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❅ Capítulo XVIII: Caparazón ❅

~ CAPARAZÓN ~

Stefan

Sorprendentemente no dijo nada de camino a la mansión.

Teclee un mensaje rápido en mi teléfono.

Puede que se me haya escapado, pero no pararé hasta descubrir quién rayos estuvo observándola a esas horas de la noche.

Nos adentramos a la casa y subimos juntos las escaleras, yo llevando su maleta y ella delante de mí.

Me vi obligado a desviar la mirada del frente.

Ella llegó a su habitación en el ala para invitados y se detuvo a esperarme. Yo había ralentizado mis pasos por mero instinto de supervivencia.

—Apresúrate —dijo en un susurro apenas audible, casi con temor.

Me tragué un gruñido.

—Voy. ¿Por qué susurras? —pregunté subiendo los últimos dos escalones.

—Es casi medianoche, los demás deben estar durmiendo —caminó hasta llegar a la puerta y adentrarse al pasillo de las habitaciones y detenerse en la del fondo.

—No lo creo —conocía a los lobos lo suficiente como para saber que a esta hora hacían de todo, menos dormir.

—Pues con más razón, termina con esto de una vez si no quieres que nos vean —dijo,  tratando de abrir la puerta con más de la mitad de la llave fuera de la cerradura.

Me detuve enfrente de ella.

—¿Qué pasa si nos ven? —Le quité la llave, sin tocarla y la introduje hasta el fondo.

—Van a empezar a especular... cosas.

—¿Qué tipo de cosas? —Abrí la puerta.

—Cosas acerca de nosotros —levantó la mirada hacia mí—, que te relacionas con otra hembra, además de las que forman parte de tu familia, por ejemplo.

—No me importa.

—Que bien. —Tomó su maleta y se adentró a la habitación con toda la intención de cerrarme la puerta en la cara.

—Arianna —mi llamado la detuvo.

—Dime —levantó el rostro para mirarme directo a los ojos y clavar su mirada en lo más profundo de mi ser.

—Quiero asegurarme de que estés bien.

Noté el momento justo en el que dejó de respirar.

—¿Quieres quedarte conmigo? —preguntó, incrédula.

Era sorprendente que aún no se enterara de lo que era capaz de hacerme.

Me tenía pegado al ventanal blindado que daba hacia el área en la que entrenaba con Ryan, desde el primer día.

Me hacía tener más ganas de estar en la cabaña a altas horas de la madrugada y estaba al pendiente de las cámaras todas las noches, solo para saber la hora exacta en la que decidía salir de la mansión.

—Por tu seguridad. Y porque quiero estar contigo.

Sus ojos escanearon todo mi rostro.

—No estamos en la cabaña, Stefan.

—Hablo en serio cuando digo que no me importa lo que piensen de nosotros —dije al borde de la desesperación.

Ese pequeño vínculo (que digo, eso sucedía mucho antes de los rasguños que le hice con mis colmillos) me hacía parecer un desquiciado, me hacía querer estar pegado a ella, verla y sentirla cerca de mí a cada segundo.

Hace tanto que no sentía tanto.

—Creo que no deberías hacerte ilusiones —dijo al cabo de unos segundos.

—¿Por qué? —Di otro paso hacia ella.

—Porque apenas se cumpla el plazo me iré —apartó la mirada.

«Estás mintiendo.»

—Eso si yo lo permito —dije, procurando ocultar mi sonrisa.

—¿Qué piensas hacer para impedirlo? —Posó su mirada furiosa en mí—. ¿Amarrarme?

Solté una risa leve.

—Creeme, lo he pensado —admití.

—¿Ah sí? —Entrecerró los ojos.

—Desde que llegaste me provocaste ganas, primero de amarrarte tan lejos de mí como fuera posible, y ahora todo lo que quiero es estar pegado a ti como un perro faldero —dije en voz baja, solo para sus oídos.

—Pues pobre de ti, perro faldero —Empujó la puerta.

Coloqué el pie antes de que la cerrara.

—¿Qué tengo que hacer? —Pregunté—. ¿Qué tengo que hacer para que me elijas a mí, Arianna?

Estaba a un suspiro de acorralarla contra la pared y suplicarle clemencia por mis sentimientos.

—Dime por qué.

—¿Por qué, qué? —Guardé las manos en los bolsillos.

—¿Por qué me mordiste?

—Por impulso —dije al cabo de unos segundos—. Por el impulso de querer detener que huyeras de mí, por el impulso de querer tomarte. Porque soy como un jodido adolescente cuando se trata de ti en tu forma humana, en tu forma lobuna, cuando eres dulce ante los demás, cuando eres terca y repelente conmigo, cuando eres jodidamente osada como para desafiarme aún siendo un Líder. Cuando te paseas por un bosque lleno de seres salvajes en las madrugadas y cuando me dices cien verdades a la cara.

—Yo...

—Sí, —me acerqué hasta que su aliento se mezcló con el mío—. Me vuelves irracionalmente loco.

Se mantuvo en silencio, y se aclaró la garganta poco después.

—Es casi medianoche, debemos...

—Después de las 0 horas, puedes acostarte e ignorar mi presencia. Pero déjame cuidarte.

—Sé cuidarme sola, Stefan.

—Lo sé. Pero, piensa. Ese vampiro es incluso más rápido que yo, y tal vez sea más fuerte. Sabes lo que eso significa.

—¿Por qué un vampiro me estaría observando en territorio alaskeño si nadie sabe lo que sucede entre nosotros?

—No lo sé. Y tengo que informar a tu padre de esto.

Asintió.

—Por otro lado —reduje el tono de mi voz—. ¿Qué es lo que sucede entre nosotros?

—Centrate.

—Justo ahora no puedo centrarme en otra cosa que no seas tú.

—Esto —levanta una mano entre el minúsculo espacio que hay entre nosotros y nos señala—. Esta resistencia que nos ponemos el uno al otro.

—Yo ya no estoy poniendo ninguna resistencia, estoy harto de fingir —admití.

—¿Por qué?

—Porque no puedo —tragué saliva—. Es difícil para mí controlar todo lo que tengo dentro cuando ha sido contenido, anestesiado e ignorado durante tanto tiempo.

—¿No puedes controlarte? —preguntó con tono decepcionado.

—No mucho, dolcezza.

—Entonces debes saber que yo no puedo estar cerca de alguien que a menudo se deja llevar por sus impulsos —dijo, apartando la mirada de mí.

Fue entonces cuando lo comprendí todo.

Sus palabras, las de su padre.

Su comportamiento...

—Joder, Arian.

Ella continuó sin mirarme.

—Lo siento.

—¿Qué es lo que sientes, exactamente?

—Perdoname por marcarte. No, más bien —tomé aire—. Por hacerlo prácticamente a la fuerza.

—¿Lo comprendes? —Se volvió hacia mí.

—Lo comprendo —tragué saliva.

Se pasó una mano por el rostro cuando una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla, cabizbaja.

—¿Quién? —Apreté los puños con fuerza en el interior de mis bolsillos, al sentir cómo mis uñas se convertían en garras—. ¿Quién lo hizo?

—Mi compañero —levantó la mirada, provocando que nuestros ojos conectaran—. No llegó a alcanzar su objetivo. Pero si no hubiera sido por Ian, lo hubiera logrado.

Me mantuve en silencio, sintiéndome como he evitado ser desde que tengo memoria.

—Joder —incliné el rostro hasta que su frente estuvo pegada a la mía y cerré los ojos con fuerza—. Lo siento, de verdad lo siento. Lamento haberme igualado a él.

—No lo hiciste.

Sentí como sus manos acunaron mi rostro, sorprendiéndome.

—Los dos sabemos que no eras tú el único que sentía deseo por tenerme, yo también te deseaba en ese momento; la diferencia es que me controlé mucho mejor que tú —soltó una risa leve.

