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𓏲 001.


Lamb 𖬺 Wolf

𝓖┊Grace Dumbledore

—No eres tú, soy yo.

Sirius lo dijo con una tranquilidad que casi me hace reír. Como si fuera una frase cualquiera, como si no acabara de aplastar tres años de relación con esas malditas cinco palabras.

Estábamos en un pasillo vacío de Hogwarts, no lejos de la torre de Ravenclaw. El aire tenía esa humedad característica de los días lluviosos de octubre, y las antorchas que iluminaban el corredor lanzaban sombras alargadas en los pómulos marcados de Sirius. Siempre había sido guapo, incluso ahora, con esa expresión de fastidio mezclada con lástima que me hacía hervir la sangre.

No sé por qué me fijaba en eso. Tal vez porque era más fácil mirar su rostro que enfrentar lo que acababa de decir.

—¿En serio, Sirius? —dije al fin, mi voz más afilada de lo que pretendía.

—Grace…

—No, de verdad. ¿En serio? —Lo interrumpí antes de que pudiera continuar.

Crucé los brazos, sintiendo el peso del aire frío contra mi piel. No era alta, ni de lejos, pero esa postura siempre me había hecho sentir un poco más fuerte.

Aunque ahora, no parecía suficiente.

—. ¿De dónde sacaste esa estupidez? ¿De un libro de consejos baratos?

Él suspiró, echando la cabeza hacia atrás como si estuviera exasperado. Su cabello negro cayó en ondas desordenadas, brillando con la luz de las antorchas. Normalmente, habría querido pasar mis dedos por él. Ahora, lo único que quería era arrancárselo.

—Cariño, no quiero que esto termine así.

—Oh, claro, porque es mucho mejor terminar con una frase sacada de un panfleto de autoayuda, ¿no? —repliqué, dando un paso hacia él. Mi voz resonó en el corredor, rebotando entre las paredes de piedra con un eco que parecía burlarse de mí.

Podría haberme contenido, podría haber intentado mantener la calma, pero no me importaba.

No me importaba nada en ese momento.

—. No eres tú, soy yo. Por favor.—Repetí.

Él cerró los ojos durante un segundo, como si intentara armarse de paciencia.

—No tiene sentido seguir si no somos felices.

—¿No somos felices? —espeté antes de poder detenerme. La incredulidad teñía cada sílaba. Era como si acabara de anunciar que el cielo era verde—. Qué curioso, porque yo estaba perfectamente feliz hasta ahora.

—Cariño… —empezó, y esa voz suya, esa mezcla de ternura y disculpa que tantas veces había logrado calmarme, esta vez solo logró encenderme más.

—No me digas “Cariño” como si eso lo resolviera todo.

—¿Podemos hablar sin pelear?

Reí, sin pizca de humor.

—¿Hablar sin pelear? Claro, ¿por qué no? Cuéntame, Sirius, ¿qué otra excusa tienes preparada? Porque esta es un desastre.

—Es más complicado de lo que crees.

—Hazlo simple.

Silencio.

Silencio que me ponía de los nervios, mientras él me miraba como si estuviera decidiendo si debía decirlo o no.

Y por un momento, casi parecía arrepentido.

Casi. Pero entonces, lo dijo.

—No eres buena en la cama.

No estoy segura de qué fue peor: las palabras en sí o la forma en que las dijo, como si estuviera comentando algo irrelevante.

Parpadeé, sintiendo un calor insoportable subiendo desde el cuello hasta las mejillas. Sabía que el rubor era inevitable, algo que siempre odié de mi piel pálida, con esos subtonos que traicionaban hasta la más mínima emoción.

—¿Qué dijiste? —pregunté, más por incredulidad que por no haberlo oído.

—No quise decirlo así.

—¿Cómo lo quisiste decir, entonces? —Lo desafié, dando otro paso hacia él. Él retrocedió un poco, como si mi metro sesenta y cuatro de pura furia fueran suficientes para intimidarlo.

—Grace, yo…

—No, explícame, Sirius. ¿Cómo se supone que debo interpretar eso?

—No estamos en la misma página. Es solo… algo no encaja.

Reí otra vez, esta vez con más amargura.

—Claro, porque lo que encaja son tus aventuras con Marlene, ¿no?

Su reacción fue instantánea: los ojos se abrieron un poco más, y su boca se movió, intentando formular una respuesta.

—Grace, no es lo que piensas.

—¿No es lo que pienso? Déjame adivinar, tampoco era lo que pensaba cuando vi a Marlene McKinnon saliendo de tu dormitorio el mes pasado. O cuando Mary Macdonald no podía ni mirarme a los ojos.

Sirius abrió la boca, pero no dijo nada. Sus ojos grises me buscaron, como si hubiera algo que pudiera decir para arreglar esto.

Pero ya no había nada.

—¿Y bien? —lo presioné, sintiendo cómo la rabia se mezclaba con algo más doloroso que no quería admitir—. ¿No tienes nada que decir?

—Grace, no quería que te enteraras así.

Ese fue el golpe final.

Sentí las lágrimas acumulándose, amenazando con caer, pero me negué a dejarlas salir.

No iba a darle la satisfacción de verme romperme.

—Sabes qué, Sirius. Vete a la mierda.

[ ... ]

El Gran Comedor estaba en plena ebullición cuando entré. Las conversaciones rebotaban de mesa en mesa, mezclándose con el ruido de platos y cubiertos. Podía sentir las miradas sobre mí mientras caminaba, el murmullo ocasional, las risitas ahogadas. Tal vez era mi imaginación, pero después del desastre en el pasillo con Sirius, todo parecía amplificado.

El maldito "No eres tú, soy yo".

No podía creerlo.

