Capítulo 13. •Trio Maravilla•
Demoré un instante en abrir los ojos, mantenía arraigada la idea de que al hacerlo todo lo malo se abalanzaría de vuelta sobre mí. Ni siquiera podía imaginarme lo que acababa de suceder y mi mente comenzaba a formularse los peores escenarios. Mientras, me limité a sentir las vibraciones del vehículo en movimiento. Mis captores permanecían sospechosamente callados.
De a poco comencé a adaptarme a la débil iluminación del interior del auto, aun así, no llegué a ver más que siluetas difusas. Las ventanillas entreabiertas dejaban pasar una fresca corriente de aire que revolvía con ahínco mi cabello.
Transitábamos a alta velocidad a través del desierto y yo, aun guardando plena mudez, seguía sin entender lo que sucedía a mi alrededor, solo tenía la certeza de una pesada mano que me sostenía con fuerzas de las muñecas, manteniéndome inmóvil.
«¿En qué momento me convertí en alguien tan pesimista?». Pues sí, últimamente no dejaba de imaginarme en situaciones desfavorables y catastróficas, desesperanzadoras; derrotado antes de arribar al final del camino. Me transformaba en una versión poco agraciada y poco confiable de la persona que siempre había sido. Mis argumentos no carecían de lógica debido al rumbo desprevenido que había tomado mi vida en los últimos meses; mas no podía rendirme, no ahora, había completado más de la mitad de mi viaje. Debía frenar esa metamorfosis involutiva que me acercaba a la calamidad.
—No puedo creer que me convencieras de hacer esto —protestó el hombre que se encontraba a mi lado. Por su voz deduje que era alguien joven, aunque imponente. Según llegué a interpretar se encontraba en total desacuerdo con la situación.
—El chico es inocente, Damián, tuve la oportunidad de comprobarlo, no hay motivos para desconfiar —respondió en tono calmado el otro parlante, una voz masculina que procedía del asiento del conductor.
«¡Reconozco a estas personas!»
En efecto, así era.
—¡No jodas Mc! ¿Aseguras que tuvieron un enlace neuronal REM? No pongo en dudas que eres una persona de principios, pero no podemos hacernos responsables de esta situación, nos supera por mucho —continuó el joven—, sabes que los Rastreadores van con todo a por su captura, no se andan con juegos y el chico es un prófugo de la justicia, catalogado de terrorismo ¡Pudieron haber accedido también a tu mente! ¡Conoces el riesgo que existe!
——Déjame ver si entiendo —mencionó la mujer situada en el asiento del copiloto, por su tono sonaba un tanto incrédula—, este chico, el mismo que se encuentra aquí con nosotros, a quien llevamos meses persiguiendo por indicaciones directas de la Casa Regia, por ser sospechoso junto a la chica de colaborar con el atentado terrorista que destruyó la ciudad —Hizo una pequeña pausa—. ¿Dices y estás convencido de que es inocente, una víctima de las mentiras de la propia Gobernadora?
—Sí —Asintió el conductor secamente— Si analizas la escena al detalle notarás que los hechos fueron manipulados. ¿Cuánto tiempo ha trascurrido desde el siniestro? ¡Apenas eran unos críos recién entrados en la pubertad cuando se desplomó la ciudad!
—Es cierto —meditó ella—. Las escuelas mantienen controlados a los alumnos. La Agencia de Seguridad Escolar nunca falla en el análisis del comportamiento de los infantes, no lo hubieran pasado por alto.
—Yo los conozco —pronuncié finalmente, haciendo notar mi presencia— ¿Por qué estoy aquí? —pregunté exigiendo una respuesta.
—¡Joder Mc! ¡Tenemos familia, debiste pensar en eso antes de arrastrarnos a este infierno contigo! —refunfuñó el joven agente haciendo caso omiso a mis demandas—. Si se enteran de nuestras acciones no dudarán en eliminarnos del mapa ¡Esto nos puede costar la vida!
—No, yo confío en Mc. —negó la chica con la voz fría, casi por instinto.
—Tranquilo, Damián, he tomado todas las precauciones necesarias en la ciudad, contamos con apoyo en las altas escalas. Este auto, nuestra cuartada e incluso vuestras familias, todo está bajo control, es imposible que suceda algo. Nadie más que vosotros y personas de mi total confianza conocen de nuestros planes.
Sin cabida para duda alguna podía asegurarlo, se trataba del Trío Maravilla en carne y hueso, quienes sorpresivamente habían acudido a mí. Jamás lo hubiera considerado un escenario posible, sin embargo, aquí estábamos codo a codo.
El viejo Mc. Allistar tomó responsabilidad tras ser consciente de la verdad, un acto honorable del cual tenía incertidumbres al principio. Ahora, lo que me carcomía la mente era hacia dónde nos dirigíamos, hacia dónde me llevaban.
—¿Hacia dónde me llevan?
Nadie respondió. Sintiéndome ignorado una vez más, como si mi presencia fuese espectral e inexistente, me llené de ira. El sonido del ir y venir del viento, fue lo único que llegué a escuchar.
—Debemos exponer la verdad; los crímenes de la Casa Regia deben salir al aire, la Gobernadora debe pagar, solo así serás absuelto. La ciudad merece saber lo que sucedió el día del falso atentado, los familiares de las víctimas necesitan paz. El verdadero culpable debe ser juzgado —dijo Mc. Allistar dirigiéndose a mí—. Tengo amigos en el Consejo y en la Casa Regia, pero será difícil convencerlos, incluso con la verdad. ¡Son políticos! Apoyarán a quien tenga las mejores cartas.
—Mc. aun así, no conocemos toda la historia —meditó la agente a su lado—. La Dama de Hierro fue la promotora del genocidio y debe pagar, pero nos queda un gran espacio en blanco por llenar en esta historia. No sabemos las causas que la llevaron a ello.
—Tengo un contacto en la ciudad que puede conocer las respuestas —respondió el líder—. Hace un tiempo atrás acudió a mí en busca de ayuda, entonces no le creí. Pensé que era solo una confesión descabellada y conspiranoica de una periodista poco crédula en contra de la Casa Regia. Sin embargo, en estos días comprobé que siempre estuve equivocado, la chica tenía la razón.
—Ella no querrá vernos después de que le negaste tu ayuda Mc. Debe de estar resentida y amargada planeando su venganza —Damián parecía estar en lo cierto—. Cuando vea aparecer en su puerta a tres agentes y un presunto fugitivo de la ley podríamos correr peligro.
—¿Cómo podremos encontrar a esta chica? No debe ser alguien que ande a la ligera. —Angelé parecía ser la más analítica de los tres.
—Tienes razón —respondió Mc. Allistar—. Sin embargo, ella nos encontrará. Tengo el presentimiento de que es alguien mucho más inteligente de lo que suele aparentar.
Un denso silencio inundó el ambiente, una vez más todos se limitaron a mantener los labios sellados cual simulación de velorio. Así transcurrió gran parte del trayecto, solo avanzamos. Desconocía hacia dónde me llevaban. Aun teniendo la seguridad de que optaban a mi favor, el destino que mi mente anhelaba no era otro que el refugio del Paso Este. Debía llegar allí, a por todas.
—En las noticias de la mañana escuché que se acerca el período de lluvias en la urbe —mencionó Angelé en un intento de aligerar la tensión dentro del vehículo. Giró un poco sobre su asiento y le alcanzó a Damián un pequeño frasco con una sustancia azul luminiscente en su interior, lanzándole una mirada de complicidad que a duras penas llegué a percibir—. Solo espero que el festival de este año no cause muchos estragos.
—Todo lo contrario, contemos con que este año el desfile sea bien concurrido, será nuestra oportunidad para movernos y jugar nuestras piezas durante el revuelo —concretó Mc, quien al parecer tenía el plan bien calculado en su mente.
La llegada de las lluvias era el evento más esperado en la urbe y con estas la etapa de celebración. No existía festividad más icónica y animada. Representaba el principio de la alegría y era como un baño espiritual y renaciente, cargado de frescor, después de largos periodos de intensa sequía.
Damián sostuvo el frasco entre sus dedos y destapó su contenido. Conocía a la perfección la sustancia almacenada en el interior, no era la primera vez que veía el Compuesto “A” en su forma pura. El agente abrió su boca, manteniendo por unos segundos sobre la lengua una pequeña cantidad de la sustancia viscosa, acto seguido me pasó con torpeza el recipiente tras desatarme de su agarre. Yo mimeticé la acción, dejando caer unas pocas gotas en el interior mi boca. Su efecto revigorizarte era inmediato y duradero.
Una oleada de energía recorrió cada célula de mi cuerpo, desde los pies hasta la coronilla. Sentí accionar aquel fármaco como una descarga de pura adrenalina, simulando el centellar de pequeños rayos de la más limpia energía.
—¡Necesito llegar al refugio del Paso Este! —reclamé, esta vez en un tono superlativo, exigiendo ser escuchado.
Sus lúgubres miradas se clavaron sobre mí en medio de la espesa oscuridad.
—¡Ese es mi destino, hacia ahí me dirijo y no aceptaré un “no” como respuesta!
—No podemos permitir eso —negó de forma rotunda el viejo Mc sin perder la compostura.
«¡¿Qué demonios?! ¿Acaso no son capaces de escuchar mis palabras? ¿No hablo lo suficientemente claro?»
—No es una mala idea dejar que el chico llegue al refugio del Paso Este, Mc —argumentó Angelé en mi defensa, aunque en realidad solo apelaba al sentido común—. Sabes que nuestras unidades apenas se acercan a ese sitio, nadie lo buscaría ahí y mientras tanto, sabiendo que él se encuentra en un lugar seguro, tendremos la oportunidad de ir moviendo los hilos y las influencias que necesitamos para exponer a la Casa Regia.
—Estoy de acuerdo con la chica. ¡Es una excelente idea! —dije atropellando las palabras con tal de que aceptasen, aunque para mis oyentes sonase más como un conato torpe y desesperado.
—El chico solo nos será una carga, no podremos hacer de niñera todo el tiempo. En la ciudad los drones lo escanearían al instante, exponiéndonos al mínimo intento, ni siquiera estaría seguro en las zonas inferiores —prosiguió Damián restándole importancia a la decisión, seguía sin encontrarse muy ameno con el escenario.
—Entiendo, sin embargo, no podremos ir más allá de los límites fronterizos con el Paso Este por cuestiones de nuestra seguridad. El lugar se encuentra custodiado y vigilado al extremo, si ven un vehículo desconocido acercarse estaremos en peligro, en cambio estoy seguro de que tú, por tus propios medios, podrás pasar sin causar revuelo —aceptó Mc. Allistar tras meditarlo—. Te dejaremos en los alrededores, pasado el desierto. Mantendremos comunicación constante.
Al finalizar sus palabras Mc. Allistar me acercó una pequeña radio, no mucho más grande que la palma de una mano, un artilugio sumamente moderno en comparación a la que solía llevar conmigo.
—Espera mi llamada.
Asentí con la cabeza.
Por un instante quedé sumido de vuelta en mi mundo de pensamientos, ya tan cerca de Eva que casi no lo podía creer. Mi corazón no encontraba retén en el pecho, palpitando con la fuerza de una febril estampida. Me sorprendí a mí mismo refugiándome cada vez con más frecuencia en las memorias; me costaba creer que todo lo bueno que poseía en mi presente se encontraba solo allí. Es increíble el peso que tienen los recuerdos para alguien que se encuentra en mi situación, una fuente de esperanzas.
Mirar hacia el exterior a través de la oscura ventanilla era casi imposible a esas horas, las arenas doradas del desierto ahora permanecían en plena oscuridad como si dormitaran con la ausencia de la luz lunar en plena frialdad. El sol aun no despertaba, mostrándome solo una espesa negrura. La quietud reinó por unos minutos más, no quería alargar la despedida.
—Bien chico, solo hasta aquí podemos llegar —mencionó Mc. Allistar—, debes seguir por tu cuenta —Se volteó hacia mí.
—Por favor, les tengo una petición —Le interrumpí—. Mi familia, necesito saber que están a salvo.
—Nos haremos cargo de ellos también —Angelé me observó.
Damián abrió la puerta trasera, sin disimulo me quería lejos, lo más lejos posible como si tratase a un perro escabioso, aunque en lo personal disfrutaba de la situación y de incomodarle. Sin necesidad de meditarlo me aventuré afuera del vehículo, no le veía sentido a una despedida emotiva más allá de un simple agradecimiento, por lo que una discreta reverencia con la cabeza y una media sonrisa fue más que suficiente.
Al colocar los pies sobre la arena fue como si una ola de emociones me golpeara con violencia. Frente a mis narices una colosal montaña de piedra apagada se alzaba imponente, dejando entrever un ancho paso a través de ella. Su elevada cumbre se fundía con las nubes, creando una sensación de vértigo al observarla. Esa noche de novilunio, de viento arrullador y de desolado cielo, finalmente había llegado a las inmediaciones del refugio del Paso Este.
“—Unidad 925 — resonó de pronto en la radio policial de Mc. Allistar, quien aún se encontraba aparcado a mis espaldas—, reporte. Acaba de ser interceptada, repito, acaba de ser interceptada una caravana de presuntos criminales fugitivos, están armados y son peligrosos, necesitamos todo el apoyo necesario en el área. Enviando las coordenadas”
—Mantén encendida la radio en cada momento —fueron las últimas palabras de Mc. Allistar mientras ponía en marcha el motor del vehículo, alejándose con prisas esta vez.
Los vi perderse detrás de una espesa nube de polvo. Sabía que no volverían, no por lo pronto. Volteé sobre mis talones y observé con sospecha a la desafiante montaña marcando mi rumbo hacia el destino incierto que me esperaba. El comienzo del Paso Este, jamás pensé terminar en tal lugar.
Eché a andar.
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