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ཋྀ | Capítulo veintiséis.

No todo en la vida de Haerim había resultado perfecto.

Siendo una joven omega que cumplía con cada uno de los estándares impuestos por su jerarquía, para el mundo y su familia, eso no bastaba. Y realmente lo intentaba, pero nunca lograba conformar a todos, como tanto deseaba poder.

Era devastador el hecho de que desde pequeña, viendo a lo lejos a otros niños y niñas jugar libremente, ella debía verlos desde la lejanía, encerrada en su hogar. Su pobre corazón no entendía el por qué, es por eso que su curiosidad no hacía más que aumentar.

Fue por eso que a la edad de 15 años, el mismo año donde cumplió la suficiente edad como para presentarse en una jerarquía en específico, que las preguntas se intensificaban en su mente, y apartando los libros de lección sobre cómo ser una buena omega, que miró con extrañeza a su madre.

Mamá... ¿por qué no puedo ir a jugar?

Una fría mirada, unas gélidas manos que acariciaron lentamente su cabeza. Su falsa sonrisa le hizo sentir que sus palabras estaban vacías.

Porque así debe ser, Haerim. Debes terminar todas tus lecciones, para que cuando un alfa quiera cortejearte, sepas como satisfacerlo. ― Olivia caminó hasta llegar a los grandes ventanales de la casa, y tomando entre sus manos la cortina color granate, las cerró por completo ―. No te distraigas, tienes que estar concentrada.

Haerim asintió, tragando con fuerza cuando la sensación de un nudo en su garganta se hizo presente, abriendo de nuevo sus libros y tratando de leer los párrafos mientras su vista se nublaba.

Hablar con su madre era lo mismo que hacerlo con una pared; frígida e impenetrable, tan dura por fuera como por dentro, sin poder hablar de sus problemas sin sentirse juzgada.

A veces deseaba que ella se diera cuenta de sus errores, del gran malestar que provocaba en su hija, la cual sólo quería sentir su calidez, pero cada vez que veía un progreso, el brillo de sus ojos parecía apagarse, y volver a monótonas respuestas que creaban un gran conflicto en Haerim.

Porque si era sincera, los alfas no significaban un gran atractivo para ella. Si bien nació en una familia que veneraba a grandes creces al pináculo de la jerarquía que reinaba en su mundo, las prohibiciones y obligaciones que soportó desde temprana edad no hicieron más que causar un gran rencor hacia ellos.

Mientras ella debía leer cientos y cientos de libros viejos y polvorientos sobre cómo debía ser, ellos disfrutaban de su juventud, riendo y corriendo por todos lados.

Cuando la tristeza la invadía, tenía que secarse sus lágrimas antes de que cayeran, porque no se esperaba de ella ser una muñequita que cuestionara ni sufriera, sino una que sólo aceptara su realidad con una bella sonrisa.

¿Pero ellos que educación recibían? Al pasar con su madre por colegios especiales para omegas, veía pasar en grupo a varios alfas, el acoso y soberbia ser desprendidos de su alma, tratándolos como objetos fáciles de controlar.

Le hacía creer que ellos eran los únicos que tenían que cargar con el peso de dejar ir una parte de sus almas en el proceso de educación, para que fueran tomados por personas que ni siquiera pensaban sus acciones.

Los alfas podían ser libres y no estar atados a reglas que los contuvieran, mientras que ellos debían agachar la cabeza y asentir a todo lo que decían.

Pero su vida llena de soledad e incomprensión pareció cambiar por la llegada de Kim JiWoo a su vida, una omega recién integrada en el segundo período de la secundaria.

Tomó asiento a su lado, el mismo que desde hacía 2 años permanecía vacío. Nadie quería sentarse junto a una omega que bien se sabía que no le gustaba interactuar con alfas, y eso en una institución dedicada a omegas, era ganarte el boleto a una exclusión generalizada.

¡Hola! ¿Cómo te llamas? Yo soy JiWoo.

Sus regordetas mejillas se le hicieron tiernas, y miró su mano levantada frente a ella. No tuvo que pensarlo mucho, y devolviendo su amabilidad con una sonrisa, estrechó sus manos con las de ella.

Suaves y cálidas, supo que ambas se harían grandes amigas. Más aún cuando al pasar horas hablando durante todos los días, supo que compartían muchísimos gustos en común.

A las dos les gustaba el mismo tipo de música, compartían color favorito, las películas y series que veían estaban enlazadas y por sobre todo, y lo que más le impactó, fue tener la misma opinión con respecto a los alfas.

¡No lo dices en serio!

Se encontraban en la casa de Haerim haciendo una pijamada, JiWoo estalló en risas mientras se escondía bajo las sábanas del "fuerte" improvisado que habían hecho, ambas escondiéndose bajo ese castillo que significaba su lugar seguro.