Me incliné más para facilitarle la tarea, no queriendo que sus manos dejaran de tomarme el rostro ni por un segundo.

—Eres igual a mí —susurró—. Tenías razón, los dos somos unos amargados, sufridos que no saben cómo lidiar con la tensión que creamos al estar cerca. Me lo dices cada vez que me miras; lo que discierno de toda esta situación... Si de verdad quisiera irme ya lo hubiera hecho, Stefan.

—¿Puedo tocarte? —Pregunté, aún con los ojos cerrados.

Ella asintió en respuesta.

—No puedo irme, algo me lo impide —soltó un suspiro y me estremecí al tomar de su aliento—. Y ese algo eres tú.

Saqué las manos de los bolsillos y la tomé de la cintura, solo por un momento efímero, porque noté cómo su cuerpo entró en tensión.

—Porque sé que lo que llevas puesto es solo una capa —dijo, y noté el ligero temblor en su voz—. Porque yo llevo una igual.

—Me has estudiado a profundidad, entonces.

—Solo presto atención a los detalles —se alejó para adentrarse a la habitación.

Observé desde la puerta cómo empezó a organizar todas sus cosas.

—¿Puedo pasar?

Sus ojos volvieron a enfocarme.

—Adelante.

23:59

Observé el reloj en la pared tras cerrar la puerta. Me pegué a la madera sin saber qué hacer, sin saber qué decir.

Ahora era completamente justificable su manera de reaccionar a mí, a mi presencia, a mis palabras y a mis acciones.

Pero estaba dispuesto a corregir mis errores.

Porque con cada día que pasaba me sentía más seguro de que la quería a ella.

La medianoche llegó, y el dolor fue mayor que en semanas pasadas, pero no insoportable ni tanto como para llegar a retorcernos.

El pequeño vínculo y la anestesia hacían lo suyo.

Ella se dejó caer en el piso, con la espalda pegada al borde de la cama y miró a través de las puertas corredizas que daban hacia el balcón. Observaba el cielo nublado, el aguanieve que caía como si anhelara encontrarse con el suelo.

Estaba pensativa, pero tenía esa postura relajada que solía adoptar cuando estábamos en la cabaña.

La lámpara encendida iluminaba su abundante cabello castaño en corte mariposa, ese que enmarcaba su rostro y caía en ondas hasta poco más abajo de sus hombros.

—¿Cómo se llamaba tu esposa? —Preguntó en un susurro.

—Su nombre era Rachel —murmuré tras desviar la mirada hacia afuera, luego de tomarme unos segundos antes de responder. El clima parecía estar reflejando el caos que había dentro de mí—. Nos encontramos el día de nuestra transformación, hace siete años. Nos casamos y éramos felices.

»Ryan llegó a nuestras vidas meses después... ni siquiera llegamos a pasar dos años juntos tras habernos encontrado. Yo era un Líder que acababa de ascender, inexperto, distraído por la plenitud... y tres manadas del nivel 1 se aprovecharon de mi inexperiencia y mi falta de concentración en los asuntos de mi manada para atacarnos durante los primeros días de la semana de celo.

Sentí su mirada clavada en mí.

—Debió ser tan doloroso —su voz fue como un bálsamo que me motivó a terminar de desnudar mi alma ante ella.

—Estuve a punto de perder la cabeza cuando vi su cuerpo destrozado. Los días, semanas, meses y años siguientes fueron agonizantes. Si Ryan no hubiera existido yo...

Sentí sus manos sujetando mi brazo y me dejé atrapar por esos ojos verdes que me motivaron a continuar.

Porque en ellos no había compasión, había comprensión y admiración.

—Simplemente no hubiera podido soportar el dolor de haberla perdido. Poco después la pequeña Christine Archer Sierich que todos sabían que era la compañera de mi hermano, se convirtió oficialmente en mi cuñada cuando se casaron.

—Y tú fuiste su inspiración para crear la anestesia.

