Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Pesadilla

Lloraba.

El niño no detenía el llanto que había aquejado los oídos de Jody desde hacía ya horas, o al menos a ella le parecía.

Quería matar a la criatura.

El sentimiento de desesperación creció en su pecho y sintió como las ganas de ahogarlo con una almohada crecían en su interior. Pero, ¿quién era ese niño?, ¿por qué Jody, a pesar de intentar abrir los ojos desesperadamente para averiguar de dónde procedía el llanto, no podía?

Todo es un sueño, se dijo a sí misma. Un maldito sueño.

Quería despertar.

Nunca había soportado los ruidos que superaran las ocho octavas.

Nunca.

Maldito subconsciente de porquería que se atrevía a molestarla en su sueño.

Llevaba días sin dormir por culpa de ese vecino que parecía esperar siempre a hacerse medianoche para recién ponerse a martillear las arruinadas maderas de lo que debía ser su sótano. Y el ruido de aquellos martillazos, llegaban a la casa de ella. El sonido intermitente llegaba con extraña claridad a su habitación.

Y ahora, las pesadillas no dejarían que duerma.

¿Se puede morir una persona de falta de sueño?, se preguntó tontamente en medio de su letardo.

La decisión de mudarse completamente sola la había emocionado al principio. La libertad. La idea de libertad y responsabilidad propia la emocionaba de sobremanera.

Pero en momentos como estos, su madre le habría preparado, quizá, una infusión de hierbas, para hacerla dormir profundamente. O quizá su padre hubiese ido a la casa de al lado y hubiese realizado su reclamo sin miedo a que termine en un intercambio de puños, que al final de cuentas, su padre disfrutaría.

Ella no podía hacer eso. Lo único que sería capaz ella de hacer, es maldecir a su vecino, maldecir la vida de su vecino, maldecir sus decisiones, y a su propia vida. Deseaba abrir los ojos, pero sus párpados se resistían a obedecer las sencillas órdenes que ella enviaba desde su cerebro. Algo estaba mal en ella, estaba segura de eso.

No.

Todo es un sueño. Solo trata de dormir. Ignora los sonidos. Ignora el llanto del bebe. Ignora la presión de tu pecho. Ignora el dolor de tus piernas. Y el ardor que dejan esas uñas que recorren tu espalda.

Jody despertó de golpe. Súbitamente, sus párpados habían funcionado de golpe haciendo que sienta un ardor en las órbitas. Frunció el ceño y se removió en la cama notando el cuerpo adolorido pero lo que aún más le sorprendió fue notar que el llanto no había cesado al haber ella despertado. Lo aún más inquietante para Jody, fue el hecho de que el sonido venía desde un lugar muy cerca de ella.

Al levantarse, su espalda aquejó con un ardor que Jody jamás había experimentado en sus veintiséis años. A tropiezos acelerados en donde sus pies se enredaban consigo mismos haciendo su avanzar aún más torpe de lo que ya era en vida cotidiana, se dirigió al cuarto de baño principal de la casa ya que era el único que contaba con un enorme espejo de tamaño completo. Ignorando aquél llanto ensordecedor que la hacía escarapelarse, llegó a la habitación y con mucho esfuerzo se quitó la única camiseta grande que usaba para dormir.

Jody observó su cuerpo desnudo, lleno de imperfecciones y cicatrices causadas por su accidentada niñez. Intentó no prestar atención a ese hecho y se dio la vuelta para ver mejor el causante del ardor insoportable que la estaba aquejando. Entonces, ahogó un grito.

Desde la parte alta hasta casi la altura de sus caderas, largas líneas rojas y en carne casi viva recorrían su espalda. El hecho de saber lo lastimada que se encontraba la parte posterior de su cuerpo, hizo que Jody sintiese aún más el ardor y empezó a desesperarse.

¿Qué había sucedido?

¿Cómo había sucedido?

Jody recordaba haberse acostado con total normalidad después de una larga jornada laboral en el estudio de abogados para el cuál trabajaba. Había llegado, había bebido ese vaso de agua que siempre reposaba en su mesa de noche, esperando por ella, se había puesto su camiseta y había decidido a su vez que sería mejor conciliar el sueño antes de que su molesto vecino comenzara a hacer sus molestosos ruidos. Incluso se dijo que, si lograba dormirse profundamente a tiempo, nada lograría despertarla.

¿Por qué ese maldito bebé no podía callarse? ¡Qué pulmones tan fuertes! ¡Qué padres tan irresponsables!

Jody jadeó al recoger su camiseta del suelo y se percató que la parte posterior de su prenda se encontraba manchada del líquido que recorrían sus venas. Algo estaba mal, muy mal, se dijo a sí misma.

