamente.

En sus labios se formó una sonrisa al revés.

—Tal vez en otra ocasión, cuando nos casemos, podría ser. Ya tendrías completo dominio y potestad sobre mi entrepierna.

—¡Cielos! —Me puse de puntillas y cómo pude cubrí su boca con mi mano—. ¿No se supone que lo nuestro es un secreto?

Stefan soltó una risa seca y continuó caminando como si nada.

—Para muchos ya no lo es.

—Eres la definición de descaro, Stefan Iannelli.

Me dedicó una breve mirada sobre su hombro, sonriendo en una invitación a la guerra.

—Lo sé, dulzura. —Empezamos a visualizar la mansión y ambos avanzamos hasta adentrarnos en ella.

Subimos las escaleras y di un traspié cuando, en lugar de dirigirnos hacia el ala para invitados, me encontré a mí misma siguiendo a Stefan hacia el lado derecho de las escaleras.

—¿Estás bien?

Asentí.

—Memoria muscular —señalé las escaleras, estabilizándome.

—Acostúmbrate.

Me estremecí ante la idea de compartir habitación con él.

—Dormiremos en camas separadas.

Él soltó una risa nasal, como si estuviera bromeando. Y en realidad sí era una broma, hasta que se burló de mí.

—Hablo enserio, Stefan.

Él negó con la cabeza, aún de espaldas a mí.

—Si continúas afirmando algo tan terrorífico como eso, voy a pensar que de verdad quieres matarme.

Sentí alivio cuando él pareció encontrar la puerta que estaba buscando. Tocó varias veces, durante unos minutos hasta que, un agitado Zack abrió la puerta con brusquedad.

—Voy a terminar exiliado si se te ocurre hacer esto de nuevo —intentó cerrarle la puerta en la cara, pero el ogro puso un pie en medio para que esta no se cerrara. Su hermano lo miró con cara de pocos amigos y, justo en ese momento se percató de mi presencia.

—Oh, hola, Arian.

—Hola, cuñado.

Él se volvió hacia mi acompañante, pero un segundo después su atención volvió a recaer en mí.

—¿Qué has dicho?

Me mordí los labios para contener la risa y solo me dediqué a observarlo.

—Lamentamos...

—No, dulzura. Recuerda que no lamentamos nada —me miró por un instante, y ese instante fue suficiente para que recordara por qué acepté casarme con él.

«Cielo eterno».

Desvié la mirada hacia Zack. Éste se encontraba en paños menores, sonrojado, con los labios hinchados y el pelo revuelto.

—¿Ya eres mi cuñada?

—Eso creo.

—Te compadezco. A nuestro Líder, así como lo ves, siempre centrado, controlado...

—Si tan solo supieras —dije en un susurro.

—... en sus cinco sentidos —Zack continuó hablando—, le encanta...

—Cierra la jodida boca, Zachary —dijo Stefan, con evidente molestia ante las palabras que no llegó a pronunciar su hermano, aunque para mí ya habían sido dichas—. Ni se te ocurra.

El susodicho alzó las manos en señal de rendición.

—Como digas. ¿Necesitan un preservativo?

Si antes estaba sonrojada, creo que en ese momento mi piel adoptó un exagerado color carmesí.

Stefan soltó un gruñido poco amistoso, y justo en ese momento Christine hizo acto de presencia.

El olor a intimidad que desprendían esos dos era tan intenso como para avisar a media manada que estaban juntos.

—¿Todo en orden?

Negué casi de manera imperceptible.

—No exactamente —contuve la respiración por un momento. Tomé a Stefan por un brazo, llamando su atención, y, cuando por fin dejó de mirar a su hermano como si quisiera matarlo, se volvió hacia mí—. ¿Nos vamos?

—Estoy bien —murmuró con la voz ronca—. Zachary no volverá a intentar sacarme de mis cabales insinuando cosas sexuales enfrente de ti, ¿verdad?

—Verdad —dijo Zack, con gracia, al haber logrado lo que quería: comprobar lo que sucedía entre su hermano y yo—. Y, díganos, ¿cómo es que esto pasó?

—¿Cómo no iba a pasar? —pregunté, mirando a Christine con cara de circunstancia.

—Es cierto, mi amor. Están aquí porque se dieron cuenta de nuestras intenciones, ya dejemos de fingir.

—¿Por qué?

—Porque estábamos cansados de verte sufriendo, hermano —Zack adoptó una expresión más seria, y se cruzó de brazos.

—Aun así, eso no les daba derecho a manipular las cosas.

—Yo soy tu hermano, creo que eso para algo debe servir, ¿no?

Stefan soltó un suspiro y yo su brazo, cuando él observó mi rostro, y luego mi agarre en su piel.

Su expresión de «vuelve y tómame» hizo que dejara de respirar. Giré el rostro para centrarme en las dos personas enfrente de nosotros. Chris sonrió ampliamente, y en los ojos de Zack había un brillo de satisfacción demasiado perceptible.

—Y yo soy quien les daba el antídoto. Tanto mi esposo como yo teníamos derecho a intervenir en sus vidas, y más después de haber recibido la aprobación de tu padre Arian, y también la de tus Líderes.

Me mantuve en silencio.

—Nos alegra que todos nuestros esfuerzos hayan dado resultado —dijo él.

Stefan dejó de observarme.

—¿No le pusiste ese ingrediente al antídoto a propósito? —preguntó.

—No mentí, me faltó un ingrediente —dijo Chris.

—Pero lo tenías —señalé.

—Puede ser.

Me pasé una mano por la frente, pues sabía que por eso Stefan no se controló la noche en la que me mordió sin mi consentimiento. Si además del dolor, sus otras emociones también hubieran estado a raya, tal vez las cosas hubieran sucedido de manera diferente.

«Si él hubiera estado cerca de otra persona en ese momento, no me hubiera elegido a mí».

Dijo la voz de la inseguridad.

Muchas cosas influyeron en lo nuestro, pero no podía dejar que eso me hiciera dudar.

—¿Arian?

Salí de mis pensamientos ante el llamado de la voz de Zack.

Parpadeé varias veces y volví a centrarme en ellos.

—¿Sí?

—¿Estás bien?

Asentí.

—Solo estoy algo cansada.

Intenté a toda costa no mirarlo a él, pero ignoraba que, desde que dejé mi marca en su piel éramos uno. Que ya no sería solo yo, ni él, sino que seríamos nosotros. Que él podía identificar todo lo que estaba sintiendo ante la inseguridad.

—Ya está por amanecer, llevamos toda la noche despiertos. Creo que Arian está cansada.

—Entiendo —contestó su hermano—. Pues largo, de todos modos, no queremos que sigan haciendonos perder el tiempo.

—No seas grosero, amor.

—Si quieres cambiarlo, tendrás que pedirle a nuestra madre que lo vuelva a parir —masculló el ogro. Dicho eso, entrelazó una de sus manos con la mía y me guió hacia otro pasillo.

—Vas a decirme qué te pasa en este mismo instante —dijo apenas cerró la puerta de lo que parecía ser ¿su habitación?

—¿Qué hacemos aquí?

—Contéstame, Arian.

Tragué saliva y lo miré a la cara.

—¿Por qué yo? —pregunté, tras unos segundos en silencio.

—¿Qué?

—¿Por qué yo y no alguien más? ¿Por qué no elegiste a alguien como Delilah, por qué me elegiste a mí?

Él me miró fijamente.

—¿Por qué no iba a elegirte?

—Solo... respóndeme.

Dió varios pasos en mi dirección, no se detuvo hasta que el espacio entre nosotros fue minúsculo.

—Se trata de ti, de lo que me haces. Eres capaz de...

