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❅ Capítulo IV: Reglas ❅

~ REGLAS ~

Arianna

Amaba el alba, pero también empezaba a amar aquel constante espectáculo de luces.

Al hacerse notar las primeras señales del amanecer, conservaba dentro de mí el anhelo de volver a ver cómo las luces coloridas de la aurora cedían para darle paso al sol que llenaba todo hasta hacer invisible la última estrella.

Cuando la luz de la mañana aún no alumbraba toda la tierra, me levanté y me arreglé para el día. Anoche pude salvarme pero hoy ya no podía posponer nada. Debía sentarme a la mesa con esas personas, hablar con el padre de Ryan Black y conocer al pequeño para empezar a entrenarlo cuanto antes.

Cuando estuve lista observé el reloj colgado en la pared, el cual marcaba las 9 hrs justo cuando tomaba el pomo de la puerta. Salí de mi habitación respirando con normalidad, recorrí el pasillo y luego bajé por las escaleras.

Al estar en el último escalón (sabiendo hacia dónde debía dirigirme) en lugar de continuar solté un suspiro y me quedé allí parada repiqueteando los dedos contra el barandal de las escaleras. Las voces que escuchaba me dejaban saber que probablemente todos se encontraban desayunando y yo estaba allí, estática.

Me encontraba nerviosa por entrar al comedor, porque en esa mansión solo conocía a Zachary y a Christine, porque había advertencias grabadas en cada poro de mi piel las cuales con el paso del tiempo había aprendido a escuchar, porque, allí no habían posibilidades de que pudiera conocer algún suceso a futuro, no cuando eso se trataba de mí, quien poseía el don de sensibilidad en mi espíritu para percibir cosas que los ojos físicos no eran capaces de apreciar, para saber de qué o quién me hablaba un sueño y su significado porque Lo divino así me creó.

Sabía que ellos eran de confianza para mi padre y nuestro Líder, de lo contrario nunca hubiera pisado el lugar; aún así, no podía sentirme confiada.

—¿Se quedará ahí parada? —Me asusté ante el tono demandante, y también por la pregunta hecha a través de aquella voz masculina.

—¿Perdón? —giré el rostro en busca de esa persona, pero cuando mis ojos se posaron en él deseé no haberlo encarado nunca.

Era un hombre alto. Se encontraba vestido de negro, no había un centímetro de su piel al descubierto más allá de su cuello, brazos y parte de su rostro. Unos lentes oscuros cubrían sus ojos, un sombrero cubría su cabeza e incluso sus manos estaban ocultas por guantes.

Contuve un suspiro, porque, cielos. El contraste de su piel mestiza con la ropa que llevaba puesta, sus cejas negras que saltaban sobre los lentes mientras me observaba; esos labios rosados, su barba corta, limpia y bien cuidada.

—¿Además de ser impuntual opta por espiarnos? —preguntó justo en el instante en que desvié mis ojos de él.

Mirarlo era como observar mi propio caparazón; como mirar una pared de piedra, a alguien que intentaba protegerse, como si con su manera de vestir pudiese custodiar algo y al mismo tiempo se veía tan guapo.

—¿Ahora se quedará mirándome? —Dió varios pasos en mi dirección. Había salido a través de aquella puerta de la cual salía todo el ruido, todos esos olores mezclados: el comedor.

—¿Disculpa?

Bufó.

—Genial, se ha quedado sin palabras.

En ese momento las palabras sí desaparecieron, porque supe que ante mí se encontraba la hostilidad personificada.

Alcé el rostro para fijar mis ojos en los suyos cuando desapareció todo el efecto de su magnetismo, solo para abrirle paso al creciente enojo dentro de mí. Le dediqué una última mirada, esperando que notara en ella todas las bonitas palabras que deseaba escupirle en la cara y simplemente pasé por su lado para dirigirme al comedor.

—El desayuno es a las 7 —su voz helada me obligó a detenerme, sin embargo, no volví a encararlo—. Y son casi las 10. Hemos estado esperándole durante casi tres horas, y cuando decide aparecer lo hace para quedarse parada al pie de las escaleras como si nuestro mundo girara en torno a usted. Tenemos más cosas que hacer, no podemos solo esperar hasta que se decida a acompañarnos.

Me giré y di varios pasos en su dirección.

—¿Llegué tarde?

Silencio.

