Capítulo Cuatro
—¿Por qué debería hacerte caso? —rebatí de inmediato sonando lo más segura que pude. Tenía curiosidad por saber la razón por la que Blake había decidido hablarme, así que insistí un poco más—. ¿Algún motivo en especial?
Él siguió con el ceño fruncido, como casi siempre cuando hablaba conmigo. Eso hacía que me preguntase, ¿por qué se estaba dirigiendo a mí? Era evidente que no le gustaba tenerme cerca.
—Tengo mis razones...
—Ah, bien —murmuré—. Muy lógicas. —Me aparté el cabello del rostro y seguí mirándolo—. Siento decir que si tengo que hablar con el señor Fitzgerald, lo haré. Es nuestro tutor y quizá necesite ayuda en asuntos académicos —admití—. No me has hecho cambiar de parecer.
—Habla conmigo —dijo de forma rápida, como si no lo hubiese pensado mucho antes de verbalizarlo—. Si necesitas ayuda, cuenta conmigo. Llevo toda mi vida viviendo aquí, podré ser más útil que él. Incluso aconsejarte si tienes un problema...
—Ni siquiera nos conocemos —resalté lo obvio—. No hemos hablado más de tres frases seguidas desde que Lydia nos presentó.
Por no mencionar nuestra primera conversación, una de las más peculiares que había tenido nunca.
—Ahora lo estamos haciendo, y son más de tres frases. —Y sonrió sin que se le vieran los dientes, como si le hubiese hecho gracia su propia broma.
No lo entendía, Blake estaba actuando de una forma demasiado impropia de lo que había visto de él.
—No sé qué problema tienes con el profesor Fitzgerald —empecé a decir—, pero eso no quiere decir que los demás dejemos de contar con él. Es correcto, educado y un buen profesor.
Obvié el hecho de lo que me había ocurrido hacía un par de horas cuando estuve a solas con él; me había perdido en su mirada como si no hubiera nada más.
A Blake no le importaba.
—Aunque no lo creas, solo quiero ayudarte —susurró con un hilo de voz que costó escuchar.
Me miró, expectante de una respuesta. Y yo, yo solo podía fijarme en que con la luz de media tarde sus ojos parecían un poco más brillantes.
No iba a admitirle que quizá sus intenciones estaban siendo buenas, que parecía preocupado por mí, porque no le creía.
—No la necesito. —No aparté la mirada, no me sentí cohibida por su presencia en ningún momento—. No necesito ayuda de nadie.
No me gustaba que la gente me ayudase, apreciaba mucho la independencia que tenía, y menos de alguien que no conocía.
—A veces es bueno la cooperación de otra persona, aunque no sea un amigo. —Apreté los labios y no dije nada. La conversación no iba a avanzar más, por lo que intenté abrir la puerta de mi coche para volver a casa—. Espera —pidió y me cogió del brazo—. ¿Vas a venir con nosotros esta noche?
Volví a apartarme el cabello, colocando un mechón rebelde tras mi oreja. No sabía qué pensar de él, sus acciones indicaban algo muy distinto a sus palabras o gestos, se contradecía. No me gustaban las personas con tantas idas y venidas, nunca eran claras y no sabía cómo reaccionarían; justo lo que me ocurría con Blake.
—Salgo con Lydia —remarqué.
—Con nosotros, con todo el grupo —corrigió—. Los que solemos comer juntos.
—Supongo... —dije con vaguedad. Quería que dejase de hablar, no me apetecía seguir con una charla que se había vuelto aburrida.
—No iba a ir, pero he cambiado de opinión —admitió aún con el semblante serio. Era curioso que mientras yo quería zanjar el tema, él seguía hablando con interés. Al ver que no le pregunté, continuó—. Antes de que digas nada, es porque las circunstancias cambian, supongo que... —vaciló—. Supongo que me apetece despejarme.
—Será eso —reí. Estaba mintiendo y era evidente—. Busca una mejor excusa, Blake. O una que al menos sea creíble.
—Es la verdad —aseguró sin apartar la mirada de la mía.
—Bien. —Con un ligero movimiento hice que me soltase—. No creo que tengamos nada más que decirnos. No me gusta la gente que miente.
—No lo he hecho.
—Nos vemos esta noche.
