VIII
Entonces me toca liarme con el mal clima por un tiempo impreciso. Sacarme del forro un maldito cigarrillo que ni tengo, quedarme mirando el medianamente oscuro cielo y preguntarme, solo por preguntar, por qué fue que decidí venir antes y no hacer otra cosa.
Hay cuestiones que carecen, por completo, de respuestas, así como, otras, carecen de preguntas a simple vista solo porque no queremos saber nada, solo porque pretendemos no querer saber nada, aunque ya lo sepamos de antemano.
Pero es difícil lidiar con la imagen de la verdad siempre negada cuando esta, de manera sorpresa, aparece ante tus ojos cuando tú mismo, por cosa de zares impertinentes, también llegas de sorpresa.
Digamos que fue un asunto de contradictoria suerte. Y digo contradictoria porque, ver lo que vi no fue nada agradable, pero no ser descubierto, cuando yo los descubrí primero, me ha salvado de una situación tan malditamente incómoda como ninguna.
¿Y ahora cómo me borro ese instante de la mente? ¿Cómo me saco esta tan complicada imagen de mi cabeza? Porque no es fácil llegar a casa después de trabajar y toparte con la figura desnuda de tu hijo, en el sofá, de espaldas a la puerta, montado sobre otro muchacho, cabalgando y gimiendo sin control.
Un asunto bastante porno ¿no es cierto?
Y es que, lo he sabido siempre, este asunto de ser padre no es para nada sencillo. Es una responsabilidad agobiante -y bastante turbia- el querer encaminar una vida ajena por un sendero parecido al tuyo, buscando evitarle tus errores, a la vez que quieres evitar los suyos propios.
¿Y cómo confrontaría un padre esta escena? ¿Cómo debería haberlo hecho? ¿Debí, acaso, haber aclarado la garganta y darles a entender que había una pequeña brecha en sus defensas? ¿Debía anunciarles que el enemigo público número uno había vuelto a casa y decirle a Javier que ya era hora de sacarse del culo la verga de su amigo?
No lo sé. Ser su padre ya me ha hecho merecedor de muchos títulos villánicos y, en verdad, no quisiera ganarme el peor de todos.
¿Que tengo un hijo maricón? Supongo que los tiempos cambian. Supongo que hasta yo he cambiado demasiado desde que Javier existe en mi vida, sobre todo, desde que Noelia nos dejó a solas, el uno con el otro.
¿Lo hice bien o me equivoqué en el camino? Cualquier padre que encuentre a su hijo clavado como lo encontré yo pensaría que ha fracasado de la peor manera posible. Yo creo que simplemente debo hacerme a un lado, por una vez en la vida, y dejarlo ser a su manera.
Entonces las cosas toman un curso distinto en mi mente y mis nervios se desbocan sin control, porque debo volver al presente, porque debo confrontar la cara de un par de muchachos que, pálidos hasta los zapatos, me miran como quien ha visto a un muerto.
–¿Hace cuánto estás ahí, pá? –pregunta Javier con un nerviosismo atroz.
–No tengo ni puta idea –respondo con la más clara honestidad posible sin hacerme notar incómodo.
El amigo, entre palabras sin sentido, creo, se despide para luego huir de la escena a toda velocidad. La bicicleta se pierde pronto de vista cuando Javier, rascándose la cabeza, da media vuelta y vuelve a la casa.
–No quiero sonar entrometido –digo entonces notando la incomodidad creciente entre los dos; –Pero la cama me parece mucho más cómoda.
Javier me mira como atónito y se queda ahí, de pie, a medio camino, como intentando decirme algo que no dirá nunca.
–Al menos espero que hayan estudiado como prometieron.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro