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Capítulo Veintitrés

Debido a mi accidente volví a ser el centro de atención en el instituto. Gente con la que no había hablado nunca, o solo frase cortas, se acercaron para preguntarme qué me había ocurrido o cómo estaba. Muchos de ellos por curiosidad, algo que entendí, en West Salem no solían ocurrir muchas cosas, o eso es lo que siempre remarcaba Lydia, y en unos meses habían pasado demasiadas.

No me molestó que mostrasen interés en mí, las ganas de saber qué me había pasado junto a mi condición sobrenatural, hacía que se acercasen de casi forma natural.

No obstante, no me gustó de nuevo que estuvieran tan pendiente de mí.

Pasadas las primeras semanas, y con la llegada de Matthew, parecía que la gente se había acostumbrado a mi presencia, que el hecho de que fuese una hada no les afectaba tanto.

Me equivoqué, solo había sido una casualidad, seguía destacando sin quererlo.

Lydia era de las pocas personas de las que me creía su preocupación, me preguntaba en todo momento si estaba bien o si me dolía, me reñía si movía el brazo cuando no debería hacerlo y obligaba a Blake a que me llevase todos los materiales necesarios para mis clases, aunque no estuviera conmigo, me acercase la comida y todo tipo de favores que necesitase.

El que también me sorprendió con su preocupación fue el señor Fitzgerald.

Poco a poco se había ganado que empezase a confiar en él, siempre iba un paso por delante de mí, o eso parecía, vigilándome, protegiéndome, y siendo el único que me contaba las cosas tal y como eran.

No me había ocultado nada, desde el primer momento me confesó lo que era; un vampiro.

Había sido sincero cuando todo el mundo me mentía y eso lo valoraba.

—Con este brazo lo mejor es que no hagamos clase de defensa personal —comentó Blake al acabar la clase de ese día—. Te llevaré a tu casa para que descanses. Pero...

—¿Pero...? —quise saber al ver que no terminaba la frase.

—Es igual, Aerith —negó de forma sutil—. Te llevo a casa.

—Gracias. —Lo miré y sonríe—. Ya te he dicho que no...

—No me vas a convencer de eso —murmuró y no ocultó su tono de culpabilidad. Pese a que le había dicho que no tenía que sentirse responsable de nada, él seguía pensando del mismo modo, me miraba lleno de remordimiento e iba con mucho cuidado al hablarme—. En tu casa estarás bien y a salvo.

—Mi casa no está lejos de la tuya, si nos atacaron ahí pueden hacerlo en la mía también.

Blake frunció un poco el ceño, gesto que disimuló de inmediato.

—Ahora entiendo el motivo por el que estás tan molesta con tu madre, no sabes nada de nada, ¿verdad?

¿Qué se supone que debía saber? Me cabreé solo de pensar que él lo sabía y yo no. No veía nada justo que Blake supiera más de mí misma que yo.

—Nada de nada —afirmé molesta—. Te lo dije en su momento, ella no me cuenta nada y lo poco que sé o lo ha mencionado sin querer o me he enterado por ti... Que es curioso que tú sepas más que yo.

—Tu casa es el sitio más seguro en el que puedes estar, ahí no te puede pasar nada.

—¿Por qué? —insistí—. No me ha dicho el motivo.

—Aerith...

—Empezaré a molestarme también contigo —espeté y luego suspiré, cansada-. Sabes tantas cosas y nunca me dices nada... No lo entiendo.

—No puedo decírtelo —susurró y bajó la mirada—. Lo haría si pudiera, de verdad.

—¿Por qué no? —cuestioné mientras me subía en el asiento de copiloto de su coche. Clavé mis ojos en él, esperando a que respondiera, pero no lo hacía, se limitó a arrancar el coche—. Sí, bien, lo entiendo —no fui capaz de callarme—. Bueno, de hecho no lo hago —añadí con rapidez—. Ni lo entiendo ni comprendo, eso sí, lo respeto, porque soy una chica educada.

—Mi padre me ha pedido que no te diga nada. No puedo desobedecerlo.

—No tiene por qué enterarse, quedaría entre nosotros si me lo dices —intenté convencerlo—. Así sabría un poco más de todo aquello que se me escapa de las manos.

—No puedo decírtelo —repitió—. Mi padre se enteraría, lo siento, Aerith.

Quise creer que le molestaba no poder decirme la verdad, y que quizá me estaba aprovechando de la situación, pero no podía evitarlo.

Por mucho que él tuviese el ceño fruncido, me mirase cada pocos segundos para saber cómo estaba, y estuviese tenso, la que salía peor parada de la situación era yo.

—Gracias por traerme —dije una vez en mi casa y me despedí de él antes de bajar del coche—. Nos veremos el lunes.