Blake no respondió, seguía mirándome, pero en silencio, así que lo tomé como una invitación para poder irme.
Había sido nuestra conversación más larga, más que la de nuestro primer encuentro. No entendía por qué tenía esos cambios de actitud siempre conmigo. ¿Tan difícil era actuar como una persona normal?
Cuando llegué a mi casa, saludé a las gemelas, que jugaban en el jardín haciendo uso de sus poderes a su antojo, las flores crecían a su alrededor mientras se reían.
—¡Aerith, ven a jugar con nosotras! —pidió Febe.
Negué con la cabeza y entré en casa. En el salón estaba mi madre leyendo un libro, aunque en lo primero que me fijé es que tenía el móvil muy cerca; acababa de hablar con alguien, por eso no estaba con las gemelas. Al notar que estaba ahí, levantó la vista y me sonrió, por lo que aproveché para contarle los planes de esa noche.
—Me parece bien, así te relacionas con gente de tu edad y no te encierras en ti misma, actuando como una adolescente más.
—Podría decirse que sí...
—Sí, cariño —repitió lo que acababa de decir.
—No es tan fácil, soy un hada y nadie puede saberlo. —Y sin saber bien el motivo, exploté—. ¿Qué más? ¡Ah, sí! Lo más probable es que el año que viene ya no estemos aquí, que nos habremos mudado de nuevo, quizá otra ciudad o pueblo alejado de todo, como siempre. Puede que esa sea la razón por la que no quiera relacionarme con la gente, ¿no crees? No me gusta crear lazos afectivos que sé que no van a durar.
—No empieces con eso de nuevo —pidió muy serena, sin que le hubiese afectado mi estallido repentino.
—Solo remarco la realidad, mamá. No lo he dicho para hacerte daño o para reprocharte nada. Sé que es por nuestra seguridad, o eso es lo que dices. Pero... estoy cansada.
—Quizá podemos quedarnos más tiempo en esta ciudad.
—¿Por qué? —pregunté de inmediato mirándola muy sorprendida—. Llevamos poco tiempo, no puedes saberlo.
—Quiero ser optimista —sonrió—. Parece una ciudad más tranquila que otras, no hay tanta gente. Puede ser una posibilidad...
—¿Qué no me cuentas? —La examiné bien, sus reacciones solían delatarla. Nunca se había aventurado a decir algo así, y menos por optimismo. Había más. Siempre había más.
—Es una intuición, solo eso.
Estaba ocultando algo. Había apartado la mirada demasiado rápido. No me sorprendía, lo llevaba haciendo durante mucho tiempo. Después de tantos años seguía sin saber cosas de nuestra vida, como por ejemplo, de quién huíamos y por qué.
No pedía mucho, solo lo que merecía saber. Quería ayudarla a llevar esa carga y así entendería mejor nuestra situación.
No obstante, ella prefería mentirme.
Y lo odiaba.
—Estaré en mi habitación.
No quería hablar más con ella. Le envié un mensaje a Lydia, tal y como me había pedido y cerré la puerta. Estaba tensa, demasiado tensa. Necesitaba relajarme de algún modo, por lo que aunque no fuese la mejor idea por mi estado de ánimo, decidí practicar un poco mi don.
Creé llamas a mi alrededor y con solo eso, me olvidé de todo durante un momento. Iba con el máximo cuidado, no quería quemar nada y empecé a probar cosas nuevas: bolas de fuego de distinto tamaño, aumentarlas o reducirlas según creía, hacerlas desaparecer con una mirada...
Por mucho que a veces odiase mi poder, era parte de mí.
—Aerith. —Estaba tan concentrada que no me había dado cuenta de que mi madre estaba en el marco de la puerta—. No deberías hacer eso aquí, en casa.
—Estoy yendo con mucho cuidado.
—Sigue siendo peligroso. Puedes descontrolarte e incendiar toda la casa. Si eso ocurriese, tendríamos que dar muchas explicaciones.
—Lo sé. —No pude evitar poner los ojos en blanco, estaba cansada de escuchar siempre lo mismo. Mientras que yo tenía que ir con la máxima precaución con todo lo relacionado con mi don, ella y mis hermanas los usaban a su antojo. Aunque no lo pareciese, sabía lo que hacía. Pero no era suficiente, no para ella. Mientras que mis emociones estuviesen controladas, mi fuego también lo estaría—. ¿Algo más?
