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Parte única


—¿Alguna vez me dejarás amarte?

—¡Sobre mi tumba, Dazai!

—Esa clase de cosas no son lo mío, Chuuuuya, ¿lo sabes? —canturreó, risueño y fastidioso—. Prefiero los cuerpos calientes. 

Vio la mano venir, porque de tantas cachetadas que recibió a lo largo de su vida ninguna era difícil de percibir con su experiencia. Y menos cuando se trataba de Chuuya. La esquivó con agilidad y elegancia, sonriendo hacia el muchacho que frente a él se hallaba. 

—Veloz, pero no lo suficiente, querido —continuó, aprovechando el movimiento para tomar la mano de su acompañante con delicadeza en el aire.

Chuuya lo observó con cansancio y gruñó. Se levantó de su asiento con un aspecto que gritaba que ya estaba comenzando a tocar fondo, que ya había tenido suficiente de ese hombre por aquella noche, y caminó rápidamente hacia la puerta, soltándose del agarre con brusquedad.

Era la primera salida luego de meses de insistencias. Como eran compañeros de trabajo, no era como si Chuuya pudiese evitarle; al contrario, eran forzados a realizar misiones sumamente longevas en las que debían incluso compartir habitación en posadas, donde eran descarnadamente tratados como un matrimonio.

Dazai le parecía un imbécil y un pedante, ni más ni menos.

Su accionar no le parecía razonable, sus palabras le parecían pestilentes y el trato que mantenía hacia su persona era confuso y contradictorio cuanto menos. Por la mañana y por lo que durase el sol en el cielo, le trataba de inútil; por la noche, cuando la soledad le picaba, se transformaba en un payaso que se arrastraba por su atención y se partía por su cariño y su toque.

Cuando la luna les iluminaba, Dazai caía hipnotizado ante su belleza, como si los rayos del sol transformasen a Chuuya en un abominable cerdo. Era un tipo despreciable, pero atractivo y seductor por las noches. No podía negar que su lado bueno opacaba sus maldades, porque Dazai era esa clase de persona que cautivaba con facilidad. Era esa la razón por la que aceptó aquella miserable salida luego de meses y meses de invitaciones rechazadas y palabras enmudecidas.

En el momento en el que su mano se aproximaba al picaporte, Dazai apareció de manera súbita y grácil frente a él, colándose entre este y la entrada.

Con sus manos detrás de su espalda, como casi siempre, le guiñó el ojo y entonó las siguientes palabras:

—Mi bello Chuuya, permíteme esta pieza. 

Dicho esto, le tendió la mano haciendo una reverencia y le sonrió, cabeceando al ritmo de la música que sonaba muy, pero muy baja. Era tan baja que costaba adivinar de qué canción se trataba, y tan baja y tan sutil, que Chuuya no la había notado en absoluto.

Chuuya le miró sorprendido, con la auténtica sorpresa de que cada día pudiera idear nuevas tonterías para hacerle reír, o para cabrearle demencialmente; cuando creía que ya no podía ser más extrovertido, aparecía con actos que rompían las barreras. 

—Córrete a un lado —dictó, luchando por mantener su postura. Cerró sus ojos y sacudió su cabeza negativamente mientras disimulaba una sonrisa—. Por favor, quiero irme a descansar.

—¿Para qué? Mira, ¡la noche allí afuera es preciosa! —le respondió el muchacho mientras sus ojos brillaban como una más de las hermosas estrellas que en el cielo se encontraban—. No más que tú, pero claro. La noche acaba en unas horas, aun es temprano, pero lo hará. Ella volverá a descansar más tarde, pero tú no tienes por qué hacerlo, cariño —le ofreció su mano nuevamente—. Vamos, concédeme esta pieza. 

—Dejame ir, bastardo.

—¡Eso jamás! —exclamó con el mayor de sus innatos dramatismos—. No lo haré mientras sigas siendo objeto de mi desvelo. 

—Si no quieres volver aún, no lo hagas; mas yo sí lo haré —suspiró con el esbozo de una sonrisa en sus labios—. Esto se acaba por hoy, Dazai.

Lo hizo a un lado con su cuerpo y salió por la puerta. Caminó dos metros y dobló la esquina, esquivando un poste de luz.

