❅ Capítulo III: El dolor ❅
~ EL DOLOR ~
Arianna
Debido a la poca población del Estado se respiraba una paz a la que no estaba acostumbrada. En Alemania (Wachsend) estábamos acostumbrados al ruido, al movimiento constante de las personas. Aquí, abundaba el silencio, a pesar de tener el oído tan sensible era tan escaso el ruido que incluso me pareció algo preocupante el cambio tan drástico de ambiente. Alaska no era tan diferente a Alemania en cuanto al clima, pero tenía algo particular que despertaba mi curiosidad.
La noche había caído.
Nunca había visto la aurora boreal en persona, pero justo en ese momento sobre mi cabeza esas luces verdes bailaban e iluminaban el camino a penas visible que nos invitaba a dirigirnos hasta la mansión.
No sabía si el temor de Zachary con respecto a su hermano dictador se había hecho real, no sabía qué hora era, ni cuál era ese horario estricto para cenar en el lugar. Me encontraba algo desorientada. Pero sí sabía que era tarde debido a la intensidad del espectáculo de luces.
Todas las casas de los integrantes de la manada tenían la iluminación tenue a propósito. Podía apostar a ello. Porque nadie en su sano juicio pondría luces que opacaran la belleza que era ese lugar en aquel momento. Un paraíso helado iluminado por la hermosura de las estrellas y la luna a través de las luces que se movían con sutileza, provocando así algún que otro parpadeo sobre cada cosa a su alcance.
El aroma húmedo de la madera barnizada con la cual estaba forrada cada casa que veía me cautivaba hasta el punto de hacerme sentir algo cálido en el pecho. New moon no era una manada cualquiera, era una de las más poderosas tanto por el número de sus integrantes como por sus características. Eran una manada fuerte y unida. Eso tenía mucho que ver con su Líder, su pueblo, avances tecnológicos y seguridad. El territorio era extenso por lo que había notado, actualizado en infraestructura, mucho más que Wachsend, en donde aún conservamos nuestra mayor inclinación a lo antiguo que a lo moderno.
Descubrí en el camino que la manada podía conectarse con el mundo humano a través de bosques, pero los altos muros de piedra que rodeaban el amplio territorio hacían de él una fortaleza.
Dentro y fuera la seguridad se hacía notar.
Pues, además del muro de piedra, una capa transparente que conocía muy bien rodeaba todo el territorio: el manto protector que procede de los Sierich.
Según sabía, me encontraba en la manada porque el antiguo entrenador del futuro Líder no era muy confiable para su padre. Creía que era buena en lo que hacía pero desde luego no lo que dictador esperaba.
—Bienvenida.
Sonreí levemente ante el comentario de Christine después de murmurar ciertas palabras en griego que nos dejaron pasar a través del manto invisible, pero tangible.
—Gracias.
Cuando nos dieron acceso a la mansión bajamos, Zachary se hizo cargo de mi equipaje.
Ellos se encaminaron hacia la puerta principal pero yo me quedé parada observando la fachada de la casa, no tanto porque nunca hubiere visto una similar (pues tenía una extensión parecida a la mansión de los Líderes en Wachsend), sino porque me invadían las presencias y olores de todas las personas que segundos después estuvieron frente a mí.
Algunos miembros de la casa me dieron la bienvenida, como Ryan Black, a quien debía entrenar. Un niño encantador que ni siquiera había llegado a la preadolescencia. Solo tenía seis años. Por lo que, al evaluarlo, la idea de que mis tíos y mis padres me hubieran hecho venir hasta aquí ante la posibilidad de un romance con mi estudiante, quedaba totalmente descartada. Y fue por eso que me invadió una sensación de incertidumbre que elevó la altura de todos los muros que mi corazón había levantado en defensa propia.
«¿Qué hago aquí?»
Agradecí a Lo divino cuando dejé de ser el centro de atención y también que el supuesto dictador no se encontrara cerca, porque cuando todos volvieron adentro observé a Christine pidiéndole ayuda sin pronunciar las palabras exactas, pero ella lo entendió enseguida.
—Tranquila. Zack subirá tus cosas, yo te guiaré hasta tu habitación. —Se adentró en la casa y yo la seguí luego de asentir en agradecimiento.
Desde dentro noté que los cimientos de la mansión estaban hechos de piedra caliza, la cual se dejaba entre ver en algunas de las elegantes paredes que me rodeaban. También era notable el apego a la madera barnizada que tenía el dueño, ya que no solo cubría cada una de las casas que vi tras mi llegada al pueblo, sino que también en la mansión por dentro y por fuera. El lugar era tan cálido que me causó un estremecimiento el cambio de temperatura.
—¿Me quedaré aquí en la mansión? —Pregunté con voz trémula, observando la enorme lámpara de araña de elegantes cristales y luz anaranjada sobre mi cabeza.
—Por supuesto. Eres nuestra invitada.
—¿Mi habitación está alejada de todas las demás? —Incluso yo me escuché bastante esperanzada de que así fuera.
—Sí, no te preocupes por eso.
Tomé aire, aliviada.
—Está en el ala para invitados —ella continuó guiándome, tal vez sin darse cuenta de que sus palabras me estaban quitando cada vez más peso de encima—, allí no tenemos a nadie más que a ti, por ahora. Y espero que la habitación que escogí sea de tu agrado.
Le sonreí en agradecimiento.
—Te lo agradezco mucho, Christine. Eso y todo lo que haces por las personas como yo.
Ella me devolvió la sonrisa, restándole importancia. Se encaminó hacia adelante, pero yo continué observando el vestíbulo sintiéndome tan pequeña en tan enorme casa. Frente a mí (en el espacio en medio de las escaleras, que si bien desde arriba empezaban siendo una, a medida que descendías se separaban en dos ramificaciones) un elegante y hermoso ventanal me ofreció la vista de una cascada nevada, decorada con la luz de la noche que con descaro me había robado el aliento.
Observé las escaleras frente a mí haciéndome una invitación silenciosa. Tragué saliva y avancé hacia Christine. Nos dirigimos hacia la izquierda y pasamos por una pasillo con vista hacia el vestíbulo si nos acercábamos al barandal y mirábamos hacia abajo, hacia el otra ala de la casa si mirábamos a la derecha y hacia arriba. Llegamos hasta la habitación del fondo, poco después de que terminara el barandal de madera y fuera reemplazado por la pared. Ella introdujo una llave en el cerrojo de la puerta, misma llave que poco después estaba en mis manos.
—Son las 22 hrs —me hizo saber—. No llegamos para la cena —bromeó, causando que sonriera un poco—. Eso quiere decir que hablarás con nuestro Líder el día de mañana. Eres libre de salir al bosque si lo deseas, pero ten cuidado, los de seguridad se toman muy en serio su trabajo. Si pasarás la hora aquí en tu habitación en el armario puedes encontrar inciensos. Mañana temprano alguien vendrá a organizar tus cosas.
—Ya lo haré yo, Christine. Gracias por todo.
Noté, por cómo sus mejillas se tiñeron, que tanto agradecimiento por sus acciones le causaba vergüenza.
¿Cuántas personas de esas habría en el mundo? De esas que ayudaban sin esperar nada a cambio, de esas que se complacían al provocarle bienestar a los demás, de esas que a través de sus ojos mostraban la pureza de su alma. ¿Existirá alguna manera de contarlas?
—No agradezcas, linda. Estás en tu casa.
Me dedicó una sonrisa comprensiva y luego se fue, dejándome sola en la que será mi habitación por un tiempo que ni siquiera yo tenía claro, no porque pretendiera quedarme más de lo acordado, sino porque no sabía si podría quedarme hasta llegar a él.
La habitación era amplia, mucho más que la mía y eso me hacía sentir un poco más de extrañesa. Corrí las largas cortinas oscuras que casi arrastraban al piso, descubriendo el amplio ventanal corredizo que daba hacia el balcón, que era abierto con un delgado muro de piedra caliza como barandal que llegaba hasta poco más arriba de mi ombligo.
—¿Qué clase de paraíso es este? —susurré casi sin voz al notar que sí, efectivamente podía observar el río, las montañas cubiertas de nieve además de la noche iluminada através del ventanal polarizado de la que sería mi habitación. En Wachsend era casi igual pero no podía negar que la noche aquí era distinta.
Organicé mis cosas con el ventanal abierto casi por completo y luego me adentré a la ducha, lugar del que no salí hasta sentir que era suficiente. Me puse el pijama y tomé la dosis de la anestesia que traje (misma dosis que había regresado conmigo a su lugar de origen) la única que debía tomar en toda la semana.
Cuando terminé apagué las luces anaranjadas, encendí inciensos silenciosos y cerré el ventanal.
En un segundo me llegó un recordatorio de mi conciencia, diciéndome que debía comer algo y llamar a casa, pero desistí de ambas cosas, prefiriendo hablar con papá en otro momento en el que mis ideas e imaginación no estuviesen carcomiendo mi alma a pesar de semejante vista ante mis ojos.
Él escucharía la preocupación e incertidumbre en mi voz y me llamaría cada vez que recordara mi nombre. Es decir, a cada instante. Aunque tal vez debía dejarle saber lo horrible que me sentía sin conocer lo que planeaban.
A pesar de no ser rechazada, la muerte de Lukas me marcó. La sufría involuntariamente porque también lo amé de esa manera. Prefería haber seguido sin encontrar a mi compañero a mis casi veinte años, que haberlo encontrado ya y haber vivido todo lo que hoy tenía mi alma encerrada en una caja de cristal la cual solo le limitaba el acceso al oxígeno.
Su recuerdo jugaba con mi mente. Me perturbaba aún cuando sabía que estaba muerto, aún cuando intentó obtener algo de mí que le negué. Solo me entregué una vez y desde entonces me negué a irme con él tras descubrir sus secretos. Pero no se detuvo. Y yo odiaba sentirme tan seca, tan insensible; estaba muriendo por alguien que no elegí amar cuando anhelaba sentirme viva. Estaba destruyendome por alguien que murió y se llevó todo lo que estaba dispuesta a entregarle.
Si hubiera podido leerlo como a esos libros que se desnudaban ante el escrutinio de mis ojos.
Si hubiera funcionado mi don y no mi corazón.
Hubiera estado en otro lugar justo en ese momento, no intentando reunir mis pedazos aún cuando sabía que todo lo que me esperaba era más dolor.
Y mi madre... ella aún vivía dentro de mí. Trataba de recordarla como la mujer que nos llenó de amor a mí y a mi padre, trataba de no olvidar su esencia, de mantener esos recuerdos dentro de mí porque yo la amaba, porque no quería olvidar quién era realmente. Cometió un error que le costó la vida pero yo aún la amaba y jamás dejaría que se borrara la imagen de la madre sabia y fuerte que me concedió Lo divino.
Mis sollozos inundaban la habitación, el dolor no era tan fuerte como cuando no había tomado la anestesia recientemente, pero igual dolía, dolía no poder cerrar los ojos porque entonces aparecería el rostro de aquel hombre que arrastró consigo una parte de mi alma al infierno. Me dolía no poder borrar de mi mente que quien se suponía debía amarme intentó violarme. Me dolía no poder disfrutar mi vida, y mucho más estar perdiendo mi conexión con Lo divino.
Me dolía todo.
—Ayúdame —supliqué, mirando el cielo a través del ventanal, lleno de luces verdes que reflejaban todo lo contrario a lo que había en mi interior.
Vida.
—Por favor no dejes que pierda mi alma —boqueé en busca de oxígeno—. No permitas que mi sufrimiento me aleje de ti. Te lo suplico.
La media noche pasó y con ella el dolor emocional, pero ese, luego de haber llegado a cierto punto se volvió tan insoportable como para llegar a ser físico.
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