—Si soy sincera, no he venido a decirte eso —admitió—. Ni me había dado cuenta de lo que estabas haciendo, pero sigue siendo peligroso —se apresuró a decir sabiendo que la iba a interrumpir para quejarme—. Tu amiga está aquí.
—¿Lydia? —mi madre asintió y miré el reloj de la pared—. Habíamos quedado más tarde.
—¡Lo sé! —exclamó la rubia entrando en mi habitación con las manos llenas de bolsas—. He pensado que podríamos pasar la tarde juntas e ir a cenar nosotras dos solas. Quiero conocerte mejor, quizá si solo estamos tú y yo hablas un poco más.
—Es una gran idea —mi madre le dio la razón—. Os dejo solas, cualquier cosa estoy abajo.
—Adiós, señora Ignis —se despidió Lydia y una vez que estuvimos solas me miró mientras empezaba a sacar ropa de las bolsas—. Es muy agradable, al igual que tus hermanas. Estaban jugando en el jardín cuando he llegado, antes de que me bajase del coche ya se habían acercado para saludarme con una sonrisa, son muy risueñas.
—Sí, son muy afables y simpáticas.
—Siempre he querido tener una hermana gemela, o una hermana. Soy hija única, ¿sabes? A veces me siento sola.
—Las adoro —mencioné y no pude evitar sonreír—. No sé qué haría sin ellas. Aunque entre ellas hay una conexión que nunca tendré con nadie, se entienden con una sola mirada.
—Típico de gemelas. Por cierto, no te pareces en nada a ellas o a tu madre —comentó como si nada, tan sincera como siempre—. Siento si te molesta, ¿eres adoptada? —negué con la cabeza—. Es que ellas son tan rubias y tú tan... pelirroja. Y los ojos también son distintos, soy muy observadora, ¿se nota? Su color es de un azul hielo, mientras que el tuyo es un verde esmeralda.
—Sí, me parezco a mi madre si te fijas bien —reí. No era la primera persona que se fijaba en eso—. Solo que el color de pelo y ojos es distinto.
—¿Lo has sacado de tu padre?
—No me acuerdo... Creo que no, pero no podría asegurarlo.
—¿No tienes fotos de él?
—No, ni las quiero. —No quería hablar de ello, así que cambié de tema. Por mucho que hubiéramos empezado a ser amigas, no quería compartir algo tan íntimo con ella, prefería guardármelo para mí—. ¿Cuánta ropa has traído?
—Poca en comparación a la que quería.
—Eso me da miedo —dije para después reír.
Lydia se divirtió vistiéndome como si fuese una muñeca y decidí dejarme hacer. Era gracioso ver cómo se frustraba cuando le decía que un conjunto no me gustaba o no creía que me quedase bien.
Me sentía normal, como una persona sin poderes, una adolescente más y me gustaba.
—Perfecta —aseguró después de comprobar en repetidas ocasiones de que lo que llevaba era adecuado—. Sabía que el rojo te quedaría muy bien, a juego con tu cabello.
—Tú también vas de rojo, ¿ha sido queriendo?
—¿Acaso lo dudas?
No conocía nada de la ciudad, por lo que me dejé guiar por ella en todo momento. Para cenar acabamos en un buen restaurante italiano y entre las dos nos comimos una pizza. Como había dicho, aprovechó que estábamos solas para intentar conocerme mejor o que supiese más de su vida.
Llegó a West Salem un par de años atrás debido al trabajo de su madre, que no me dice aunque le pregunte. No insistí, yo tampoco le estaba contando muchas cosas de mi vida, solo lo básico que adornaba con pequeños detalles para hacerlas más creíbles.
—Toma —dijo al bajar del coche—. Lo vas a necesitar.
—¿Un carné falso? —pregunté mirando lo que me había dado—. ¿Cómo has conseguido una fotografía mía? Mejor dicho, ¿cómo has conseguido esto?
—Tengo mis métodos, no preguntes, no te los diré ahora, hay demasiada gente. Vamos, nos están esperando. —Me cogió de la mano y me obligó a andar rápido—. No te lo he dicho antes, pero Blake está aquí, me ha mandado un mensaje antes de que llegase a tu casa. Creía que se quedaría en casa, pero me he equivocado, aunque así mejor.