No fue necesario que se diera vuelta para reconocer que Dazai iba caminando atolondradamente atrás de él. Lo que no se esperaba era comenzar a oír su nombre a los gritos y el ruido del metal.

Se volteó por la intriga de saber qué límite cruzaría aquel muchacho ahora. Sus movimientos eran de una resignación que se colaba entre su curiosidad.

—Oh ¡Chuuya! ¿Ves aquellas estrellas? —dijo señalando hacia el cielo con una mano, mientras que con la otra se encontraba prendido al poste de luz y girando. Parecía que bailaba— ¿Las ves? —su voz sonaba extasiada, apasionada. Era la voz de un poeta enamorado y emperrado— Ellas brillan hoy por ti. Esta larga noche es hermosa porque tiene tu nombre en ella. 

La noche de verdad estaba en su momento más joven y primoroso. Era luna llena, y esta se encontraba extrañamente más grande de lo normal y amarillenta con tonalidades anaranjadas. Las estrellas eran demasiadas para darles un nombre siquiera por conjunto. El viento soplaba con humedad, y el bello aroma de esta última impregnaba la ciudad; se veía a los árboles danzar con la ventisca y junto al ruido que esto provocaba, era todo maravillloso. 

—¡Oh, Chuuya! —prosiguió—. No me dejes esta noche, ni me abandones cuando llegue el amanecer —todo era cada vez más tragicómico—. Quiero que me acompañes hoy y mañana, sábado y domingo, de ida y de vuelta, este año y el próximo, ¡esta vida y la siguiente!

La vereda estaba vacía, sin embargo la de enfrente tenía gente, no mucha, que observaba a Dazai y reía con simpatía. ¡Vaya hombre enamoradizo y cursi! era el pensamiento que azotaba la mente de más de un espectador.

Chuuya lo miraba y cada vez le era más difícil contener la risa. Su corazón latía con violencia ante la adrenalina que generaba una situación de aquellas, tan nueva y seguramente única. Aunque le generaba una pena inimaginable, era tan ridículo que le daba gracia. Aquel hombre era una molestia en su vida, pero no quería perderlo. Era una persona increíble, tan única en todo sentido, tan llena de falsa alegría, un humor ácido y dramatismo que hacía de su vida todo un teatro. Dazai era una tragedia griega en sí mismo, y en momentos como aquella noche, cuando estaba con Chuuya, era la encarnación del coro de la obra.

—¡Oh, Chuuya! —continuó. Dazai nunca se cansaba de las tonterías—. Eres tan dueño de tus pensamientos como de los míos. ¿Qué no entiendes las consecuencias de meterte en la mente de los demás? —lloriqueó posando su mano libre sobre su frente y cerrando sus ojos, mientras aun continuaba dando vueltas alrededor del poste que Chuuya jamás olvidaría ni despreciaría—. Eres tan bello y tan dulce, que presiento que te he arrancado de un sueño. Un ángel despojado de su paraíso.

Chuuya solo reía a carcajadas.

—¡Vayamos a Glasgow y casémonos mañana...! —Chuuya lo bajó a las rastras, sin dejarlo terminar la frase.

Por más sana que fuera aquella sensación dentro de sí, tenía la certeza de que él seguiría toda la noche si no lo paraba. La gente de la vereda vecina se había triplicado, y ante la culminación del espectáculo, aplaudía enloquecida, emocionada y gritaba repleta de alborozo. Chuuya no sería el único que no se permitiría olvidar aquello. Dazai siempre dejaba su marca en las personas, para bien o para mal, aunque estas no supieran ni su nombre. Era especial y tenía un encanto particular, querido por todo aquel que lo conociera, y agradable y atractivo para cualquier extraño que no lo viera en la oscuridad de su propia soledad, o para cualquiera que no le hubiese visto sostener un arma. Era una persona que parecía encantadora, pero a cuyo lado nadie desearía estar cuando las risas cesaran.

