❅ Capítulo VIII: Furia ❅
~ FURIA ~
Arianna
Mentiría si dijera que las actitudes y acciones de Stefan esa noche no me habían sorprendido, porque sí me había impresionado a sobremanera. Sus guantes desaparecieron y volvería a mentir si dijera que mis pobres ojos no habían sido torturados en más de un sentido, y todos esos sentidos tenían que ver con él.
Me reprendí más de una vez a causa de mis pensamientos con relación a él, ver sus acciones no tan reservadas (como me había acostumbrado a verlo durante el corto tiempo de mi estadía) no me podía hacer bajar la guardia.
Cuando terminé de probar el vino quedé aturdida, pues no sabía si se trataba de que no estaba acostumbrada a tomarlo como tal, pero creía que ese líquido más que un vino era un elixir peligroso para los mortales, incluyéndome a mí.
A pesar de que ellos conversaban entre sí procuraban incluirme en ocasiones, sin embargo, cuando la botella se estaba terminando tomé aquello como excusa para ir a encerrarme en mi habitación. No obstante, Christine llamó la atención de todos justo en ese momento.
—Antes de que Stefan abra la próxima botella…
—Un paso a la vez, Chris. No más vino por hoy. —Replicó él.
Ella soltó una risa leve.
—Bromeaba, cuñado. Solo quiero darles esto —lo que sostenía era lo suficientemente pequeño como para caber en una sola mano. Eran cuatro pequeños frascos con un líquido de color verde aguamarina, es decir, el antídoto. Ella le dió uno a la Señora Sarah, dejándome asombrada y confundida en partes iguales. Después al dictador y otro a mí, que por ‘fortuna’ había tenido que sentarme a su lado en el sillón doble.
Sostuve el pequeño frasco en la palma de mi mano derecha, pero cuando levanté la mirada, estando aún sorprendida al ver a Stefan y a su madre con la anestesia, me sentí pequeña en mi lugar. Pues así como yo me había sorprendido, ellos dos también. Y me observaban con curiosidad, especialmente el hombre a mi lado.
Sus ojos me evaluaban, pero su expresión era neutral. La máscara que ésta noche dejó caer en más de una ocasión había vuelto a su lugar, despertando en mí esa incomodidad inquietante.
«Oh, Christine.»
Le dediqué una mirada de circunstancia y ella abrió la boca ligeramente, pero no dijo nada hasta poco después que murmuró un “Lo siento” que solo yo noté.
Bajé la mirada a mi mano nuevamente y la cerré aferrándome al pequeño frasco, como si él pudiera librarme de lo expuesta que me sentía.
—En ésta ocasión el dolor de la maldición será menos —dijo Christine, despacio—, pero las demás emociones permanecerán en su estado natural.
Silencio.
—¿Por qué? —Preguntó el hombre a mi costado.
—Logré mejorarla, pero me faltó uno de los ingredientes que ayudan a controlar los instintos primitivos —observé a Christine, que tras decir aquello cruzó las piernas y miró a Zachary con evidente preocupación.
—Chris, eso no puede ser, menos en estas fechas. Sabes que necesito… —cuando lo miré estaba tomando el puente de su nariz, intentando aminorar su evidente molestia.
El tema de la anestesia era algo crucial para los que necesitábamos aminorar el dolor provocado por la maldición de no tener a nuestros compañeros, a pesar de ya haberlos encontrado... pero no entendía lo de “menos en estas fechas”.
—Vean el lado bueno de la situación —dijo Zack—, ahora que viene la semana de celo podrán salir del estado de abstención.
Tragué saliva.
—¿A qué llaman semana de celo? —Pregunté con voz trémula. Todos me miraron, incluyendo al Líder que parecía a punto de explotar en ciertas circunstancias, a juzgar por todo lo que emanaba de él, incluyendo aquel gruñido que inquietó aún más mi corazón.
—La semana de celo, tiene más que ver con ustedes las hembras que con nosotros, Arian —dijo Zachary, pareciendo disfrutar la situación—. Cuando no haz encontrado a tu compañero, o cuando lo tienes a tu lado esa semana no es motivo de preocupación. Pero, cuando lo haz perdido, una semana por mes estás obligado u obligada a luchar contra tus propios deseos o a buscar otros... medios para aminorarlos. Y, teniendo en cuenta que faltan pocos días para ello y que la nueva dosis de la anestesia no puede ayudarles a contenerse, creo que la semana de celo será un poquito tortuosa para ciertas personas.
—Entiendo —murmuré. Conocía lo que sucedía una semana al mes, pero no que le llamaban así como si fuera algo de lo qué preocuparse. De hecho, era bastante normal. Pero, si nos poníamos a pensar, entendía la preocupación de Stefan, misma preocupación que surgió en mí cuando caí en cuenta de que el antídoto ya no me ayudaría en esos días en los que mi deseo sexual resultaba ser tan intenso. Era mi cuerpo exigiéndome procrear, era mi cuerpo exigiéndome la compañía de aquella persona que estaba destinada para mí.
—Lo siento —dijo Christine.
—No tienes porqué disculparte —solté un suspiro, un suspiro de resignación y miedo. Para esas fechas la dosis que tomé ya no tendría efecto, me veía en la necesidad de aceptar la situación.
—¿Puedes hacerla de nuevo? —Preguntó Stefan.
—Sabes que para lograr lo que ustedes necesitan se requiere de mucho tiempo.
—Christine...
—No es fácil para mí, Stefan. Lo haría con gusto, pero aunque lo intentara sé que no lograría tener nuevas dosis antes de que llegue la semana de celo.
—Creo que —empecé a hablar por puro instinto—, podremos soportarlo.
—¿Crees? —Su tono fue burlón y a la vez tan molesto que me estremecí—. ¿Usted ha pasado sola al menos una semana de celo en toda su vida? Porque ya que la noto tan tranquila puedo deducir que no tiene la mínima idea de lo que estamos hablando.
Me mordí la lengua.
—Ella no tiene la culpa, Stefan —replicó Zack.
—Mejor me retiro por esta noche, no quiero ser una molestia —me levanté con toda la intención de irme a mi habitación para tratar de no enfrentarme con el Líder de Luna nueva, otra vez. Pero al parecer él no tenía los mismos planes, quería desquitarse conmigo por toda la situación.
Sentí el agarre que me obligaba a detenerme. Primero miré su mano sujetando mi brazo y luego observé su rostro, deseando poder clavarle las uñas en sus ojos inquisidores. Le arrebaté mi brazo con brusquedad y sin poder procesar mis acciones antes, le di una cachetada que rompió el silencio junto a más de un jadeo de sorpresa.
—No me toques —hasta ahí había llegado mi paciencia. Observé a Christine, quien me miraba sin pestañear, claramente sorprendida—. Gracias, nos haces a todos la vida mucho más fácil.
Di un paso atrás.
—No existe nada con lo que podamos pagar tu esfuerzo por ayudar a los que sufrimos la maldición —dije aquello con mis ojos atentos a los de Stefan, quien solo me observaba con la mirada oscurecida y la mandíbula apretada—. Buenas noches.
Por un segundo pretendí subir hasta mi habitación, pero desistí de la idea y salí de la mansión con paso apresurado; sin conocer el territorio, pero necesitando respirar un poco de oxígeno solo para mí. Avancé deteniéndome solo unos segundos para dejar los tacones en el camino. Sentía el frío de la nieve congelando mis pies, aquello me daba un poco de calma para centrarme en el camino y no en lo que acababa de pasar.
Yo solo sentía alivio, alivio porque cuando acabara el efecto de la dosis que tomé podría aminorar mi dolor sin adormecer mis emociones, alivio porque sentiría más y menos dolor, alivio porque en su presencia esas cuatro paredes me asfixiaban. Aunque no podía negar que me asustaba la semana de celo, sin embargo, en algo Stefan tenía razón. Desde que sucedió lo de Lukas siempre había tenido la anestesia a mi disposición, nunca había sufrido aquel dolor extremo que por ejemplo Alexa sí llegó a sentir, nunca sentí tanto deseo como para no saber controlarme. No obstante, con esa nueva modificación se pondría a prueba mi autocontrol.
Caminé durante largos minutos siendo atraída por el sonido de un río que justo en ese momento debía estar helado. Me dejé guiar y fui hacia él, encontrado tal vez un tesoro no tan perdido y al mismo tiempo lo que durante mi estadía podría ser mi salvación:
—Una pequeña cabaña de madera —susurré casi con gracia.
Di varios toques, solo por precaución, pues sabía que sin presencias ni olores lo más probable era que no hubiese nadie dentro. Tomé el pomo de la puerta y abrí casi con miedo, pero poco después me encontré a mí misma encendiendo las luces y viendo cómo todo estaba casi al relucir de limpio y en perfectas condiciones. Era una casa bastante pequeña, de hecho, sólo contaba con sala, cocina, baño y una habitación con vistas hacia el mismo río que rodeaba la mansión. Tenía dos puertas y varias ventanas, además, una parte del techo de la habitación era de cristal. A pesar de que estaba amueblada y limpia, fuera de eso no había indicios de que alguna persona estuviese viviendo allí. No había ropa, no había comida en la alacena; de hecho, la cocina parecía tener mucho tiempo sin usar.
Prefería esa pequeña cabaña que cualquier mansión que incluyera a un Stefan. Cerré las puertas y ventanas rogándole a Lo divino que, al menos por esa noche, el dueño no apareciera.
Una sonrisa suave se formó en mis labios ante el pensamiento.
Me tomé mi tiempo ordenando algunas cosas, esto era un distractor tan efectivo que apenas fui consciente del paso del tiempo cuando sentí la primera punzada en mi pecho.
No había inciensos silenciosos. O eso creía hasta que busqué detenidamente en el armario de la habitación. Tomé uno y un pequeño encendedor de la cocina, pero me quedé contemplando la habitación, al tiempo que algunas imágenes inundaban mi mente.
El espacio me dió la bienvenida mostrándome los recuerdos de una apasionada pareja que solía amarse en las penumbras de esa pequeña cabaña con la luz de la aurora boreal, la luna y las estrellas como testigos. No pude distinguir sus rostros pero sí la intensidad de sus sentimientos y emociones al estar juntos.
Cerré los ojos con fuerza al sentirme como una entrometida y por un segundo pensé en salir por la puerta aún cuando quedarme era lo que deseaba.
Una pequeña ventisca trajo consigo otro recuerdo, pero ese no era ajeno, sino mío... tan mío como la lágrima solitaria que empezó a recorrer su camino a la perdición al deslizarse por mi mejilla. Contrario a otras ocasiones, ese recuerdo no me lastimó tanto, simplemente me mostró una vez más lo que no merecía.
Me dejé caer al piso deslizándome despacio contra el armario, encendí el incienso y permanecí ahí sentada en medio de una bruma de dolor, recuerdos y la pequeña gota de esperanza que aún conservaba en mi interior.
Pasada la medianoche, agudicé mis sentidos al sentir cierto olor... peculiar. Me quedé quieta aún cuando poco después la puerta de la cabaña fue abierta con llave. Sabía de quién se trataba, por eso no me moví durante unos segundos a pesar de la impresión, ya que en ese preciso momento me di vergüenza a mí misma. ¿Cómo no pude darme cuenta?
Quería que no notara mi presencia, que nadie me mirara en esas circunstancias, pero reuní todas mis armas porque sabía que volvería a atacar como cada vez que me dirigía la palabra.
Tomé aire, quitando la humedad de mi rostro con el dorso de mi mano. Poco después me levanté. Sentí el cuerpo débil pero logré sostenerme de algunos muebles para poder salir de la habitación. O eso era lo que pretendía antes de que una mano se encerrara en mi cuello y clavara mi espalda contra la madera fría, y no de la forma más sutil.
Solté un jadeo por el golpe.
Al instante mis ojos se posaron en esos dos luceros, ésta vez más oscuros, abismales, esos que al principio se escondían de mí. Su agarre en mi cuello se suavizó al reconocerme. Ya no me cortaba el aire, su contacto solo llevaba calidez a esa zona de mi cuerpo, y yo era demasiado consciente de su calor contra mi piel.
Observé su mejilla, justo donde le di la cachetada. Sabía que apenas le había dolido, también sabía que fue una falta de respeto y que no me importaba en lo absoluto.
No hablé, no repliqué, no supliqué. Solo observé esos ojos que se veían tan vacíos como yo me sentía y tan desesperados como…
—¿Vuelves a tocarme sin mi permiso? —Pregunté en un susurro—. Ya viste lo de antes, ¿acaso te gustó que te golpeara?
Sus labios se extendieron en una sonrisa sarcástica.
—Discúlpate.
Me reí en su cara.
—¿De verdad? —Pregunté con burla—. No voy a disculparme. Y volveré a darte otra cachetada más fuerte si no me sueltas en este mismo instante.
—¿Qué rayos haces aquí? —Me ignoró. Su voz era igual de demandante que siempre, y mucho más gruesa—. ¿Cómo entraste?
—¿Es un lugar prohibido? —Sin duda yo tenía el instinto de supervivencia algo roto.
—Lo es, para todos —me miró fijamente, con tanta intensidad que, por un segundo efímero, llegué a pensar que estaba leyendo mi mente.
—No para mí. Estaba abierta —a pesar de la calma que él reflejaba, yo sentía todo lo contrario. Sentía que estaba en peligro con sus manos llevando calidez a mi cuerpo, con sus ojos observando mi alma—. Sueltame —exigí.
Poco después su agarre se deshizo y yo me alejé de él yendo a la ventana en busca de oxígeno.
—Me resultas tan desagradable —murmuré acariciándome el cuello, como si en realidad me hubiera hecho daño en lugar de que la piel me estuviera ardiendo por su tacto.
—El sentimiento es mutuo.
Inhalaba tanto aire como podía, pensando en lo fácil que era para él hacerme perder el control.
—¿Por qué saliste de la mansión como alma que corre de las garras del infierno?
—Huí de tu presencia —Solté un gruñido—. Es molesto estar cerca de ti.
—Fui yo el que quedó golpeado.
—Ni siquiera te dolió, no exageres —repliqué.
—No exagero. ¿Eres consciente de que me golpeaste enfrente de mi familia? —Preguntó como si aún tratara de asimilarlo.
—Soy consciente de que al menos uno de ellos también deseaba golpearte y ponerte en tu lugar —me volví hacia él, más enojada que antes—. Y también te di esa cachetada porque nadie, escúchame bien, nadie me toca sin mi consentimiento. ¿Comprendes? Además, eres un desagradecido, Christine solo intenta ayudarnos, y te molestas porque nos da la oportunidad de sentir algo más fuerte que el dolor.
Permanecí en silencio durante unos segundos en los que respiraba apresuradamente, esperando a que dijera algo.
Pero no abrió la boca, solo empezó a dar pasos lentos en mi dirección, haciéndome retroceder. Y aunque me sentía tan valiente en ese momento, era lo suficientemente inteligente como para (al menos) intentar alejarme.
—Te toqué dos veces —susurró a centímetros de mi rostro—, vuelve a golpearme de nuevo.
Contuve la respiración, la furia disminuyó dentro de mí como si la hubiese aplacado con un balde de agua.
—¿Qué?
—Tienes razón con lo de haberte tocado sin tu consentimiento, puedes castigarme de nuevo con el suave toque de tus manos. —Me dedicó una sonrisa falsa.
—Imbécil —lo golpeé en el pecho, más que nada para alejarlo de mí.
—Sal de mi cabaña —fue su respuesta—, y vuelve a la mansión, no deberías estar afuera.
—¿Por qué debería irme? —Repliqué—. Ambas son de tu propiedad, ¿cuál es la diferencia si me quedo aquí o allá?
—Tenías que venir de Creciente —se tomó el puente de la nariz.
—Tú pediste que viniera.
—Si hubiese sabido que vendría alguien como tú lo hubiera pensado mil veces —Bufó con molestia—. Y, la diferencia, es que a la mansión te di permiso de entrar, aquí entraste como una ladrona. Sal y regresa, no volveré a repetirlo.
—¿Es tuya? —Preguntó mi boca sin que yo se lo hubiese autorizado, pero no tomé la interrogante.
—¿Qué?
—La cabaña, ¿es tuya?
Empezó a caminar por la habitación como un lobo enjaulado, y lo era, aunque en su forma humana.
—¿No es lo que dije?
Asentí.
—Pero —me silencié a mí misma. No podía decirle que acababa de ver cómo hacía el amor con Delilah en este lugar. Sería muy inapropiado.
O, ¿tal vez no era Delilah?
Algo hizo click en mi cabeza.
«No era Delilah».
Eso explicaba por qué Ryan la había llamado tía en lugar de mamá. ¿Verdad?
—¿Cuánto dices que falta para que te vayas? —Preguntó, rechinando los dientes.
Solté una risa seca.
—Ten por seguro que me quedaría más de lo necesario sólo para molestarte —murmuré.
Su cuerpo se tensó.
—Arianna, sal de aquí.
Su tono al nombrarme me heló la piel.
—No voy a irme.
Como si fuera posible, su cuerpo se tensó aún más. Sus poros desprendían furia, enojo y al mismo tiempo otras emociones que no lograba distinguir estaban siendo reprimidas.
—Yo te incomodo, tú me incomodas. Si me quedo aquí eso podría ser una solución a nuestro problema.
Se carcajeó. Pero sus carcajadas más que graciosas eran molestas.
—Ni en broma. Además de ser tu guardaespaldas en medio de la noche cuando decides hacer un berrinche, ¿tengo que aguantar tus caprichos?
Abrí la boca para hablar, pero él no me dejó.
—No he terminado. —Se acercó a mí, otra vez—. Sal de aquí. Ahora. Esta cabaña es mía. Y no vuelvas a salir de la mansión a estas horas, Luna nueva no es como Creciente, aquí los lobos son peligrosos y hay muchos que se pueden comparar con cerdos. ¿Comprendes?
Tragué saliva.
—¿Tú eres uno de ellos? —Pregunté sin apartar mi mirada de la suya—. ¿Me harías daño?
Él permaneció en silencio, observándome.
—¿Por qué lo preguntas, Arianna? —Dijo en un susurro—. ¿Acaso te doy miedo?
«No.»
—¿Dónde está ella? —Cambié la dirección de nuestra conversación, si era que se podía llamar así a ese enfrentamiento.
—¿Quién?
—La mujer con la que dormías aquí.
Él apretó su mandíbula tan fuerte que incluso creí que llegaría a romperse.
—Está muerta.
Solté un jadeo.
—¿Cómo...?
—¿Por qué te importa? —Escupió como un perro rabioso—. ¿Cómo sabes que dormía aquí con mi esposa?
«Está muerta.»
«Mi esposa.»
Tragué saliva tan fuerte que incluso pude escucharlo. ¿A caso era posible...?
—Ahora lo entiendo —murmuré para mis adentros. Mis ojos se cristalizaron y todo el enojo que sentía fue disminuyendo hasta convertirse en miedo.
—¿Qué entiendes?
Guardé silencio durante unos segundos.
—Por qué estoy aquí —susurré.
—¿Y por qué estás aquí?
No fuí capaz de contestarle. Solo podía mirarlo.
—¿Cómo viste esos recuerdos? ¿Cómo lo supiste si eliminé todo rastro de nosotros de este lugar? —Continuó preguntando en un tono más bajo—. ¿Quién eres, Arianna?
—¿Quién soy? —Repetí su pregunta, dando la vuelta para alejarme de él.
—Eso pregunté.
—No te lo diré, Stefan —No lo resistí y, por un segundo más volví a observar sus ojos.
«¿Cómo no me di cuenta antes?»
Esa mirada através de la cual su alma pedía ayuda a gritos, esa mirada tan molesta, neutra... vacía.
«Anestesiada.»
Me quedé sin aliento.
—Si quieres saber quién soy, averígualo.
Salí de la cabaña. Y mientras caminaba un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
«¿Qué planeas, Alexa?»
No era tonta.
Ese hombre estaba enredado entre sus propias sombras. Él era Stefan Black Iannelli, aquel que por alguna razón detestaba su primer apellido; ese que le hacía Líder de su linaje. Él era alguien que no conocía, alguien que había perdido a su compañera, alguien que me había enredado en sus juegos molestos.
Avancé a paso rápido, corrí y no me detuve hasta que choqué abruptamente con algo duro y caí sobre... ese algo.
—Si alguien está huyendo de ti no le persigues —mi respiración se agitó cuando a toda costa procuré bajar de su cuerpo.
Solté un jadeo cuando, de sentir su calidez pasé a sentir la nieve helada.
—¿Ah sí? —Él me tendió su mano con la intención de ayudarme, poco después estaba sobre él otra vez. Patético, lo sé—. ¿Entonces por qué huyes si no te estoy persiguiendo, Arianna?
—Himmel —protesté y puse mis manos en su pecho para levantarme.
—¿No vas a ayudarme? —Preguntó cuando me alejé.
—Levantate solo, o duerme ahí si te sientes cómodo. —Me mordí la lengua para no reír. Caminé ruborizada todo el trayecto de vuelta a la mansión. Cuando llegué me encerré en mi habitación y, pegada a la puerta (como si temiera que alguien entrara) traté de recuperar el aliento.
Mi corazón latía con desenfreno, percibía la razón por la que aún permanecía en aquel lugar.
Salí al balcón y miré hacia el cielo.
—Tengo miedo —admití—. Me asusta, ¿crees que estoy bien para esto?
El parpadeo de la aurora inundó todo lo que mis ojos alcanzaban a ver cuando sopló el viento.
—Creo que eso fue un sí.
Me abracé a mí misma y observé a mi alrededor, con el corazón latiendo en mi pecho con más entusiasmo que en los últimos meses.
Mis ojos notaron el movimiento y poco después la figura masculina que caminaba hacia la entrada de la casa, estando embarrado de nieve y siendo observando por sus propios guardias. Mis mejillas se calentaron al ver la escena, y como por si fuera poco, él levantó la mirada sobresaltando una sensación extraña en mi estómago que me llenó de angustia, porque sabía que se trataba de algo más que esperanza.
Ilusión.
Si Stefan era viudo y yo estaba allí por una razón más allá de solo entrenar al pequeño Ryan, y mis Líderes fueron quienes planearon este viaje...
¿A caso sabían lo gruñón que era ese hombre como para querer que algo surgiera entre nosotros?
Tomé mi teléfono y lo llevé a mi oído tras marcarle a la persona responsable de todo ese embrollo.
—¿Hola?
—Acabo de descubrir tu plan, Alexa.
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