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Capítulo 8



Al día siguiente me sentí incómoda en presencia de Jorge y nada ayudaba el hecho de tener que llevarlo a la iglesia por ser día domingo, pues eso me hizo pasar aún más tiempo a solas con él. Mientras papá no se enteró de lo acontecido la noche anterior y se quedó en casa trabajando en la máquina como si no hubiera mañana. Era como si quisiera deshacerse pronto del chico, causando sentimientos encontrados en mí, porque ya no sabía lo que quería. Por una parte deseaba que regresara y fuera feliz en su época, sintiéndose a gusto con lo que conoce y con la gente que extraña; por otro lado, quería que se quedara conmigo y no me dejara sola, menos ahora que sabía que allá lo esperaba una chica para casarse por decisión de sus padres y no por amor.

El camino a la iglesia fue silencioso e incómodo, rememorando lo acontecido sin saber cómo tocar el tema. Porque no solo habíamos hablado de lo que él extrañaba y los compromisos que tenía por cumplir, sino que sin darnos cuenta terminamos discutiendo, principalmente porque a mí me parecía inconcebible que se viera obligado a cumplir con ese compromiso por haber dado su palabra y obedecer las órdenes de sus progenitores.

Lo siento, Kemi —dijo después de varios segundos en silencio desde que manifestara su firmeza con regresar y casarse.

¿Por qué? Es tu decisión, tu vida después de todo —comenté con más brusquedad de la que hubiese querido.

Pero a ti te afecta...

—Pero tienes que hacer lo que tú quieres. Tu vida, tú decides.

—No sé lo que quiero.

—Acabas de decirme que ya diste tu palabra, que eso es lo que quieren tus padres y lo vas a cumplir —comencé a alzar levemente la voz, reprimiéndome al poco rato al recordar que papá dormía.

Lo que tienes que hacer no siempre es lo que quieres —trató de razonar conmigo.

Jorge, sabes bien que papá está arreglando la máquina para que regreses a tu tiempo y, aunque no queramos, tendrás que volver porque allá está tu familia y la chica con la que te comprometiste.

Nos quedamos callados sin saber qué decirnos. Yo sentía el nudo en la garganta agrandarse, por lo que intenté ignorarlo, pues no estaba dispuesta a llorar nuevamente en su presencia, menos cuando estaba anunciando libremente sus planes de boda. Una actitud así de mi parte no habría hecho más que confundirlo y empeorar su situación ya complicada, y si bien deseaba que se quedara, quería que lo hiciera por decisión propia, sin ser influenciado por mí. Por más que lo deseaba, su felicidad y voluntad estaba por sobre todo.

El único sonido que se escuchaba era el tic tac del reloj del velador que marcaba las tres de la madrugada hasta que él rompió el silencio.

Desearía que perteneciéramos al mismo tiempo, tú al pasado o yo al presente —confesó con voz ronca, como si estuviera a punto de volver a llorar en cualquier momento—. Así no nos tendríamos que despedir...

Las cosas no son así y no las podemos cambiar...

—Es una lástima.

Por recordar la noche anterior, con Jorge casi nos pasamos de nuestro destino, por lo que rápidamente nos bajamos del bus, agradeciendo que el chico no se haya mareado tanto como la vez anterior. Durante la ceremonia me mantuve inatenta, meditando lo acontecido más que atendiendo a la misa. Antes de irnos, vi que Jorge, sin darme más explicaciones que un "espérame", se acercó al sacerdote y luego de un par de minutos se dirigieron al área de los confesionarios. Temí que hablara de la máquina del tiempo y provocara desconfianza en el padre, quien perfectamente podría llamar a emergencias por sospechas de un loco, por mucho que las confesiones debieran ser mantenidas en secreto. El estómago me molestaba con los nervios hasta que caí en la cuenta de qué era exactamente lo que le molestaba y necesitaba confesar para sentirse en paz consigo mismo.

La noche anterior, luego de su comentario acerca de lo lastimoso que era no pertenecer a la mismas épocas, nos volvimos a quedar en silencio, pero ya no era uno tenso que en cualquier momento nos haría estallar contra el otro, no. Era uno cómodo, con nuestras miradas conectadas como si no existiera nada más en el mundo y entonces, sin que yo lo notara antes, él se acercó y unió nuestros labios. Nuestro primer beso y estaba segura de que sería el último.

Te quiero, Kemi —dijo cuando nos separamos.

Yo también.

Me entristeció que él considerara aquel acto un pecado que no podía esperar para ser confesado, me llegó a doler que pensara de ese modo, pero a la vez intenté ponerme en su lugar, con sus rígidos principios y creencias. Estaba comprometido con una mujer que en el presente ya llevaba fácilmente cien años bajo tierra y le fue infiel conmigo. Entonces otro golpe me dio en la cabeza, pues entendí que yo siempre sería "la otra", la chica que conoció en el futuro y con quien pasó una temporada, una especie de aventura y nada más. Me convertí en el tipo de mujer que odiaba ver en las películas, leer en libros y enterarme que existen en la vida real.

Al salir del confesionario se aproximó a mí y sin decir nada se arrodilló mirando hacia el altar y rezó su penitencia, mientras yo me quedaba en silencio escuchando el murmullo de sus oraciones y lamentos. Al salir dio la impresión de que no podía esperar a hablar conmigo seriamente y, sin darnos cuenta, terminamos conversando sobre todo lo que nos aqueja fuera de la iglesia , rompiéndonos mutuamente poco a poco.

—Estuve pensando lo que hicimos anoche...

—No hables así —lo interrumpí—, si lo pones de ese modo parece poco menos que tuvimos sexo y no fue así, nos dimos un beso y nada más —le pedí sinceramente, viendo cómo sus mejillas se tornaban rojas y mordía su labio para reprimir algún comentario, seguramente de aquellos que a mí me molestaban con respecto a las palabras que no debía usar por ser mujer.

—Bueno, estuve pensando en el beso de anoche ¿así está bien? —asentí, dándole oportunidad de que continuara—. Y no es correcto, Kemi. Somos adultos con responsabilidades, no podemos actuar así. Tal vez para ti no es nada o no significa mucho un beso, no me extrañaría que hasta eso se haya devaluado con todo lo que he visto, pero para mí es importante porque con ese gesto le fui infiel a Elena.

Elena, así se llamaba "la oficial". El nombre se repitió en mi cabeza y no importó cuántas veces fue, cada vez me desagradaba más, pese a que no conocía a la mujer. El solo hecho de conocer su nombre ya la hacía más real, más humana y no una imaginación de una señora ya fallecida. Por otro lado, me molestó también que hiciera suposiciones de cuánto valoraba yo o no las muestras de cariño como un beso. Por mucho tiempo que hayamos compartido, él no tenía derecho a sacar ese tipo de conclusiones, porque él no estaba en mis zapatos para saber qué sentí cuando me besó y cuánto realmente me importaba y apreciaba aquel recuerdo que me acompañará por toda la vida como el pequeño premio de consuelo que saqué de toda esta experiencia. Quise expresarle mi molestia al respecto, pero antes de abrir la boca él ya estaba siguiendo su charla.

—No nos podemos comportar así porque eso me hará serle infiel a Elena —"otra vez la nombra" pensé—, y nos hará las cosas más difíciles cuando nos tengamos que despedir, porque lo tendremos que hacer en algún momento. Esto es solo pasajero, yo regresaré a mi época, tú te quedarás en la tuya y no nos volveremos a ver nunca porque ahora yo debería estar muerto y en mis años tus padres ni siquiera existen como para pensar en tenerte.

Cada palabra me dolía más y más, dejándome sin nada que decir, pues sus intenciones estaban más que claras y no podía negarme. Sabía que sin importar cuántos argumentos le diera, qué tan espléndida sea la confesión de mis sentimientos, cuántas muestras de cariño le diera para probarle que iba en serio, él se iría igual y me dejaría sin nada. Tardé en reunir el coraje para decir algo al respecto, cuando lo hice mi voz sonó más ronca de lo que hubiese querido, dándole a saber mis ganas de llorar.

—Entonces hagamos como si nada hubiese pasado. Entre tú y yo no hay nada, así todo será más fácil, te irás tranquilo, en la buena con Dios y te casarás sin cargo de consciencia.

—Kemi...

—Y cada uno seguirá con su vida en su época como si tú nunca hubieses viajado a causa de mi padre —con eso no pude reprimir las lágrimas y a los pocos segundos ya corrían varias por mis mejillas, poniendo de manifiesto mis sentimientos contrarios a lo que decía. Por más que quisiera, sabía que para mí sería difícil cumplir con mi parte—. Solo seremos dos personas que viven juntas, amigos si la amistad con una mujer no te molesta, nada más.

—No me hagas las cosas difíciles.

—Te las estoy haciendo fáciles a pesar de que para mí pueda ser casi imposible. Porque,a diferencia de lo que piensas, lo de ayer para mí sí significó algo, pero lo omitiré para que no tengamos mayores problemas

Limpié mi rostro con mis manos y sin previo aviso caminé en dirección del paradero para regresar a casa, sin preocuparme de si Jorge me seguía o no. Ignoré su presencia incluso cuando se sentó a mi lado, porque si quería olvidarlo algún día, tenía que empezar ya.

En ese momento deseé que la máquina de papá estuviera lista cuando llegáramos, de ese modo devolveríamos a Jorge para que continúe con su vida como él lo desee y, aparte, yo regresaría en el tiempo a los días en los que no lo soportaba. Me pararía frente a mí misma y me advertiría de lo mucho que dolerá la despedida si continuaba por ese mismo cariño. Me rogaría no enamorarme de ese joven y tratarlo solo como una visita, para así ahorrar sufrimiento a ambos.

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