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Capítulo 1: La panadería del Tío Eddie.

Mi nombre es Edward Vedder, Eddie para los amigos, el único heredero de la millonaria familia Vedder que lamentablemente, ya fallecieron mis padres hace un tiempo atrás y yo tuve que cobrar por doble una gran pensión mensual por los enormes ingresos que siguen obteniendo mis fallecidos progenitores.

Debía gastar de manera madura mi millonaria fortuna, seguir con un negocio para obtener mayores ingresos, emprender desde ya. Ese era mi sueño en aquel entonces.

No tenía ni la menor idea de qué hacer con mi vida, no quería ser recordado como ciertos herederos de millonarios que sólo se aprovechan del dinero, yo quería ser diferente, humilde y ser reconocido por realizar algo benéfico para la humanidad.

Un par de días más tarde de recibir la noticia de la muerte de mis padres, me enteré también de un fuerte terremoto en el pueblito de Aberdeen, que dejó grandes destrozos y desempleabilidad, por lo tanto, la delincuencia aumentó considerablemente y los rescatistas voluntarios pierden el interés en querer ayudar a la población.

Yo no podía quedarme así, mucho menos sabiendo que fue mi localidad natal, oh, bueno... no del todo, no nací allí pero sí pasé años de mi vida allí, lo que me traía recuerdos nostálgicos y a la vez trágicos porque éstos desaparecieron por culpa de un desastre natural.

Entonces, me decidí por poner un negocio para entregar empleo a los ciudadanos honrados cesantes y con las ganancias aportaría lo más que pudiera a fundaciones y en la reconstrucción de viviendas para los damnificados.

¿Y qué es más humilde que una panadería?

Compré un terreno pre-edificado para contratar una gran mano de obra para conseguir que el gran terreno no sea cualquier tipo de panadería, que sea una industrial para evitar sobrecarga laboral a mis futuros empleados. Cosa que en un mes y medio tenía ya mi "imperio" panadero bien construido, con todas las máquinas y hornos necesarios para comenzar a laborar.

Ahora, ¿cómo fue que logré contratar personal para atender mi negocio? Fue muy fácil colocar carteles por todo el pueblo y por los alrededores también, además de que un amigo de la infancia, Mike McCready andaba cesante y le ofrecí trabajo en la caja mostradora, atendiendo órdenes, mientras que a la hora de cerrar le prometería todos los días nos iríamos a tomar unas cervezas.

¿Qué? Soy millonario, no aburrido, ¿vale?

Mientras yo recibía correos con curriculums de gente interesada por montón para trabajar en mi pequeño Imperio Panadero, un día tras llevar en una camioneta un cargamento de harina y otros bienes alimenticios para preparar el pan, fue cuando contraté a dos de mis tantos empleados favoritos.

A lo lejos yo divisé a dos sujetos de mi misma edad -y fíjense que por usar barba, nada de viejo soy, no más de treinta-, que cargaban una guitarra y un bajo, con unos estuches que seguro portaban amplificadores, caminando pacíficamente por las ahora peligrosas calles de Aberdeen, cuando un grupo de delincuentes se les acercaron por detrás con cuchillas en mano para amenazarlos con éstas para que entregaran sus instrumentos musicales, que a simple vista se les notaba un gran valor comercial. Iba a coger mi teléfono móvil para hacer una llamada al 911 para notificar el incidente, no obstante, ni alcancé a marcar el número porque comencé a flipar en colores ante lo que iba a presenciar: los dos chavales sin problema alguno lograron liberarse de las amenazas pateándoles las manos a los delincuentes, haciendo caer las armas y con los mismos instrumentos apalearon a los que trataron de asaltarlos, al punto en que los bandidos acabaron corriendo lejos de allí.

- Por poco y perdemos nuestra única fuente de dinero -comentó uno de ellos, que llevaba cabello largo igual que yo, castaño oscuro y de contextura muy delgada.

- Ni me digas, hombre -contestó el otro, de cabello lacio y llevaba una barba de chivo delicada, junto a una extraña "boina" de colores-. ¿Te imaginas que perdemos nuestros instrumentos? ¿Cómo vamos a poder pagar el arriendo y nuestra sobrevivencia?

- Maldito terremoto que nos quitó todo -bufó con un gruñido, sentí como el corazón de abuelita me superaba y quise ir a intervenir.

- Eh, chavales, ¿están bien? -me entrometí en la conversación mientras salía de mi camioneta- Los vi hace un rato, iba a llamar al 911 y quedé conmovido con la pelea que dieron.

- Nah', no fue nada -hizo una mueca el más delgado de los dos-. No más defendíamos nuestro único trabajo.

- ¿Tienen una banda? -negaron y yo fruncí el ceño- ¿Y cómo obtienen dinero a partir de esos instrumentos musicales?

- Caminamos todos los días hasta llegar a Seattle y en el área pública nos dedicamos a tocar nuestros instrumentos por algo de dinero -respondió el de la boina.

Joder, el corazón de abuelita me supera.

- Los vi peleando y deduzco que tienen bastante fuerza para poder dar tales golpes, ¿no? -anonadados, asintieron- Pues... me llamo Eddie y tengo un... empleo para ustedes, lunes a sábado de las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde. Doscientos cinco dólares... a la semana, para cada uno, ¿qué dicen?

Los dos sujetos quedaron boquiabiertos ante tal oferta, ventaja de ser un millonario no tacaño como yo: poder hacer grandes ofertas que otorgarían grandes frutos monetarios y además, sacaría de la ruina a dos víctimas del terremoto. Porque, si oí que perdieron mucho después del sismo y que caminan a diario hasta Seattle -un kilómetro más o menos- para sólo pedir limosnas, vaya, es mejor ayudarlos.

- Sólo tienen que hacer una cosa muy simple: Cargar sacos de harina hasta una máquina procesadora y agregar ciertas medidas de otros ingredientes, según el tipo de pan que se tenga que hacer. Sí, tengo una panadería, un trabajo simple y bien pagado, además de que les otorgaré almuerzo al medio día, con respectivos descansos, ¿qué me dicen?

Se miraron mutuamente y asintieron.

- Mi nombre es Stone Gossard y él es mi amigo Jeff Ament -contestó el chico delgado, demasiado contento-. Y... ¡aceptamos!

Estrechamos manos entre los tres.

- ¿Cuándo empezamos? -consultó Jeff.

- Pues... -pensé un poco- ¿No tienen nada que hacer hoy? Puedo llevarlos en mi camioneta hasta la panadería para enseñarles a utilizar las máquinas y a partir del lunes de la próxima semana, antes de las nueve en la panadería para comenzar a laborar.

Volvimos a estrechar manos para acordar el trato.

Ese mismo día los contraté y firmaron el contrato que decretaba que haría todo lo que les prometí.

Después de tantas entrevistas de trabajo que tuve que hacer con muchos interesados... los contraté a todos. Se notaba que era gente honrada que se moría por obtener el empleo. Mucha gente a la que pagaré como corresponda y no de manera mediocre como suele hacerse en muchas industrias.

Entre los trabajadores más destacados que contraté ese mismo día fueron:

James Hetfield: Un rubio de ojos azules de Aberdeen, necesitado de un empleo para por fin independizarse de sus tíos -o tutores, como les llama él-, su departamento quedó con graves problemas y necesita dinero para repararlo. Trabaja agrupando el pan preparado en diferentes bandejas para diferentes tipos de pan.

Lars Ulrich: Un castaño de baja estatura también proveniente de Aberdeen, chiquillo joven igual que el anterior de casi mi misma edad, al cual muchos de sus familiares quedaron en la ruina y viven en su casa, entonces, salió a buscar empleo para poder mantener tantas cabezas en un sólo hogar. Trabaja metiendo los diferentes grupos de pan en el horno y sacándolos.

Kirk Hammett: También de mi misma edad. Moreno y de cabello rizado. Se mudó desde Seattle con su familia a Aberdeen para dedicarse exclusivamente a contribuir los fines de semana en diferentes campamentos y fundaciones dedicadas a ayudar los damnificados. Otro hombre ricachón de buen corazón como yo. Trabaja llevando el pan horneado hacia diferentes canastas cercanas al mostrador.

Hay muchos más trabajadores pero destaco a ellos tres, a los que contraté en la calle y a mi amigo Mike porque son sujetos jóvenes de mi misma edad que el deseo de ayudar les nace del corazón y no por simple capricho.

¿Y yo? Bueno, soy el jefe que supervisa toda el área y se asegura de que todo se está realizando correctamente.

La panadería del Tío Eddie pronto abriría sus puertas para el público hambriento y, les aseguro, que más que un simple negocio, somos una familia, con sentimientos y anécdotas divertidas.

Reitero: en la panadería del Tío Eddie, todo puede pasar, hasta las cosas más alocadas.

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