Veo la gente pasar de un lado a otro frente a mí, primero un grupo grande, poco a poco dos o tres personas. Llevo un rato sentada en el mismo lugar, no sé con exactitud cuántas horas porque me he perdido en los recuerdos de cuando caminamos juntas por aquí.

Sonrío al recordarte bromeando y coqueteando conmigo, era nuestra primera cita y aunque al inicio yo estaba muy nerviosa tú me hiciste sentir calma y alegría genuina.

De pronto no puedo aguantar más y las lágrimas que había luchado por contener salen una tras otra, no las puedo detener, al contrario me empieza a costar respirar correctamente y de mis labios salen quejas que trato de callar con mis manos.

Quiero verte.

Sin embargo, la última cita que planeé tener contigo salió mal. Te quise llenar de amor y sólo pude llenarte de estrés e incomodidad. Peleamos por tonterías y aunque estuvimos en la misma habitación te sentí lejos de mí. El plan salió mal. A la mañana siguiente te despedí.

Debí haber sabido que esa sería la última vez que te vería. Ha pasado un tiempo y nuestros caminos no se han cruzado ni tengo la certeza de que lo vuelvan a hacer. Porque mi panorama es complicado al igual que el tuyo, pero distinto de pies a cabeza, como tú y yo.

Emito una risa amarga y procedo a encender mi celular para buscar la última foto tuya que tengo, una en donde estás dormida y reflejas lo cansada que estás y lo fuerte que has tenido que ser, pero también donde reflejas fragilidad y tristeza.

Quiero abrazarte y decirte que todo estará bien, pero no puedo hacerlo porque no estás y porque no creerías mis palabras. Una vez más me quiebro hasta el punto donde veo borroso debido al llanto y entonces escucho murmullos de la gente, pero ya no me importan, jamás me volverán a ver.

Además estoy muy ocupada pensando en que no sé cómo ayudarte ahora que la vida nos ha dado rumbos distintos y tú no haces más que continuar alejándote.

En momentos como estos amar empieza a doler, y permanecer también.