—Sí —solté una risa leve—. Me la echó en una copa de vino y fue tan fuerte que incluso llegué a perder el conocimiento durante unos minutos. Ella me contó qué era cuando desperté, y poco a poco la fue mejorando hasta encontrar el equilibrio adecuado. Aunque a día de hoy continúa perfeccionándola e intentando aminorar los efectos secundarios.

—Esa anestesia salvó mi vida.

—Y la mía —tomé una de sus manos y acaricié sus nudillos con mis dedos—. Después de ese extraordinario invento inspirado por Lo divino, le hice un laboratorio para que inventara todo lo que le viniera en gana.

Su sonrisa se ensanchó.

—Tenemos una Sierich en Creciente. Su invento más destacado es el antídoto para ocultar el olor.

—Cada uno de los guardianes tiene algo especial.

Asintió.

—Lo único bueno que dejó el antiguo Líder de mi manada fue la alianza con Creciente.

—Tu padre —afirmó.

—Yo no lo llamo padre.

—¿Por qué?

—Golpeaba a mi madre cuando éramos pequeños, y llegó a abusar de ella meses antes de mi transformación.

—Lo siento.

—Ella lo rechazó después de eso.

—La veo bien —dijo con cierta timidez—. A pesar de todo. Es una mujer increíble.

—Y muy fuerte, igual que tú.

Sus ojos estaban fijos en los míos y así estuvimos durante un momento, hasta que tocaron la puerta.

—¿Quién podría ser a estas horas? —preguntó.

Solté un suspiro.

—Por su olor, ha de ser Delilah.

Su frente se arrugó y se levantó para abrir la puerta.

—Hola, Arianna. Busco a Stefan.

Me levanté del piso y me acerqué a ellas.

—Delilah, ¿está todo bien? —me detuve al lado de Arianna, quien se encontraba de brazos cruzados mirando cualquier cosa que no fuéramos nosotros.

—Encontré algo acerca de lo que me pediste —dijo casi con gracia—. Fui hasta tu habitación pero no estabas. Así que seguí tu rastro y me trajo hasta aquí.

Asentí.

—Dime lo que encontraste.

Ella levantó las cejas y miró a Arian.

—¿Aquí?

—Aquí y ahora.

Ella asintió.

—Sí, Líder —inclinó la cabeza y luego buscó algo en el bolsillo de su chaqueta—. Me arriesgué a inspeccionar la zona.

—¿Sola?

—No soy una muñeca de porcelana, Líder.

Tomé aire lenta y pausadamente al comprender a lo que se refería.

—Puedo hacer eso y más —me mostró la imágen en su teléfono.

La imágen de nuestras pisadas grabadas en la nieve.

—Las huellas se pierden cerca del muro.

—Le perseguí hasta allí. Saltó y yo también lo hice, pero a partir de ahí no hubo más rastros. Ni siquiera una hoja moviéndose de manera inusual —dije, introduciendo mis manos en los bolsillos.

—Supuse que habías sido tú quien le había perseguido —sonrió ampliamente—. Conozco tus pisadas.

—Al punto, Lilah.

—En eso estoy —carraspeó—. Si notas el tamaño y el modelo de zapatos, distingues que lo más probable es que estemos buscando a una mujer.

—Una vampiresa —dijo Arian, mirándome fijamente.

Observé la imágen y asentí.

—Bien hecho, Delilah.

—Solo es una teoría, pero todo apunta a que tengo razón.

—Mañana analizaremos esto a detalle, ve a descansar.

Ella nos miró fijamente durante unos segundos y luego retrocedió.

—Sí, mi Líder. Buenas noches.

La castaña tomó la manija de la puerta y me señaló el exterior.

—¿Qué? —Elevé las cejas.

—Buenas noches.

—¿Me estás echando? —Pregunté, dando pasos lentos en su dirección.

—Para nada, mi Líder —esperó pacientemente hasta que me rendí y salí de su habitación.

Sí.

Me había echado de su dormitorio luego de debilitar mi caparazón y extraer hasta mis más oscuros secretos.

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