¡Lo digo muy en serio! Para mí los alfas deberían estar extintos, no los necesitamos. ― JiWoo dio un mordisco a su cupcake de chocolate que Olivia les había preparado ―. Es lo que siento y no me voy a matar por eso.

Haerim la miró asombrada, un sentimiento cálido esparciéndose por su pecho mientras sus ojos brillaban al verla. En ese momento no lo comprendió, y le restó importancia.

No sabes lo tanto que me he cansado de decirlo, ¡pero nos miran como si fuéramos bichos raros! Los alfas son brutos y tontos, parecemos sus madres al tener que educarlos sobre como nos tienen que tratar.

El otro día me encontré a una vecinita que se presentó como alfa, ¡y ella fue igual de tonta que los demás! Me trató mal como si fuera que no nos conociéramos desde pequeñas. Fue una gran decepción.

Parece que se hereda de jerarquía. ― Bromeó Haerim.

Las dos estaban a gusto, riendo y contando anécdotas graciosas, hasta que Olivia las llamó para que bajaran a comer. Corrieron al bajar las escaleras, llevándose un regaño por parte de la mayor.

Señora Olivia, ¿usted también odia a los alfas? ― Preguntó inocentemente JiWoo, mientras daba un mordisco a la ensalda.

Haerim casi se atraganta con el jugo al escucharla, y miró asustada a su mamá por la reacción que tendría. Olivia paró de cortar su filete, y se quedó en silencio por unos segundos.

La castaña temió su respuesta, pero cuando quiso hablar para desviar el tema de la conversación, su madre habló.

Al hacerlo, pudo notar que sus ojos no estaban tan grises como de costumbre.

Guárdenlo como un secretito, pero sí me parecen muy tontos la gran mayoría.

Las dos chicas rieron, el silencio que reinaba siendo sustituido por charlas amenas donde hablaban sin temor, abandonando el miedo a hablar como si alguien las atraparía con las manos en la masa.

Con el paso del tiempo se acostumbró a estar sin ataduras, saboteando a todo aquel que tuviera la intención de cortejearla. Y no podía culparlos, era demasiado bonita y llamaba fácilmente la atención, pero aún no conocía a alguien que fuera capaz de cumplir con sus exquisitos estándares.

Y fue así como se puso de acuerdo con su madre, que cada vez que un alfa se presentaba en su casa, Olivia entraba en su papel de madre indignada todo para que su padre lo viera.

Ahora se encontraban realizando su doceavo acto, la mayor gritándole "enojada" al último chico que la había cortejeado.

― ¿¡Cómo te atreves a venir si has sido adúltero a tu propia omega!? Haerim me lo contó todo. ― El hombre miraba confundido a la omega más joven, pero Haerin entró en su papel de chica destrozada.

― ¡Sí mamá, yo lo vi con mis propios ojos! Mientras a mí me decía que me amaba... él se lo decía a otra bonita omega.

Su padre, que escuchó todo, tuvo que ser detenido por ambas cuando casi se abalanzó sobre el pobre chico, que negaba haber cometido todo por lo que era acusado.

Cuando el chico se marchó indignado, miró cómplice a su madre, que le sonrió divertida. Realmente estaba agradecida que su actitud robótica por fin se hubiera terminado, para dar paso a la verdadera Olivia, esa madre cálida y compañera de travesuras que siempre esperó.

Y fue así, en diferentes versiones, como se fue deshaciendo de la carga de tener que soportar a tontos alfas sin cerebro por novios, sin levantar sospecha alguna cuando su padre volvía de sus viajes de negocios, hasta llegar a los 20 años sin tener ningún lazo.

Pero sus pequeñas mentiras no duraron el tiempo que deseó, no cuando siempre había un nuevo problema del cual encargarse, en éste caso, a su padre y sus insistencias por que tuviera pareja.

― Haerim, ¿aún no has sido marcada? ― Byoung, un cincuentón alfa cascarrabias con el que prefería actuar como la perfecta omega que él esperaba de ella, la miró con severidad ―. ¿Ningún alfa ha querido marcarte?

Haerim forzó un suspiro dolido, dramatizando sus movimientos.

― Ningún alfa me ha querido realmente, papá.

Byoung hizo una mueca disgustada, mientras leía el periódico y rezongaba por lo bajo.

― Estos alfas de la nueva juventud, han perdido los verdaderos valores... ― Dio un último sorbo a su taza de café, levantándose de su asiento ―. Ya va ha llegar el indicado, no te preocupes hija. Sino buscaré yo mismo candidatos.

La omega casi chilló, negando rápidamente con su cabeza. Lo menos que quería era que su padre se encargara, porque era tan meticuloso que si trataban de desacreditar a cualquier alfa que llevara él a casa, se daría cuenta al instante de toda su farsa.

