❅ Capítulo XVII: Peligro ❅
~ PELIGRO ~
Arianna
Habían pasado varios días desde esa conversación con mi padre. Sentía la culpa palpitando en mi pecho junto a un sin fin de emociones entre las cuales no todas me pertenecían.
Necesitaba un teléfono con urgencia, debía disculparme. Yo necesitaba a mi padre sobreprotector, necesitaba quitarle todo sentimiento negativo relacionado conmigo. Ya habíamos tenido más que suficiente con lo de nuestras parejas; con lo de mamá. Y necesitaba hablar con Ian.
Prácticamente me había mudado a la cabaña de Stefan.
Apenas podía estar cerca de él sin sonrojarme luego de aquel suceso en el área de entrenamiento. La mayoría de mis cosas estaban aquí, aunque al amanecer regresaba para poder estar en el desayuno, luego de la cena me trasladaba a este que parecía ser el lugar más seguro, aún cuando el dueño era la misma persona de la que trataba de huir la mayor parte del tiempo.
Él se había encargado de habilitar la cocina, las chimeneas y de enseñarme la mejor parte de la casa: la terraza en la parte trasera que no tenía idea de que existía. Estaba amueblada, el techo era de cristal al igual que el de la habitación, se encontraba cerrada por puertas de cristal corredizas del suelo hasta el techo, y una tina mediana de piedras incrustadas que sobresalía. Esta reflejaba las tonalidades alrededor (el verde de los árboles alrededor de la casa, al igual que las montañas cubiertas de nieve que decoraban todo el paisaje). La vista era sencillamente hermosa, la cabaña no tenía muchos lujos, pero era tan acogedora y estaba rodeada de todos los elementos necesarios para brindar paz y comodidad.
Estaba ubicada a unos quince minutos del pueblo, en el bosque, cerca del mismo río que se podía observar desde la colina que sustentaba la cabaña.
El bosque de Luna nueva era majestuoso. Las noches en las que salía la aurora eran largas, iluminadas por ciertas luces danzantes gracias al cielo despejado, la luz de luna y las estrellas. En ciertas noches el espectáculo solía durar hasta el amanecer, los tonos de la aurora variaban entre verde, amarillo y hasta púrpura, de igual modo, mientras más despejado el cielo, más intensas se formaban.
Había mucha vegetación, el blanco decoraba los árboles (a algunos menos que a otros) y la tierra ni siquiera era visible gracias a la gruesa capa de nieve compacta.
Con cada día que pasaba la temperatura bajaba más, aunque en las noches hacía mucho más frío que en el día.
El viento sutil, pero gélido de esta noche mecía mi pelo y me acariciaba el rostro. El traje de cuero me brindaba aún más de la calidez que ya poseía, y me encontraba en un equilibrio adecuado de temperatura.
Inhalé el aire helado, capaz de congelar a cualquier ser vivo carente de la calidez que poseíamos los cambiaformas de raza lobuna. Olía a bosque alaskeño, al agua dulce del río, a pinos (ese olor que tenía Stefan mezclado con el olor a petricor, mar y aquel perfume con notas de chocolate.)
Al llegar a la cabaña encendí la chimenea del interior y la de la terraza, hice un té y me dirigí a la parte trasera. Allí me preparé un baño caliente con sales aromáticas y me sumergí en agua después de quedarme en ropa interior.
Recosté la cabeza del borde y estiré mi cuerpo. Cabía perfectamente y sobraba espacio.
Tomé mi taza humeante antes de que se enfriara, para darle un buen sorbo a mi té de manzanilla. Había asaltado la cocina de la mansión por una buena cantidad de flores de la planta, solo para hacerme mi bebida de vez en cuando. Era algo que, si bien no me relajaba como a un humano 'por completo', sí ayudaba a que mis pensamientos se ralentizaran un poco.
El té de manzanilla me hacía ir un poco más despacio por la vida.
Tras tomar el sorbo volví a recostar la cabeza, coloqué la taza en el borde, miré hacia el cielo y solté un suspiro al contemplar cada detalle.
Cerré los ojos poco a poco, pero no me dejé ir.
Sentía las caricias que el agua daba a mi piel, centré todos mis sentidos en ese momento. Inhalé el aroma de ese bosque que olía a su dueño, el aroma a vainilla de las sales, escuché el cántico de los búhos, los quejidos de la nieve y el agua del río que fluía con entusiasmo.
Y la puerta principal siendo abierta con llave.
Debían ser poco menos de las 22 horas, ¿qué hacía Stefan aquí?
Sé que la cabaña es suya, claramente. Pero él, al parecer, se había resignado a que yo había elegido este lugar, pero, ¿por qué seguía viniendo si incluso lo había adaptado para mí?
Escuché sus pasos, lentos pero precisos y sumergí la cabeza en el agua durante varios minutos.
Si la tierra no me quería tragar yo encontraría otro medio para desaparecer.
Como que me tragara el agua, por ejemplo.
Estuve con los ojos cerrados y sumergida por al menos seis minutos. Cuando emergi me quité el pelo del rostro respirando pesadamente, y me acerqué al borde de la tina, dándole la espalda. Desde ese ángulo podía ver colina abajo, la misma no era tan alta, solo daba un poco de elevación a la casa. Observé el camino que hacía el muelle, el agua del río fluyendo caudalosamente y pude enfocar hileras e hileras de árboles altos y frondosos a su alrededor; al mismo tiempo que sentí como el aire cambiaba drásticamente con el aura pesada, poderosa, magnética e inconfundible del ogro.
—¿Acaso hay algo a lo que le tengas miedo? —Preguntó en un susurro.
Mi corazón dió un salto cuando su voz grave hizo la pregunta con cierto grado de parsimonia.
—Tal vez —me volví hacia donde había provenido su voz, y lo enfoqué tanto como me permitía mi visión y la tenue luz del fuego que crepitaba en la chimenea.
—Creo que oficialmente esta casa es tuya —se alejó del marco de la puerta que daba paso hacia la terraza y se sentó en uno de los muebles.
—¿Por qué lo dices? —Dije tras soltar un suspiro, colocando mis brazos sobre el borde, mirándolo fijamente.
—Porque se nota lo mucho que te agrada estar aquí —inspeccionó el lugar. Aunque él estaba en el interior de la terraza y yo fuera por permanecer en la tina, podía vislumbrar cada uno de sus movimientos.
—Cuando tú no estás —apoyé la barbilla sobre el dorso de mis manos.
—Pero debes soportarme, porque es mía —se levantó de donde estaba y echó más leña a la chimenea.
—Si quiero te saco a patadas ahora mismo —murmuré, siguiendo cada uno de sus movimientos hasta que terminó y volvió a sentarse, pero esta vez en un mueble más cerca de mí, con los codos apoyados en las rodillas, sus largas piernas separadas y enfundadas en sus pantalones negros e inclinado hacia adelante.
—Es verdad —chasqueó la lengua—, pero, no puedes negar que disfrutar de este lugar se siente mejor cuando yo estoy aquí.
La imagen de él gozando entre risas ligeras, sinceras, en este mismo espacio en compañía de la mujer rubia que había nombrado como su esposa, apareció ante mí cuando fijé mis ojos en los suyos; esos que estaban oscuros y reflejaban las llamas del fuego.
—¿Cuál era su nombre? —Pregunté.
El músculo de su mandíbula se contrajo lentamente.
—¿Vas a decirme cómo te diste cuenta de que esta cabaña solía ser habitada por mí y por mi esposa cuando apenas tenías horas en mi manada?
Tragué saliva.
—¿Alguien te habló de ella?
Negué.
—No.
—¿Entonces?
—¿Has escuchado alguna vez eso de que las paredes tienen oídos?
—Sí —apartó la mirada de mí y sus ojos se perdieron en el bosque—. Pero no creo que tengan boca para hablar, y tampoco creo que estés tan desquiciada como para contemplar la idea de mantener una conversación con ellas.
Lo fulminé con la mirada.
—No literalmente, pero los espacios guardan secretos —salí de la tina subiendo los únicos dos escalones y me envolví en mi bata de baño, sintiendo una mirada clavada en mí. Y, teniendo en cuenta que solo éramos él y yo, era su mirada—. Así como sientes cuando alguien te está mirando sin estar viéndole, así como sientes las presencias de las personas a tu alrededor aún con los ojos cerrados, así como hueles las emociones de los demás...
Me volví hacia él y, efectivamente, él me estaba mirando.
—Cuando entras a un lugar el ambiente habla.
—¿Es un don?
Asentí.
—¿Y no te parece algo normal dentro de nuestra naturaleza lobuna?
Solté una risa carente de gracia.
—Sí, para nosotros es algo normal —dije—. Lo anormal surge cuando más allá de nuestros sentidos puedo saber lo que podría significar un sueño, una situación confusa... saber el por qué de esas sensaciones que se alojan en nuestro pecho como queriendo decirnos algo, saber por qué las siento. Ese es mi don. Discernir esas cosas que podrían ser verdad o mentira, discernir esas cosas que para muchos no tienen una explicación lógica o una salida. Me pasa con lugares, con sensaciones, con personas, y con sueños.
—Eso sí es increíble.
Una sonrisa leve se formó en mis labios, pero la oculté al tomar un sorbo de mi taza.
—Lo es —me recosté del cristal con función de pared y dejé que el aire que entraba por la puerta que dirigía hacia la tina acariciara mi piel.
—¿Y es algo que puedes controlar?
—Hasta cierto punto.
—¿Y cómo distingues entre tu imaginación y tu don?
—Me costó aprenderlo —solté un suspiro y dejé el té sobre una mesita, ya estaba frío—, dado que es un don poco entendido, pero lo logré. Nuestra imaginación contiene escenas de cosas que anhelamos, nuestros recuerdos de aquellas cosas que vivimos; tanto la imaginación como la memoria son almáticas, en cambio, cuando se trata de mi don es distinto. La mayoría de cosas que he visto no me dan un beneficio propio, tienen poco que ver con mis deseos pues, son de ayuda para otras personas a mi alrededor. Por ende, las cosas que veo no tienen que ver con mi alma y no son cosas que planeo, simplemente llegan como una ráfaga de viento: repentinamente.
Silencio.
Su mirada estaba en mí, pero él estaba sumido en sus pensamientos.
—Comprendo perfectamente —parpadeó y volvió a mirar hacia el bosque—. ¿A quién crees que Lo divino quiere hablar con lo que has discernido aquí?
—Aún no he discernido nada, estoy en ello. Pero hasta ahora solo he visto cosas, las he sentido y las he palpado en este lugar.
—¿Por eso te gusta tanto mi cabaña?
—Quien sabe.
Él soltó una risa nasal.
—¿A quién crees que Lo divino quiere hablar con lo que has visto, sentido y palpado de este lugar? —Preguntó otra vez, con suspicacia.
—A ti —de eso estoy segura.
—¿Y qué quiere decirme?
—No tengo idea —admití—. Aún. No soy una adivina. Tampoco intento saberlo.
—Bien.
—Cuando lo discierna, puedes estar seguro de que te lo haré saber —me despegué del cristal—. Pero eso es a su debido tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
—Unas veces tardo más que otras en atar cabos —dije con simpleza y me encaminé hasta la habitación para cambiarme.
—¿Y estás dispuesta a quedarte? ¿Así se requiera más del año que está establecido en el contrato para poder descubrirlo? —Dijo desde la terraza, sabiendo que podía escucharlo perfectamente como él a mí, gracias a nuestra audición lobuna.
—¿Quién dice que tendré que quedarme hasta entonces? —Sequé mi cabello con la toalla.
—¿Y si así fuera?
Solté una risa seca.
—Existen los teléfonos —dije.
—Pero ya no tendrás acceso a la cabaña —escuché sus botas contra el piso de madera.
—No importaría —me apresuré a cambiarme de ropa interior y a colocarme un vestido de tirantes.
—Pero entonces lo que debo saber seguirá siendo un misterio para mí.
—¿A dónde quieres llegar? —Salí a la terraza al estar vestida.
Él se encontraba de pie, de espaldas a mí y con las manos en sus bolsillos.
—A pedirte que no te vayas —dijo en un susurro.
Contuve la respiración.
—Sé que a la mínima oportunidad que tengas vas a largarte de aquí —continuó.
—¿Cómo lo sabes? —Tomé aire, y su olor mezclado con el perfume de humano que siempre llevaba me aturdió, tanto como el golpe de emociones que me invadió de repente.
—Me lo has dejado claro —su voz grave, tan calmada, como hablaba despacio, entre susurros y casi gruñendo—...Porque me detestas.
—Tanto como tú me detestas a mí —repliqué.
—¿Ah, sí? ¿Qué tanto, dolcezza?
—Mucho —sentí el ardor en mi hombro y giré el rostro para observar su marca plasmada en mi piel.
Y la herida que estaba abierta la última vez que la había observado, empezó a cicatrizar.