—Lamento decepcionarte. Aunque... no estoy en este mundo para cumplir las expectativas de alguien que juzga a una persona sin tomarse el tiempo de conocerle —mantuve mi mirada fija en el reflejo de sus ojos a través de las gafas sin importar que otras personas empezaran a rodearnos (justo como rodean a los luchadores en el cuadrilátero).

Me acerqué más a él hasta quedar a escasos centímetros de su cuerpo, si comparábamos no era la más alta estando frente a él pero tampoco dejaría que eso me intimidara.

—Creo que me esperaste en vano, porque yo no me veo desayunando al lado de alguien tan... particular —avancé con paso firme hasta salir de su presencia.

Una sonrisa tiró de sus labios, pero no era una sonrisa provocada por la gracia; más bien parecía ser una de esas que decían «¿qué tenemos aquí?»

—El suelo que está pisando me pertenece, ¿qué hace aquí, entonces?

Me mordí la lengua para no decir algo de lo qué arrepentirme.

Was für ein feindseliger Mann «Que hombre tan hostil» —al final no me contuve y terminé diciéndoselo en la cara, solo que en alemán. Y luego salí de la casa sin mirar atrás.

Cuando estuve fuera solté el aire contenido y un gruñido involuntario.

¿Quién se creía? Ni que fuera Lo divino para creerse dueño y señor de la tierra. Me importaba muy poco estar pisando su territorio.

Caminé en círculos estando fuera de la mansión, el enojo que sentía era suficiente para donar a las personas más pacíficas del mundo y hacer que se convirtieran en todo lo contrario. Como si la falta de saciedad al hambre de mis hormonas y el mal humor por la falta de sueño no fueran suficientes me tocaba lidiar con otros seres tan malhumorados como yo. ¡Conmigo ya tenía más que suficiente!

—¡Arianna! —giré en dirección a la voz de Zack que caminaba hacia mí, agitado—. Disculpalo, hoy está de peor humor que todos los días.

Solté una risa seca.

—Por favor dime que ese ogro no es tu hermano  —señalé hacia el lugar de donde había salido, indignada.

Se acercó a mí con una sonrisa de disculpa.

—¿Sí? —Me preguntó, como si yo tuviera la respuesta que acababa de pedirle a él—. Algo así, solo es mi hermano por los genes, no creas que...

—Tranquilo —hice un ademán—. Créeme que se nota la gran diferencia.

Él soltó una risa leve.

—Por favor disculpalo —se acercó más a mí con las manos alzadas, en son de paz, como si hubiese sido él quien acababa de iniciar la guerra al insultarme—. Digamos que no esperaba que una chica fuera a entrenar a mi sobrino.

—¿Además de un ogro es machista? Vaya hermano te ha regalado la vida, Zack.

—Está escuchándote justo ahora, tiene el mejor oído de toda la manada

Resoplé.

—¡Pues que me escuche bien! —Como si mis palabras no hubieran sido más que suficientes, un gruñido bastante molesto brotó desde el fondo de mi garganta.

«Idiota».

—¿Me traes mis cosas, por favor? —Le pregunté a Zack—. Me largaré de aquí en este instante.

—Arianna, no es necesario, hablaré con él.

—¿Y qué vas a decirme?

«Himmel».

No otra vez.

—Si se quiere ir, que se vaya. Aleksandre debió pensarlo bien antes de enviarnos esta niña. No me extrañaría que no esté enterado de que justo ahora está en mi territorio.

Me giré hacia él, quien tenía las manos en los bolsillos y caminaba despreocupado en nuestra dirección.

—No me escapé si eso es lo que insinuas, hos...

—Papá —me callé cuando un pequeño rubio se acercó corriendo hasta abrazarse a las piernas del ogro.

«Pobre niño».

—¿Qué pasa, hijo? —Le preguntó. Pero sabía, aún cuando llevaba puesto sus lentes, que sus ojos estaban fijos en mí.

—¿Ella es mi entrenadora?

—No —dijimos los dos al unísono, al tiempo que Zachary exclamó:

—¡Sí!

Lo miré con los ojos entrecerrados pero mi expresión se alivió cuando Christine apareció en mi campo de visión, aunque acompañada de otra mujer. Ésta última me dedicó una mirada poco sutil.

—Por favor, vamos a actuar como adultos. —Dijo.

Era obvio que para ellos yo no era alguien a quien tomar con seriedad. Imaginaba que la otra mujer era la esposa del dictador por cómo su mirada se suavizó al posarse en él. No me sorprendería, evidentemente eran tal para cual.

—Ella empezó.

Solté una risa seca.

—Cuanto descaro.

—Arianna, no te vayas —dijo Christine, y luego observó a su cuñado con cara de circunstancia—. Danos otra oportunidad, tardaste un año completo y más en llegar. Ryan ya ha esperado demasiado, es el futuro Líder y debe empezar a entrenar cuanto antes.

—No es necesario que ella se quede — replicó su padre, ganándose una mirada acusatoria de la Sierich al desvalorizar todas sus palabras—. No me mires así, Chris. De ser necesario yo mismo seguiré entrenando a mi hijo hasta que Aleksandre envíe a alguien más capacitado.

—¿Qué te hace pensar que no estoy capacitada para entrenarlo? —pregunté claramente ofendida.

—Hermano, no estás ayudando en lo absoluto.

Él soltó un gruñido.

—Dejen que se vaya, es obvio que este pequeño ángel apenas puede sostener una daga. Ryan, ven conmigo —su intención era irse luego de soltar esas palabras como si fueran nada.

Gracias a Lo divino no me estaba tomando muy personal nada de lo que decía. Era una de esas personas que deberían vivir aisladas de la civilización porque contaminaban todo a su paso con solo abrir la boca, debería estar en aislamiento permanente.

—Papá —Ryan sostuvo su mano y, aunque su fuerza no era suficiente para frenar a su padre, éste se detuvo al notar el toque de su hijo, quien me observaba fijamente—. Ella es bonita, quiero que me entrene. De ese modo podrías centrarte en el trabajo.

Silencio.

Contuve la risa al dirigir mi mirada hacia el ogro. No apreciaba su expresión por completo pero todo lo que leía en su rostro es incredulidad.

—Ryan, hijo —empezó a decir—. ¿Necesitas entrenar o una novia?

—Las dos cosas. Me enseñará a luchar, y me casaré con ella cuando crezca.

No pude evitarlo, solté una risa leve que terminó contagiando a Zack.

El ogro, que hasta ese momento me observaba con una sonrisa sarcástica estampada en sus labios, se agachó para estar a la altura de su hijo, centrando toda su atención en él.

—Las cosas no son así, Ryan.

—Por favor, papá.

—Ryan...

Poco después estaba sentada frente a él en su despacho, con los brazos cruzados. Ninguno de los dos dijo nada en un largo rato. Hasta que él soltó un suspiro pesado y entrelazó las manos sobre el escritorio como si se preparara para hablar.

—No voy a disculparme —me hizo saber con su expresión tan impasible.

—No lo esperaba, créeme —murmuré entre dientes.

Podía jurar que había volteado los ojos, aunque me era imposible verlo gracias a los lentes que llevaba.

—Escucha, niña...

—Me llamo Arianna, Stefan Black —lo interrumpí con hastío—. Deja de tratarme como si fuera un experimento. Si estoy aquí sentada y no de camino al aeropuerto es por tu hijo.

—Es Iannelli —un sutil acento italiano se presentó ante mí cuando me corrigió. No entendía a ese hombre, ¿no se suponía que su linaje era el de los Black?—. Y usted no le debe nada a mi hijo. Si desea irse hágalo, nada la detiene.

—Me detiene que vi en sus ojos que al menos él sí me tolera y quiere que sea yo quien lo entrene —repliqué—. Si me quedo es por él, no para cumplir tus expectativas y mucho menos conseguir tu aprobación. Fui enviada aquí por mis líderes para entrenar a Ryan y si él así lo quiere es lo que haré.

—Yo soy su padre y el Líder de esta manada, si decido que te vas, es lo que vas a hacer —de verdad anhelaba tener la calma que él reflejaba.

Me levanté, con toda la intención de largarme de ese lugar que tenía por dueño a un hostil amargado.

—Espere —pero aquella palabra resonó por todo el despacho, algo forzada, aún así, la había oído—. Voy a proponerle un trato. Aceptar o no es su decisión, si acepta, se queda, sino, puede tomar sus cosas y volver a Creciente cuando lo desee.

—¿Qué trato? —Me volví hacia él, aún algo confundia por su cambio repentino.

Tomó una libreta y una pluma. Desde luego hacer eso no estaba en sus planes.

—Lo primero, es que si va a vivir en mi manada y en mi casa, estará bajo mi cuidado. Cualquier cosa que le pase será responsabilidad mía, así que tendré mis ojos sobre usted todo el tiempo —sus cejas se elevaron cuando quitó la mirada del papel para ponerla en mí nuevamente, tal vez en busca de alguna negativa de mi parte—. Debe ser puntual para el desayuno y la cena —dijo, al tiempo que escribía algo en el papel, pero yo no prestaba atención a eso, solo observaba cada uno de sus movimientos.