—¿Por qué así te lo llevarás a casa? —No pude evitar reír. Durante la cena me había explicado un poco más la relación que habían tenido y su estado actual.
—Puede —ella asintió de forma ligera—. Nunca está de más tener a alguien con el que acabar la noche.
—Si tú lo dices...
Los amigos de Lydia, porque aún no los consideraba míos, estaban haciendo cola delante de un local, una que ocupaba casi toda la calle. Las chicas cuando nos vieron nos hicieron gestos efusivos para que nos acercásemos.
—¡Va a ser una gran noche! —anunció Lydia.
—¿A ti también te ha hecho uno? —preguntó Dakota señalando el carné que llevo en la mano.
—Espera, ¿los haces tú? —miré a Lydia sorprendida. Parecían auténticos.
—No hablemos de eso ahora. Oficialmente, somos todos legales para entrar aquí y tenemos la edad suficiente para beber alcohol, si no, sería muy aburrido.
No quería rebatir lo que decía, Lydia estaba demasiado entusiasmada, por lo que empecé a hablar con Dakota y Maria mientras esperábamos que la cola siguiese su curso. Cuando pudimos entrar, me quedé quieta.
En uno de los sofás de la zona reservada se encontraba el señor Fitzgerald junto a lo que supuse que eran amigos suyos. No sé si fue casualidad, pero él levantó la vista y clavó su mirada en mí, justo cuando yo estaba pendiente de él.
Por su expresión, se sorprendió de vernos ahí, aunque de inmediato frunció el ceño y apartó de un gesto a una mujer de su lado mientras seguía mirándonos.
¿Tanto se preocupaba por sus alumnos?
Aunque parecía más bien que sus ojos estaban fijos en mí, no en los demás.
—¿Eres consciente de quién está ahí? —le dije a Lydia señalándolo de forma disimulada—. Puede delatarnos, somos menores de edad.
—No va a decir nada —aseguró—. No es la primera vez que nos lo encontramos y nunca hemos tenido problemas. Él nos entiende, es joven. Lo más probable es que a nuestra edad hiciera lo mismo. Por este tipo de cosas es por lo que es mi profesor preferido.
—Es un idiota —sentenció Blake que no se había apartado de la rubia—. ¿Qué os traigo de beber?
—Lo que quieras. ¿Te apetece algo en especial, Aerith? Aquí sirven de todo.
—No, lo que sea, gracias —murmuré—. No me importa.
Blake desapareció y Lydia me agarró de la mano para llevarme al centro de la pista de baile muy entusiasmada.
La noche pasó rápido y me sorprendí de estar pasándomelo bien, no me lo esperaba en un primer momento. Aunque había un, pero, volvía a tener la sensación de que me estaban observando.
De reojo miré la zona en la que antes vi al señor Fitzgerald, ya no estaba ahí, por lo que no era él el que me miraba.
—Necesito tomar el aire —dije alejándome de Lydia. Empezaba a estar agobiada del cúmulo de gente y del hecho de que alguien me vigilasen.
—¿Quieres que vaya contigo?
—No, prefiero ir sola. Necesito despejarme.
Salí lo más rápido que pude y anduve para alejarme del tumulto que aún había cerca del local. Una vez que había tomado la distancia suficiente, me apoyé en la pared y cerré los ojos para relajarme.
No tenía por qué ocurrir nada, no tenía por qué haber nadie vigilándome. Quizá me estaba preocupando sin razón, como decía mi madre.
Lo único que tenía hacer era conseguir tranquilizarme, si no lo hacía empezaría a crear llamas de la nada, lo que supondría un gran inconveniente.
—¿Qué tenemos aquí? —Abrí los ojos y vi a un hombre de mediana edad mirándome mientras se pasaba la lengua por el labio.
—Déjame en paz —empecé a andar para volver al local, pero con un ágil movimiento el hombre me retuvo contra el muro usando demasiado fuerza, mi espalda chocó con tanta fuerza que me quedé sin aire—. ¿¡Pero qué haces!?
