De eso se trata el encuentro. Él, yo, buena música y un café como solo yo puedo preparar. El plan es simple, sin intensiones dobles, sin pretensiones inusuales, sin ideas contradictorias ni nada por el estilo. Tan solo un café.

Dijo que se retrasaría, que llegaría un poco tarde. Que los asuntos del trabajo le robaban tiempo de su día a día y ya empezaba a hartarse de todo eso. Una frase que ya había estado escuchando desde antes y que, me sorprende, no haya hecho nada al respecto.

No, no es una cita. Al menos no una cita propiamente dicha. Solo seremos un par de amigos que se reencuentran, que se pondrán al día, que reirán hablando de pendejadas sin sentido y que rememorarán estupideces compartidas en nuestra adolescencia.

El reloj marca las tres y cuarto. Sé que llegará tarde, me lo ha dicho ya, pero no puedo hacer otra cosa aparte de esperar, de rondarme una esquina y otra buscando imperfecciones que pueda reparar. Es un nerviosismo estúpido, muy a pesar de los años, simplemente porque se trata de sentimientos jamás superados.

Cuando aparezca, cuando abra la puerta, cuando lo salude y lo haga pasar, habré de toparme con un sujeto diferente, con un hombre diferente, con un Nerio muy diferente al que compartió aulas y clases conmigo en la universidad.

Quizá ahí entienda, finalmente, el corazón que debemos seguir adelante. Pero la cosa toma otra dirección ni bien abro la puerta y me topo con su rostro al otro lado del umbral. ¿Esperaba algo? ¿Cuánto tiempo llevará ahí parado? No importa.

Le tiendo la mano, sonreímos, nos damos un abrazo, lo hago pasar. Se mueve como un niño temeroso en una casa desconocida. Se mueve con suma cautela intentando no tropezar nada y ocupar el menor espacio posible. Sigue siendo el mismo niñato tierno de siempre.

El reloj anuncia las cinco en punto cuando me desplazo desde la sala hasta la cocina. Es momento del café, porque de eso se trata todo esto. De un café y dulce compañía. De un café y una charla amena con amistades de siempre. Y lo que se siente en el corazón es lo de siempre.

Vuelvo mis pasos en reversa y el flash de su Polaroid me recibe mientras sonríe como creí no volver a verlo jamás. Una de esas sonrisas que embriagan el alma a tal punto de hacerte cometer una que otra tontería...

Entonces el café, la Polaroid, un par de selfies y luego un beso sorpresa capturado en una foto, también sorpresa. No dice nada, no ha dicho nada. Solo ha vuelto su mirar hacia mí, traga en seco y yo, demasiado cerca, corroboro mi acto como un "al carajo para siempre la vida entera".

Tan solo un café, ese era el plan...