Solté un suspiro dramático.

—No tenemos hora de comida, usualmente cazamos durante el día.

—¿Por qué? —pregunté, solo para molestarlo.

—Por asuntos de seguridad. No hay acceso o salida de la manada en la noche a menos que se trate de un ataque o algo de suma importancia.

—De acuerdo, pero...

—¿Qué? —Me interrumpió, ya algo exasperado por las preguntas.

—Yo también tengo mis condiciones.

Soltó un profundo suspiro.

—Hable.

—No tienes que ser mi guardaespaldas, sé cuidarme sola. Y no volverás a llamarme niña ni vas a entrometerte en nuestros entrenamientos.

—Le guste o no, Ryan es mi hijo, no el suyo.

—Pero será mi estudiante —volví a encaminarme hacia su escritorio—. Esa es razón suficiente para que no te metas.

Soltó un gruñido, un gruñido tosco desde lo más profundo de su garganta que logró sobresaltarme.

—¿Qué más? —pregunté.

Él me observó a través de sus lentes por unos segundos. Luego cerró la libreta de golpe, claramente molesto.

Sonreí para mis adentros. Que bueno saber que podía acabar con su supuesto control.

—Solo recordemos esas reglas, además de las reglas de mi manada, claro, las cuales debe cumplir al pie de la letra.

Sentía que debía irme de ese lugar, hacía rato que sentía algo latiendo en mi pecho gritándome que me largara, pero había algo más, una voz más suave y dulce diciéndome que continuara sin importar lo que mis ojos vieran en ese momento. Yo conocía perfectamente la procedencia de esa voz calma y apacible, y decidí escucharla en lugar de aquella que me motivaba a huir.

—De acuerdo —respondí.

Él me observó en silencio y yo seguí la elevación de su altura en cuanto se puso de pié y dió unos cuantos pasos en mi dirección.

—No sé porqué siento que usted será un problema para mí —ladeó el rostro, y sabía, por su postura, que me estaba analizando minuciosamente.

—Define problema, Iannelli.

Sus labios se estiraron en una sonrisa tan paciba como agresiva.

—Sé de dónde viene, de una manada en donde todos son muy libres, fuertes y de carácter bien forjado —dijo despacio, casi con dulzura—. Pero esto no es Creciente, señorita Arianna, esto es Luna Nueva. Mi manada tiene sus propias reglas y la principal es el respeto.

—Respeto —repetí, analizando mis uñas.

—Si te quedas estás bajo mi cuidado, cumples las reglas y tú te adaptas a nosotros, no nosotros a ti.

Levanté la mirada hacia él.

—Fuiste tú quién empezó todo este juego inmaduro —dije, sintiendo como el suelo se quejaba bajo nuestros pies ante tanta tensión—. Eres tú quien me subestima e insiste en llamarme niña de manera despectiva. No fuiste amable en lo absoluto, y a mí, por alguna razón, me fascinan las luchas, fuera o dentro del cuadrilátero. Y sí, si me quedo ten por seguro que me acoplaré a las reglas, pero no a tu jueguito para saber quién es el más fuerte. Si te comportas como un macho que respeta y se respeta a sí mismo, yo me comportaré como una dama contigo, pero si insistes en ser un ogro hostil y malhumorado eso es lo que obtendrás de mí.

—De acuerdo —sus cejas se elevaron de manera desafiante y de nuevo se formó en sus labios esa sonrisa más cruel que compasiva—. Venir de donde viene la hace literalmente una loba, ángel. Pero recuerde que yo también soy un lobo.

Me obligué a contener el gruñido que luchaba por salir de mí.

«Muerdete la lengua, Arian».

—Aunque cumpla sus reglas —dije en un tono más bajo—, no crea que va a pisotearme y mucho menos a controlarme mientras esté aquí.

—Espero que eso no sea por mucho —chasqueó la lengua—. Y, lo que ha dicho, es justo lo que haría un dictador machista y encima con carácter de ogro como me ha llamado usted. Pisotear mujeres y querer controlar todo ¿no?

—Efectivamente.

—Pues, aunque no sea lo que sus ojos ven,  señorita Arianna, procure no saltarse las reglas de mi manada... porque entonces sí sabrá quien soy.

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