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❅ Capítulo XIX: Palabras silenciosas ❅


~ PALABRAS SILENCIOSAS ~

Stefan

Amanecí junto a su puerta, como un gamma que se siente privilegiado al poder asumir la tarea de cuidar de su Líder.

Arian estuvo despierta toda la noche, lo sabía. Escuchaba el activo ritmo de su corazón, cada respiración y me preguntaba; si esa imposibilidad de conciliar el sueño ambos la teníamos por causa de la maldición.

Cuándo escuché el agua cayendo contra las baldosas observé mi reloj, el cual marcaba las seis de la mañana. Decidí ir hasta mi habitación, para también darme una ducha y descansar la vista al menos por unos minutos.

Mientras avanzaba en mi rutina de higiene, no podía dejar de pensar en las cosas que me contó la noche anterior. En cómo salió de sus labios el motivo por el cual la maldición del dolor la alcanzó.

Sin duda ella era una flor del desierto.

Una hembra valiente, determinada, fuerte y capaz.

La mujer de ojos grandes, verdes e inquisidores; de voz dulce y carácter inquebrantable.

Ella me atraía a su presencia como un imán, atraía mi mirada con su delicada belleza, mis oídos con su voz, me enojaba como nadie y ponía a colgar de un hilo todo lo que había en mi reserva de autocontrol.

Arianna Volk estaba poniendo patas arriba toda mi supuesta estabilidad, y yo quería ese caos que significaba tenerla en mi vida.

Cuando me encontraba bajando las escaleras para ir hacia el comedor y tomar el desayuno, decidí saltarmelo e irme directamente a resolver los asuntos prioritarios con nuestra conversación aún activa en mi memoria.

Asigné un buen grupo de gammas en puestos de vigilancia con el muro de piedra y la cabaña como objetivos. Y me encargué de supervisar la instalación de cámaras ocultas en lugares casi impensables.

Tras la instalación me adentré al bosque con Delilah y otros dos deltas, buscando cualquier mínimo rastro de la posible vampiresa que estuvo espiando a Arianna.

Era más fácil pensar que se trataba de alguien relacionado con su manada, pues solo lleva unas semanas en mi territorio y no había manera de que pudiera tratarse de algo que tuviera que ver con nosotros.

No encontramos nada, más allá de lo que Delilah encontró en la madrugada.

Solo me quedaba revisar las cámaras ya instaladas, principalmente esas que tuvieran al menos la posibilidad de haber captado algo acerca de la posible intrusa.

Me encontraba en mi despacho, observando a la castaña luchando con Ryan, y siendo jodidamente floja con él. Quería enseñarle toda la teoría antes de llevarlo a la práctica, yo no estaba de acuerdo con eso, pero había decidido entrometerme lo menos posible.

Ella sabrá lo que hace, cómo y cuándo lo hace.

Estaba a punto de empezar a revisar las grabaciones de seguridad, cuando mi teléfono sonó, reclamando mi atención.

—¿Sí?

—Líder —la voz de mi jefe de seguridad se escuchó al otro lado de la línea—, hay un individuo de nuestra raza que pide verlo personalmente. ¿Lo dejamos entrar?

—No, retenlo —contesté—. Iré enseguida.

Colgué.

Me ajusté la pistola plateada a mi cintura, cargada de balas compuestas por nitrato de plata y salí de mi despacho. Me encaminé hacia los portones que daban acceso al mundo exterior, fuera de los muros de mi manada. No andaba con provisiones de ropa para después de transformarme, porque no pretendía hacerlo.

—Señor Stefan.

—Theodore —respondí cuando llegué a mi destino minutos después. Observé el panorama.

Al menos quince de mis gammas se encontraban aglomerados frente a los portones que daban paso a mi territorio. Si las exigencias de ese individuo tras las puertas se trataran de una distracción para emboscarnos, le hubiera salido casi perfecta.

—Mínimo debe tratarse de un híbrido. Porque si no es así, no entiendo todo este dichoso alboroto, ¿qué hacen todos ustedes agrupados aquí?

Los portones de madera oscura se encontraban abiertos, pero los de metal estaban cerrados, y encima, custodiados.

—El sospechoso está armado.

—Todos vayan a sus puestos —ordené.

—Sí, señor.

Los guardias se dispersaron. Solo quedamos Theodore, los dos que retenían el intruso al otro lado de los portones de plata, y yo.

—Abre.

Salí más allá del muro por primera vez en semanas, cuando Theodore, mi jefe de seguridad, abrió esas enormes puertas para mí.

El sospechoso se removió hasta soltarse del agarre de los dos guardias que lo retenían, provocando que su olor me inundara de lleno. Era un hombre bastante joven, de cabello dorado y ojos marrones. Unos ojos que me evaluaban con cautela, pero no amedrentados y mucho menos conformes. Observaba todo a su alrededor con suma prevención, como si estuviera evaluando la seguridad del lugar.

Por eso solicité a alguien de Creciente para entrenar a mi hijo. Solo uno de sus guerreros era una pieza valiosa en medio del campo de batalla, capaz de enfrentar a la suma de varios que solo así lograrían ser rivales dignos. Era innegable la pasión y el coraje que los caracterizaba.

—Soy Ian Schubert —dijo en un inglés perfecto, acompañado de un marcado acento alemán—. Vengo de parte de los Líderes de Wachsend.

«Ian».

Resonó en mi mente. La gratitud con la que Arianna lo nombró en la madrugada, cuando me contó acerca de lo que el imbécil de su compañero había intentado hacerle.

Podría tratarse de otro “Ian”, pero este en particular, olía a bosque alemán… como ella.

Observé todas las armas que había en el suelo. Una pistola, más de seis dagas de distintos tamaños y una espada. Sin contar el fusil que llevaba enganchado al hombro.

—Que interesante —murmuré.

El tal Ian se quitó la M16, la colocó junto a sus otras pertenencias y se quitó la cazadora, dejando ver la camiseta negra que luego remangó hasta su hombro; hombro en el que se encontraba tatuado con tinta negra el sello imperial de Creciente.

Deslicé la mirada de su hombro y lo evalué de pies a cabeza hasta clavar mis ojos en los suyos, los cuales me mantuvieron la mirada.

—Stefan Iannelli —estreché su mano—. Bienvenido a Luna nueva, Ian Schubert.

  • ~~ ❅ ~~ •

Cuando llegamos a la mansión todos se presentaron ante él, dándole la bienvenida al segundo miembro de Creciente que nos visitaba en el último mes.

—¿Y Arian? —preguntó, cuando volvimos a estar a solas—. El Señor Sebastian me dió órdenes estrictas con relación a ella.

Me aclaré la garganta, con el ceño fruncido ante esa sensación de molestia que se instaló en mi pecho.

—Ha de estar en la zona de entrenamiento, con mi hijo.

Él asintió, aún escaneando todo minuciosamente.

—Esperaré a que termine —dijo—. Si no es mucho pedir, necesito hablar a solas con usted, para darle un mensaje importante de parte de mi Líder.

—Bien. Vamos a mi despacho —comencé a caminar al interior de la mansión y él me siguió, hasta que ambos nos adentramos al despacho—. Toma asiento.

Ian se sentó frente a mi escritorio y yo detrás, en mi silla.

Tomé la computadora y empecé a teclear hasta dar con el expediente que Sebastian me había enviado días atrás.

Nombre: Ian Schubert.

Padre: Hang Schubert, Milena Schubert.

Nacionalidad: Alemana.

Día y mes de nacimiento: 13 de diciembre.

Edad: 20 años.

Hermanos: -

Rango: Gamma.

Posición: Instructor, francotirador.

Destrezas: Agilidad, habilidades de rastreo, puntería, precisión y manejo de armas blancas.

La foto coincidía con su apariencia y cada uno de sus rasgos.

—Vaya —dije, impresionado—. He de admitir que para la edad que tienes tus habilidades son algo adelantadas al tiempo.

—Yo diría, que son los resultados de lo que se me exige como sucesor del jefe de seguridad en la manada más poderosa del Mundo oculto.

Chasqueé la lengua, atento a cada uno de sus movimientos.

—Y dime, Ian —me crucé de brazos—, ¿qué papel juegas en la vida de Arianna?

—En primer lugar —levantó las cejas—, soy su mejor amigo. Y en segundo, su entrenador.

—Entiendo —rasqué mi frente, aún cuando no sentía ningún tipo de comezón—. Como sabes, ella está aquí cumpliendo con una asignación, al igual que tú. La de ella es entrenar a mi hijo, y no quiero que tu presencia sea un distractor para ello.