—Cuando te he visto entrar en el club me he fijado en ti de inmediato. ¿Eres consciente de lo bien que hueles? —Volvió a pasarse la lengua por el labio—. Nunca antes había conocido a alguien que oliese tan bien, a alguien que tuviera la necesidad de morder sin poder controlarme pese haberme alimentado hace poco. Haces que pierda el control, es un halago para ti.
—Suéltame —gruñí e hice fuerza para liberarme de su agarre.
—Oh, muñeca, no lo voy a hacer. Hueles de maravilla, eres una tentación andante. Es una lástima que te hayas cruzado conmigo, si te hubieras quedado con tus amigos y ese chico que no se aparta de ti, no te hubiera pasado nada. Al irte, has dictado tu sentencia de muerte. Voy a drenarte toda gota de sangre que tengas.
—No me das miedo. —Estaba aterrada, aunque soné lo más segura que pude, mostrando lo contrario.
—Deberías —rebatió con una sonrisa casi sádica—. Voy a disfrutar mucho bebiendo de ti hasta que mueras. Una vez que empiezo, no puedo parar. La sangre me puede, y más aún con la tuya, debe ser deliciosa si es parecida a tu olor.
—¿Seguro? —Quise ganar tiempo mientras pensaba qué podía hacer.
Eso le hizo gracia, empezó a reír y vi cómo sus ojos eran de un rojo muy intenso, aunque lo más característico eran los colmillos que sobresalían de sus labios.
Tenía delante a un vampiro.
Mi madre me había hablado de ellos de forma escueta en una de mis múltiples preguntas para saber más del mundo sobrenatural.
Mis posibilidades eran escasas, tenía todo en mi contra. Lo único que podía hacer era sorprenderle y así escapar lo más rápido que pudiese, esperando que estar entre la multitud supusiera mi salvación.
—¿De dónde ha salido este fuego? —preguntó al ver que su ropa estaba en llamas. Sin embargo, que estuviese tan calmado no me gustaba— ¿Has sido tú? ¿Una bruja oliendo tan bien? Lo dudo, si lo fueras hubieses dicho algo, no saben hacer trucos sin hablar.
—Déjame ir o te quemaré vivo —amenacé.
—¿Sabes cuál es el problema, muñeca? Este fuego no me está haciendo nada, nada de dolor, no quema. Llama la atención, eso sí.
Odiaba no tener control sobre mis poderes en momentos así, en los que mis emociones me dominaban. Estaba aterrada, con tanto miedo que me sorprendía no estar temblando. Cerré los ojos y volví a abrirlos lo más rápido que pude, deseando que cuando usase mis poderes de nuevo, funcionasen.
—Era un aviso —mentí y mi voz no titubeó—. O me dejas tranquila, o mueres calcinado.
—Tienes carácter, pero sigo sin saber qué eres. —Me miró y de repente abrió los ojos sorprendidos—. Tu aroma, el fuego... ¡Ya sé lo que eres! No voy a decirle nada, no tiene motivos para saber que te he encontrado, así no se enfadará conmigo. No sabrá que he sido yo quien te ha matado. Va a ser nuestro secreto.
Desesperada, volví a crear llamas cuando vi que se acercaba a mi cuello.
Funcionó. Un círculo de fuego apareció a su alrededor, que poco a poco se hizo más estrecho hasta que lo rodeó por completo.
—¡Maldita hada! —chilló—. ¡Te mataré!
No pudo hacer nada más, la vida le desapareció de los ojos en un instante. Y no lo entendí.
El fuego mataba, sí, pero de forma lenta, provocando dolor y agonía. No de ese modo, no tan rápido.
No sabía que había pasado hasta que me di cuenta, detrás de ese vampiro había alguien más.
—¿Estás bien?
El vampiro cayó al suelo sin vida y lo vi. Delante de mí estaba el profesor Fitzgerald con la mano alzada y con los ojos entrecerrados mientras me miraba.
—¿Qué acaba de pasar? —articulé en un susurro.
—Lo he matado. —No había emoción en su voz, tampoco remordimiento—. Le he arrancado el corazón. Es de las formas más rápidas de acabar con una criatura como él.
Empieza a animarse todo un poco, ¿verdad? jejeje.
¿Tenéis teorías?
Nada más :). Muchos besos xx.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro