Capítulo Once
—¿Qué es eso de que te han asaltado, Aerith?
Esa fue la forma en la que me saludó Lydia cuando subí a su coche, ni parecía que tenía intención de hacerlo, me miraba en silencio esperando una respuesta por mi parte.
—Buenos días —murmuré poniéndome el cinturón.
—Sí, tienes pinta de que te hayan asaltado —comentó sin dejar de observarme—. Tienes muy mal aspecto. No has dormido, ¿verdad? Es que estás hecha un asco. —En ese momento se dio cuenta de que quizá se había excedido—. Siento mi ataque de sinceridad, pero cuando estoy preocupada no puedo evitarlo.
No, no había dormido.
Sin embargo, no es por lo que ella se creía que me había ocurrido. Ni me sorprendía de que ya lo supiese, lo más probable es que mi madre se lo hubiese contado. Lo que no sabía era cuándo habían intercambiado los teléfonos, no tenía ninguna duda de que era obra de mi madre.
Y ella era la razón por la que no había podido conciliar el sueño.
La idea de que fuese la culpable de los ataques que había sufrido por parte de los vampiros no se me había ido de la cabeza. Todo encajaba; conocía el mundo sobrenatural, investigaba las ciudades antes de que fuéramos a ellas, no se sorprendió cuando se lo dije y supo mi localización todas las veces que me asaltaron.
Estaba segura de que ella sabía que West Salem no era la pequeña ciudad tranquila que aparentaba ser.
Sin embargo, me negaba a aceptar que eso fuese verdad, no podía serlo.
No podía ser mi madre.
Ella no intentaría matarme ni elaboraría un complot par que lo hiciera, ¡era mi familia! Siempre me había protegido de todo, o eso es lo que decía. Nos mudábamos tanto a causa de ello, aseguraba que aún estaba intentando ponerme a salvo.
Además, cuando le confesé que me había atacado un vampiro no se lo esperaba, su reacción fue genuina, real, que no podía aceptar que estuviese mintiendo o fingiendo para disimular sus hipotéticas decisiones.
Mi madre no mentía bien, nunca lo había hecho, por eso nuestra relación no estaba en nuestro mejor momento.
Había estado a mi lado desde siempre, ayudándome cómo podía cuando empecé a manifestar mis poderes, intentó calmarme y no me tuvo miedo, no como mi progenitor.
A su manera, porque seguía sin saber nada de mi don, había conseguido controlarme, nunca había tenido un accidente o había quemado algo sin quererlo.
No era posible. Me negaba a aceptar la posibilidad de que mi madre fuese la mala de mi historia, la que deseaba mi muerte. Por mucho que me mintiese, me ocultase tantas cosas y no entendiera sus acciones, no podía ser ella.
Mi madre no me traicionaría de esa forma.
—No he dormido mucho —reconocí. Lydia seguía demasiado pendiente de mí—. Así que debe ser normal que no tenga buen aspecto.
—¿Cómo pasó? —Su tono estaba lleno de preocupación y añadió después de arrancar—. Me refiero al asalto. ¿Fue al volver de mi casa? Sabía que debería haberte llevado en coche, era muy tarde.
—No es tu culpa —respondí casi de inmediato. No quería que se sintiese de ese modo—. Y siendo sincera, agradezco tu preocupación, pero no quiero hablar de ello.
Hoy no gozaba de la suficiente imaginación para elaborar una mentira que pareciese creíble para que no siguiese insistiendo. Apreciaba que estuviese así por mí, demostraba mucho de cómo era, solo no me apetecía hablar de eso y menos con ella, que no sabía nada de los seres sobrenaturales.
O eso pensaba, nunca había hablado con Lydia de eso, tampoco creía que lo hiciese en un futuro próximo.
—He leído que en estos casos lo mejor es hablarlo —comentó sin apartar la vista de la carretera—. Puede provocarte un trauma si no lo haces, deberías ir al psicólogo para hablarlo. Aunque yo soy mejor opción, y mucho más barata.
—¿Con eso que estás intentando decirme, Lydia? —pregunté con una sonrisa al saber la respuesta. Ella quería enterarse por mí, quería los detalles.
—Es obvio, saberlo todo —admitió y vi a través del espejo interior que reprimía una sonrisa—. Sobre todo lo que quiero es ayudarte a superar esta trágica experiencia.
—¿Te han asaltado alguna vez?
—No, nunca. En West Salem nunca ocurre nada, es una ciudad muy aburrida. Eso sí, he leído mucho sobre ello, por eso sé que deberías verbalizarlo, no guardarlo para ti. Confía en lo que digo.
—Estoy bien —aseguré y le sonreí en un intento de que la conversación acabase ahí—. No hay nada que decir.
—No te creo —dijo muy convencida—. Pero también leí que lo mejor es no presionar a las víctimas porque se pueden cerrar en banda, lo que es mucho peor. Además, desde que nos conocemos has tenido problemas de insomnio.
—Tampoco he tenido tantos, no exageres, un par de noches como mucho.
—Una vez por semana, al menos, no duermes bien, o es lo que creo. Eso sí, nunca has tenido ojeras como la primera semana...
Que recordase a la perfección, eso fue extraño. A mí no se me había olvidado porque aún recordaba esos ojos rojos que habían aparecido por la noche y me observaban cada cierto tiempo. Hacía tiempo que no los veía, aunque sabía que volverían.
—¿Seguro que estás bien? —Aparcó el coche en el estacionamiento y se giró para poder mirarme frente a frente—. Estoy muy preocupada por ti.
—Lo estoy —repetí—. Gracias por esto, Lydia.
—No las des, ¡eres una de mis mejores amigas! —exclamó feliz—. Es lo mínimo que puedo hacer.
—Y tú una de las mías.
Lydia era una de las cosas buenas que por el momento me había aportado esta ciudad tan peculiar. Estando a su lado no pensaba mucho, tampoco me dejaba, ya que su carácter arrollador lo impedía. Se estaba convirtiendo en una persona muy necesaria en mi vida.
Cuando ambas bajamos del coche, la rubia llamó a Blake y se acercó a toda prisa para hablar con él. Ayer ella había estado llorando por él y ahora le estaba hablando como si nada. Algo se me escapaba.
—¡Aerith, ven! —me apremió y fui hacia ellos—. No te separes de mi lado, haz el favor.
—Buenos días —nos saludó Blake.
—Buenos días para ti también, precioso —respondió Lydia—. Quita esa cara, no he dicho nada para que me mires de esa forma.
—No me llames precioso —se quejó—. Parece que estés hablando con tu perro, a él le hablas así.
Me reí porque eso era verdad, había visto la forma en la que Lydia se dirigía a su perro y era como si le hablase a un bebé.
—Lo que sea. —Puso sus ojos en blanco por unos segundos—. Quería hablar contigo porque a Aerith la asaltaron el otro día.
—¿Era necesario decírselo? —suspiré—. No creo que le interese lo más mínimo.
—Sí, tenía que hacerlo, es mi deber como mejor amiga —explicó y volvió a centrar su atención en Blake—. Su madre me ha pedido como favor personal que no la dejemos sola cuando estemos con ella, que esté siempre acompañada.
—¿Por qué hablas en plural?
—Porque cuando yo no pueda estar con ella, vas a ser tú el que le haga compañía, Blake. Ya he organizado un horario y todo.
—¿Te has planteado que quizá no me apetece hacer de niñera? —rebatió.
—Sí, y no me importa. —Lydia se encogió de hombros—. Eres demasiado tozudo con todo lo que se relaciona con ella.
—Puedo estar sola, no es necesario todo esto —interrumpí su conversación, me estaba sintiendo como un objeto que debía pasar de mano en mano sin tener en cuenta sus sentimientos.
—Sí, lo es —rebatió Lydia muy seria—. Hoy no coincidimos en muchas clases, por eso Blake y los demás tienen que cumplir su horario. ¡Se lo prometí a tu madre!
—Odio cuidar a la gente —gruñó Blake—. Lo sabes, Lydia. Cuando debo quedarme con mis hermanos pequeños me agobio, al único que tolero es a Will.
—¿Os habéis planteado que quizá yo no quiero compañía? —escupí casi con rabia, estaba molesta—. No necesito todo esto, me es igual lo que haya dicho mi madre.
Entré en el instituto sin esperarlos, estaba molesta. No había entendido a mi madre cuando mi madre me había dicho que si iba acompañada no me iban a atacar, ya que mi olor se camuflaría, pero ¿era necesario en el instituto? Aquí no me pasaría nada.
