Pequeña Lucy.
Últimamente he tenido sueños de los que me he despertado completamente sudada, asustada y agitada. En esos sueños, corro para no me atrapen, sin parar, alguien me persigue. Voy por caminos diferentes, pero siempre termino en el mismo callejón vacío y oscuro, donde quiero gritar y la voz no sale de mi interior; donde esa persona me acorrala e intenta atacarme. Empiezo a llorar, suplicando piedad, pero nadie lo hace, nadie tiene piedad. Miro mis manos y son pequeñas, iguales a las de una niña.
Ahora mismo no sé si estoy en un sueño o en una realidad. Voy caminando tranquila, la calle tiene poco movimiento, pero es el suficiente para que alguien me ayude si pasa algo. Doblo en una esquina y ya hay menos gente, cada vez se oscurece más el cielo y las luces de la calle no se prenden. Empiezo a agitarme, me falta el aire, pero no dejo de caminar, lo único que quiero es llegar a mi casa. Una sombra, eso es lo que veo reflejada a mi lado gracias a la poca luz que da el cielo. Giro rápidamente a ver, pero no hay nadie. Camino más rápido y giro en mi calle, ya estoy cerca. Pero no es mi calle. Es el bendito callejón. ¡Ayuda! Intento gritar, pero es inútil. La voz volvió a abandonar mi cuerpo. Tranquila, Lucía, es sólo un sueño. Por más que trato de calmarme, es imposible. El pánico ya me está acompañando. Siento mi cuerpo pequeño, no me reconozco. Estoy llorando y esa persona se acerca a mí con una sonrisa macabra. Me siento acorralada, sin salida. Es mi fin.
—Lucía, cálmate, despierta. Sólo fue un sueño, pequeña. Tranquila, mamá está aquí —siento como los brazos de mi madre rodeaban mi cuerpo mientras trataba de controlar mi respiración.
—Estoy bien, mamá. Gracias por preocuparte, pero no tenías que venir hasta mi cuarto —detesto que mi mamá irrumpa en mi habitación en medio de la noche. Sólo era eso, un sueño. Estaba a salvo en mi cama, en mi casa.
—Sé que no te gusta que entre a tu habitación sin tu permiso, pero estabas gritando en medio de la noche. ¿Qué más podía hacer?
—Estoy bien, mamá. Lo siento, puedes ir a dormir.
No muy convencida, mi madre sale de la habitación. Trato de volver a dormir, pero el sueño no deja de dar vueltas en mi mente. El sol me sorprende entrando por la ventana de mi habitación. No sé bien cuándo me dormí, pero sé que no fue una buena noche.
Decido darme una ducha antes de bajar a desayunar para ir al colegio. Necesito despertarme y despejar mi mente. El agua caliente recorrer cada centímetro de mi cuerpo y ayuda a que se relajen plenamente mis pensamientos. Salí del cuarto de baño y mi vestí lo más sencilla que pude: un jean, unas zapatillas Adidas y una remera no muy llamativa.
Bajo a desayunar. Mi padre está, como todos los días, leyendo el diario digital en su tablet; mi madre, por otro lado, está terminando de preparar las tazas de café para los tres.
—Buenos días, hija —, saluda mi padre sin quitar la vista de su aparato electrónico.
—¿Cómo estás, cariño? ¿Amaneciste mejor? —Habla mi madre mientras dejaba una taza de café caliente delante de mí.
—Buenos días. Estoy mejor, gracias. ¿Alguna novedad hoy?
—Ninguna en específico, ¿por qué lo dices?
—Lo digo porque solamente preparaste tres tazas de café, como si Alexander no estuviera en esta casa.
—Lucía, hija, ya sabes cómo es tu hermano —, habla mi padre dejando de lado la tecnología —. No le gusta para nada desayunar con la familia y más desde hace algunos años cuando todo cambió en su vida.
—Lo sé. Pero siempre es mejor preguntar.
Mi actitud empieza a molestar a mi padre. Cada vez que preguntaba por Alexander, él evadía la respuesta. Sé perfectamente que no le cae para nada bien la vida que tiene mi hermano, pero así lo decidió y así sigue viviendo en la casa.
Termino de desayunar y camino hacia el colegio. Durante el trayecto, me encuentro con Maite, mi amiga de toda la vida. Caminar con ella bajo este cielo despejado y el sol que calentaba la piel, por más que hace frío esta mañana, es agradable. Me hace olvidar de todas mis pesadillas por un instante.
—Me vas a acompañar a la práctica esta tarde, ¿verdad? Sabes que es muy importante para mí. Se define si me dan la beca para la universidad o no —casi había olvidado la práctica de Maite.