Tres años de relación resumidos en esa basura. Y, como si no fuera suficiente, el muy idiota había tenido el descaro de culparme. Me pasé una mano por el cabello, sintiendo cómo los mechones pegajosos se adherían a mi piel. Estaba sudada, despeinada, y todavía furiosa. Apenas había dormido, y el peso del último año en Hogwarts ya me aplastaba.

Llegué a la mesa de Ravenclaw, pero no tenía hambre. Solo quería café. El café era mi religión, mi único salvavidas en mañanas como esta.

Con un movimiento torpe y apresurado, llené mi taza, intentando ignorar el temblor en mis manos. Respiré hondo y me giré hacia el pasillo central, dispuesta a salir antes de que alguien pudiera notar mi estado.

Y fue entonces cuando lo vi.

O, mejor dicho, cuando mi café lo vio primero.

Un hombre surgió de la nada en mi camino. Y antes de que pudiera esquivarlo, mi taza, mi salvación líquida, volcó su contenido oscuro directamente en su camisa blanca.

Todo ocurrió en cámara lenta: el líquido derramándose, su camisa empapándose, y su rostro pasando del desconcierto a una fría calma que era más aterradora que cualquier explosión de ira.

—¡Por Merlín! —solté, horrorizada, pero incapaz de detenerme a disculparme correctamente. Saqué mi varita instintivamente—. ¡Lo siento! Déjeme limpiarlo…

—No se moleste.

La voz.

Era baja, suave, y sin embargo cortaba el aire como una daga. Había algo en ella que hizo que mis manos se congelaran a medio camino de lanzar un hechizo limpiador.

Mis ojos subieron lentamente, encontrándose con los suyos.

Verdes. Fríos. Penetrantes.

Por un segundo, me sentí como si hubiera cometido no un error pequeño, sino un crimen imperdonable. El hombre frente a mí era alto, con un porte impecable que no pertenecía a alguien que debería estar caminando entre estudiantes comunes en un comedor cualquiera. Sus facciones eran elegantes, cinceladas con una precisión casi inhumana, y su expresión estaba perfectamente controlada.

Demasiado controlada.

—Parece que alguien ha tenido un comienzo complicado esta mañana. —La leve curvatura de sus labios no era una sonrisa; era algo más.

Algo que me ponía los nervios de punta.

—No tenía intención de… —empecé, pero él alzó una ceja, y mi cerebro decidió dejarme en blanco.

—Por supuesto que no. Sería demasiado cruel planear un ataque con café a primera hora. —Su tono era ligero, casi burlón, pero había algo detrás de sus palabras que no podía descifrar.

—Bueno, no se habría arruinado su día si no estuviera parado en medio del pasillo. —La respuesta salió antes de que pudiera detenerla, cargada de frustración.

Tal vez no era la mejor idea retarlo, pero ya estaba cansada de todo y de todos.

Sus ojos destellaron con algo que no pude descifrar. ¿Diversión? ¿Desdén? No estaba segura, pero el peso de su mirada parecía clavarse en mí como un alfiler.

Y justo en ese instante, sentí un dolor punzante en la cabeza.

Fruncí el ceño, llevándome una mano a la sien, tratando de ignorarlo. Era como una punzada breve, nada insoportable, pero lo suficientemente molesto como para hacerme perder el hilo de mis pensamientos por un momento.

—Interesante teoría. —Dejó que las palabras flotaran un segundo antes de inclinarse un poco hacia mí—. Aunque, basándome en su aspecto, diría que la batalla contra esta mañana ya estaba perdida antes de que yo llegara.

Me quedé sin palabras, mi indignación chocando contra la aguda verdad de su comentario.

Sudada, despeinada, con los ojos hinchados… Claro, no era mi mejor momento, pero ¿quién demonios se creía que era para decirlo en voz alta?

—¿Quién se cree que es? —espeté, sintiendo cómo mi rostro se encendía, mitad por vergüenza, mitad por furia.

—Una víctima inocente de su mal manejo del café, al parecer.

Esa respuesta, cargada de sarcasmo, hizo que rechinara los dientes.

Antes de que pudiera replicar, alguien llamó desde el fondo del comedor:

—¡Profesor Riddle!

El impacto de esas dos palabras fue como un puñetazo en el estómago.

Profesor.

Me giré para mirar a quien había hablado, esperando que hubiera un error, pero el hombre frente a mí sonrió, una sonrisa pequeña y calculada.

Mierda.

—Disculpe, señorita. Creo que tenemos clases. —Me dedicó una última mirada, evaluándome como si fuera una criatura interesante y frustrantemente simple, antes de girarse y marcharse con una calma insultante.

El café en mis manos tembló, y mi día, que ya había sido un desastre monumental, acababa de alcanzar un nuevo nivel.

Profesor Riddle.

Era el nuevo profesor de pociones.

Y yo acababa de bañarlo en café.



















A𝐔𝐓𝐇𝐎𝐑'𝐒 𝐍𝐎𝐓𝐄


¿Saben qué es peor que terminar con alguien de forma humillante? Que el universo decida rematarte.

Pobre Grace.

Me declaro oficialmente el hate #1 del Sirius Black de este fic.

Ahora, hablemos de Tom.

¿Por qué ese hombre tiene que ser tan perfecto y, al mismo tiempo, tan insoportable?

No sé si quiero que lo adoremos o que Grace le tire otra taza de café, pero algo me dice que esto no va a quedar aquí.

¿Qué opinan del capítulo?

¿Team “Grace lo está pasando mal” o Team “Riddle probablemente se lo merece”?

Y antes de que se me olvide, gracias por darle una oportunidad a Insomnia. Es un placer escribir para ustedes.

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