Además, estaba el tema de Blake. No lo entendía, no lograba hacerlo. ¿Tanto le molestaría estar a mi lado?
—Acabará por recapacitar. —Me giré y vi a Lydia—. Por cierto, no te vayas sin mí, no me gusta correr, me siento tonta al hacerlo.
—No necesito que lo haga, no hace falta que estéis a mi lado. Mi madre se debe referir si salimos de noche, no en el día a día.
—Aunque no me creas, a Blake no le caes mal —dijo mientras nos sentábamos en las sillas antes de empezar nuestra primera clase.
—No me importa —admití.
—Hablo en serio. Lo conozco más de lo que tú te crees y he hablado sobre ti muchas veces. No te odia ni nada parecido.
—¿Entonces? —suspiré.
—Blake estará contigo en las clases que no pueda estar, estoy más que convencida. Cumpliré lo que le prometí a tu madre.
Lydia no se equivocó. Blake fue mi sombra en las siguientes horas. Se sentaba detrás de mí sin decir nada, algo que me ponía de los nervios, pero estaba ahí, cumpliendo con lo que le habían pedido.
Así pasaron las horas, hasta la última del día.
—Aerith, espera. —Alcé una ceja al escucharle dirigirse a mí.
—Tranquilo, le diré a Lydia que has hecho lo que le has pedido, no te preocupes. Puedes irte —comenté sin ganas—. No sé cómo lo ha hecho para convencerte, pero siempre lo hace, ¿no? Gracias.
No me apetecía ir a mi última clase, no quería ver al señor Fitzgerald. Sabía que, de un modo u otro, acabaría estando a solas con él, y no lo quería. Quería tener un día tranquilo, sin dramas. ¿Tanto pedía?
Por lo que tomé una decisión rápida; me salté la clase. Salí a toda prisa del instituto y ahí me di cuenta de que no podía volver a casa, me había traído Lydia.
—Creía que te gustaba el señor Fitzgerald...
—Es muy buen profesor, pero no me apetece quedarme más tiempo —murmuré—. ¿Y tú por qué te saltas su clase, Blake?
—Cumplo con mi palabra, no dejo sola a mi amiga.
—¿Somos amigos? —rebatí irónica.
—Por supuesto, no sé por qué lo preguntas.
—Nunca lo hubiera dicho...
Sus ojos azules me examinaron, estaba esperando que dijese algo más, pero estaba cansada.
—¿Ahora qué, Aerith? Podemos volver si te has arrepentido, no creo que el señor Fitzgerald te diga nada por llegar tarde.
—No quiero volver, ¿y tú?
—Tampoco —sonrió—. Hoy has venido con Lydia, ¿cierto? —Asentí, nos había visto llegar—. Aerith, ¿te dan miedo las motos? —No me sorprendió lo más mínimo que tuviera una negra que parecía pesar más que yo. Si había intentado impresionarme, no lo había conseguido—. ¿Puedo llevarte dónde quiera?
—Sí, no conozco muchos sitios de la ciudad.
Blake se subió a la moto y me ofreció un casco, que me puse de inmediato para subirme detrás de él, poco después arrancó y nos alejó del instituto. No me agarré a él, ni pensaba hacerlo, iba más cómoda sujetándome yo misma.
En un primer momento, pensé que me llevaría a alguna cafetería para tomar algo, incluso a un bar, pero a medida que nos alejábamos supe que no sería así.
—Creía que era la única a la que le gustaba este sitio —confesé al sacarme el casco después de haber llegado.
—El bosque es mi refugio, por eso nos encontramos la otra vez.
—También el mío —reconocí sonriendo.
Blake y yo teníamos eso en común, aunque seguramente por motivos distintos. Aquí era yo de verdad, podía ser el hada de fuego sin miedo. Él tendría sus razones, unas que de momento no me interesaban saber.
—Sé que Lydia te lo ha preguntado mucho hoy, pero ¿estás bien? —murmuró y se agachó para apoyarse en un árbol.
—Estoy bien —contesté y me senté a su lado después de que me indicase con la mano que lo hiciese—. Creo.
—¿Crees? Esa es la peor respuesta que he escuchado nunca —dijo y después se rio.
—Estoy bien, no tengo ninguna secuela física ni nada parecido, eso es una suerte. Sin embargo, no puedo dejar de penar en lo que me ha pasado y el por qué, no puedo evitarlo.