—Obvio que sí. ¿Qué clase de amiga sería si no te acompañara a esa práctica tan importante? Sabes que te la darán, sólo ten fe de ello. Todo saldrá bien.
Las clases en el instituto trascurrieron casi normal. Digo casi porque durante todas las horas sentí que alguien me observaba. Miraba para todos lados, pero no había nadie mirándome. Aun así, sentí un par de ojos clavados en mí todo el jodido día. A la salida del colegio fui con Maite al club. Entrenó sola, con su equipo y, finalmente, la probaron. Al terminar la práctica, camino con Maite unas cuadras.
—Gracias por acompañarme, amiga. Ahora sólo falta esperar el resultado. Estaré nerviosa todo ese tiempo.
—Te irá genial. Recuerda: eres la mejor en basquetball de todo el colegio.
Nos despedimos con un abrazo y ella se va caminando por el camino opuesto al mío. Esperaba encontrarme con alguien que me observara, pero no fue así. Mientras estaba en el club, también sentí ojos mirándome fijo, pero no sabía de dónde venían. Decidí pensar que eran imaginaciones mías, así que no le di mucha importancia.
Voy relajada, no hay a nadie por el camino y eso me alegra demasiado. Hasta que lo veo. Me mira con una cámara en sus manos mientras me toma una fotografía. Giro en dirección contraria a él y empiezo a correr. Necesito llegar a mi casa rápido y, por primera vez, espero ver a mis padres ahí. Las manos me tiemblan mientras intento abrir la cerradura de la puerta, miro hacia todos lados, pero no veo a nadie. Logro abrir, entro y cierro rápidamente. Dejo caer mi peso en la puerta cerrada, a modo de alivio. Un mensaje llega a mi celular de un número desconocido.
¿Repetimos lo que pasó hace unos años, pequeña Lucy?
No, no podía ser cierto. Esos sueños, eran sólo el recuerdo de lo que me pasó de niña. ¿Cómo es que lo había olvidado? No quiero volver a pensarlo, me doy asco a mí misma. Corro al baño a vomitar, tengo el estómago revuelto. Me llega un mensaje de mi mamá, avisándome que se fue de viaje con mi padre al pueblo donde vive mi abuela por una urgencia y volverán en unos días. Las ganas de llorar invaden mi ser y no las retengo; al fin y al cabo, estoy sola.
El agua caliente de la ducha empieza a mojar mi cuerpo, pero, aun así, siento manos por todos lados, tocando y gozando del tacto. Siento mi cuerpo pequeño, como seguro fue aquella noche. No dejo de llorar, siento que ahora mi vida está arruinada.
No tengo hambre, el estómago se me ha cerrado completamente. Me pongo un pijama y me recuesto en mi cama. Miró al techo, pensando en lo desgraciada que se volvió a mi vida con tan sólo un mensaje y un sueño. ¿Por qué a mí? Es lo único que pienso.
La mañana me sorprende con el sol calentando poco a poco la habitación. No quiero salir de la cama, pero tengo un examen y debo ir a rendirlo. Me miro al espejo: las grandes ojeras y los ojos hinchados adornan mi cara. No me voy a maquillar, no voy a ocultar mi desgracia. Tuve una muy mala noche, casi no dormí. Cada vez que cerraba los ojos, el recuerdo volvía mi mente y con él, las lágrimas.
Ya en el colegio todas las miradas reparan en mí. Claro, nunca vieron a una chica que tuvo una mala noche, se la pasó llorando y no usa maquillaje para disimularlo. Recibo un mensaje de texto. Lo miro asustada y tenía razón al asustarme.
Pequeña Lucy, debiste haber usado maquillaje.
El terror empezó apoderarse de mí. Miro a todos lados, pero todo el mundo estaba en su rutina de vida. Comienzo caminar hacia el patio, el aire me falta. Daniel, mi compañero de clase, me roza el pasar y tengo mucho miedo. Marissa, otra compañera, me ve tan asustada que me agarra del hombro para que la mire; pero sólo puedo zafarme y salir corriendo. No quiero que nadie me toque, siento que todos van a hacerme daño.
No puedo tolerar estar en clases, quiero estar en mi casa, sola, en mi cuarto; me siento más segura que aquí con tanta gente. Decido irme. Comienzo a caminar y al llegar a mi cuadra veo un auto negro y muy lujoso estacionado en frente mi casa. Tengo miedo, estoy sola. Nadie podría ayudarme. Decido dar la vuelta y corro a una cafetería, la que siempre vamos con mis amigas. Me siento más segura ahí que mi casa, con alguien observando desde afuera.
Luego de la hora de la salida del colegio, empieza a ver más movimiento de gente. Decido volver a mi casa, esperando encontrarme con el auto negro. Para mi sorpresa, ya no estaba. Entro a la casa y voy directo a mi cuarto. No quiero dar vueltas por ahí, así que me quedo todo el día en la comodidad de mi habitación. Había llevado un poco de comida y eso era suficiente. La noche me sorprende mirando una serie y decido dormir, estaba cansada. Me despierto con pocas ganas de ir al colegio, pero dado que el día anterior me escapé, debo ir hoy para pedir otra fecha de examen.
—Lucía, ¿nuestros padres dónde están? —Me pregunta Alexander, mi hermano, cuando paso por su lado.
—Se fueron a ver a la abuela, volverán el fin de semana.
Alex suelta un suspiro y se va. Pienso en comentarle sobre los mensajes, en el mundo que él se mueve debe conocer a gente así, podría ayudarme. Resisto de esa idea, no creo que sea bueno involucrar a mi hermano.
En el pasillo todos me ignoran. Es raro porque ayer todas las miradas estaban sobre mí y hoy nadie se voltea a verme, ni siquiera notan mi presencia. La única que me nota es Maite. Ya no sé qué es peor: si sentirme observada o que nadie me mire. Creo que es peor sentirse ignorada porque te hace sentir sola y si algo te pasa nadie puede ayudarte. Tengo mucho miedo. La verdad es que tener un acosador y que mis padres estén lejos no ayuda, y mucho menos el hecho que todos me ignoran. ¿Y si el acosador actúa y nadie me puede ayudar porque nadie me nota? Sería lo peor, pero es una gran posibilidad.
Han pasado dos semanas desde el primer mensaje del acosador. El último mensaje lo recibí hace una semana y ya no me molestó más; creo que al fin me libre de él. Camino tranquila por la galería del colegio, me siento más segura conmigo misma; sé que nada podría pasarme. Me dirijo hacia mi salón distraída en mis pensamientos y noto que ya casi no hay gente en los pasillos, todos están en sus respectivos salones.
De repente, alguien me tapa la boca. Muerdo con fuerza su mano y empiezo a gritar. Nadie me escucha, todos ignoran mis gritos. Es como si llevaran auriculares con la música a todo volumen. Me empiezo a sentir sola, asqueada; siento que esas manos ya estuvieron por mi cuerpo. No quiero que me toque, es repugnante. Me siento sucia, me va a lastimar y me da miedo.
No puedo dejar que pase otra vez, ya no soy una niña indefensa. Piso fuerte su pie izquierdo, golpeo con mi codo su costado derecho y, cuando quedo libre, golpeo su parte con mi rodilla. Corro lo más rápido que puedo y termino en el patio del colegio. Recuperando un poco el aire voy hasta donde está el profesor de Educación Física. Está acomodando las cosas, pero cuando llego a él se va, sin siquiera notar mi presencia. Quizá no me llegó a escuchar, ya que estaba de espaldas a mí.
Saco mi celular y llamo la policía: es hora de que vengan actuar. Les digo que un hombre intentó llevarme. Lo buscan por todo el colegio, pero ya no está. ¿A dónde se fue? Me llevan a la comisaría para que rinda declaración y puedan hacer un retrato de mi acosador. Cuando lo hacen reconozco enseguida ese hombre, por más que son los lo vi con una expresión de dolor en su rostro. Buscan en sus registros, pero no se parece nadie. Es como si esa persona no existiera. Creen que estoy delirando y me recomiendan un psicólogo, aunque yo estoy segura de lo que me estuvo pasando. Les mostré los mensajes de texto y me dijeron que investigarían, pero no me prometieron nada. No me creen, al fin y al cabo, nunca recibieron una denuncia por abuso sexual infantil hace 10 años y menos relacionada a mí. Les explico que yo me enteré hace poco, que lo recordé, pero dijeron que tendría que haberlo hecho antes.
Voy a la sesión con el psicólogo. Estuve esperando casi media hora para que me atendieran y, cuando lo hace, deseo que nunca lo hubiera hecho. Me invitan pasar una habitación donde me espera el doctor. El acosador era el psicólogo.
—¿Cómo estás, pequeña Lucy? —Me dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
—Yo no debería estar aquí —dije y me di vuelta rápidamente, tenía que huir. La puerta estaba cerrada con llave, no podía hacerlo —. Por favor, no me hagas daño —suplico.
—Tranquila, pequeña Lucy. Sólo es una charla amigable —trato de gritar, pero es inútil. Nadie me escucharía porque ya no quedaba nadie en el consultorio.
Fue mi propia condena venir al psicólogo que me recomendaron.
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