Capítulo Dieciséis
Parpadeé mirando el cuerpo inerte que tenía delante en un intento de asimilar lo que acababa de hacer.
Inhalé de forma profunda y solté el aire poco a poco al exhalar, repitiendo ese proceso varias veces sin conseguir lo que pretendía. Estaba temblando sin quererlo, quizá por el efecto de la adrenalina en mi cuerpo o por los nervios.
No sabía cómo sentirme, por una parte, tenía la sensación de que lo que veía no era real, que no acababa de ocurrir, que no había un vampiro muerto y que yo no tenía su corazón en la mano.
No me sentía culpable, o eso creía, no por el momento, al menos, solo había hecho lo que debía hacer, asesinar a un vampiro que quería aprovecharse de Dakota.
Si no hubiera reaccionado, ¿qué hubiese pasado? Ni yo lo sé, solo había actuado, sin más. Me había dejado llevar por mis instintos y por un impulso, uno que días atrás no hubiera podido hacer, ya que no sabía que había vampiros en West Salem.
Maldición, acababa de matar a un vampiro.
—Toma. —El señor Fitzgerald me ofreció un pañuelo que sacó de uno de sus bolsillos y lo cogí de inmediato para quitar la sangre de mi mano, no sin antes quemar el corazón lo más rápido que pude.
—Gracias. —Ni siquiera lo miré a los ojos, froté lo más fuerte que podía para limpiarme sin mucho éxito, por lo que lo intenté con más fuerza.
—Te harás daño —murmuró.
—No se va —gruñí mientras seguía frotando.
—Y no lo hará si no te lavas las manos. Quizá lo mejor es que hables con tu amiga —comentó en voz baja—. Luego búscame, o iré yo a por ti. No me evitarás más, Aerith. Me he cansado.
Asentí, aunque sus palabras en lugar de animarme me habían parecido más una amenaza. No me sorprendió que supiese que lo había estado evitando, tampoco era difícil de saber. El señor Fitzgerald desapareció entre la oscuridad antes de que pudiese responder y yo me acerqué a Dakota, que seguía con muy mal aspecto.
—Dakota, ¿estás bien? —pregunté lo que ya sabía, no lo estaba, tenía los ojos llorosos por su estado y algunas lágrimas le caían por las mejillas.
—Creo que he bebido demasiado —consiguió decir y le aparté el cabello de la cara, aunque algunos mechones se le quedaron pegados a la frente por el sudor—. Quiero irme a casa.
—Buscaremos a las chicas e iremos a casa —la consolé—. Ven, voy a ayudarte.
Le ofrecí la mano y agradecí que el señor Fitzgerald me hubiera ofrecido el pañuelo, por mucho que Dakota no estuviese en su mejor condición se hubiese dado cuenta de que tenía la mano mojada y con sangre. No necesitaba que me hiciera preguntas que no podría responder ni sabía cómo.
—Gracias por venir a por mí —habló con esfuerzo y se apoyó en mí—. Creí que un poco de aire me sentaría bien...
—Para eso estamos las amigas. No deberías haber salido sola.
Buscar a Lydia y a las otras chicas me resultó complicado entre la multitud, pero cuando lo hice y vieron a Dakota todas estuvieron de acuerdo en que nos debíamos ir de inmediato.
Me quería ir con ellas, no me apetecía seguir en este club, las dos veces que había estado me había encontrado con dos vampiros.
Sin embargo, no me podía ir por mucho que quisiera por el señor Fitzgerald.
No podía irme e ignorarlo otra vez después de que viera cómo había matado a un vampiro. Tenía que hablar con él, aclarar la situación y saber qué haría él. Necesitaba asegurarme de que no diría nada.
—Chicas, me he dejado mis cosas en el guardarropa —me excusé antes de coger un taxi—. Nos vemos mañana.
—¿Segura? —Lydia me miró con una ceja alzada, extrañada—. No deberías volver sola después de lo que te pasó, no creo que sea la mejor opción.
—Cogeré otro taxi —soné lo más segura que pude, intentando convencerla de que se fuera, pero ella no cambió su forma de mirarme—. Tranquila, no me pasará nada.
—No, nos iremos todas juntas. Imagina que vas a coger otro taxi y te atracan de nuevo... —negó con la cabeza—. Le dije a tu madre que no te dejaría sola, me quedo contigo —aseguró—. Las demás pueden irse sin mí, así tú y yo volvemos juntas.
Lydia era demasiado cabezota y yo no sabía qué excusa usar para que se fuera, parecía que le dijese lo que dijese, no sería suficiente para que se marchase.