—Espera un momento —pidió haciendo que me quedase quieta—. Si no fuera por tu brazo, mañana tendríamos clase de defensa personal.

—Sí, pero antes has dicho que no era la mejor opción.

—No, no lo es, pero podríamos pasar tiempo juntos. Si tú quieres, claro.

¿Estaba pidiéndome una cita? Porque esa era la sensación que me daba a mí.

—¿Qué estás queriendo decir con esto, Blake? —fui directa—. ¿Es una cita?

—Más o menos, ¿te apetece?

Con tal de no estar tiempo en mi casa con mi madre, haría cualquier cosa. Todo era mejor plan que estar con una persona que no paraba de mentirme.

—Por mí bien, pero no va a ser una cita. —Sonreí y volví a despedirme de él—. Nos vemos mañana entonces.

Una parte de mí aún no confiaba en Blake, me ocultaba muchas cosas y seguía teniendo una actitud muy misteriosa, había sabido ver más allá. Ya no tenía ese carácter distante que había tenido conmigo cuando lo conocí y durante los primeros días, y poco a poco empezaba a conocer su verdadera personalidad.

Éramos amigos, buenos amigos, sin contar el beso que habíamos compartido, eso había sido un punto y aparte.

No quería pensar mucho en todo lo que envolvía ese día, porque era demasiado confuso.

—Me gusta mucho que tú y Blake seáis amigos —me saludó mi madre—. Te puede proteger de cualquier cosa.

—Sí, como yo puedo protegerme a mí misma —rebatí de forma seca—. No me gusta depender de nadie, aunque por ahora lo hago porque no tuve otra opción.

—¿Todo lo tienes que llevar a una discusión? —suspiró, derrotada—. Esto es demasiado. Solo quería hablar contigo.

—Lo siento —me disculpé—. No puedo evitar estar a la defensiva.

—La que lo siente soy yo, cariño. Pero...

—Todo lo que hago es para protegeros —completé la frase por ella—. Estaría más protegida con la verdad.

No le di posibilidad de réplica, me fui a mi habitación esperando tener una tarde tranquila sin hacer nada, quizá practicar un poco con el fuego, intentando ganar control, o solo desconectando. Dudaba mucho que mi madre me dejase ir al bosque con el accidente tan presente y era justo lo que necesitaba.

Antes de tirarme a la cama el móvil me vibró, por lo que lo miré y no entendí nada.

Necesitamos hablar, es muy urgente. He descubierto información que podría interesarte. Te espero en el camino cerca de tu casa, iré a buscarte.

Gael.

¿Cómo tenía mi número? No dejaba de sorprenderme, aunque creía que esa era lo menos importante, si decía que había información que me interesaría sería así, por lo que me escabullí sin que me viese mi madre.

—Me sorprende lo rápida que has sido. —Alcé una ceja y lo miré—. Creía que tardarías más.

—En su mensaje ponía que era urgente, por eso me he dado prisa.

—Mejor no hablemos aquí —bisbiseó—. Vayamos a mi apartamento, estaremos más seguro. Y para lo que quiero enseñarte es mejor estar ahí.

—¿Qué es lo que quiere enseñarme?

—Paciencia, Aerith. Paciencia. —Sonrió de forma traviesa—. Ya le dije hace tiempo que era una virtud.

—Y yo le respondí que esa es una que no poseo.

—De todo se aprende...

No muy lejos de donde estábamos, había uno de sus coches, sin mediar más palabra, nos subimos y estuvimos callados hasta llegar a su apartamento. No hacía falta decir nada, a mí me podía la impaciencia y no tendría una conversación fluida.

—¿Y bien? —No fui capaz de estar más tiempo en silencio. Había empezado a pensar que haber ido a su apartamento sin avisar a nadie era una imprudencia.

—Tienes un carácter interesante —comentó y vi diversión en sus ojos—. ¿Te lo han dicho alguna vez?

—Eso es irrelevante.

—Para mí no, pero veo que sigues dándole vueltas a lo que te he mencionado en el mensaje. —Asentí y le seguí por su apartamento. No era la primera vez que estaba aquí, pero nunca había visto más allá de lo que estaba a simple vista. Por la zona en la que estaba suponía que era grande, pero al recorrer un largo pasillo que hay supe que con grande me quedaba corta, era el doble que mi casa—. No quiero que muestres de fuego, contrólate —ordenó en voz baja delante de una puerta—. Aunque te provoque y diga cosas que no te gusten, no te dejes llevar. No nos conviene que sepa lo que eres.

—¿Por qué?

—Hazme caso, es muy importante.

No dije más y cuando abrió la puerta entendí el motivo. Era una habitación muy poco iluminada en la que lo único que destacaba eran las cadenas que había en las paredes. Verlo me puso nerviosa, ¿dónde me había metido yo sola?

—Has vuelto —habló una voz a la que busqué de inmediato con la mirada, entre la poca iluminación de la habitación vislumbré a un hombre encadenado a una de las paredes que me miraba sorprendido—. Y no has vuelto solo, ¿quién es?

—No te incumbe —gruñó el señor Fitzgerald.

—¿Ahora necesitas ayuda para acabar con uno de los nuestros? ¿Para acabar conmigo? —El tono de mofa era muy obvio—. Qué decepción, te creía mucho más poderoso que esto, Gael.

Antes de que pudiese pestañear, el señor Fitzgerald se acercó con su velocidad supernatural hacia él y le clavó una barra de metal en el estómago.

—¿Duele? —preguntó el señor Fitzgerald con una sonrisa siniestra mientras retiraba un poco la barra de metal para poderla introducir de nuevo de un golpe seco—. Sé que lo hace, pero no te quejarás para no darme esa satisfacción. Sois todos iguales. Habláis mucho y luego suplicáis por vuestra vida, que es lo que harás. Suplicarás para que acabe con tu vida lo antes posible y así dejar de sufrir. —El hombre balbuceó algo inentendible como respuesta y de su boca salió un líquido de color oscuro, sangre, lo que me horrorizó—. Sé que quizá no era lo que esperabas —se dirigió a mí, pero yo seguía muy pendiente de cómo sacaba y volvía a introducir la barra de metal a ese hombre mientras a este se le escapaban gritos de dolor—. No te preocupes por él, sabe que morirá. Eso sí, antes nos contará lo que queremos saber.

—¿Es un vampiro? —afirmé lo que creía.

—Lo es —aseguró el señor Fitzgerald—. Y me viene muy bien que lo hayas preguntado, acércate. —Al ver que no lo hice me miró—. No tengas miedo, está atado con unas cadenas que no puede romper por mucho que quiera, y si intenta algo que no debe lo mataré antes de que te haga daño. Conmigo estás segura. —No sé si me consolaba saber eso o me asustó con la facilidad que dijo que lo mataría sin ningún titubeo en la voz—. ¿Sabes dónde lo encontré? Cerca de donde tuviste el accidente. ¿Curioso, verdad? Un vampiro defensor en un territorio que no es suyo, en un territorio peligroso para los vampiros por la zona en la que se encuentra y por el propietario del territorio.

—¿Vampiro defensor?

—Acércate —volvió a pedirme y esta vez sí lo hice, tanto que podía ver que el vampiro estaba bastante herido, con varias marcas en su torso desnudo y mucha sangre seca por todo el cuerpo. Su expresión demostraba que estaba cansada pese a que no dejaba de mirarme mientras sonreía, como si mi presencia le divirtiera—. ¿Ves sus ojos? —El vampiro los cerró al escucharlo y se carcajeó, tenía carácter—. No te conviene jugar conmigo —amenazó el señor Fitzgerald y le abrió uno a la fuerza—. ¿De qué color los ves, Aerith?

—Ámbar —murmuré sin dejar de ver la violencia que mostraba el señor Fitzgerald.

Sabía que con otros vampiros no tenía casi compasión, lo había visto cuando había matado a los que me habían intentado atacar. Sin embargo, esto era diferente, estaba siendo cruel.

—Como te dije hace unos días, hay diferentes clases de vampiros y cada uno tiene una función. Estas se diferencian por el color de ojos, es decir, viendo sus ojos se puede saber de qué tipo son.

—¿Por los ojos? —repetí, incrédula.

—Sí, pero hay un problema. Eso solo funciona con los vampiros que nacen siendo vampiros, no los que son humanos y acaban convirtiéndose.

—Tu amiguita no sabe nada de nosotros —se burló el prisionero interrumpiéndolo, para luego escupir sangre—, me pregunto qué será y por qué está aquí contigo. Porque no es humana, no huele como tal. Dime, chica, ¿qué eres? ¿Una bruja? ¿Una sirena? ¿Una elfa?

—¿A quién protegías? —El señor Fitzgerald centró el interés en él, volviendo a clavarle la barra, esta vez muy cerca del corazón.

—¿Qué es la chica? —insistió el vampiro en respuesta—. ¿Y por qué la proteges? Nunca te había visto tan protector con nadie, y eso es... extraño a la par que curioso.

—No te lo volveré a preguntar —gruñó el señor Fitzgerald.

—Estoy entrenado para aguantar torturas, Gael. Lo sabes, es lo que hacemos los vampiros defensores, aguantar este tipo de cosas —habló con mucha calma, demasiada para mi gusto—. Si me dices lo que quiero saber, quizá yo hablo y te digo lo que a ti te interesa.

El señor Fitzgerald negó con la cabeza, dejó la barra de metal en el suelo, me cogió de una de las manos y me llevó a su velocidad supernatural al lugar donde nos sentamos siempre que estoy aquí con él.

—Siento si todo eso te ha parecido un poco...

—¿Violento? —completé.

—Sí, pero delante de un vampiro no puedo mostrarme débil. Yo soy el que tiene el control y lo demuestro de esa manera.

—Ese vampiro me estaba buscando, ¿verdad? —verbalicé mis dudas. Había estado muy atenta a lo que habían hablado, y si estaba tan cerca de esa zona no podía ser una casualidad.

—Sí, por eso está aquí. Le sacaré la información necesaria, sabré quién está mandando a todos esos vampiros para atacarte y capturarte. —No supe si se estaba convenciendo más a sí mismo o a mí—. Que haya podido atrapar a un vampiro defensor significa dos cosas y ninguna de ellas es buena.

—¿Por qué?

—Un vampiro defensor no viene si alguien no se lo ordena, y si está aquí es que uno de los gobernantes ha estado en West Salem sin que yo me diese cuenta, porque son tan cobardes que no vienen solos, siempre se escudan en otros vampiros.

—Entonces, por lo que usted dice, estos supuestos vampiros han venido a por mí —formulé mis pensamientos en voz alta.

—Sí, tú misma me lo has confirmado con las últimas palabras del vampiro que te atacó. Van a por ti. Solo hace falta saber quién y el motivo.

—¿Por qué son importante los ojos, señor Fitzgerald?

—Un vampiro que nace siendo ya un vampiro tiene un color de ojos característico. Azules para los cazadores, marrones para los rastreadores, negros para los guerreros, ámbar para los defensores, grises para los procreadores y rojos para los alimentadores. No obstante... —se quedó callado y yo quise saber más.

—¿No obstante?

—Un humano convertido en vampiro no tiene esa característica. Conservan el color de ojos que tenían cuando eran humanos.

—Entonces no sirve nada de nada lo que me acaba de decir —resalté lo obvio—. Es información inútil.

—Un humano convertido a vampiro nunca será tan fuerte como un vampiro nacido ya así, y por eso hay ciertas cosas que nunca podrán optar a hacer, como ser procreadores, alimentadores o gobernantes. Aunque no hay tantos como crees, la mayoría no son partidarios en convertir en humanos en iguales.

Repetí en mi mente todo lo que me había dicho, el color de ojos de cada tipo de vampiro, lo clasista que me había sonado todo, intentando memorizarlo para poder utilizarlo en un futuro.

—¿De qué color tienen los ojos los gobernantes? No los ha nombrado.

—¿Los gobernantes? —asentí su pregunta—. De dos colores distintos. Mientras todos los demás vampiros tienen un color muy marcado y único, los gobernantes tienen unos ojos... Especiales.

—¿Cómo los suyos? —cuestioné, porque el señor Fitzgerald no tenía ningún color concreto, sus ojos eran de color verde grisáceo.

Parece que mi pregunta le hizo gracia y se estuvo unos segundos riendo solo sin que yo entendiese el motivo de esa carcajada.

¿Había dicho algo divertido?

—¿Recuerdas lo que te dije cuando admití que era un vampiro? Yo nunca quise ser esto, yo era humano.

—¿Cómo se puede diferenciar a un vampiro convertido a uno que nació así?

Se pasó la mano por el cabello, abrumado de tantas preguntas.

—Me sorprende la necesidad que tienes de información, preguntas muchas cosas, Aerith.

—Usted es la única persona que me responde a todo sin mentirme, supongo que por eso no paro de decir todo lo que me pasa por la cabeza, siento si le molesta.

—No te disculpes por algo que no es necesario. Y a tu pregunta, es fácil, por la sangre, el color de la sangre de un vampiro nacido siendo vampiro es más oscuro. ¿Has visto la sangre del que está encerrado? Era más oscura porque él nació siendo así.

—Pero eso sigue siendo una diferencia que no se ve a simple vista. No sirve de nada.

—El olor, Aerith. Un humano convertido en vampiro no deja nunca de tener olor a humano. Por mucho que pasen los años, siempre queda un resquicio de lo que fue.

—A mí eso no me ayuda, señor Fitzgerald.

—Sí lo hace. Eres un hada, aunque no lo creas tienes más habilidades que no sabes. Tienes los sentidos más desarrollados que un humano normal, con práctica podrás diferenciarlos.

—Y supongo que usted se ofrece a enseñarme.

—No te equivocas, no.

Él sonrió y yo hice lo mismo. Me acababa de demostrar sin saberlo que era más oscuro de lo que quería demostrarme. No sé si era por lo que había dicho, que no podía mostrarse débil delante de otros vampiros o porque era así.

Sin embargo, aunque fuese oscuro, lo entendía, entendía sus razones. Porque sabía que yo haría lo mismo en su lugar.






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