Inseguridades (3): Ugly Nay
Nayeon estaba viviendo probablemente, su peor pesadilla.
Estar en un lugar público viendo a omegas con cuerpos delgados y curvilíneos, justo cómo lo tenía ella antes al suyo; pero gracias a su absurdo descuido, aumentó dieciocho kilos en tan solo dos meses. Dos meses en dónde se la pasó comiendo comida chatarra como toda una cerda cada día de las semanas.
Se abrazó su propia cintura para tapar su pancita gordita, la cuál rugía debido a que su mirada paró en una pequeña pastelería, en dónde en la vidriera se podía ver diferentes tipos de postres cargados de crema, chocolate, diferentes tipos de frutas exóticas y de más.
Uh, otra vez no.
Nayeon desvío su mirada al suelo, mientras bajaba más su crop top para intentar cubrir su estómago, dolía. Le dolía estar pensando irracionalmente y que su sentido de cerdita le pidiera a gritos que coma algo.
¿Dónde está Tzuyu?
Tzuyu está sacando dinero del banco, pues hoy salieron especialmente porque Chou quería consentir a su omega, pero se quedó charlando con una beta y a la pobre Nayeonie le dolía más eso.
Contando con sus incrementadas inseguridades y con que esa beta tenía un bello cuerpo, no podía controlarse a sí misma, necesitaba algo para tranquilizarse.
Comida.
¡No, comida no! ¡no puedo!
Ya estás demasiado gorda, comer más no te hará nada malo.
Pero no quiero engordar más…
Tan solo serán unos kilitos más.
La omega estiró su cabello y lo aplastó entre sus manos, obsesionarte con tu peso era una cosa muy severa. Tu lado obsesivo y tu lado irracional te dan malas jugadas y te estresan a un punto en el que explotas en llanto, como Nayeon ahora si no estuviera en un lugar público.
Dirigió su mirada hacia los vidrios transparentes del banco, viendo cómo su alfa guardaba el dinero en su billetera mientras que la chica seguía contándole algo. Algo que no le interesaba para nada.
“Sólo será un postre”, resonó en su cabeza.
Pudo escuchar como un conocido “ting ting” sonó a su alrededor, su alfa salió con una sonrisa reluciente y en el momento de pánico, soltó su cabello y bajó sus manos sudadas a sus muslos y empezó a apretar mientras miraba el piso.
—¿Sucede algo, cariño?— preguntó la recién llegada, posando una de sus manos sobre las de Nayeon.
—Estoy bien, pero… ¿podríamos ir a-?— estaba por decir para ir a esa pastelería, pero sintió cómo sus palabras se cortaron al recordar cuánto pesaba.
Aún recuerda cómo la cifra “88” se posaba orgullosamente en esa maldita máquina.
—¿Pequeña? ¿A dónde quieres ir?— cuestionó la alfa, con la intriga de saber a dónde quiere ir su linda omega.
—A ningún lado, uh… se me fueron las ganas.— respondió, tratando de restarle importancia.
—¿No te gustaría ir a comer algo?
Comer, comer. ¡ella no quiere comer!
—¡No!— gritó Nayeon, llamando la atención de las personas que estaban algo cerca de ellas. —d-digo… no, no quiero.— murmuró para ella misma, sin embargo, Tzuyu la escuchó.
—¿Por qué no? A mi pequeña le gusta mucho la comida.— Tzuyu acarició los mechones castaños de Nayeon.
Nayeon está segura de que la comida será su peor enemiga.
Porque es cómo si la comida arruinó su estabilidad emocional, que no es del todo mentira.
Cada vez que la menor trataba de mirar otra cosa encontraba diversos puestos de comida, desde postres hasta snacks salados que la gente comía gustosa.
Nayeon también era así.
Sus ojitos empezaron a llenarse de lágrimas y sorbió su nariz, lo único que fue capaz de hacer es balbucear, y se prendió fuertemente del pecho de su alfa, como si fuera su refugio.
—Quiero ir a casa, ciervito. Por favor, vamos a casa— susurró Nayeon, llenándose del aroma de la mayor a medida que frotaba su cabecita en el pecho contrario.
La pelinegra ladeó su cabeza confundida ante el repentino cambio de humor de Nayeon. Antes de entrar al banco la pequeñina estaba tan feliz de salir de casa y compartir tiempo solo ellas dos solitas, y cuando volvió simplemente vio su carita de cachorrito confundido en busca de su mami.
—Está bien, pequeña. ¿puedo saber por qué?
—¿Te lo p-puedo contar en hogar, alfita?— balbuceó Nayeon, levantando su mirada solo para encontrarse con los ojos preocupados de la mayor. —NayNay quiere ir a casa para tomar un biberón llenito de leche tibia.— agregó.
—Bien, amorcito. Confío en que me vas a contar, ¿mh?
...
La omega yacía recostada en el pecho de su alfa y succionaba el piquito de su biberón, su atención estaba totalmente puesta en un pequeño niño de prendas azules, el cual tenía de nombre pocoyó.
En cambio, la alfa esperaba tranquilamente que su pequeña terminara su leche y para pasar el rato con ella mientras tanto, miraba con esta la caricatura y mimaba su cuerpo.
Tzuyu no se acostumbraba a mirar dibujos animados, pero debe admitir que son entretenidos; por lo menos los que mira su pequeña Nayeon.
Sin embargo, en su mente estaba inquieta. No entendió porqué su pequeña Nay tuvo esa clase de comportamiento, no recuerda haber visto algo espeluznante o algo que asustara a su omega esa mañana, tan solo espera poder superarlo juntas y seguir adelante como hacen siempre, apoyándose la una a la otra.
—Tzuu— llamó la menor. —¿Puedo tomar otra más? ¡la última! ¡por favor!— suplicó Nayeon, los biberones que le preparaba su alfa eran exquisitos.
—Esta conejita me prometió contarme lo que sucedió cuando salimos. — reprochó Chou, mirando de reojo los ojitos de la omega. — Si me cuentas ahora te doy otro biberón después.— agregó.
—¡Pero Tzuu!— puchereó la menor. —tu conejita tiene mucha hambree, no la alimentaste bien.
—Nayeon.— sentenció Tzuyu.
El mayor terror de su omega era que le den un sermón diciendo su nombre completo, lo odiaba.
—bien… se lo contaré.— accedió Im.
La más pequeña se acomodó en el regazo de su alfa y comenzó a relatar su mini historia.
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