—Tenga por seguro que no lo será —afirmó inmediatamente—. Pretendo aportar en lo que pueda a las responsabilidades de Arian. No porque ella no pueda con ellas, sino para que no se sienta sola.

Contuve un gruñido de pura molestia que deseaba salir de mí justo en ese momento, y por esas palabras.

—No tienes de qué preocuparte —dije—, Arianna se lleva muy bien con todos nosotros.

—No dudo que así sea. Es una excelente persona, y sabe muy bien lo que hace.

—Al principio no estaba seguro de eso —admití—, pero ahora no tengo dudas.

Ian asintió.

—Mientras estemos aquí estaremos a su disposición en lo que deseé, su manada y la nuestra son aliadas.

Ésta vez yo asentí.

—Lo agradezco.

—El Señor Aleksandre me dijo que le informara acerca de la situación con los cazadores.

—Pues, adelante —entrelacé mis manos sobre el escritorio—. Soy todo oídos.

—Hace algunos días, fuimos distribuídos algunos guerreros de Creciente hacia aquellas ciudades en las cuales es mayor el número de infectados por el virus presente en los experimentos.

—¿El virus que fue creado con la sangre de la segunda híbrida?

El asintió.

—Nuestra misión era hacer pruebas diagnósticas para así proporcionar la cura a quienes la necesitan. La Ciudad asignada al grupo que yo comandé fue Chicago, pero unos soldados del C. C. E. U. asignados a ese Estado nos impidieron hacer nuestro trabajo. No tuvimos más remedio que retirarnos con las manos alzadas, lo que menos desea nuestra Líder como actual dirigente de la Asamblea de Líderes es iniciar una guerra con los humanos.

»Su intención es terminar con lo que los antiguos Jerarcas empezaron al crear una sustancia mezclada con ADN de una híbrida. Todo con el propósito de provocar mutaciones en el organismo de aquellos humanos en el que fuera inyectada la supuesta vacuna de inmunidad contra el cáncer; para así crear un ejército de experimentos que mientras más tiempo pasa más fuertes se vuelven.

»El foco de contaminación es mayor en el continente americano, y los cazadores están tomando medidas al respecto.

—Eso quiere decir que los Jerarcas violaron el tratado con la humanidad, y que ahora nosotros tendremos que enfrentar las consecuencias —afirmé al comprender el rumbo de su breve recuento acerca de la situación.

—Así es. La Líder Alexandra hace todo lo que está a su alcance para demostrarles con pruebas lo que pasó, pero siendo ella una híbrida y luego de haber destruido el lugar en donde los Jerarcas iniciaron todo, no cuenta con mucha evidencia.

Solté un suspiro.

—Gracias por informarme, Ian. Llamaré a Aleksandre para mantenerme al tanto de todo.

Él asintió ligeramente.

—¿Viajaste en avión?

Sonrió para sí mismo.

—Sí, Raven Callum se encargó de eso.

Mi frente se arrugó.

—No vi que trajeras equipaje.

—Lo necesario lo llevo encima.

—Bueno, durante tu estadía te alojarás en el ala para invitados —dije—. Tenemos un horario estricto para el desayuno y la cena. Si deseas, durante el día puedes sumarte al trabajo habitual que hacías en Creciente o cazar algo en el bosque, para que no te aburras.

—¿Cuál es la parte en donde paso tiempo con Arian?

Mis labios formaron una fina línea al tiempo que mi ceño se profundizaba, y, a pesar de que procuré con todas mis fuerzas normalizar mi expresión, no pude lograrlo.

—En el desayuno y la cena, podría ser.

—Ya... bueno, veremos cómo nos ajustamos a sus reglas.

Contuve un gruñido.

—¿Algo más que quieras decirme? —Pregunté.

—No, señor Stefan.

—Puedes llamarme Stefan, Ian —dije—. Ve a descansar, cuando termine el entrenamiento le diré a Arianna que estás aquí.

—Con su permiso —se levantó con toda la intención de irse, pero se detuvo al sentir lo mismo que yo.

Unos fuertes golpes se escucharon contra la puerta. Sentí su presencia y de inmediato se activó en mí el estado de alerta como una alarma contra incendios.

~ Arian ~

~ Minutos antes ~

Nunca en mi vida había sentido celos.

Y esa primera vez fue en la madrugada, cuando “Lilah” había interrumpido lo que de alguna manera Stefan y yo habíamos obtenido:

Una tregua.

Una en la que yo sin siquiera dudar terminé desnudando mis heridas ante él, una en la que se expuso ante mí sin pensar, aún cuando era tan vergonzoso para él admitir que perdió a su compañera por su propio descuido.

Pero no podía juzgarlo. No tenía la moral para hacerlo cuando yo había cometido tantos errores, no tenía el derecho cuando él solo era un jóven sin el ejemplo del Líder que debía ser para su manada.

Ahora era cuando entendía cómo a lo largo de los años Luna nueva había estado tan cerca del nivel de Wachsend. Y se trataba de que, cuando un error nos cuesta tanto, nos da pavor volver a cometerlo. Era por eso que Stefan Iannelli era tan protector con su familia y con su manada. Por eso era tan quisquilloso con la seguridad.

No pretendía cometer el mismo error que casi lo deja sin vida.

Tras la conversación que tuvimos en mi alcoba, tras la cicatrización de su pequeña marca en mi cuello, tras tocarlo, tras haber visto su alma desnuda ante mí, tras haber comprendido los motivos de la oscuridad en sus ojos... era imposible volver a verlo de la misma manera que cuando me encontró muerta de los nervios al pie de las escaleras.

«Sigue estando incluso más guapo que entonces, pero no hablo específicamente de eso».

Si le decía que sí a la propuesta que aún revoloteaba entre nosotros, Stefan Iannelli sería mío.

Pero la vida no era tan sencilla.

Nada lo era.

—Ryan, recoge tus cosas. Debemos irnos.

—Está bien —dijo, haciendo un puchero de puro disgusto.

Contuve una risa.

Salimos de la zona de entrenamiento tras recoger nuestras pertenencias, la nana de Ryan, una chica bastante jóven que debía ser de suma confianza, se dirigió con él hasta su habitación en la otra ala de la mansión. Yo me dirigí a mi habitación, me duché y bajé de nuevo para comer algo.

Sin embargo, cuando bajaba las escaleras, me percaté de cierto olor peculiar que inundaba la casa. Un olor inconfundible.

Me dejé llevar por la emoción y las ganas de verlo, a tal punto de que, no me di cuenta hacia donde me dirigía hasta que estuve frente a esa puerta: el despacho de Stefan. El primer impulso fue golpear la puerta con desesperación, quería saber qué hacía él aquí, si había venido para que regresara a casa o si algo andaba mal.

Mi corazón latía desesperado, miles de escenarios trágicos invadían mi mente.

Contuve la respiración, y cuando la puerta se abrió solo pude fijarme en él. En su sonrisa cargada de cariño al verme, en su inconfundible rostro y en lo mucho que lo había extrañado, aún cuando solo llevaba unas semanas en Luna nueva.

—¿Ian? —Pregunté, inmóvil.

—Hola, preciosa —sonrió ampliamente y se acercó a mí, que me encontraba aún cerca de la puerta, pasmada y emocionada a partes iguales.

—¿Qué haces aquí? ¿Está todo bien en casa? ¿Y papá? ¿Los trill…?

—Ey, ey, ey —dijo, con tono gracioso—. Detente. En casa está todo bien, vine para estar contigo, tu padre me envió.

Un carraspeo me hizo dar un respingo. Stefan se encontraba recostado contra la puerta de madera, con una mano en la cintura y la otra extendida hasta casi llegar al extremo de la puerta. La expresión de su rostro desprendía signos de interrogación y molestia.

Inhalé profundamente. Su olor me golpeó como un balde de agua fría y me estremecí ante el escrutinio de su mirada azulada.

—Hola, Arianna.

—Señor Stefan.

Él soltó un gruñido, así hizo que los ojos de Ian se apartaran de mí por un momento.

De repente, una oleada de nervios me revolvió el estómago. De solo pensar en lo que él podría estar pensando, sentía ganas de desaparecer.

—Ian, hablemos en privado —dije—. Necesito que me cuentes cómo está todo en la manada.

Él volvió a mirarme.

—Por supuesto, pequeña.

Mis ojos viajaron automáticamente al hombre que se alzaba a sus metros de altura, mirándome fijamente, con la mandíbula tensada hasta doler y todo su magnetismo inundando el despacho.

Llegados a ese punto, la ansiedad que sentía por ver a Ian había sido reemplazada por la que provocaba esa voz dentro de mí diciéndome que saliera corriendo de la presencia del ogro, que cuanto antes fuera sería mejor, que evitara que su mirada me quemara la piel y que mi pobre corazón se detuviera por todas las emociones que mi diminuto cuerpo estaba sintiendo.

Stefan estaba enfadado.

Muy enfadado.

Y yo creía conocer sus motivos.

Lo difícil no era lidiar con su enfado, sino evitar que Ian me tratara como lo ha hecho siempre, evitar que sus celos me pusiera a temblar y que la intensidad de su mirada (la cual no despegaba de mí) no me hiciera actuar como una tonta ante mi mejor amigo.

—Señor Stefan, con su permiso —dijo Ian, y empezó a caminar hacia la salida.

—Propio —respondió con la voz alterada. Se despegó de la puerta y se interpuso entre ella y yo cuando intenté avanzar para ir detrás de mi amigo—. Danos un momento, Ian. Debo recordarle algo a Arianna.

Y cerró la puerta.

Lamenté haber estado conteniendo la respiración, si no tomaba aire en ese instante corría el riesgo de desmayarme en cualquier momento. Y no podía dejar que eso pasara.

Tragué saliva.

Sus pupilas estaban dilatadas, al igual que sus fosas nasales. Dió varios pasos en mi dirección y yo retrocedí por mero instinto de supervivencia.

Choqué de espaldas contra un sofá y giré el rostro solo para asegurarme de estar sujeta a algo que me impidiera caer.

—Arian, Arian, Arian —susurró con voz grave. Si me estuviera hablando sin que pudiera verlo no lograría reconocer su voz, estaba más ronca y profunda de lo normal.

Él estaba a un suspiro de perder el control.

—Stefan —dije, apenas audible.

—¿O debería decirte “preciosa” “pequeña”...?

—Calmate.

—Estoy calmado.

Solté una risa seca.

—Por supuesto. Ahora soy yo quien se está enojando. Estás actuando justo como lo haría un celopata desquiciado.

—Sí, estoy jodidamente celoso. Si te lo preguntas.

—No tienes por qué estarlo —dije, tras unos segundos en silencio.

—¿Por qué? —Se acercó más a mí y se inclinó hasta que su respiración se mezcló con la mía.

Yo estaba sentada en uno de los brazos del sofá, atrapada entre los de un animal con forma de hombre… y lo peor de todo era que sentía de todo, menos miedo.

—¿Por qué, qué? —Levanté la barbilla.

—¿Por qué no tengo que estar celoso? —Se acercó más.

Clavé las uñas en el sofá de manera inconsciente.

Tragué saliva.

Sus ojos eran un abismo, sus emociones estaban reflejadas en ellos y también ardían dentro de mí; así cómo ardía mi piel al tenerlo cerca, al olerlo, al verlo tan fuera de sí.

«¿Me gusta este hombre lobo en estado salvaje?»

Creo que sí.

Porque no quería alejarme de él, porque me gustaba que sintiera lo mismo que yo sentía cada vez que esa rubia lo miraba como si lo quisiera devorar en las tres comidas del día.

—Te estoy hablando, dolcezza.

—No tienes que estar celoso de nadie, no por mí.

—¿Entonces por quién debo estarlo? ¿Tienes idea de todas las cosas que estoy pensando en hacerle a tu amiguito desde que ha abierto la boca para llamarte preciosa?

—No ha dicho nada inapropiado.

—De hecho, tiene toda la jodida razón. Es evidente que tiene ojos en la cara —algo parpadeó en su mirada—. Eres preciosa, Arian.

Solté un jadeo y me obligué a seguir aferrada al sofá.

—¿Entonces? —dije con la respiración agitada—. ¿Por qué te molesta que alguien más lo mencione?

—Porque aunque todos lo sepan, yo quiero ser el único que te haga sonreír al decírtelo.

«Cielos».

—Eso es muy egoísta de tu parte —susurré con la voz entrecortada.

—Y vaya que sí —una sonrisa sarcástica se formó en sus labios, cuando los miré por un segundo.

Volví a sus ojos.

—Soy bastante egoísta —murmuró, y después… perdí la razón, cuando sus labios reclamaron los míos entre palabras silenciosas.

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