—¿Crees que te detesto mucho? —Se giró y empezó a caminar hacia mí, haciéndome retroceder ante esa mirada de cazador enfocado únicamente en su presa.
Dejé de contener la reparación, porque corría el riesgo de desmayarme al quedar sin aliento.
Mi espalda tocó el cristal frío y uno de los tirantes del vestido holgado decidió caer de mi hombro.
Justo en ese momento.
Su mirada recorrió su trayecto.
—Muchísimo —contesté sintiendo demasiado calor, sintiendo sus ojos traspasar mis muros.
Sentí el tirante acariciando mi piel lentamente, hasta que él mismo volvió a estar en su lugar.
Sus dedos lo habían llevado ahí, pero no tocó ni un centímetro de mi piel.
—Yo no te detesto, Arianna —dijo a centímetros de mi rostro, con sus ojos oscuros paseándose por todo mi rostro, con su calor abrazando mi piel.
El sonido de varias ramas quebrándose se escuchó justo cuando el tamaño de sus pupilas aumentó.
Estas volvieron a su tamaño normal un segundo después.
—Nicht bewegen «No te muevas.» —susurró en alemán a centímetros de mi rostro.
El calor que sentía en todo el cuerpo se me acumuló en las mejillas.
Él sabía alemán y yo había soltado una retahíla de estupideces en su cara.
Todas bajo el efecto del enojo en su despacho y en la zona de entrenamiento.
¿Cómo me pedía quietud? ¡Estaba a nada de salir corriendo!
Con movimientos lentos y con el rostro a centímetros del mío, empezó a desnudarse.
—¿Qué haces? —pregunté con un quejido tembloroso.
Se quitó la camiseta.
—Si me pones una mano encima te corto el miembro y se lo echo a los peces del río, ¿me oíste? —respiraba con dificultad y sentía el miedo invadiendome de a poco. Me trasladé a ese momento en la zona de exilio cuando intenté huir de él y sus asquerosas manos.
Se sacó las botas.
Se desabrochó el cinturón y se quitó los pantalones.
—Stefan Black Iannelli, ¿qué...?
La nieve crujió a unos metros de nosotros y lo siguiente que supe fue que se alejó de mí, que saltó por encima de la tina transformándose y que salió corriendo hacia el bosque.
Observé las prendas negras en el piso, jadeante.
Miré a mi alrededor y me acerqué a la tina para ver hacia afuera.
No vi ni la sombra de Stefan.
Del enorme lobo negro de pelaje azabache, sedoso, abundante; ese lobo Líder tan grácil y...
Inhalé.
Su olor había quedado impregnado en el aire y en su ropa.
Bueno.
A lo mejor cayó en su propio juego de seducción y decidió tirarse al río para bajar la calentura.
Al menos eso creía.
Minutos después regresó e inmediatamente mi mirada cayó en la rama de algún árbol con la que intentaba tapar su desnudez, aunque rápidamente levanté el rostro y lo observé a los ojos.
Caminó hacia la habitación y poco después regresó a la terraza con una toalla envuelta en la cintura, pasó la cabeza por su camiseta y empezó a ponerse los pantalones aún envuelto en la toalla.
Aparté la mirada hacia la chimenea.
—¿Puedes parar con tu jodida exhibición?
—Me estoy vistiendo —gruñó.
—Puedes tu técnica no sirve de mucho porque estuve a nada de ver lo que te cuelga entre las piernas otra vez —dije a nada de perder los estribos.
—La pequeña evidencia de mi marca grabada en tu piel ya cicatrizó —apareció en mi campo de visión—. Estoy conectado contigo casi por completo, ¿de casualidad piensas rechazarme?
—Yo... —retrocedí.
—Porque si no es así —me interrumpió—. Eso que me cuelga entre las piernas ahora te pertenece —cerró las puertas corredizas de la terraza y apagó la chimenea—. Y te recuerdo que hace solo minutos saliste semidesnuda de la tina.
Abrí la boca, indignada.
Pero no pude decir nada al respecto. Él tenía razón.
«Salí de la tina con la ropa interior pega a mí como una segunda piel, y no pensé en ello hasta ahora que lo mencionas. Aún cuando lo hice bajo tu atenta mirada, aún cuando a penas tolero...»
—¿Por qué saliste corriendo? —Cambié de tema, siguiéndolo a la habitación—. ¿Acaso te has propuesto pegarme un susto todos los días o...?
—Desde que llegué me di cuenta de que alguien te estaba observando —buscó hasta que dió con mi maleta y empezó a arrojar toda la ropa que había en el armario a la cama.
—¿Qué dices? ¿Qué haces?
—Tus sentidos de gamma no llegan muy lejos, pero yo soy un Líder y desde que me acerqué a la cabaña sentí la presencia de alguien más.
—¿Por eso te fuiste? —Tomé su brazo y él se detuvo.
—Sí —miró ese punto de contacto entre nosotros.
Lo solté.
Mi pequeña mano dejaba la mitad del espacio libre, ni siquiera podría rodear sus muñecas por completo.
—¿Lograste alcanzarlo? —Pregunté, intentando ignorar el cosquilleo que empezó a subir por mi brazo.
—No lo logré —dijo con la mandíbula apretada—. Y apenas pude ver algunos de sus movimientos mientras tú y yo hablábamos. Llevaba capucha y se mantuvo a la distancia justa para que no lo notaras.
—¿Pudiste distinguir si se trataba de un macho o una hembra? ¿Tienes alguna idea de quién podría ser?
—No. Pero sí sé que era extranjero —terminó de sacar todas mis cosas y empezó a meterlas en la maleta.
—¿Por qué?
—Porque si fuera miembro de mi manada no hubiera saltado el muro. Y yo le hubiera alcanzado. Pero parece ser alguien más... veloz.
Tragué saliva.
—¿Qué podría ser, un espía? ¿Un...?
—No lo sé, Arianna —cerró la maleta—. Pero lo averiguaremos. De lo que sí estoy seguro, es de que era un vampiro y de que te vienes conmigo a la mansión en este mismo instante.
Solté un profundo suspiro.
—Creí que ya habías accedido a que...
—Cambié de opinión.
—Stefan.
—¿Qué, Arianna? —Gruñó.
—Que tenga tu marca no quiere decir que decidas por mí.
—Esto no se trata de decidir. No te estoy dando ninguna otra opción. Quien quiera que haya estado allá afuera tenía rato observándote.
—¿Cómo puedes estar seguro de que no fue una coincidencia que estuviera cerca de la cabaña? —Le arrebaté mi maleta.
—Arianna...
—No puedes...
—Luna nueva no es un país —murmuró entre dientes—. Es mi territorio, pero Alaska no es un desierto de nieve. Aunque haya solo unos miles de humanos, hay otras criaturas detrás de ese muro y no quiero que mis enemigos vuelvan a... —se cortó a sí mismo. Cerró los ojos por un momento, me quitó la maleta y salió de la habitación.
—¿A qué?
—Nada. Vámonos.
Tomé mi maleta.
—No me iré. Sé defenderme sola, seguiré yendo y viniendo de la mansión a esta cabaña si eso me asegura al menos un momento lejos de ti.
—¿No vas a irte?
—No. —Levanté la barbilla y me crucé de brazos.
—Que conste —murmuró y al instante estuve sobre su hombro.
—¡Bájame! ¡No me toques, animal!
—Imagina que tengo guantes de seda y quédate quieta.
Me moví aún más y golpeé su espalda dura intentando conseguir que me bajara de su hombro por todos los medios.
—¡Si tanto te importa el qué dirán, bájame! ¡O todos se van a enterar de que te estás relacionando conmigo!
—Pues que se enteren.
Abrí la boca, indignada.
—Nos vamos. Y no te atrevas a volver aquí hasta que pueda resolver este asunto o yo mismo te devuelvo a Creciente con todo y tu obstinación.
—¡Troglodita!
—Y tú eres una dulzura, niña —cerró la puerta de la cabaña con llave y al mismo tiempo cargándome sin ninguna dificultad.
—¡No me llames niña!
—¿Dulzura, sí? Noto que ese apodo sí te gusta.
—¡No me gusta nada de ti! —solté un gruñido—. ¡Hostil, malhumorado, desagradable, gruñón, ogro, caverní...!
Me bajó.
Y yo cerré la boca de golpe cuando sus ojos furiosos enfocaron los míos.
—Camina a la mansión, y no digas una palabra o te juro que no respondo de mí —se quedó mirándome fijamente, esperando a que avanzara.
Me tragué el enojo y empecé a caminar.
Podía ser terca pero también era consciente de que él tenía razón. De un modo u otro había estado en peligro sin si quiera darme cuenta.
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