—Señorita Johnson. —Giré la cabeza para mirarlo, no había hecho ruido al acercarse—. Puede quedarse tranquila, me aseguraré de que la señorita Ignis coja un taxi y no le pase nada en ese intervalo temporal que no estarán juntas.
—Señor Fitzgerald, qué sorpresa —musitó Lydia—. A mí no me importa quedarme con ella y volver juntas. Dakota puede volver con Rachel y Maria.
—Vas a volver con tus otras amigas. —Se acercó a Lydia y clavó sus ojos verde grisáceos de forma fija en los de mi amiga, sin parpadear—. Tampoco vas a preocuparte por Aerith, creerás que ella se ha ido a casa antes que tú y que está durmiendo.
Lydia asintió, sonrió y se fue junto a las demás, dejándome a solas con el señor Fitzgerald.
—¿Qué ha sido eso? —espeté—. ¿Por qué se ha ido? Parecía muy dispuesta a quedarse conmigo...
—El segundo vampiro que te atacó intentó usar eso mismo contigo, pero no funcionó. ¿Me equivoco?
—Sigue sin decirme qué ha sido eso —insistí.
—Es un tipo de hipnosis, nosotros lo llamamos dominación. Sometemos nuestra voluntad a la persona que miramos de forma fija a los ojos. Con el contacto visual conseguimos romper la suya para que hagan lo que queramos. Se suele hacer en los humanos porque son los más débiles y no nos cuesta esfuerzo.
—¿Algún poder extraño más que quiera compartir conmigo? —espeté mosqueada—. Porque parece que podéis hacer todo tipo de cosas que no sé y debería.
Si de por sí un vampiro ya era peligroso por sus habilidades sobrenaturales, tenía que sumarle que podían controlar la mente de otra persona en contra su voluntad.
—Vámonos —ordenó—. No podemos hablar aquí. —No me moví, me quedé quieta, observándolo—. Aerith, no vamos a tener otra vez esta conversación, vámonos de aquí.
—En ningún momento he accedido a irme con usted —rebatí—. Solo quiero hablar porque me ha amenazado antes y porque...
—No te he amenazado —interrumpió alzando una ceja.
—Lo ha hecho —afirmé—. Quizá no se ha dado cuenta porque es lo que suele hacer, amenazar a la gente para obtener lo que quiere...
No respondió, en su lugar me agarró de una de las manos y me arrastró hacia su coche mientras con la otra me tapaba la boca para que no hablase.
—Sé que quizá esto que acabo de hacer no ha sido mi mejor idea —explicó—, y que debes estar muy enfadada. Sin embargo, Aerith, no sé si lo has notado, pero aquí hay más vampiros. Hueles demasiado bien para pasar desapercibida en este tipo de sitios, aunque hoy tengas parte de tu olor camuflado —arrugó la nariz—. ¿Quieres que te maten acaso? — Negué con la cabeza, aunque lo único que quería es quemarlo para que se alejase de mí—. Bien, entonces sube a mi coche y no chilles, ahí yo... —No acabó la frase, apartó la mano de forma rápida y me miró—. Quemas. —Y empezó a reír mirándose la mano, que estaba enrojecida—. Creo que ya sé cómo funcionan un poco tus poderes, al menos este.
—¿El qué? —No sé a qué se refiere, ni yo misma sé cómo funcionan.
—Sube el coche —volvió a ordenar y esta vez le hice caso porque quería una explicación. La curiosidad me podía.
—¿A qué se refiere con que sabe cómo funcionan mis poderes? —No fui capaz de quedarme callada.
—La paciencia es una virtud, Aerith —comentó sin apartar la vista de la carretera.
—Es una lástima que yo no la tenga, una menos —contesté—. ¿Me lo dirá o se hará más tiempo el misterioso?
—Es un mecanismo de defensa, quemas cuando tu cuerpo siente que está en peligro —habló—. Me quemaste cuando supiste que era un vampiro, te sentiste amenazada. Ahora has vuelto a hacerlo cuando te he llevado a la fuerza. Conmigo estás a salvo, Aerith, no deberías sentirte así.
Analicé sus palabras, tenían sentido. No controlaba mis poderes, se descontrolaban junto a mis emociones, me nublaban. Es ahí cuando me salían llamas de las manos sin pretenderlo, así que es probable que mi cuerpo reaccione solo ante lo que considera amenaza.
—¿A dónde me lleva? —Después de que respondiera mis dudas, se había instaurado un silencio incómodo entre ambos.
—No puedes pretender saber todo lo que pasa a tu alrededor...
—En este caso debería saberlo, me está llevando en contra de mi voluntad.
—¿Lo estoy haciendo? —rebatió y se rio—. Creo que te has subido al coche para saber mis conclusiones, eso no es estar obligada. —Me mordí el labio, me había dejado sin palabras—. Estamos yendo al único sitio totalmente seguro de la ciudad.
—¿Y eso es...?
—¿Te han dicho alguna vez que eres una impaciente? —bromeó, pero seguí mirándolo sin entender esos cambios de actitud que tenía conmigo—. Tampoco es que tengas sentido del humor.
—Siento que no considere que lo tenga, pero me es difícil reír después de haber matado a un vampiro.
Frunció el ceño y giró la cabeza para mirarme unos segundos.
—¿Cómo te sientes? Sé que es difícil asimilar algo así.
—No quiero hablar de ello... —pedí en un susurro. No quería verbalizarlo de nuevo porque tenía la sensación de que no podría soportarlo.
—Estamos yendo a mi casa —cambió de tema tal y como le había pedido—. Ningún vampiro que aprecie su vida entrará en ella.
—¿Por?
—¿Tú qué crees, Aerith? —cuestionó y aparcó el coche—. Los mataría al instante.
—¿Por qué ha querido venir a hablar conmigo? —suspiré y le seguí—. ¿Por qué no dejarlo para otro momento?
—Porque aunque no lo admitas, sé que no querías estar sola, que estás procesando todavía lo que has hecho. Además, tenemos que hablar, llevas días faltando a mis clases porque no querías verme. —Estaba acertado, por eso no había asistido—. Y no has traído un justificante para tus ausencias —añadió en broma.
—Tenía cosas que hacer. —Aparté mi mirada de la suya y negué cuando me ofreció un asiento una vez en su casa.
—¿Puedo preguntarte algo o seguirás a la defensiva, Aerith?
—Supongo que sí —afirmé y examiné la habitación, parecía sacada de una revista de decoración.
—¿Con quién has estado hoy?
—¿Importa? —contesté de inmediato.
Hacía preguntas muy extrañas que carecían de lógica. ¿Era que se preocupaba por mí? ¿Por algo que se desconocía?
—Tu aroma, como he dicho antes, está camuflado. Hueles un poco diferente de lo habitual —explicó como si nada.
—¿Diferente en qué sentido? —No pude evitar que la curiosidad me pudiese de nuevo, parecía que cuando estaba con el señor Fitzgerald era cuando aprendía cosas y obtenía información útil.
—No es solo olor humano, algo normal, ya que estabas con tus amigas, pero no me refiero a eso. Es como otro olor, uno muy...
—¿Muy?
—Hueles peor de lo que deberías.
Hoy solo había estado con las chicas y Blake.
Blake.
Ya sospechaba de que él era... algo, tenía actitudes que me hacían creer que no iba a descartada y esto solo me reafirmaba en mis dudas sobre él.
—¿Puede decirme lo que sea que quiera? —propuse para acabar con la conversación de forma rápida.
—¿No tienes remordimientos por lo que has hecho? —preguntó—. ¿Cargo de consciencia?
—Ese vampiro estaba a punto de atacarme a mí o a mi amiga —dije sin responder a lo que me había preguntado.
—No lo hubiese hecho, te estaba vigilando desde que noté tu olor. Lo hubiera matado si hubiera sido necesario.
—¿Y si un día no está cerca? ¿Debo limitarme a aceptar mi propia muerte por no ser capaz de defenderme?
—¿Eso es que aceptas mi ayuda?
—No, no he dicho eso. Aunque no negaré que la idea no me parece tan mal como al principio...
Sobre todo, después de saber que Blake me enseñaría a defenderme contra humanos, seguiría sin saber los puntos débiles de los vampiros o qué hacer para acabar con ellos.
Lo de hoy había sido suerte y no me dudaría para siempre.
—Has cambiado de parecer... —Dio por hecho.
—No del todo. Solo me he dado cuenta de que usted es el único que me ayudará a saber cómo acabar con los vampiros. Le he arrancado el corazón porque le he visto hacerlo.
—Es la forma más rápida de acabar con ellos.
Haberme encontrado con otro vampiro había sido el detonante para que me diese cuenta de que no podía seguir así, que estaba indefensa. Las clases con Blake me servirían, con él ganaría fuerza y resistencia, sin embargo, el señor Fitzgerald tenía algo que el primero no me podía enseñar; conocimiento.
No solo con los vampiros, para así aprender sus puntos débiles y qué hacer con ellos, sino porque parecía conocer mejor mis poderes que yo misma.
Era extraño que supiese tanto de mí, por lo que tenía que averiguar el motivo, ¿y qué mejor que hacerlo estando cerca de él? Quizá averiguaría lo que la gente me ocultaba.
—Señor Fitzgerald, enséñeme a acabar con los vampiros.
Y esta vez sí que pude ver a la perfección cómo se esbozaba una sonrisa en su cara.
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