❅ Capítulo I: Subsistir ❅
~ SUBSISTIR ~
Mediados de invierno
Arianna
Está el curso de la vida, el destino, luego están el dolor, el arrepentimiento, el miedo a lo desconocido, la soledad, y otros sentimientos como el rechazo que podían cambiarlo todo en un segundo.
Mirarte al espejo, ver tu alma a través de tus ojos y decirte palabras motivadoras, es algo que en ocasiones ayuda mucho a mejorar el estado de ánimo, pero, justo en ese momento, como cada mañana, aunque intentaba alentarme observando mi reflejo, esto me resultaba más monótono que motivador. Notar mi mirada triste y vacía, gracias a todo lo que había descuidado por culpa del dolor, me obligaba a recordar por qué me sentía tan perdida en el lugar en el que todos conocieron una Arian llena de vida y entusiasmo.
Mi cabello permanecía corto, había tomado la decisión de dejarlo a la altura de mis hombros, ni más, ni menos. Por mí, porque me gustaba cómo se veía, cómo me veía yo. No parecía una chica mala en lo absoluto, tampoco una niña buena. Solo Arian. Y eso era lo que veía en el espejo. A pesar del dolor y la tristeza en mis ojos, me veía a mí.
No importaba lo mal que lo estuviera pasando, a fin de cuentas era yo, la misma que en su momento también había vivido momentos felices.
Solté un suspiro, adentrándome a la ducha. El agua fría me hacía estremecer. Estar allí en mi baño durante horas y horas, hasta que desaparecía el efecto del frío, era otro de mis refugios, como lo eran mis entrenamientos.
Las marcas en mi cuerpo apenas eran visibles, pero yo sabía que estaban ahí, al igual que las heridas sangrantes que habían en mi alma. El dolor me hacía sentir miserable, pero al mismo tiempo me hacía sentir viva, porque si el antídoto que estaba condenada a tomar pudiese anestesiarme totalmente no sentiría nada más. No sabía durante cuánto tiempo iba a subsistir de esa manera, sin sentir otra cosa que no fuera cariño hacia mis seres queridos y el dolor agonizante que en medio de la noche amenazaba mi existencia con el continuo pasar de los días.
Según mi padre, existía la posibilidad de que pudiera volverme inmortal, pero yo no deseaba eso, no quería dejar atrás mi naturaleza; aunque a la vez era consciente de que el dolor llegaría a un nivel en el que ni siquiera con ayuda de la anestesia podría soportarlo.
Sebastian Volk ahora me protegía más que nunca, no estaba dispuesto a perderme y por ello sabía que llegaría un punto en el que perdería la posibilidad de elegir.
Él no dudaría en ordenar que me conviertan si me encontrara al borde de la muerte, aunque eso significara pasar por encima de mi voluntad.
Había investigado, algunos libros decían que tenía de dos a cuatro años para poder soportar el dolor, tener la anestesia me daba un poco más de tiempo, aunque no sabía cuánto, exactamente.
Quería odiar a ese ser que amé tanto a pesar de todo el daño que me hizo a mí y a los míos. Quería no sentir ese dolor que me obligaba a recordarlo cuando solo quería olvidar todos los jodidos momentos que viví a su lado.
«Si hubiera podido elegir a quien amar».
¿Debía odiar a mis Líderes por el gran vacío que sentía?
Tal vez. Pero no lo hacía.
Conocía las reglas, conocía lo importante que era el respeto y la lealtad en Wachsend. También sabía que las cosas que vivimos eran las consecuencias de nuestros actos.
Y que mi estado actual era culpa mía, y solo mía.
Había reglas, y consecuencias para el que las rompía.
Las marcas en mi piel solo eran un reflejo de todo lo que intentaba canalizar. Ian no era considerado, yo le pedí que no lo fuera, había logrado superar a mi maestro y tampoco era considerada con él.
Al terminar de ducharme me vestí, dejé mi cabello suelto para que se secara al aire libre, y me maquillé un poco. Me gustaba el efecto del rímel en mis pestañas y el brillo que le daba el gloss a mis labios.
Guardé la daga que me obsequió mi padre y salí de mi habitación, no queriendo pasar el día en penumbras y mucho menos seguir lamentando lo que me veía obligada a lamentar todas las noches.
Al bajar las escaleras fui directo hacia el comedor, lugar en el cual, tal y como suponía, los demás me esperaban para desayunar.
—Buenos días —deposité un beso en la mejilla de mi padre, que, cuando me senté a su lado, me devolvió con cariño.
—¿Cómo estás hoy, pequeña?
Asentí en su dirección, sabiendo que no solo él quería esa respuesta.
—Estoy bien.
Era lo que siempre decía, que estaba bien, cuando todos sabían que no lo estaba. Pero aún así no quería preocuparlo, ni a él ni a los tíos adoptivos que también me había regalado Lo divino. Aleksandre y Alexa, además de ser mis Líderes eran mi familia junto a mi padre. Su cariño y preocupación por mí era algo que apreciaba en demasía. Sabía que tenían mucho que ver con mi estado actual pero no había dejado que el dolor me cegara.
Minutos después ellos también hicieron acto de aparición para el desayuno, como siempre Alexa traía uno de los bebés mientras Alek sostenía dos entre sus brazos, haciendo ver la tarea demasiado fácil. Apenas pusieron un pie en el comedor le arrebaté la pequeña Laurence, causando que seamos tres cargando bebés durante el desayuno.
Laurie era una bebé preciosa, sus ojos grises al clavarse en los míos me hacían sonreír, mucho más cuando empuñaba mi cabello para llevárselo a la boca, sacándole jadeos de sorpresa a su madre.
—Eso es solo una advertencia. Dentro de nada estarán correteando y experimentando en todo momento. Así de curiosos son los bebés, Alek y Alexa no saben lo que les espera. —Todos reímos ante las palabras de la Señora Géiser, que vino a salvarme de la curiosidad de su nieta.
El desayuno transcurrió con tranquilidad, ese refrigerio que todos los presentes anhelábamos tener. Podría afirmar que todo estaba en orden. Y, teniendo en cuenta que los más cercanos a nuestros líderes habíamos dejado la antigua mansión para irnos a vivir con ellos a la ciudad de Wachsend, a todos nos resultaba satisfactorio el nuevo entorno.
Estaba por levantarme para ayudar a Marina y las demás chicas a recoger la mesa, cuando mi padre tomó mi muñeca, llamando mi atención.
—¿Sucede algo? —Le pregunté, con mis ojos atentos a cada expresión de su rostro.
—No exactamente. Pero queremos hablar contigo.
Mi mirada viajó hacia nuestros líderes, al notar que me miraban asentí con notable confusión.
—Está bien —respondí.
Los bebés se quedaron con la señora Géiser y el Señor Anton, creando una escena preciosa que me vi obligada a dejar de admirar cuando me adentré en el pasillo que nos dirigía al despacho. Cuando estuvimos allí, nuestros Líderes se sentaron detrás de su escritorio y yo encima del susodicho, expectante.
—¿De qué se trata? —tragué saliva—. ¿Asesiné a alguien sin querer en los entrenamientos, o...?
La risa del tío Alek me interrumpió. Los tres se miraron entre sí, poniéndome aún más nerviosa al no tener indicio de lo que querían hablar conmigo.
—No, Arian, no se trata de eso. Sabemos que tú, a pesar de que siempre lo afirmas, no te encuentras bien. —Empezó Alexa.
—Estoy b...
—Arianna, deja de mentir —soltó mi padre con un gruñido que me erizó la piel.
—¿Qué quieren que diga cuando me pregunten cómo estoy? —alterné la mirada entre cada uno de ellos, y me alejé del escritorio—. ¿Que cada madrugada me rompo en mil pedazos, que tras sus muertes jamás he podido dormir en paz?
Negué, al tiempo que parpadeaba para no romperme. Mis ganas de desbordar tantos sentimientos acumulados eran las que ocultaba detrás del caparazón que llevaba puesto.
—Es más fácil decir que estoy bien, no quiero agobiar a nadie con mi situación. Son mis consecuencias, yo las vivo.
Ninguno de los tres me miró a los ojos.
—Arian... —advirtió mi padre.
—No, papá. Estoy cansada. Sé que se sienten culpables y también que quieren que me convierta en vampiresa porque existe la posibilidad de que resista el cambio, como lo hizo Fabián. El dolor es agonizante porque yo marqué a Lukas y él me marcó a mí —tomé aire—, pero lo prefiero a dejar de ser quien soy. Comprendan que no quiero convertirme.
—Arian —Alexa me miró con el 'escuchanos' grabado en sus ojos.
—Por favor —me dejé caer en un sillón—. Déjenlo estar, sufro, pero al menos no estoy muerta.
Volví a tomar aire, haciendo resonar mis propias palabras en mi mente, buscando algo que pudiera llegar a hacerlos sentir más culpables de lo que ya se sentían, para procurar no mencionarlo. Mi intención no era depositar sobre ellos la culpabilidad, si pudiera recogería todos mis pedazos y me iría a un lugar en el que nadie me conociera para empezar desde cero a reconstruirme sin ser motivo de preocupación.
—Tienes razón —Alexa se acercó a mí, para luego dejar una caricia reconfortante en mi hombro—. Sabemos cómo te sientes, pero no intentes hacer que lo olvidemos o que hagamos como que no sucede nada. Nos preocupamos por ti.
—Lo sé —giré mi rostro hacia ella, observé a mi padre, sintiendo que no debí haber soltado todas esas palabras sin antes haber pensado con claridad—. Pero no me gusta hablar de esto.
Los tres se quedaron en silencio, observándome. Haciéndome sentir diminuta ante el escrutinio.
—¿No has dormido nada? —preguntó Alek.
Negué.
—¿En cuánto tiempo, Arian?
—Papá...
—Contéstame.
—En meses.
—Eso explica muchas cosas.
Me mordí la lengua y aparté la mirada al no poder ocultar el efecto de sus miradas. Mis ojos picaban ligeramente, obligándome a tragar para aliviar la sensación pesada en mi garganta.
El insomnio se había apoderado de mí, a pesar de ser mujer loba necesitaba dormir y llevaba meses sin poder hacerlo. En las noches solo pensaba y lloraba hasta quedarme seca, sin una gota de lágrimas.
—¿A dónde quieren llegar con todo esto? —pregunté en un susurro.
Mi padre soltó un sonoro suspiro.
—Alek y Alexa han pensado en algo que tal vez pueda hacerte bien.
—¿De qué se trata? —Me dirigí a ellos.
—Hace tiempo un amigo nos ofreció un trato en el que pedía un entrenador para su hijo, no confiaba mucho en el que tenía. De eso ha pasado más de un año, pero hace poco volví a hablar con él y su propuesta aún se mantiene vigente —mantuve la mirada fija en Aleksandre.
—¿Yo qué tengo que ver en eso?
Mi tío soltó una risa leve y observó a su esposa justo detrás de mí, para luego volver a clavar sus ojos en los míos.
—¿Te gustaría ir?
Mi frente se arrugó instintivamente.
—¿A mí? —Él y mi padre asintieron en respuesta—. Pudiendo enviar a cualquiera de los mejores entrenadores de Wachsend, a Hang, a Ian o a cualquier otro, ¿quieren enviarme a mí?
—Eres buena —afirmó Alexa, rodeándome para volver a estar junto a su esposo—. Tu Líder, el segundo al mando en tu manada, que también es tu padre, y yo, estamos de acuerdo en que, de aceptar ir, no vas a defraudarnos.
Solté un bufido.
—¿Qué es lo que pretenden? —Me cubrí la cara con las manos—. Y no se atrevan a decirme que me vendrá bien un cambio de aires. No quiero cambiar de aires, necesito...
El pensamiento que cruzó por mi mente hizo que me descubriera el rostro para observarlos a los tres con los ojos entrecerrados.
—Esperen... ¿Quieren que me enamore de su hijo para obligarlo a casarse conmigo o algo similar? —A pesar de que Alexa rió, ni a mi padre ni a mi tío les hizo gracia mi pregunta—. Ya, en serio. ¿Qué se traen?
Los observé a los tres atentamente, pero ellos se quedaron como si fueran tres estatuas de piedra.
—Sea lo que sea que estén planeando no lo necesito —volví a hablar—, no necesito un cambio de aires, ni que me quieran emparejar para que deje de sufrir. Desgraciadamente no todos tenemos el mismo destino.
Alexa rodó los ojos, al tiempo que mi padre soltaba un gruñido.
—Papá, deja de gruñir.
—Eres tan terca —murmuró entre dientes.
—Tampoco soy fácil de engañar.
—Nadie intenta engañarte, si últimamente entrenar te ha hecho tanto bien y ya has perfeccionado tus técnicas y habilidades, ¿por qué no puedes enseñarlas a alguien más? —preguntó Alexa—. Ir a Dunkelheit te hizo bien, un año en Alaska promete —me guiñó un ojo.
—¿Alaska? —carraspeé al sonar demasiado entusiasmada.
—¿O prefieres buscar un posible vínculo en la academia?
Me atraganté con mi propia saliva.
—Solo si tú también vienes conmigo, Alexa.
—Ni en sueños.
Permanecí en silencio durante unos segundos, y mi padre sonrió victorioso cuando notó que me había quedado sin palabras.
—Eso quiere decir que prefieres ir a Alaska —afirmó.
—Entre las opciones que me han dado los tres, aunque no lo prefiriera, lo escojo —elevé las cejas—. Lo que sea que hayan planeado, los tres están de acuerdo. No tengo nada contra eso, al menos en Alaska no hay tanta gente.
Los tres sonrieron con descaro.
Yo tomé una bocanada de aire, mordiendo mi labio inferior.
«Solo es entrenar, Arian. ¿Qué puede pasar?»
Que te enamores de tu estudiante.
«Solo pensarlo me da náuseas.»
No podía ser que, después de lo que había vivido, alguien tuviera por tarea fácil volver a encender mi corazón.
—Iré a Alaska.
Alexa aplaudió efusivamente.
—Pero... —pararon los aplausos de celebración—, tengo una condición.
—La que quieras, hija —dijo mi padre.
—Regresaré cuando quiera si no me agrada estar allí.
—Está bien.
—Bastian, ¿y si luego no quiere regresar nunca? —Inquirió Aleksandre, provocando que el calor inundara mi rostro.
—Si eso sucede, yo iré a buscarla.
Solté una risa leve y dejé un beso en su mejilla.
—Nunca te abandonaré, sabes que te amo.
—Yo también te amo, pequeña —besó mi frente—. Eres una consentida.
—Me extrañarás —él solo se rió—. ¿Cuándo debo irme?
—Lo más pronto posible —respondió Alexa.
—¿Y eso cuándo es?
—Mañana mismo.
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