❅ Capítulo II: Temor a lo desconocido ❅
~ TEMOR A LO DESCONOCIDO ~
Arianna
Las partes más difíciles habían sido despedirme de los trillizos, de mi padre y empacar mis cosas. A pesar de que solo estaría fuera de Wachsend por un año (si es que lograba adaptarme a la manada hasta ese tiempo), salir de mi lugar seguro me ponía inquieta. Las manos me temblaban ligeramente cuando subí mi equipaje al maletero del auto.
No podía negar que me preocupaba no saber lo que encontraría en aquel lugar, a pesar de lo mucho que me entusiasmaba viajar a otro continente.
Tendría que conocer gente nueva, y si antes eso me agradaba hoy solo era otra más de mis preocupaciones. Detestaba leer en las personas todo lo que creían acerca de mí, principalmente cuando notaban mis ojos, esos que parecían dos pozos sin fondo, profundamente vacíos.
Ese caparazón me exponía. Intentaba protegerme y solo le mostraba a los demás lo que llevaba dentro: dolor.
Sabía que Alexa odiaba que la observaran con pena, y ahora que estaba en una situación similar a la suya cuando llegó a Wachsend, podía entenderla perfectamente.
—Creí que estarías más entusiasmada con el viaje —ella apareció detrás de mí como si la hubiera llamado con el pensamiento.
—Alexa —solté en un suspiro tras encararla.
—Arian, no estés nerviosa —posó una mano en mi hombro en señal de apoyo, al tiempo que me regalaba una sonrisa sincera—. Lo harás bien.
—Creo que mi preocupación no es lo que estás pensando.
—¿Y qué estás pensando tú?
Me encogí de hombros.
—Me molesta imaginar lo que van a pensar de mí cuando sepan que...
—No tienen que saberlo —murmuró bajo.
—No sé si pueda ocultarlo. La anestesia...
—Creo que a tu padre se le ha olvidado informarte algunas cosas —volvió a interrumpirme.
—Ilumíname.
—Te diriges a New moon.
—Ya lo sabía.
Su sonrisa se amplió.
—¿También sabías que Christine Archer Sierich vive allí? La anestesia no será un problema —expresó con toda honestidad—. Ella te dará las dosis personalmente.
Mi corazón palpitaba fuerte, agradecido.
—Ahora que lo dices me alivia saberlo —solté un suspiro y con él un poco del peso que cargaba sobre mis hombros—. No me agradaría tener que pedirla como un adicto en busca de su adicción para no enloquecer de ansiedad, en mi caso, de dolor.
Ella me miraba con esos ojos conocedores, viendo a través de mí. Me reconfortaba tanto su apoyo, su compañía, como si fuera aquella hermana a la que le cuentas todos tus secretos y lejos de juzgarte siempre te habla con la verdad, aunque que te duela. Confiaba en Alexa, aceptaba su apoyo de tal manera que me provocaba nostalgia saber que estaría lejos de la única persona física con la cual podía desnudar mi alma.
—Jamás pensé que estaría en tu lugar —me sinceré—, amaba demasiado a Lukas como para darme cuenta de que, si una vez se le hizo fácil abandonarme en una cabaña en el bosque luego de hacerme suya...
No fui capaz de terminar.
Ella acunó mi rostro entre sus manos, obligándome a posar mis ojos aguados en los suyos que me observaban cargados de comprensión.
—No tienes que decirlo, lo sé. Sé muy bien cómo te estás sintiendo. El amor es así, a veces nos ciega —acarició mis mejillas con sus pulgares—. El corazón es engañoso, te nubla los sentidos sentir tanto por una persona, y si bien es algo intenso y hermoso, cuando esa persona no es la correcta te drena hasta dejarte llena de grietas que luego necesitarán un arduo proceso de recuperación. Pero por amarlo a ciegas no eres culpable de todas las cosas que él hizo, ni de las que intentó hacer —sus palabras me reconfortaron—. ¿Lo sabes?
Asentí.
—¿Lo sabes? —Volvió a preguntar.
—Lo sé.
Quitó la lágrima solitaria que se me escapó y me estrechó entre sus brazos.
—Te daré el mismo consejo que me diste hace más de un año, Arian. —Murmuró, acariciando mi cabello—. No seas negativa, no des por hecho eso de que no puedes obtener una segunda oportunidad.
Me alejé un poco de su abrazo para mirarla a los ojos, buscando en ellos cualquier cosa que me sirviera como respuesta.
—¿Están planeando algo, cierto?
—Tal vez —su rostro gritaba «ahora soy yo quien sabe lo que pasará».
—¿Puedo saber de qué se trata?
Negó, sonriéndome.
—Solo te diré que tuve un sueño. Aunque es a ti a quien mayormente Lo divino revela las cosas, creo que me está utilizando para llevarte a donde debes ir.
—¿A qué te refieres? —Mi frente se arrugó.
—Todo esto fue idea mía a raíz de ese sueño, así que, cuando vuelvas, si las cosas no resultan bien para ti seré yo quien asuma las consecuencias.
La presencia de Ian cortó todas mis preguntas.
—Señora, Alexa. Lamento la interrupción —le dedicó una leve inclinación para luego centrar toda su atención en mí—. Tu padre dice que te saque de aquí ahora mismo o que de lo contrario no te dejará ir.
No pude contener la risa.
Me despedí de Alexa con un último abrazo, y me subí al auto que me llevaría al aeropuerto.
—Nos mantendremos en contacto, pequeña Arian. Mantén los ojos abiertos y pórtate bien.
❅ • .❅. • ❅
El camino fue algo silencioso, pero cómodo. Según recorríamos la carretera estuve contando los árboles, ya iba por el árbol dos mil y estaba cada vez más deprimida.
Si pudiera cerrar los ojos y dormir durante un mes completo sería feliz, pero no podía. No quería. Al hacerlo solo veía su rostro. Y no quería verlo, quería olvidarlo, quería olvidar todo lo que me hizo sentir, el futuro que idealicé a su lado, sus labios, sus ojos, su olor... Quería que se convirtiera solo en algo que pudo ser y que viniera a mi memoria de vez en cuando solo para recordarme cómo no actuar, lo que no merecía... que fuera un recuerdo que no me clavara mil dagas en el pecho, un recuerdo vago que no oprimiera mi garganta con aquellos nudos que solo podían ser desatados con el mar de lágrimas que guardaba para derramar en las madrugadas, bajo un huracán de fuertes vientos y sentimientos tan dañinos.
Una caricia en mi mano me hizo girar el rostro, Ian me observaba brevemente para luego volver a centrarse en la carretera. Sin embrago, no soltaba mi mano, en lugar de eso la llevó a sus labios para dejarme besos en el dorso.
—Vuelve a la tierra.
—Tú deja de consentirme, te lo sigo advirtiendo. Me vas a mal acostumbrar.
Dejé de mirarlo pero su risa me dió una imágen justa de su expresión.
—Ya eres una consentida, Arian —dijo—. Solo aprovecho que no estamos en el cuadrilátero para demostrarte lo mucho que te quiero.
Separé mi mano de la suya y le di un golpe en el brazo lo suficientemente fuerte como para que soltara un quejido bajo.
—Portate bien.
—Siempre me porto bien, preciosa.
Rodé los ojos.
—Necesitas encontrar tu compañera con carácter de urgencia.
Soltó una carcajada y cuando lo miré se estaba limpiando el lagrimal. No me extrañaría que estuviera llorando de tanto reír.
—En eso tienes razón. Necesito encontrarla, cada día que pasa me vuelvo más viejo.
Ian tenía una extraña fobia al paso del tiempo y su virginidad. Solo tenía veinte y hablaba como un hombre de sesenta años al borde de la muerte.
—Eres un tonto. Pídele ayuda a Hang.
—Es certero que no está en nuestra manada, la he buscado más allá de las fronteras y no la encuentro —su voz se tornó seria, como si de repente todos los sentimientos no hablados estuvieran hablándole a él—. Y si fuera por mi padre, me casaría con un arma.
Sonreí levemente.
—Tal vez... —me giré para mirar su perfil.
Él me miró un segundo para luego volver la vista al frente.
—¿Qué? —Su tono de voz era más bajo.
—¿Y si buscas más allá de las fronteras del Mundo oculto?
Dió un frenazo, provocando que ambos nos balancearamos con brusquedad.
—¡Concéntrate, idiota!
—¡Eres tú quién me está distrayendo!
Gracias al cielo éramos los únicos en carretera. Volvió a poner el auto en marcha y poco después empecé a visualizar el aeropuerto.
—No creo que —soltó una maldición en un susurro—. Para qué contradecirte, eres tú la que tiene un don.
Asentí con la respiración agitada.
—Exacto.
Él permaneció en silencio durante unos segundos para luego decir:
—¿Crees que sea humana?
—No lo sé, Ian. Solo digo.
Él y yo teníamos una extraña relación de amistad. A pesar de que llevaba conociéndolo casi toda mi existencia, no fue hasta unos meses atrás que nos volvimos cercanos. Él estaba enterado de todo lo que había sucedido en mi vida y me había ayudado mucho con el factor distracción tanto en los entrenamientos como fuera de ellos.
Ambos sentíamos la ausencia de cierta parte del rompecabezas que eran nuestros corazones. Él, porque no la había encontrado, y yo, porque no recibí una pieza que me encajara bien, porque de una u otra forma lo había perdido.
Durante el resto del trayecto siguió haciéndome bromas sobre el viaje pero al mismo tiempo se mantenía pensativo.
Cuando llegamos al aereopuerto se aseguró de que terminara todos los trámites necesarios y de que me subiera al avión antes de irse de vuelta a la manada.
Estando rodeada de humanos en un espacio tan cerrado, sin poder dormir, con nada más que mi teléfono apagado y los equipos del avión, me dediqué a evaluar cada uno de sus movimientos. Lo que hacían, la cantidad de veces que durmieron, comieron y fueron al baño. Me sumergí en mis pensamientos tan profundamente, que cuando salí de mi trance solo faltaban unas pocas horas de vuelo en las que me dediqué a hojear la revista que me prestó la señora que me tocó como compañera de asiento, y a observar las nubes cuando no podía visualizar el desierto de nieve desde la ventana con una extraña sensación en el pecho.
Cuando empezamos a aterrizar mi corazón se aceleró a medida que la nave reducía su altura y velocidad. Me invadió el temor a lo desconocido. Estaba sola en otro continente y mentía si decía que no pensaba en regresar a Alemania aunque fuese abrazada a las turbinas de otro avión.
Me perdí en el reducido grupo de gente con mi equipaje, sintiendo olores extraños que incluso llegaban a marearme. Durante varios minutos escaneé todo el lugar, pues tenía la información de que alguien de New moon iría a recogerme para llevarme hasta la manada.
Pasaron algunos minutos hasta que por fin vi a un tipo alto sosteniendo un cartel con 'Arianna Volk' escrito en mayúsculas.
Casi me reí.
El hombre se veía ridículo con su metro ochenta, facciones duras y vestido con cuero negro mientras sostenía un cartel color rosa con mi nombre. Poco después noté que había una chica a su lado a la cual le sacaba casi dos cabezas, la misma alternaba su mirada entre los rostros buscando algo que pareció encontrar en mí, porque cuando sus ojos dieron conmigo sonrió con alivio.
Separada de ellos por algunos metros escuché cuando ella dijo:
—Ahí está la chica de ojos verdes.
Me acerqué a ellos, algo confundida.
—Hola, soy Arianna Volk. ¿Y ustedes quiénes son?
El chico tomó el cartel, lo dobló y me lo tendió.
Mi única reacción fue la profundización de mi notable ceño fruncido.
—¿Qué?
—Tomalo. Estoy haciendo el ridículo.
—No me gusta el rosa, amigo, de hecho, lo repudio. Lo siento.
La chica soltó una risita y luego tomó el cartel para hacerlo una bola y lanzarlo a un contenedor.
—Yo también lo repudio —me ofreció su mano—. Soy Zachary, ella es Christine, tu vuelo se retrasó, el auto está afuera, nosotros te llevaremos a nuestra man... casa, y debemos irnos ya o sino alguien se va a enojar, y mucho.
Lo observé mientras él hablaba tan rápido como si su vida dependiera de ello.
Me quedé perpleja.
«Oh cielos».
—¿Cómo estoy segura de que no me van a descuartizar de camino a Luna nueva?
La chica buscó algo en sus bolsillos.
—Tenemos una foto tuya —me la mostró—. ¿Te sirve Aleksandre Wolf Ackerman y Alexandra Schwarz Pierce?
Entrecerré los ojos en su dirección.
—También me sé los nombres completos de mis Líderes.
Ella hizo un mohín. Luego murmuró unas palabras inentendibles (incluso para mí) como si estuviera suplicando por paciencia. Luego solo sonrió y dijo entre susurros:
—El idioma oficial de Wachsend es el inglés a pesar de que se encuentra en Alemania, tu reina nació aquí en Alaska, es híbrida de tres especies y...
Todo en griego.
—Ya, está bien, el idioma que usaste me es más que suficiente.
Sonrió ampliamente.
Yo empecé a caminar hacia la salida y ellos me siguieron, cuando salimos me guiaron al auto. Zachary guardó mi equipaje en la cajuela, le abrió la puerta del copiloto a Christine y yo me subí por mi cuenta. Cuando tomó el lugar del piloto y arrancó el auto yo me dediqué a escanearlos con detenimiento.
Ella era una chica de mi edad o tal vez un poco mayor, castaña con un color de ojos que con toda facilidad podía competir con el cielo, mientras que él era pelinegro de ojos azules pero de unos tonos más oscuros que los de ella. Ambos estaban vestidos de negro y tenían ese olor característico de los lobos.
Lo más sorprendente era que, aunque sus olores se distinguían uno del otro, preservaban una tímida nota de un aroma que les unía. Sí, ellos sin duda eran compañeros.
Con el auto ya en marcha, solté un suspiro pesado recargando mi cabeza en el asiento. Buscaba liberar un poco de toda la tensión que apresaba mi cuerpo.
—Es un placer, chicos —dije, a penas audible.
Zachary me dedicó una mirada a través del retrovisor.
—Igualmente.
—El placer es nuestro, linda —le apoyó Christine—. Espero que este hombre no te haya asustado. Parece malo pero es un algodón de azúcar.
Sonreí levemente.
—Más bien me dejó sorprendida.
—Usted perdone mi prisa, señorita. Pero nos esperan largos minutos de camino a la manada y nuestro Líder me va colgar si no llegamos para la cena.
—¿Quién es ese dictador?
Christine se rió.
—Es su hermano, mi cuñado y el padre del jovencito que vas a entrenar. Tal vez no nos cuelgue literalmente, pero las comidas colectivas de la familia son muy importantes para él —me informó, tras dedicarme una mirada rápida entre los asientos, para luego observar a su pareja—. Zack está exagerando un poco. ¿Verdad, amor?
—Arianna, no compres la imágen maquillada de mi hermano que te está vendiendo esta mujer.
—Soy tu mujer, Zack.
—Lo sé, amore mio. Pero no quieras engañar a la chica —volvió a mirarme a través del espejo retrovisor—. Tu futuro jefe es eso que has dicho.
—¿Un dictador?
—Eso.
—¡Zachary!
Él sonrió ampliamente, muy a gusto por hacerla perder los estribos. Pero poco después su expresión también se tornó algo seria.
—Calma, amor. Solo bromeo con la chica. ¿No ves que está asustada?
Sin duda ellos eran de esos que se pasaban el día entre comentarios cursis, peleas tontas y bromas.
«Sí, yo también deseaba tener algo como eso».
—No estoy asustada. Solo un poco nerviosa.
—No tienes por qué estarlo —Christine clavó sus ojos en mí y me sonrió, para luego volver a acomodarse en su asiento.
—Es mi primera vez viajando tan lejos de casa y lo hago sola. Es eso y otras cosas —dije, ausente—. Pero no se preocupen por mí.
—Puedes dormir un poco si quieres, llegaremos en una hora y treinta minutos, aproximadamente —comentó Zachary.
«Dormir, eso quisiera».
—No tengo sueño. Pero hagan como que no estoy aquí, yo miraré el paisaje y ni siquiera seré consciente del camino.
Pasaron algunos minutos, y nos sumergimos en un silencio algo incómodo. Hasta que Christine volvió a hablar.
—Estoy al tanto de tu situación.
—Yo no, si te lo preguntas —murmuró Zachary.
—Zack, ya no la molestes.
—De acuerdo, esposa.
Esposa.
Quería decirle algo a Christine con relación al tema, pero en lugar de eso me quedé callada durante todo el camino a la manada, sintiéndome miserable como ya casi estaba acostumbrada a sentirme.
Zachary no volvió a bromear, ellos hablaban de algunas cosas entre susurros a los que no les presté atención. Solo procuré, en silencio y entre respiraciones profundas, que se dispersara la nube de dolor que estaba opacando mi esencia lenta y tortuosamente.
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