Tragué saliva, y recordé ese momento en el que le pregunté sus razones para morderme, aun cuando en ese momento él solo obedeció un impulso. Su respuesta me cortó el aliento, y no debería estar preguntando eso, pero sentía la necesidad, necesitaba estar segura de que tenía al menos la posibilidad de ser dueña de su corazón, de que lo nuestro no se trataría solo de atracción física, de algo para terminar con nuestra maldición.

—¿Soy capaz de provocarte algo más que deseo? —inquirí, con temor de conocer la respuesta.

Los latidos de su corazón aumentaron el ritmo.

—¿Es posible que, en un futuro, tu corazón lata así de rápido por mí y no solo por la idea de estar conmigo a solas en este lugar en plena semana de celo?

Él acortó cualquier centímetro de distancia, inclinó el rostro y me observó con añoranza.

—No puedo mentirte. Todo se intensifica cuando te tengo cerca en momentos como estos, pero desde que llegaste supe que serías un problema, para mí.

—Define problema —dije en un susurro, acercándome a él, dándome la libertad de inhalar de su aroma mucho más cerca.

—En este contexto, alguien que no esperaba encontrar de esta manera, pero que quería. Alguien que hiciera latir mi corazón con ansias. Porque, seamos honestos, dulzura. Cualquier otro macho podría gustarte, a mí podría gustarme cualquier hembra cuando hablamos de atracción física. ¿Pero qué me dices de todo demás? ¿De que me guste la forma en que me miras, lo que procuras saber al preguntarme esto? —acunó mi rostro entre sus manos y alternó la mirada entre mis ojos.

Tomé sus muñecas con mis manos, mientras él me sostenía.

—¿Quieres saber si en algún momento podría llegar a amarte?

Asentí.

—El amor es una decisión, Arian —sonrió casi de manera imperceptible—. Tú me elegiste a mí aun cuando no actué de la mejor manera, aun cuando soy tan imperfecto... me elegiste.

Sus pulgares ascendieron por mis mejillas hasta quedar justo debajo de mis ojos.

—Yo te elegí. Quería a alguien capaz de estremecer mi alma y doblegar mi voluntad, como lo hiciste tú aquella madrugada en mi propio bosque. Como lo hiciste tú desde el momento en que te vi.

Contuve la respiración y cerré los ojos, saboreando ese momento.

—Decidiste amarme —dije como si procurara grabarlo en mi cabeza.

—Y tú decidiste amarme a mí.

Asentí.

—Amar es más que sensaciones y emociones. Es un conjunto de todo eso y la decisión de admirar y anhelar a una persona todos los días de tu vida. ¿Comprendes?

—Comprendo.

—Sobre eso de dormir en camas separadas —empezó a decir con tono burlón—. Aquí tienes la que será nuestra habitación.

Observé a nuestro alrededor. El dormitorio era como una casa dentro de la casa.

Solo para nosotros dos.

—Si decides dejarnos sin sexo por un año aun después de que nos casemos, estaré jodidamente dispuesto a esperar. Llevo años sin una dosis de ello y podré soportar todo el tiempo que necesites.

—¿Quién dice que necesito tiempo? —Una sonrisa leve se dibujó en mis labios.

—Deja de jugar con mi cordura, mujer.

—¿Mujer? —No pude contener la risa.

—En un mes cumplirás veinte.

Mis cejas se elavaron.

—¿Y tú eres un hombre de?

—Veinticinco —susurró, como si me estuviese contando un secreto. Sacó el teléfono de sus bolsillos, tecleó durante unos segundos y luego se lo llevó al oído—. Mamá, necesito casarme en este momento.

Colgó.

Observé el brillo reluciente que iluminaba sus ojos azules, y solté una carcajada, perpleja.

—¿Qué? —preguntó, encogiéndose de hombros, como un niño pequeño.

—No puedo creer que hayas hecho eso.

—Que todo sea por el bien común.

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