❅ Capítulo XXI: Labios de seda ❅
~ LABIOS DE SEDA ~
Arian
Ese día, Ian se fue a descansar tras dejarme con una duda existencial y cientos de pensamientos en torno a la muerte de mi madre. No pude evitar llorar. La extrañaba mucho, esa versión de ella que existió antes de la traición. Extrañaba su presencia, sus consejos, nuestras conversaciones antes de que todo se nos fuera de las manos y su manera de mirarme, de quererme a mí y a papá.
Las semanas siguientes no pude parar de pensar en ella y en las palabras de mi mejor amigo.
Las cosas marcharon de manera rítmica y rutinaria. Ryan avanzaba satisfactoriamente en sus entrenamientos conmigo, en los demás y también en sus estudios. Como futuro sucesor de su padre, aún a la edad de seis años se le exigía mucho más que a cualquier otro niño. Debía aprender acerca de su futuro cargo en la jerarquía de la manada, aprender acerca del Mundo oculto e ir sacando toda la fuerza que conforme el tiempo avanzaba iba aumentando en él.
Hace unos días ocurrió un accidente mientras jugaba con sus amigos. Había realizado un movimiento al intentar imitar a los jóvenes que estaban por transformarse en sus luchas cuerpo a cuerpo. Ryan terminó lesionando a uno de sus amigos y desde entonces se limitaba a verlos jugar porque temía volver a hacerle daño, aunque sanara completamente a los pocos días.
A pesar de que eran de la misma edad, ninguno de ellos podría igualar su fuerza. Ese día él me los había presentado y supe, por cómo ellos me trataron que ya les había hablado de mí.
Ian se había acoplado perfectamente a las reglas de la manada y trabajaba con los guardias de seguridad. Ese trabajo era gran parte de su vida, y era demasiado bueno en ello, por lo que había sido fácil para él adaptarse y entenderse con sus nuevos compañeros.
Causaba el 99% de los celos de Stefan, que en la mayor parte de las ocasiones quedaba en evidencia solo ante mí y cuando nos encontrábamos a solas se encargaba de recordarme el pequeño vínculo que teníamos.
Las cosas entre nosotros estaban cambiando.
Yo había tomado mi decisión pero el temor no me permitía decírsela. Temía que algo saliera mal, temía volver a sufrir ese dolor de la maldición que sin el antídoto hubiera podido matarme. Ese que poco a poco había disminuído.
El vínculo entre Stefan y yo era pequeño, pero más allá de su ligera marca en mi cuello, entre nosotros cada vez era más poderosa esa conexión que surgía cada vez que conversábamos abiertamente sobre nuestros sentimientos, sobre nuestras vidas y lo que queríamos.
Él no me presionaba, pero con cada acción me demostraba su interés y respetaba nuestro pequeño secreto, el cuál no había quedado en evidencia ante los demás, porque aún no desaparecía el efecto del antídoto para ocultar el olor que tomé. Faltaba poco para que eso sucediera, lo sabía. Por eso sentía la presión dentro de mí por darle mi respuesta, porque sabía que aunque ocultaramos lo que había pasado entre nosotros, su familia estaba observando cada uno de los pasos que dábamos.
Eran pasadas las doce de la noche, cuando salí de mi habitación. Caminé por el pasillo y avancé hasta llegar a la unión de las escaleras. Todo se encontraba en especial silencio, mis oídos sensibles extrañaron el ruido que podía escuchar de fondo.
Necesitaba salir al bosque.
Necesitaba respirar con carácter de urgencia.
Inhalé profundamente y dudé antes de seguir descendiendo por la ramificación izquierda de las escaleras, pero luego continué avanzando a paso decidido. Al salir de la mansión me apresuré a adentrarme al bosque. Cuando estuve lo suficientemente alejada del pueblo me oculté detrás de un árbol y me quité el vestido que llevaba puesto, quedando solo en ropa interior. Le di vueltas a la seda hasta tener una especie de cuerda con la tela, calculé el tamaño de mis patas en mi forma lobuna e hice un nudo. Así me coloqué el vestido en el hombro y me transformé, este se ajustó adecuadamente cuando cambié de forma. Estando así, el vestido no se rompería y podría vestirme después.
Recorrí el territorio que se encontraba casi desolado y disfruté cada parte del trayecto. Hacía mucho tiempo que no me escapaba de la mansión en la madrugada debido a las advertencias de Stefan, pero el espía no había vuelto a aparecer desde entonces, y yo necesitaba una dosis de adrenalina.
El río estaba congelado, no se escuchaba nada más que los pájaros nocturnos junto al susurro del viento. Cuando estuve cerca de la cabaña me percaté de algo.
Me detuve en el porche y volví a mi forma humana, el vestido cayó al suelo pero lo tomé y me alejé de la luz que podía alcanzarme. Lo desenvolví con el corazón en la boca; respirando agitada, con los labios entreabiertos y en completo estado de alerta.
Las luces estaban encendidas, y salía humo por el conducto de la chimenea. Y solo me hizo falta estar a unos metros de la cabaña para saber la razón.
Él estaba allí.
Su olor impregnaba todo el bosque, y en cuanto lo percibí me dejé atraer. Inhalé profundamente, ensimismada por su esencia y recordé que los próximos días mis hormonas realizaban su acostumbrada manifestación para exigir aquello que hacía meses experimenté por primera vez.
«Vaya traumática primera vez». Pensé.
Tomé algunas respiraciones y me hice la nota mental de ser fuerte.
Cuando me bajé el vestido, él abrió la puerta y observó los alrededores con sus ojos cautelosos hasta dar conmigo.
—Hola —salí de las sombras, aún agitada y sonriendo con inocencia. Alcé las manos antes de que él hablara—. Lo sé, no debí salir a estas horas, pero no puedes reclamarme por ello, hace mucho no lo hacía.
Sus ojos azules me recorrieron de arriba a abajo lentamente, hasta llegar a mi rostro.
—Si te soy sincero, creo que mereces un premio por haberte ido conmigo cuando te lo pedí —dijo en un susurro, con la voz rasposa. Rompió el contacto visual y observó los alrededores una vez más—. Entra.
Se apartó de la entrada y yo avancé hasta el interior de la casa.
—¿Y si fueras a darme alguno, cuál sería? —pregunté, sin ninguna extraña intención de provocarlo, pero noté cuando se volvió hacia mí cómo algo se encendía en sus ojos.
Se acercó a mí con pasos sigilosos, entrecerrando los ojos.
—Tendría que evaluarte detalladamente e intentar conocer todas las cosas que te gustan y también las que no —susurró—. O, tú podrías decírmelo directamente.
Tragué saliva.
Los rastros de la reciente ducha se apreciaban notablemente. Ladee la cabeza embelesada con el hombre frente a mí, pero detuve el trayecto que empezaron a recorrer mis ojos, justo cuando contemplé el nacimiento de su miembro, oculto por la toalla envuelta en sus caderas. Levanté la mirada hacia su rostro, sintiendo cómo mis mejillas se calentaban.
—¿Por qué siempre te exhibes ante mí? —Pregunté—. He perdido la cuenta de las veces que te he visto desnudo. Ya sé cuantos cuadritos tienes en los abdominales, y podría ubicar cada lunar de tu torso con los ojos cerrados.
Él no contestó. Sus ojos solo se oscurecieron, y noté que, aunque lo decía para tratar que se tapara, en realidad a él le parecía una idea excelente.
—¿Qué día es hoy? —pregunté, con el corazón aún más acelerado que cuando estuve corriendo.
Su frente se arrugó, pero continuó acercándose a mí y noté en sus ojos eso que ya conocía. Cómo parpadearon al despertar en él esa hambre que lo hacía comportarse como un lobo salvaje.
Retrocedí, aún cuando sentí ese algo en mis entrañas que me exigía acercarme a él y terminar con la distancia que nos separaba. Lancé esa exigencia a algún cajón interno y me preparé para ser fuerte ante el contacto con cualquiera de los miembros de su cuerpo.
—Jueves —soltó casi en un gruñido—. Es la madrugada del jueves, hoy inicia la semana de celo.
Ahogué un jadeo y me dije a mí misma que debía largarme de la cabaña cuanto antes.
Pero mi cuerpo no acató ninguna de mis órdenes.
—Eres una dulzura muy rebelde, Arian —murmuró a escasos metros de mí. Pero dió un paso más y entonces no quedó ningún metro de distancia entre nosotros.
De su cuerpo emanaba calor, era como estar cerca de un enorme horno ardiendo a fuego lento.
—¿Por qué saliste de la mansión? —retrocedió, para luego adentrarse al pasillo.
—¿Por qué estabas aquí sin mí?
Caminé tras él y me recosté en el marco de la puerta cuando entró a la habitación. Él se volvió hacia mí, y me miró con cara de circunstancia.
—¿Qué? —pregunté—. Vístete, yo no miraré. Además, no es como si tuvieras algo que no hubiese visto antes.
Él soltó un bufido.
—Arianna, ¿quieres que todo lo que me has enseñado sobre autocontrol se vaya a la mierda en la primera noche?
Tragué saliva y negué.
—Mi plan era huir de la mansión como acostumbras a hacer tú, y permanecer desnudo los próximos seis días sumergido en hielo —soltó la prenda que sostenía en su mano con brusquedad—. Pero no, si tú huyes de mí yo tengo que perseguirte, y si yo huyo de ti eres tú quién me persigue.
—Yo —balbuceé—. No viene detrás de ti.
Tragué saliva y señalé detrás de mí.
—Creo que... mejor me iré.
Sí, por supuesto que me iré.
En un segundo me acorraló contra la madera fría, tal y como la primera vez que nos encontramos en este lugar.
—No irás a ninguna parte —resolló contra mis labios—. Ahora mismo acabarás con esta tortura y vas a decirme qué es lo que quieres de mí.
—¿Qué quiero de ti, Stefan?
—Basta de torturarme, ya no lo soporto más. Quiero que seas mía.
La sorpresa me invadió, junto al calor que me provocaron sus palabras.
Él estaba fuera de sí.
Y por alguna razón me fascinaba que estuviera así por mí, al límite del descontrol, pero al mismo tiempo consciente de que no podía pasar lo mismo una vez más.
—¿Vas a rechazarme o dejarás que suceda lo que ambos queremos?
Hice acopio de todas mis fuerzas para permanecer de pie.
—Sé mía, dolcezza —suplicó.
Acercó su rostro al mío, por un momento creí que iba a besarme pero, en su lugar, ladeó la cabeza y dejó su cuello expuesto ante mí.
Contuve la respiración, contemplando la vena sobresaliente, su mandíbula marcada… contemplándolo a él.
—Quiero que me marques.
Sentía que no podía respirar.
Extendí mis manos hacia su cuerpo con lentitud, Stefan permaneció en la misma posición y me dió todo el tiempo necesario para reaccionar. Tomé su cuello musculoso apenas logrando rodearlo con mis dos manos y me acerqué hacia él.
—Cierra los ojos —pedí en un susurro. No quería que me viera mientras lo hacía.
Sentí sus manos en mi cintura, causando que, aún por encima de la tela mi cuerpo continuara reaccionando a su cercanía, a su toque, estremeciendome por completo.
—Deja esas manos quietas.
Soltó un gemido lastimero, pero poco después sus manos cayeron a los lados de su cuerpo convertidas en puños.
—Quiero que deshagas esos puños, troglodita.
Lo hizo.
—Respira profundo y relájate —su pecho se infló cuando inhaló, y yo aproveché su concentración en ello para sacar mis colmillos y acercarme a su cuello, olerlo durante unos segundos para después morderlo. Solté un jadeo involuntario de pura satisfacción, me sentía excitada, pero sabía perfectamente que no era el momento para que estuviéramos juntos.
Trasladé una mano hasta su nuca y con la otra me sujeté a su hombro, para contenerme.
Aunque lo deseara tan intensamente debíamos actuar pensando en cada una de las posibles consecuencias de nuestros actos.
Cuando por fin pude hacerlo, saqué mis colmillos de su piel y con los labios entreabiertos, observé cómo la herida empezó a cicatrizar inmediatamente. Sentí cómo la conexión entre nosotros se hacía más grande, cómo nuestro vínculo se ensanchaba.
—Yo también quiero estar contigo —susurré con timidez.
Él me encaró, aún con los ojos cerrados, respirando irregularmente y luchando contra sí mismo, contra sus propios deseos.
—Y estoy deseando que me beses, pero en esta posición podría romperme el cuello al intentar tomar tus labios —susurré, y noté el momento exacto en el que su cuerpo se relajó por completo—. Eres un poste de luz en comparación conmigo.
Una risa leve llenó la habitación, y provocó la mía.
—Arian —me nombró en advertencia.
—¿Qué?
—¿Sabes lo que pasa por mi mente justo ahora?
Me encogí de hombros.
—Me imagino.
Él parpadeó, queriendo abrir los ojos.
—Puedes tomarme de la cintura, pero no subas ni bajes un centímetro más —advertí.
Sentí sus manos en mi cintura, jadee cuando apretó la zona con fuerza haciendo que sintiera su piel ardiente contra la mía.
—No, Stefan.
—Te estoy obedeciendo —dijo, sonriendo socarronamente.
—No hagas eso —mi voz se escuchó notablemente afectada.
—¿No quieres que lo haga? —preguntó y yo negué, pero luego caí en cuenta de que se encontraba con los ojos cerrados.
—No —dije y esta vez extendí mi mano en su nuca y metí mis dedos entre las hebras de su cabello oscuro. Me puse de puntillas y lo acerqué a mí.
—¿Quieres que vuelva a besarte? —aflojó el agarre en mi cintura solo para volver a ejercer presión.
«Deja de hacer eso, vas a hacerme enloquecer». Dije en mi mente, sabiendo que él podía escucharme si yo así lo quería.
Lo que recibí como respuesta fue una risa mental.
—Eso sería muy peligroso. ¿Crees poder contenerte y no devorarme en el proceso? —pregunté con mis ojos perdidos en su rostro.
—Haría cualquier cosa si eso garantiza que no vas a patearme entre las piernas —soltó un gruñido cuando volvió a apretar mi cintura con sus dedos y yo gemí alto en respuesta.
«Cielos».
—Si te portas bien no lo haré —dije, jadeante—. Debes admitir que estás recibiendo un trato exclusivo de mi parte.
Una risa vibró en su pecho, la cual me hizo temblar ligeramente.
Me acerqué más hacia él.
Besé su barbilla e inmediatamente inclinó el rostro para estar más cerca del mío.
Cerré los ojos.
Y lo besé.
Él me correspondió al instante, dejándose llevar por mi ritmo lento en un beso en el que intentaba aplicar mis casi nulos conocimientos acerca del tema. Pero él no me presionó, yo me relajé y él continuó algo tenso, pero la explosión que había dentro mí no se comparaba con la comodidad que sentía mientras nos besábamos.
Su boca era suave contra la mía. Era suave no solo en textura, sino también en sus movimientos. Se sentían como la seda que cubría mi cuerpo. Deslicé mis dedos ligeramente por la piel de su cuello y me aparté de sus labios para hacer un camino de besos hasta mi marca en su cuello.
—Ahora eres mío —dije contra su piel.
Él soltó una risa leve.
Reía para aligerar el ambiente que nos envolvía, porque si continuaba aumentando los dos corríamos peligro.
—¿En qué punto estamos? —pregunté.
—En el que vuelvo a besarte y me cortas el miembro para echarlo al río si te toco más de lo necesario.
Solté una carcajada.
—Me parece bien —dije, y lo encaré, encontrando sus ojos abiertos.
—Y —él sonrió ampliamente, con su mirada azul y brillante fija en mí—, también en el que te pido que te cases conmigo.
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