Una vez que la gente calmó su sensación, Chuuya se alejó de él y retomó su ruta inicial. Había sido una experiencia muy bonita y le había encantado, pero necesitaba descansar, y si él volvía a hacer ese espectáculo de pararse nuevamente en el poste, no dudaría en seguir adelante y hacer oídos sordos a su obra. Dazai era una obra de una sola noche que podía ver en el teatro hasta que terminase la temporada; pero que sin embargo desaparece luego de sus presentaciones estipuladas, y Chuuya lo sabía. Aunque le pareciese un tipo de uno en un millón, sabía que Dazai no era para él. Era el canto de victoria de la desgracia corresponderle sus sentimientos.

—Chuuya, escúchame. —le dijo mientras la alcanzaba. Le miraba con anhelo y una sonrisa que revelaba su fastidiosa persistencia—. ¿Por qué no me das una oportunidad?

—Maldito Dazai, eres tan insistente como el primer día que te vi —sonrió con aquello que podía catalogarse como nostalgia. Las constantes burlas de su compañero no le inmutaban en lo más mínimo, pero ser su centro de atención le gustaba innegablemente. Si le hubiese molestado verdaderamente, le habría detenido mucho tiempo atrás, porque Chuuya era un cohete de mecha corta—. Eres una patada en las pelotas.

—Y desde ese día que no despejo mi mente de ti, Chuuya —canturreó en respuesta, como si el mero sonido de su voz le gustase, más allá de las palabras.

—Pues deberías.

—¿Cómo pretendes que lo haga? Mírate —Le dijo mientras simulaba tocarle. Ambos caminaban rápido. La secuencia era hilarante. Un par de tórtolos en medio de la calle: uno tratando de que el otro no monte una escena; este último, por otro lado, buscando una excusa para montar una.

Chuuya solo lo ignoró y aceleró el paso. Con cada pisada se preguntaba con sinceridad cuánto duraría el encaprichamiento de Dazai por él, y ciertamente le aterraba saber la respuesta. Se preguntaba también qué tan sinceros eran sus sentimientos y cuál era su móvil detrás de todo aquello, puesto que, aunque Dazai buscase desesperadamente esconderse detrás de una fachada encantadora de un hombre risueño y soñador, Chuuya sabía que estaba muerto por dentro y que su alma había sido consumida por su propia y abrumadora soledad; por sus pecados y por su mera existencia.

—Eres despampanante de pies a cabeza. Tu cuerpo es una escultura, cariño —le dijo mientras la miraba de arriba abajo. Posterior a aquello, dirigió sus ojos oscuros hacia los ajenos—. Tus ojos son lo más magnífico que he apreciado. ¡Las dos ventanas del alma más misteriosas de todas!

Chuuya no podía evitar disfrutar de su compañía, a pesar de lo que rondaba en su cabeza.

Llegaron a otra esquina y cruzaron la calle; más bien, él cruzó la calle y Osamu le siguió. 

Caminaron unos cincuenta metros y Dazai, mientras seguía recitando acerca de su belleza y su locura por su compañero, le tomó repentinamente de la mano y comenzó a correr hacia la vereda de enfrente para luego girar en la esquina. Chuuya, a ese punto, ya no comprendía absolutamente nada ni lo intentaba, y si bien no desconfiaba de sus intenciones, no tenía ni la menor idea de qué iba a acontecer ni lo que sucedía en la cajita de sorpresas que era la imaginación de Dazai. Aquel muchacho era una caja de sorpresas, y por más que en su situación no fuera ideal, Chuuy disfrutaba de las sensaciones que provocaban las sorpresas y la aventura de la intriga. Se dejó arrastrar sabiendo que el otro no se daría por vencido y aceptando que tal vez estaba comenzando a perder sus ganas de dejarlo solo esa noche. 

Corrieron calle abajo. La calle estaba desierta en esa zona, por lo que no había posibilidad de que chocaran a alguien. Luego de cuzar dos calles y doblar unas esquinas, Chuuya comenzó a comprender el propósito que su compañero traía entre manos. Podía soltarlo y tomar un atajo a la base, mas debido a la emoción conducida por la intriga que le causaba él, sus manos se rehusaron a soltar las ajenas.

Dazai fue aminorando la velocidad cuando comenzaba a apreciarse el parque que precedía al bosque de Yokohama. 

Chuuya sonrió ante la llegada de la nostalgia; aunque más que nostalgia, era un dejavú. Sentía como si aquel lugar fuese un lugar que lo vinculaba con Dazai; quizás por el sentimiento abrasivo de la soledad de la noche silenciosa en el bosque únicamente iluminado por la luz de la luna; quizás por la corrosiva oscuridad que se abría ante ellos.

—¡Oh, Chuuya! —dijo volteándose a verle. Le sonrió mientras que el nombrado pensaba que le ahorcaría si volvía a oír aquello—. Cuanto más te ilumina la luna, más plena es tu belleza. Ilumíname tú sonriéndome esta vez.

Chuuya llevó su mano a su frente y, desde el fondo de su alma salieron las palabras:

—¡Eres un imbécil!

—Jamás me detendré, si es que es eso lo que pretendes—le respondió. En sus ojos había determinación, pero también dulzura—. No dormiré hasta que no obtenga un beso de ti. 

—No sucederá, bastardo obstinado —respondió con gracia en medio de su brutalidad.

—Pues entonces no me callaré. 

Dicho esto, le indicó con la cabeza que lo siguiera hacia unos asientos cercanos que estaban justo junto a los primeros árboles. 

—Estoy dispuesto a ser un tonto por amor—prosiguió—. La vergüenza me abandona en cuanto mi corazón se abre—sonrió—. ¿A cuántos has rechazado?

—En general, no conoces la vergüenza —contestó, mordaz.

—¿A cuántos infelices más, como yo, has rechazado, Chuuuya?

—A decir verdad, no lo recuerdo —respondió, pretendiendo recordar una cifra que no existía—. No es una información pertinente a la situación, de todas maneras, creo yo.

—No es algo que vaya a hacerme desistir, eso puedes tenerlo por seguro—le desafió.

—Nueve contigo—le contestó. Quiso hacerle creer que no estaba seguro del número, cuando era simplemente la mención de su número favorito. Pero sus esperanzas de que él se frustrara se desvanecieron en cuanto le miró a los ojos. Dazai le miraba triunfante y con dulzura.

—¡Noveno! —exclamó, sabiendo perfectamente que Chuuya mentía. Sin embargo, aquel lado de su compañero era parte de lo que le atraía—. Me gusta el número nueve, pero me temo que te equivocas—rio—, porque yo no pegaré un ojo hasta darte mi amor.

—Eres un fastidio.

Pero era tarde. El joven no se dio por aludido y ya estaba tomando su mano y besándola. Sus labios eran tiernos, y su beso había sido delicado. Cuando levantó la vista hacia los ojos de su compañero, le sonrió significativamente y le obsequió una mirada que le gritaba que quería que fuera suyo.

Aquellos ojos penetraron la coraza de inflexibilidad que presentaba. 

Chuuya se preguntó por qué había sido tan reticente, por qué se había privado de aquella experiencia que le revolvía las tripas; por qué había hecho esperar tanto aquel momento. Al comenzar la noche sabía la respuesta, mas esta se fue desvaneciendo con cada estrella que en el manto nocturno nacía. Sabía perfectamente cómo terminaría aquella historia, pero de trataba de ese tipo de situaciones donde se busca aminorar el dolor y aplazar la culpa y el cataclismo emocional.

Sin embargo, había algo majestuoso en esa noche; algo que le hizo darse esa oportunidad. La luna se encontraba tan preciosa que era capaz de transformar el odio en amor y los miedos en realidades inevitables. La madre luna, tan hipnótica en su belleza que alimentaba y hería con la falsa creencia de la eternidad de su presencia durante las noches más inolvidables. Aquel cuerpo nocturno que hacía replantear a los corazones y borraba aquello que la lógica pasa todo el día produciendo. Aquella luna que conseguía inmacular todo aquello que necesitaba ser pulido, brindando reflexiones y otorgando oportunidades, como aquella.

Miró a Dazai y le devolvió la sonrisa, agradecido por la velada que jamás dejaría escapar de sus recuerdos.

—Tu suavidad y personalidad tan impredecible como retorcida son increíbles —soltó a modo de halago, buscando transmitirle con el brillo de sus ojos aquello que le costaba poner en palabras.

Dazai le miró victorioso y cariñosamente, mas no sorprendido. 

—Tú posees todo aquello que mis ojos desean, y lo que mi frío corazón aspira, cariño —le contestó, con un dejo de gracia en sus palabras—. ¿Qué no ves la luna? Está tan nostálgica que me inspira. Bajo su seno, no dejaré de revelarte lo que me haces sentir. Es bella, ¡bella, te digo! —exclamó con pasión, gesticulando exageradamente—. Una luna diferente para una noche diferente, ¿no lo sientes? ¡Noche de oportunidades y laureles!

Le sonrió y la abrazó con cierta inseguridad; la inseguridad de que Chuuya le partiese un brazo. Este, sin embargo, le correspondió el abrazo, fundiéndose en sus brazos y dejándose llevar por el momento y por la noche. Los brazos de Dazai, a pesar de todo, le daban confianza, hacían que se sintiera sumamente cómodo en ellos; le pintaban la falsa y vana esperanza de que nunca le dejaría, de que quería quedarse allí. Lo habría sabido antes, si no hubiera escapado de ellos tantas veces.

Sin separarse demasiado, Dazai le miró. Escrutó su rostro atentamente, jurándose que grabaría cada rastro de este. Por un segundo, la luz artificial que hubo en sus ojos durante la cita se apagó, como si de verdad buscase no olvidar el rostro de Chuuya, como si temiese ver aquellos ojos apuntarle con odio en algún momento. Aquel bello rostro, sereno y entregado, no quería olvidarlo nunca. Suspirando largamente, recuperando la compostura y le dijo:

—Tus ojos me tienen atrapado —tomó su rostro y lo acarició—. ¡Cuánto ocultas y qué tan poco muestras! —no esperó contestación—. Tus ojos son tan expresivos que parece una trampa, son tan bellos que me causan un millar de cosas diferentes, y siento que voy a reventar con cada segundo que no me permites besarte. 

Dicho aquello, le soltó sacudiendo la cabeza y se alejó. Chuuya quedó con los brazos levemente elevados en el aire por el abrazo quebrado. Su rostro debía reflejar sorpresa, puesto que su compañero se rio. 

—¿Qué no ibas a besarme? —le espetó Chuuya, ablandando sus rasgos para esbozar una sonrisa confusa.

—¿Iba a hacerlo?

—¡Eres patético! —se cruzó de brazos, levemente avergonzado, pateándole con ligereza mientras oía la castrante risa de su acompañante.

Dazai rio con auténtica gracia y en un solo y veloz movimiento lo tomó de la cintura con una mano y de la barbilla con la otra. Le sonrió y le miró con un centenar de emociones y ternura, y lo besó con ansiedad y pasión.

La noche pasó así, entre besos, risas y poesía barata. Ninguno la olvidaría; ni lo que sintió, ni lo que vio ni lo que experimentó. Dazai atesoraría cada beso y cada mirada en la cual Chuuya fue el protagonista. Este, a su vez, nunca dejaría que se escapen de sus recuerdos todos los versos que Osamu Dazai le recitó y todas las sonrisas que le dedicó.

Sin embargo, ninguno se atrevió a estropear el retrato de esa noche; quedó pintada como una noche perfecta, como ese tipo de obras y permaneció, y así lo haría siempre, como una vieja fotografía que podrían buscar en el cajón y observar para recordar cada detalle; tan irrepetible que luego de aquella aventura nunca se llamaron ni preguntaron por el otro.

Aquella había sido última noche que Dazai pasó en la Port Mafia, y fue así, tan magnífica y dolorosa a su vez. Un retrato que ni él ni Chuuya quisieron sacar ni ensuciar con rencores, porque sin saberlo, habían tenido una despedida que había sido una noche inolvidable.

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Otro escrito que saqué del baúl. Lo escribí cuando tenía dieciséis (dos días antes de mi primera ruptura, LOL. Luego de esto, mis escritos se pusieron bien emo), con los personajes que yo había creado para lidiar con mis emociones, y justo este personaje, que se llama Theo, era igual a Dazai. Cuando me acordé de este escrito, lo busqué y lo cambié para adaptarlo a Soukoku, porque quedaba perfecto.

El escrito original se llamaba Theo, el payaso.

Gracias por leer

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