Salí de la preparatoria y me dirigí a la avenida, doblé en una esquina y seguí caminando.
Estaba exhausta, había tenido 3 horas de matemáticas.
Lo que quería era llegar a mi casa para dormir una buena siesta.

Mientras caminaba por la acera vi a un hombre alto con el cuello lleno de tatuajes vestido completamente de negro, medía como 2 metros.
Estaba parado, recargado en una camioneta tan negra como su cabellera que llevaba desordenada.
Estaba espectacularmente apuesto.

Me miró por unos segundos y bajé la mirada de inmediato cuando lo hizo.
¡Dios!, su forma de mirar era intimidante y envolvente.

Antes de dar vuelta en la esquina giré mi cabeza hacía atrás para verlo de nuevo, estaba fumando un cigarrillo mientras me observaba, ¡sí! ¡me estuvo mirando todo el tiempo!.

Me tensé, nerviosa, y caminé hasta que llegué a casa.

Saqué las llaves de mi mochila y abrí la puerta.
Estaba sola, solo yo, como todos los días.
Mis papás trabajaban y llegaban hasta la noche.
Ya estaba acostumbrada a esto.

Aunque la verdad me sentía en una profunda soledad.

En la escuela solo tenía una amiga, Milly, casi nunca salíamos, solíamos vernos solo en la preparatoria.
No tenía hermanos, era hija única.

Mi vida era muy aburrida.
Le hace falta una chispa de emoción y adrenalina.
Le hace falta color.

Fui a mi habitación y me acosté sobre el colchón.

¿Cuando volveré a ver al hombre de negro? ¿Cuál será su nombre? ¿Tendrá una novia? ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos años mayor que yo es?

Entre tantos pensamientos me quedé dormida.