Con dificultad, volvió a ponerse la prenda ensangrentada y decidió averiguar de dónde procedía el ruido que no la dejaba dormir. Después de lo que le parecieron horas, pero de seguro debieron ser minutos, pensó, ya había recorrido la casa entera y no había ningún rastro de bebé. Pero aún más desesperante, el ruido se había incrementado ya a un grado que hizo que Jody se preguntara por qué aún los vecinos no habían hecho nada. Un ruido así, se dijo, despertaría a una cuadra entera.

Recorrió la casa una y otra vez.

Una y otra vez.

Una y otra vez.

Y otra vez más.

Y con cada recorrido que se daba, le daba la impresión que el llanto se incrementaba hasta llegar a un punto insoportable para el oído humano.

Jody estaba asustada. Desesperada. Lloraba.

Lloraba de nervios.

De susto.

De dolor.

¿Qué estaba sucediendo?

No sabía cuánto tiempo había pasado, tampoco cuantas veces había recorrido la casa ni mucho menos las veces que había agarrado su celular con esperanza de encontrar señal alguna. Así que después de tanta bulla, tanto dolor, tanto cansancio, Jody había decidido sentarse en una esquina de su casa, abrazando sus rodillas y repitiéndose a sí misma que solo era un sueño. Un mal sueño y que pronto despertaría, sin rasguños en la espalda, sin dolor en las piernas, sin ruidos, sin bebé, sin nervios.

Sentía que la observaban, había tenido esa sensación durante toda la noche. Pero no había nadie más en la casa, ella lo había comprobado tantas veces que había perdido la cuenta a partir de la decimotercera. Se tapó los oídos como si fuese una niña que no quisiese escuchar los regaños de su madre. Jody recordó cómo solía hacer eso a menudo cuando su madre la regañaba por haber hecho cosas que no debía.

Como agarrar con poca delicadeza al pequeño perico de su madre y terminar estrangulándolo de pura casualidad. O como también tener una pequeña colección de arañas en su cuarto, sin consentimiento de sus padres. Y sin irse más al fondo de sus recuerdos, como cuando le arrancó el caparazón a un caracol bastante grande que había encontrado una vez en el parque, porque quería saber qué era lo que escondía. Nada interesante, se dio cuenta después.

Decidió, después de lo que parecieron horas, que debía salir de la casa. No importaba que la vieran en medio de la noche con un camisón ensangrentado. No importaba que la vieran semi desnuda de cintura para abajo. Nada importaría. Debía alejarse de la casa. La falta de sueño estaba haciendo que ella alucinara, o quizá mejor aún, como era un sueño, nada estaría realmente pasando.

Jody decidió levantarse de su pequeño sitio haciendo muecas de dolor y fastidio por el llanto que aún seguía retumbando en las paredes de la casa con gran estruendo. Con lentitud, se dirigió a la puerta principal y sintió como sus dedos se encogían de frio, su piel reaccionaba de manera en la que reaccionaría al pasar por un lugar extremadamente frio.

Con terror aplastando su pecho, cogió la perilla y la giró con brusquedad.

Lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas producto de la desesperación por saber que, de alguna u otra forma, se encontraba encerrada. Empezó, con desesperación, a recorrer la casa palpando ventanas para solo descubrir que todas se encontraban cerradas y con tablones cubriéndolas desde fuera.

El llanto del bebé.

Su propio llanto.

La desesperación.

Las náuseas.

El dolor.

La sangre en su boca.

Tosió.

Escupió sangre.

Gritó.

Jody gritó con todas las fuerzas que le quedaban en su cuerpo.

A tropiezos empezó nuevamente a recorrer la casa en busca del bebé molestoso que no la dejaba pensar, que no la dejaba dormir, que no la dejaba despertar de la pesadilla.

Escupió un par de veces más antes de percatarse que el llanto procedía de abajo. Se tiró al suelo y con mucho cuidado y haciendo muecas de dolor, se inclinó y pegó la oreja al suelo de madera desgastada del lugar.

El llanto se intensificó.

No se lo explicaba. Jody no se lo explicaba. La casa no tenía sótano. Fue uno de las razones por las cuales decidió endeudarse por esa casa. Les temía a los sótanos, e incluso la palabra temer era corta para lo que ella sentía hacia ellos, pues le traían malas memorias.

Cada vez que su madre descubría que Jody había estado cazando mariposas en el parque para luego cortarles las alas, o pegarlas con cinta adhesiva al espejo de su armario; o cuando su padre descubría que era Jody la que había estado usando el martillo para aplastar la cabeza de un pequeño roedor que había estado rondando por el patio trasero de su casa; la encerraban en el sótano. Un lugar frio, sin luz, sin nada en donde sentarse. La dejaban ahí por horas, pero ella nunca lloraba, ni gritaba. No le gustaba cuando las personas lloraban, ni siquiera le gustaba oír su propio llanto. Era insoportable. Molesto.

