Su voz fue, en cuestión, como un disparo directo al corazón. Una bala perdida salida de ninguna parte que entró en mi cuerpo para no salir jamás y, con ello, dejarme tendido sobre el suelo, apagado y sin vida.

Porque la vida se me escapó por entre los labios, como un suspiro. Así lo sentí. Ahora, de mí, tan solo queda una coraza vacía que deambula, siempre, en automático. Soy, tan solo, un aparato sin corriente, inútil, arrinconado a la fuerza porque estorba.

–¿Y qué esperabas? –preguntó luego, porque quise saber sus razones... aunque ya las conocía de antemano: era obvio.

–Nada, en realidad. Yo solo...

Yo solo pensé, tan solo eso, y lo hice de manera errónea. No podía haber sido peor el error, así como no podía haber sido peor, tampoco, el disparo sobre mi siempre afligido corazón.

–Así son las cosas –sentenció antes de darme la espalda por segunda vez.

–Así son las cosas –repetí yo, entre susurros, aguantándome el llorar previamente pronosticado.

Una bala perdida.

Una vida, también, perdida.

Una amistad, lastimosamente, perdida.

Un amor, patéticamente, sentido.

Porque debí guardarme mis palabras, así de simple. Debí guardarme mis pesares, mis sentires y demás mariconadas porque, lo sabía, lo sabía a la perfección, a él nada le gustaría el asunto. A él, para nada, le gustaría yo.

Y, de hecho, aunque el disparo fue tan solo un suceso imaginario, ficticio, mi cuerpo sangra como sangra la herida que llevo dentro de mi imaginario emocional. Sangra como sangra el corazón al bombear el cuerpo entero porque no puedo evitar sentir que la vida se me escurre entre los dedos.

Me odia. Me odia por amarlo. Me odia por haber sido impetuoso de palabras, de acciones y sentimientos. Me odia por haber sido capaz de romper los límites que él no se atreve a confrontar. Me odia, sobre todo, por haber sido capaz de decirlo ante ojos y oídos ajenos y dejarlo sin defensas.

Fui un completo idiota... pero los idiotas no pueden evitar serlo cuando el corazón dice lo que dice, con la fuerza con la que lo dice y con el afán con el que lo dice. Porque, cuando se trata de amor, así son las cosas.