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XII

Amenazas, mi lenguaje favorito. Cada palabra surgida de mi boca siembra, en quien me escucha, una ligera pero turbia sensación, una alerta silenciosa que te anuncia un peligro al asecho, una amenaza inminente.

Soy una amenaza viviente, cosa que ha dicho mi madre –hasta el cansancio– desde que tengo memoria. Soy una amenaza viviente y no hay manera de hacerme retroceder, cambiar de opinión, apartar la vista de algo que pretenda, quiera o desee poseer.

Siempre he creído que las cosas son, en su mayoría, una oportunidad muy mal versionada. Un prodigio podría, ampliamente, aprovecharse de cuanta oportunidad se cruzase en su camino, pero estas yacen como encubiertas y los pobres ilusos las confunden con lo que no son.

Soy una amenaza y debo reiterarlo. Lo soy porque no me dejo engañar por nada, por nadie... porque consigo superar las trabas de un destino a medio escribir y salto barreras diseñadas para otros, para los prodigios, y alcanzo lo que no debería.

Simplemente me encanta el desbalance. Me encanta romper las reglas fijas, esas que solo los de poder y título pueden romper porque les sale del culo y nadie puede reprochárselos.

Ése soy yo: el pobre diablo que sabe hacer lo que no se debe, que sabe hacer lo que no se busca y que cayó presa, de una manera imposible, en un círculo vicioso que no se parece, en nada, a quien soy.

¿A qué me refiero? ¿De qué se trata tal o cual cosa? Un tipo. Me refiero a un tipo, un sujeto, un fulano, otro hombre... un maldito e impredecible demonio que viste de traje, que como un Santo y luce la cara de un Ángel.

El cuñado de la puta de mi hermana, desde que apareció de no sé dónde carajos, solo me ha causado un dolor de culo digno de quien pareciera pagar todas las culpas del mundo.

Pero solo soy culpable de las mías y de ninguna otra. Solo soy culpable de aquel mal que degusto con cierta euforia cuando nadie me mira, hasta que aparece el mal nacido a reclamarme nada solo porque sí.

Y son palabras de mi hermana, en cierto modo, las que surgen de entre sus labios solo para fastidiarme. Me ha investigado, estudiado, analizado y acosado sin pausa. Soy, casi, su rata de laboratorio, su juguete de tortura predilecto, su sumiso y lastimero sirviente...

Con mi orgullo hecho mierda lo admito: soy suyo... aunque eso no siempre es verdad.

Soy una amenaza viva que se divierte haciendo el mal a los malos, que se afana en dejar en ridículo a los buenos y que, simplemente, está cansado de existir.

Soy una amenaza y lo repito con tanto afán porque es la única verdad que ha podido salir, jamás, de la boca de mi hermana. Porque, por muy puta que sea, por mucho que ande de un millonario a otro cazando fortunas ajenas, me ha hecho sentir digno de un concepto propio, de una definición.

Entonces salta aquel pedante ricachón, maricón de clóset sin remedio, y me visita cuando le da la gana, cuando sabe dónde y cuándo encontrarme, sea donde sea que me oculte. Y yo le sigo el juego porque tiene algo que no comprendo... tiene algo que me obliga, que me embelesa, que me impulsa...

Entonces termino viajando en un coche último modelo, instalándome –luego- en un cuarto de hotel mil estrellas, a puerta cerrada y con su aliento acariciándome el cuello.

Termino, sin pena ni gloria, en los brazos de aquelidiota, desvistiéndome del orgullo y escuchando, casi con amor, la voz de un hombre que dice mi nombre mientras me hace suyo una vez más.

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