― ¡No hace falta papá! Estás tan ocupado con el trabajo, sólo será un dolor de cabeza para ti. ― Trató de endulzar su oído, y tomó su malentín para pasárselo ―. Además, mamá está encargándose exhaustivamente de encontrarme una pareja, sabes que ella se lo toma muy en serio.

Byoung lo pensó, tomando su maletín luego de haberse colocado su abrigo. Estaba tan ocupado culminando su contrato con varios inversionistas que debía tener la cabeza 100% ocupado en ello, porque estaba en juego el futuro de sus restaurantes.

― Tienes razón, pero si no consiguen-

― Te lo haremos saber, no te preocupes pá. Ve que estás llegando tarde.

― Está bien, recuerda tomar las entrevistas de trabajo, necesitamos con urgencia más personal.

Haerim asintió de nuevo, casi empujando a su padre hasta la salida de casa.

― Sí, sí... ¡Suerte con los inversionistas!

El hombre se acomodó sus ropas y caminando hasta su auto, se despidió desde lo lejos de su hija, antes de que cerrara la puerta. Suspiró con cansancio, casi toda su mentira pudo haber sido descubierta.

Miró a su madre salir despacio de la cocina, caminando con lentitud.

― ¿Crees que te creyó?

― No lo sé, pero se le notaba convencido.

Olivia sonrió apenada, abrazando con cariño a su hija, riendo al recordar algo.

― Byoung siempre ha tenido una debilidad por su única hija.

Las cosas parecían ir bien, pero había ciertos baches en esa felicidad por haber sido construida a base de mentiras, que no se encontraba tan segura.

Al terminar de desayunar y despedirse de su madre, se dirigió hasta el restaurante para dirigir la primera entrevista que tenía a primera hora del día.

Lo sintió como un gran fracaso al ver que cada persona que se había presentado no tenían lo necesario para ser parte de su cadena de comida, y no es por ser mala, sino que debía tener estándares altos para no terminar aceptando a alguien que no cumpliera con su trabajo.

Salió un momento para tomar un vaso con agua, muchas cosas rondaban por su cabeza.

El tener que conseguir pronto un alfa con el que tuviera que compartir a la fuerza el resto de sus días, le provocaba una gran ansiedad, ya que en estos temas el "verdadero amor" no estaba en discusión, porque todo debía darse para mantener apariencias ante la sociedad.

Ver a un omega sin marca era casi humillante, así es como se pensaba.

Todo parecía ir de mal en peor, hasta que al volver a entrar a la sala de reuniones, lo vio a él.

Un torpe alfa que estaba tratando de cambiar las sillas, quedando estático al verla. Su omega se levantó con curiosidad, su aroma por más que estuviera predominado por un dejes de vinagre, pudo ser capaz de olisquear sus feromonas ocultas, las cuales eran tan atrayentes que casi al instante de conectar su mirada con la de él, sintió como si fuera amor a primera vista.

No pudo dejar de mirarlo durante toda la entrevista, imaginando su vida a su lado, y eso no le disgustó para nada. Una voz interior le decía que estaba traicionando sus principios, pero su omega había tomado el control aunque en el fondo no lo quisiera.

Era la primera vez que sentía amor por un alfa, ¡un alfa marcado! Que no llevaba más de 5 horas de conocerlo, pero experimentar un dulce estremecimiento en su interior al tenerlo cerca, sin que él hiciera esfuerzo alguno por llamar su atención.

Cuando finalmente se fue, sintió que fueron años los que estuvo en esa pequeña sala, sintiendo como si un terremoto hubiera destruido esas barrera que mantuvo con todos los alfas que conoció, en simples segundos.

Siempre vivió ignorando y rechazando a todos los chicos tontos que se le acercaban, pero él era distinto de cierta forma.

No había interés en su mirada, ni algún gusto por ella o su cuerpo. Era anormal en lo que estaba dictado ser "normal", porque no la trataba en base a su jerarquía, sino a su persona, como siempre deseó ser tratada.

Corrió al baño y se mojó la cara, viendo su reflejo en el espejo sin poder creer lo que sucedía.

Pero con el paso de los días y sentir a su omega volverse loca por él, había algo que se removía en su interior, una culpa y tristeza que no la dejaban dormir.

Estaba dividida entre los deseos que su omega necesitaba saciar, y su consciencia humana que le decía que estaba actuando muy mal.

Como una omega desesperada por un alfa, olvidándose de todos los años que siempre luchó por ser independiente.

Pero entonces se preguntó, ¿no existía la posibilidad de luchar contra su naturaleza y tomar decisiones por su propia voluntad? ¿Viviría así por siempre?

Le hacía daño pensar que por culpa de sentimientos que no podía controlar, estuviera perjudicando a personas que no tenían nada que ver con sus conflictos internos.

Más aún cuando su omega tomó el control y sobrepasó los límites, que fue cuando realmente sintió que todo se le salía de las manos.

¿Qué rayos era lo que sentía?

gracias por leer!
capítulo dedicado a AmityGathering

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