—No debe ser fácil similar lo que te ha pasado —admitió—. Y que Lydia esté a tu alrededor organizando tu vida no debe ayudar, aunque piense que sí. Lo hace sin querer, no se lo tengas en cuenta.
—No me molesta, sé que se preocupa de forma activa —murmuré—. Es su forma de ser, la estoy empezando a conocer.
—Lo sé.
Blake se quedó en silencio y empezó a arrancar poco a poco la hierba del suelo. La situación era incómoda, por lo que levanté la vista y observé a unos pájaros alzar el vuelo.
Me agobiaba estar así, sin decir nada, por lo que no supe quedarme callada.
—Sé que quizá no es de mi incumbencia, pero...
—Entonces no lo preguntes, Aerith.
—Lo haré igualmente. —Lo miré y vi que había una sonrisa adornando su rostro. Era pequeña, casi disimulada—. ¿Por qué dejaste a Lydia?
—¿Te ha dicho ella que investigues?
—No, para nada. Era para hablar de algo. No sé nada de ti, solo se me ha ocurrido eso para sacar tema.
—Te responderé si luego tú me eres sincera con una que te haga yo a ti. —Asentí sin saber qué era lo que quería saber de mí, la curiosidad me podía—. No estoy con Lydia por mi familia.
—¿Tu familia? —Me hice la sorprendida. Lydia ya me lo había explicado ayer.
—Sí, aunque suene extraño. No es que no les guste como mi pareja, no la conocen de hecho. Es solo que según ellos aparecerá alguien mejor que hará que me replanteé la vida de una forma que ni me imagino —suspiró y se pasó la mano por el cabello, removiéndoselo—. Le tengo cariño, eso es obvio, pero no hace que mi mundo gire en torno suyo. Me veo del mismo modo con ella, a mi lado y sin ella.
—¿No crees que deberían dejarte decidir por ti mismo? Tienes derecho a cometer tus errores.
—Somos de costumbres fijas —se encogió de hombros—. Y a mí no me parece mal, ¿para qué hacernos perder más el tiempo cuando no será para siempre?
—Los para siempre no existen —negué.
—Eso es lo que piensas tú, yo estoy convencido de que cuando encuentras a tu persona especial, el para siempre se hace corto. Eso lo dice siempre mi padre.
—Entonces tus padres tienen un matrimonio feliz... —di por hecho.
—Sí, algo así.
—¿Algo así?
—Tampoco puedo contarte más, no nos conocemos tanto —bromeó.
—No hagas eso —pedí después de suspirar—. No me gusta que me oculten las cosas, aunque sean tonterías como estas. Mi madre no para de hacerlo y me da muchísima rabia.
—Lo debe hacer para protegerte. —Alcé una ceja, ¿qué sabe él de mi madre? Es más, ¿qué sabe él de mi vida para decir eso?—. Aerith, no me mires así, es lo que hacen los padres, procurar lo mejor para nosotros. No creo que si te está ocultando algo sea porque quiera hacerlo, sino porque debe.
—¿Deber y querer? —resoplé—. ¿Qué diferencia hay? El deber es querer y el querer a su misma vez es deber.
—La diferencia está en el límite que tú quieras ponerle a ambas cosas, tú tienes la elección.
Asentí, era un buen planteamiento.
—¿Qué querías preguntar? —reconducí la conversación a un tema mucho más banal.
—Solo quiero que seas sincera, ¿estás bien? Quiero saber cómo estás, cómo te sientes. No me creo que estés tan bien como quieres aparentar o como tú quieres estar.
Los ojos azules de Blake me miraron de nuevo, pero esta vez de una forma distinta.
Sin saber bien por qué, me sinceré con él, quizá porque necesitaba hacerlo con alguien.
—La cuestión no es si me siento bien o mal, eso a la larga se me pasará. El tiempo es de ayuda en estos casos —empecé a decir—. El problema es que me sentí débil e indefensa. Quizá para ti no tiene importancia, pero para mí es algo frustrante. Es como si hubiera perdido algo de mi independencia...
—¿No te defendiste? —preguntó extrañado.
—Lo hice, pero no fue suficiente. No sé nada de defensa personal, ni sé dar golpes físicos.
—Eso tiene fácil solución. Siempre que quieras ayudarte, claro.
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