❅ Capítulo XV: Orgullo ❅
~ ORGULLO ~
Stefan
—No tienes idea del asco que estoy sintiendo —murmuró—. No tienes ni tenías derecho a ponerme una mano encima y terminaste marcándome como tuya cuando no te intereso en lo absoluto. Sé que fue por la semana de celo, sé que fue un error, pero esto me arde. Me está consumiendo ¿lo comprendes?
Mis labios se separaron, pero no dije una palabra.
—No tenías derecho a hacerlo, Stefan. —Sus mejillas estaban húmedas y un notable rubor se evidenciaba en ellas; sus pupilas se encontraban dilatadas por el enojo y sus ojos llorosos—. Voy a pedirte que hagas algo por mí.
Se pasó las manos por el rostro, molesta.
Era un manojo de emociones al igual que yo, pero lo que yo sentía no se asemejaba a lo que ella debía estar sintiendo.
—Llama a mi padre y pídele que envíe un avión y que me saque de aquí cuanto antes —con cada palabra que soltaba me demostraba el coraje que tenía, pero al mismo tiempo el miedo se hacía notar con cada palabra que salía de su boca.
Ella no era débil.
Pero había sido lastimada.
Estando allí enfrente de ella sentí esa verdad cayéndome encima como un balde de agua hirviendo.
—No quiero seguir siendo observada como el peor de tus errores.
No sabía cómo expresar todas las cosas que deseaba decirle.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había mirado una hembra con otros ojos, Arianna me resultaba inentendible la mayor parte del tiempo y sabía que para ella era igual de complicado cuando se trataba de mí.
El día de mi transformación el encontrar a Rachel fue algo inminente, ella estaba aquí, en la manada que me invitaba a ser su Líder desde mi nacimiento. Nunca la había visto a pesar de que habitaba entre la gente de mi pueblo siendo una más. Cuando la encontré nuestra vida empezó a acomodarse sola, ambos nos elegimos, nos comprometimos, nos casamos, nos marcamos; al tiempo nos enteramos de que Ryan venía en camino y poco después de que él llegara a nuestras vidas ella fue arrebatada de la nuestra sin miramientos.
Aquel suceso marcó mi existencia de tal manera... y sabía que la vida de Arianna con su compañero había terminado siendo tan dolorosa como la mía con Rachel. No sabía si era rechazada, no tenía idea de qué le había sucedido más allá de la muerte de su madre; ella era un jodido enigma el cual no tenía idea de cómo descifrar y el estar siendo prácticamente empujado fuera de mi fría zona de confort hacía que las cosas fueran aún más complicadas.
Me sentía empujado porque la había marcado en un momento en el que mi razonamiento no tenía el control.
Empujado porque no tenía idea de cómo gestionar todo lo que sentía.
Empujado porque mis emociones habían surgido de golpe después de tanto tiempo siendo anestesiadas.
Empujado porque no sabía cómo actuar, si reflejando mis miedos, demostrando la seguridad que no sentía o tal cual: inexperto, falto de palabras para comunicar todo aquello que tenía miedo de volver a depositar en las manos de una hembra.
Empujado incluso por los latidos de mi corazón, ese que me pedía a gritos soltar el teléfono, aún cuando mi orgullo me exigía pedir ese avión que la llevaría de regreso a su lugar seguro.
«Dejarla ir.»
Como estuve a punto de hacer el primer día.
Llegados a ese punto, esa impertinencia que me molestó de ella desde la primera vez era la misma que había captado toda mi atención. Y no lo podía negar más, la molestia que Arianna me causaba tenía más que ver conmigo que con ella.
A duras penas logré que me siguiera hasta mi despacho para hablar.
Solos.
Aún cuando sabíamos que todos revoloteaban a nuestro alrededor, queriendo saber por qué razón nos encerramos aquí sin querer mediar palabras con nadie.
Ella quería largarse al otro continente.
Y yo solo quería encontrar fuerza, fuerza para decirle que aún teniendo cientos de opciones la única que me había atrevido a contemplar se trataba de esa en la que ella estaba incluida.
Solté un suspiro y tras marcar al número correspondiente coloqué el teléfono en mi oído, con mis ojos fijos en los suyos.
—Stefan.
—Sebastian.
—¿A qué debo tu llamada?
—Llamo para hablarte de algo respecto a Arianna.
—¿Ah sí?
—Escucha bien antes de sacar tus propias conclusiones
—De acuerdo. Pero ten presente que aceptamos el contrato bajo la estricta restricción de que tú serías responsable de su bienestar.
—Eso lo tengo bastante claro —mis ojos estaban fijos en los de ella, que me miraba como si a pesar de su molestia quisiera ver a través de mí.
—¿Entonces?
—Como sabes, la semana de celo pasó hace poco. Hubo algunas modificaciones en la anestesia y estos días fueron algo... complicados para los que sufrimos la maldición.
La línea permaneció en silencio.
—Arianna quiere volver a Creciente —dije finalmente, recién descubriendo que ya no me gustaba el sabor que dejaban esas palabras en mi boca.
Sus mejillas enrojecieron considerablemente, hubiera sonreído por eso si no supiera que mi cabeza estaba en juego en ese momento.
—Pero yo no quiero que ella se vaya —esa era mi verdad. Desde que estuvo a punto de irse cuando apenas tenía horas en mi territorio sentí la necesidad de dejar a un lado las pequeñas diferencias para conocer más acerca de ella.
Al fin comprendía esa sensación que sentí cuando la vi por primera vez, esa que me hacía verla como un ángel asignado a una misión en el planeta Tierra en lugar de a una chica ruda capaz de entrenar a mi hijo para su futuro como Líder.
No se trataba de su estatura, ni de su edad, ni de su procedencia; más bien se trataba de todo lo que emanaba. Además de su delicada apariencia (aún con los vestigios del dolor), en su forma de ser había un secreto escondido, toda ella era un rompecabezas.
Era consciente de que, para poder comprenderla, debía observar minuciosamente sus delicadas piezas. Solo de esa manera podría llegar a conocer el lugar que les correspondía a cada una de ellas.
Solo de esa manera podría llegar a comprenderla.
«A conocerla.»
—¿Y cuáles son tus razones para no querer que mi hija regrese con nosotros?
—La marqué —dije sin rodeos—, en un momento de descontrol. Esa noche ambos estábamos en nuestra forma lobuna y lo perdí por unos segundos. De eso se trata el motivo de mi llamada; Arianna quiere irse, pero deben saber que si su decisión cambia yo estoy dispuesto a responsabilizarme de mis actos.
—¿De qué manera?
—Dejando que ella me marque a mí.
—¿Eres consciente de que si los dos llegan a marcarse se formará un vínculo entre ustedes?
—Lo soy.
—¿Aún así estás dispuesto a dejar que mi hija te marque?
—Sí —dije con toda seguridad.
Él soltó un suspiro.
—¿Dónde está?
—Aquí conmigo.
—Pásamela.
Ella me observó con desconfianza. Sus manos temblaron ligeramente cuando las puso encima de mi escritorio para tomar el teléfono.
—Papá —dijo en alemán.
—Cariño, ¿estás bien? —Él le contestó en el mismo idioma. En momentos como esos agradecía a mi madre, pues creía que su empeño por enseñarme otros idiomas no iba a servirme para nada.
—Quiero irme.
La línea permaneció en silencio.
—¿Estás segura?
—Completamente.
—Esto debe ser muy difícil para ti, pero comprende que después de esa marca no puedes huir como si no estuviera pasando nada. No importa cómo haya sido...
—Papá...
—Además, firmamos el contrato, y tenemos palabra. Debes entrenar a Ryan Black por un año, luego de eso puedes decidir si quedarte o no.
—Acepté venir con una condición, ¿lo recuerdas? Me lo prometiste —al observarla podía notar como el enojo se apoderaba de ella, al mismo tiempo que la angustia.
—Lo sé —era notable el pesar de su padre en cada palabra que le decía—. Pero cuando te tuve en mis brazos por primera vez también prometí que vería por tu bienestar todos los días de mi vida, esa fue la primera promesa que te hice y está por encima de cualquier otra que te haya hecho.
—Estás siendo injusto, ¡todos ustedes lo son!
—Arian...
—No papá, sabes perfectamente lo mucho que me costó aceptar viajar lejos de casa. No puedes ignorar el trato que tú y yo hicimos, me importa muy poco ese estúpido acuerdo con Stefan.
—Arianna, sé que ahora no te sientes bien estando allí, pero no dejes que el orgullo te ciegue.
Ella permaneció en silencio durante unos segundos.
—No voy a quedarme, papá.
Algo me decía que a la mínima oportunidad que tuviera para largarse de mi territorio lo haría sin pensarlo ni un jodido segundo.
Ella estaba segura de lo que quería y a pesar del pequeño vínculo no había nada en lo absoluto que la atara a mí. Ella era libre de hacer lo que quisiera, era libre de tomar sus cosas e irse, de irse al otro continente... de alejarse de mí como tanto quería.
Yo no era quién ni tenía razones suficientes para impedírselo.
—He dicho que debemos cumplir el contrato —el tono de voz de su padre cambió a uno más duro. Entendía que la mayor parte del tiempo le cumplían sus caprichos, pero por algún motivo en esta ocasión el beta de Creciente no estaba dispuesto a ceder ante los deseos de su hija.
Ella apartó la mirada de mí por primera vez.
—Lo que diga, beta de Wachsend —murmuró dolida—. Pero, suceda lo que suceda en el tiempo que le resta a ese dichoso contrato, tenga por seguro que lo que más anhelo en este momento es largarme de aquí.
Ella no tenía idea de que yo estaba entendiendo todo perfectamente.
—Te pasaré a Stefan.
—¿Puedes darme un momento, Sebastian? —Dije cuando ella me tendió el teléfono, no esperé su respuesta y silencié el micrófono.
La observé.
Sus ojos verdes se notaban furiosos, se encontraba de brazos cruzados, y erguida; a la defensiva.
«Y con razón.»
Yo no era nadie para tocarle un solo cabello y había abierto un abismo entre nosotros que se hacía llamar vínculo.
Ella esperaba que le pidiera ese avión a su padre para irse de mi manada.
Y yo me sentía tan contrariado... no sabía si atender mi razón o aquel lado impulsivo que me había hecho morderla cuando la supuesta idea era tranquilizarla.
Mi razón: «comprale un jodido boleto de avión y ábrele los portones para que regrese al lugar de donde vino con su orgullo intacto.»
Mi lado impulsivo: «amarrala en la cabaña de la que se ha adueñado hasta que las garras invisibles que ha sacado vuelvan a su lugar y decida quedarse.»
—Creo haber entendido que lo que quieres es irte. ¿Estás segura? —Pregunté, intentando sonar calmado, como si no hubiera entendido cada una de sus palabras, como si no hubiera un duelo en mi interior.
Ella soltó el aire contenido y con sus ojos clavados en mí contestó:
—Quiero irme.
—No tomes una decisión apresurada —dije, y luego me aclaré la garganta—. Deberías intentar escucharme.
—¿Para qué? —Se inclinó hacia adelante aún con los brazos cruzados—. ¿Para que otra vez me digas que fue un estúpido impulso?
—No me refería...
—¿Crees que cualquier mujer que sufre la maldición desearía estar en mi lugar?
—Arianna...
—Cualquiera estaría conforme, ¿eso es lo que crees?
—No hables por mí.
—Entonces dime.
Sentía la necesidad de acunar su rostro entre mis manos, de detener el recorrido de las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas... y el no poder hacerlo me estaba asfixiando.
—No tenía ni tengo intenciones de hacerte daño —empiezo—. Sé que la mordida aún no ha cicatrizado, y que es culpa mía. Pero no puedo negar que aunque intento no arrepentirme lo hago, aún cuando no sabía que ella eras tú.
»Dije que fue un impulso porque lo fue, te deseaba en ese momento más que nada por la semana de celo, pero aunque todo hubiera sucedido en un día común y corriente sé que hubieras tenido el mismo efecto en mí.
Tragué saliva al tiempo que sus manos se volvían puños en su regazo.
—Desde que llegaste, me haces replantearme la existencia, con cualquiera de tus formas.
—¿Qué...? ¿Qué quieres decir?
—El arrepentimiento que no ha permitido que la marca cicatrice —me puse de pié, ante ese arranque de valor, provocando que ella también lo hiciera—, es porque sé que no debí hacerlo en ese momento, en esas circunstancias.
—Pero...
—Déjame hablar.
Un destello de comprensión iluminó sus ojos por un momento.
—Si me lo pides, en este mismo momento te abro esa marca y te hago una tan profunda como para hacerte dormir —era más fácil poner la decisión en sus manos que tomarla por mi propia cuenta—, o puedo dejar que esta vez seas tú quien me marque.
Rodeé el escritorio para acercarme más ella.
—De esa manera no habría ningún tipo de arrepentimiento de mi parte, y esa marca que te arde al fin terminaría su proceso de cicatrización.
Sus ojos verdes, casi esmeralda brillaban con miles de emociones siendo reflejadas en ellos. Su respiración se encontraba agitada, al igual que la mía en ese duelo de miradas que agitó nuestra respiración, que me hizo contener el aliento para no volver a terminar cometiendo otro impulso.
—No...
—Piénsalo bien, dolcezza —susurré mirándola fijamente.
Su frente se arrugó de una manera casi imperceptible, si no estuviera atento a cada una de sus expresiones no me habría dado cuenta.
—¿Dolcezza?
—Dulzura, todo lo contrario a lo que irradias en este preciso momento.
Ella soltó una risa irónica.
—El único amargado aquí entre nosotros eres tú, Stefan Iannelli.
—Te equivocas —contradije solo para molestarla—, somos dos, Arianna Volk.
Tomó una inhalación profunda como quien suplica por paciencia.
—¿Stefan? —Bastian reclamó mi atención al otro lado de la línea.
Ella aprovechó ese momento y salió del despacho dando un portazo que sería capaz de espantar a cualquier muerto.
Tomé el teléfono y activé el micrófono.
—Te escucho.
—Pues escucha muy bien —Sebastian volvió al inglés, y era evidente lo enojado que estaba—, si vuelves a tocarle un pelo a mi hija sin su consentimiento te voy a castrar, no tienes idea de todo lo que Arian ha tenido que vivir.
Un padre sobreprotector y enojado.
«Menudo problema en el que me había metido.»
—Te daré un solo voto de confianza, tú sabrás lo que haces con él. Sabes perfectamente que si quisiera la traería de vuelta, incluso por encima de nuestro jodido contrato.
—Me queda claro.
—Mas te vale —soltó un gruñido—. En unos días enviaré a alguien para que esté junto a ella, él tendrá el sello de Wachsend en el hombro derecho.
—¿Qué papel juega esa persona en la vida de Arianna? Debo saberlo, también creo que deberías compartirme su expediente. Para saber a quién tendré en mi manada —agregué eso último como si intentara excusar mis propias palabras.
—Claro, pero no tienes porqué preocuparte, es leal a mi hija. Su mejor amigo, y uno de nuestros mejores gammas.
—No deberías molestarte en prestarme uno de tus mejores guerreros, yo la cuidaré como acordamos.
—No es para que la cuide, Arian sabe cuidarse sola. Y no te preocupes, él es uno de los mejores pero no es el único.
—Bien. Tengo que hablar con ella, nos mantendremos en contacto.
—Stefan.
—¿Sí?
—Soy su padre y la conozco bien. Quiere volver porque no se siente segura contigo. Si de verdad quieres vincularte con mi hija, gánatelo. Gánate su confianza —la línea se quedó en silencio.
Observé la pantalla del teléfono solo para asegurarme, lo guardé en mis bolsillos y salí de mí despacho.
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