—Si hay un sótano, debe haber alguna clase de entrada—murmuró.

Ignorando ya los gritos del bebé, que cada vez que hacían más intensos, se levantó, esta vez sin sentir dolor en lo absoluto y motivada por la curiosidad y la rabia de haber sido burlada por la agencia que le vendió la propiedad, recorrió la casa una y otra vez, teniendo mucho cuidado en no perder ningún lugar de la casa.

Las luces de la casa, que a medida que ella paseaba iba encendiendo, parecían tintinear a ritmo de los llantos que se escuchaban, pero ya poco o nada a ella le importaba. Necesitaba saber de dónde provenía el llanto.

Después de una tercera vuelta alrededor de la casa, se encontró en el cuarto de lavandería, en donde unas tablas viejas y desvencijadas, sobresalían notoriamente a comparación de las demás, que, si bien no estaban alineadas a la perfección, tampoco estaban tan desiguales como aquellas.

Con decisión, Jody, empezó a jalar la primera tabla, y después de un largo rato, logró sacarla, descubriendo el inicio de una escalera pendiente hacia abajo y lo que más aún le impactó, fue la intensidad con la que empezó a oírse aquél llanto.

—Mierda —maldijo por lo bajo mientras una a una fue sacando suficientes tablas como para pasar su cuerpo por el agujero y poder bajar.

Buscó su aparato móvil, que había dejado ajustado firmemente a su cuerpo con la ayuda de su ropa interior y encendió la linterna. Los escalones se veían descuidados y llenos de polvo y huellas de zapatos.

Con lentitud bajó cada escalón, con el corazón agitado y el estómago amenazándole con traicionarla en cualquier momento. El llanto se fue intensificando mientras ella trataba de localizar el origen y a su vez bajar los últimos peldaños.

En cuanto llegó a suelo firme, alumbró a una esquina y encontró una cuna, que parecía ser el origen del ruido. Respiró profundo y se acercó a pasos cortos.

Jadeó al encontrar a un bebé que dejó de llorar en cuanto la vio. Sus grandes ojos de color caoba la miraban con atención mientras movía sus manitos hacia ella. Con pánico, ella apuntó la pequeña fuente de luz que tenía hacía los alrededores más cercanos de la cuna y ubicó un interruptor el cual no dudó en activar. Las luces tintinearon un par de veces antes de encenderse por completo. Observó mejor al bebé, que había cesado su llanto y la observaba con curiosidad, con su cara roja y mojada producto de su llanto por horas y estiraba sus pequeñas manos hacia ella, como pidiendo que la levantara y la sostuviera contra su pecho.

Jody se rehusó y apartó la mirada, percatándose por primera vez del olor nauseabundo que inundaba la habitación.

Se dio la vuelta, dándole la espalda ensangrentada que ya no ardía, a la cuna con el niño en ella, y gritó.

Gritó con todas las fuerzas que pudo haber tenido nunca.

El terror la invadió.

La piel se le erizó como señal de terror e incredibilidad.

Se vio a ella misma, amarrada en un tipo de arnés que colgaba desde el techo, completamente desnuda, amordazada con un pedazo de tela blanca y haciendo sonidos de dolor que parecían mugidos. Vio su cuerpo lleno de heridas y hematomas, lleno de sangre y suciedad; con completa inamovilidad del cuello hacia abajo.

Jody se observó a sí misma sin palabras, y en cuanto la persona que tenía a unos metros, se dio cuenta de su presencia, no pareció sorprenderse. Al contrario, la miró con lágrimas en los ojos.

—Corre —gimió el cuerpo ensangrentado.

Jody despertó de un golpe y suspiró dando gracias que todo había sido una pesadilla y observó el vaso de agua que se veía muy apetecible, aunque recordaba habérselo ya bebido. Lo único que deseaba más aún que agua, era pararse de la cama y nunca más dormir.

En cuanto lo intentó, se dio con la sorpresa que estaba amarrada a la cama. No podía moverse y el pánico comenzó a apoderarse de ella. No había llanto, no había ruido. El cuarto estaba inundado con la luz natural con el que solía estar todas las mañanas. Esta vez no había nada extraño, solo el hecho de que sus cuatro extremidades estaban atadas a los cuatro extremos de su cama.

Levantó la cabeza y vio a un hombre sentado, observándola con una sonrisa encantadora en el rostro.

—Creí que nunca despertarías—dijo con una voz suave y encantadora—. Supuse que me había pasado con los alucinógenos que puse en tu agua. Como todas las noches—prosiguió—. No tienes idea cuanto esperé por esto—susurró levantándose de su asiento.

Lo último que escuchó Jody entre sus gritos, fue el silbido que salían de los labios de aquél desconocido, y lo último que logró ver fue el grande cuchillo que él aferraba a su mano izquierda. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro