Capítulo 7
En un principio me sentía nerviosa al no saber si hacía bien o no al llevar a Jorge conmigo al cine, para distraerme de todas las obligaciones que tuve durante la semana, y la rabia que papá mantenía conmigo. Fue cuando ya estuvimos en la sala con él ansioso de ver de qué se trataba ese nuevo lugar al que lo llevé que comprendí que había hecho bien. ¿Cómo podía ser tan malo llevarlo conmigo si él parecía feliz de estar ahí? Papá ni se molestó en salir de su habitación para conocer los detalles de lo que haríamos, simplemente soltó un gruñido mientras acomodaba una nueva pieza en la máquina luego de soltar una maldición. Al parecer no todo marchaba de maravilla ahí dentro como antes de que Jorge inundara el departamento. Pese a todo, ese día agradecí que él siguiera en el presente conmigo, pues de lo contrario estaría yo sola mirándome al espejo para sentir que tenía algo de compañía.
Reí cuando a mi lado sentí cómo se asustaba una vez que se apagaron por completo las luces y el sonido de la película llenaba nuestros oídos. Alcancé a oír su comparación de la pantalla con la televisión de la casa, aunque la del cine era más impresionante para él. Era como si, en vez de tener a un joven de veintitrés años a mi lado tuviera a un niño de cinco que soltaba expresiones de asombro de vez en cuando e intentaba hacerme preguntas a susurros por lo que veía: de dónde venía el sonido, cómo hacían para que las personas de la pantalla se vieran tan reales y gigantes, cómo una lucecita podía tener todos esos efectos en el telón, entre otras cosas. Al salir me hablaba de la película como si yo no la hubiese visto antes en la misma sala que él, sacándome un par de risas. Entonces me di cuenta que esa faceta de Jorge, la del niño inocente y emocionado, más esa sonrisa que llevaba me gustaba más que la del joven con comportamiento de anciano o del chico con pensamientos machistas anticuados. Ese día por fin lo vi como un joven más, alguien que podría pasar desapercibido en el presente a quien podría tolerar sin problemas.
—Es fantástico, nunca había visto nada igual, Kemi —comentaba con entusiasmo mientras caminábamos a las escaleras, recibiendo un par de miradas curiosas del resto de los asistentes, quienes seguramente pensaban que se trataba de un pobre joven que nunca tuvo oportunidad de ir al cine. Y lamentaba que aquella fuera la última vez que visitara uno, pues claramente le gustó la dinámica—. ¿Cuándo podremos volver?
—Si tengo dinero suficiente, podríamos volver de nuevo —"antes de que te marches", quise añadir. Terminé omitiéndolo temiendo que ello arruinara los ánimos de la tarde, él claramente lo estaba pasando bien y no me sentía con el derecho de quitarle la felicidad. Mi ánimo disminuyó levemente sabiendo que difícilmente podríamos volver a salir así los dos juntos
—Oh, cierto. Perdón por no poder ayudarte, pero el dinero que poseo ya no se usa y...
—No tienes porqué preocuparte, yo invité.
—Un caballero debería pagar —continuó aún avergonzado.
—Pagaste lo suficiente acompañándome.
Parecía mentira que en un principio nos hubiésemos llevado mal, conmigo odiando su forma de ser y presencia en mi casa, mientras él ocultaba su miedo al presente y desconfiaba de todo a su alrededor. Ya no quería que se marchara, quería conservarlo y pasar más tardes como aquellas, en el cine u otro lugar de entretención, aunque su desconocimiento de la tecnología nos metiera en problemas. Esa tarde éramos como un par de amigos de siempre, aunque habíamos convivido por solo un par de semanas, y él parecía sentir lo mismo. Aquella relación era lo más cercana a una amistad que había experimentado en mucho tiempo y me dolía pensar que tarde o temprano tendría que cortarla y, por mi bien, olvidarla. Él está muerto en la actualidad, el Jorge que tenía frente a mí era solo un préstamo del pasado para comprobar el funcionamiento de la máquina del tiempo, nada más y nada menos que eso. Así como fue él quien se coló y permitió a papá tener pruebas, pudo ser otra persona, pero nadie habría sido tan especial en mi vida como Jorge. Lo quería, al menos hasta que sus principios morales salían a flote y ponía de manifiesto el hombre que fue educado con pensamientos ya casi obsoletos en algunas situaciones.
—¿Qué hacen esos indecentes ahí, por Dios? —Me comentó mientras miraba a una pareja abrazada en uno de los sillones de descanso dentro del mall—. ¿Estarán casados, siquiera?
—No creo —di mi opinión en tono bajo mientras veía al par de jóvenes que parecían tener edades cercanas a la nuestra. Difícilmente pasaban de los veinticinco años.
—Indecentes.
—Son novios, es normal que se traten así —traté de apaciguarlo.
—Esas cosas son privadas y se guardan para el matrimonio.
Al notar que entre ellos iba a haber algo más que un simple abrazo tomé a Jorge de la mano y lo llevé conmigo a una heladería para distraerlo y hacerlo probar algo nuevo. Hasta cierto punto comprendía lo complejo que podía ser adaptarse a ese tipo de situaciones, sobretodo considerando que hasta a mí me molestaba un poco ver parejas tan cariñosas en la calle. Aunque no por ello soportaría que siguiera rumiando con la misma temática incluso cuando ya estábamos lejos de la pareja, comentando acerca de lo inadecuado de dar muestras de cariño en público sin la presencia de un hombre cercano a la muchacha que cuidara "su honra".
—¿A dónde va a llegar este mundo? —Continuó.
—A donde tenga que llegar, además... yo te estoy tomando la mano y no te estás quejando y... me abrazaste cuando lloré —añadí lo último con un dejo de vergüenza ante el recuerdo, despertando la misma reacción en el chico quien rápidamente se soltó de mi agarre y caminó a la par de mis pasos, enderezandose como si así se quitara de encima el bochorno.
—Ese caso fue diferente, tú lo necesitabas.
Sus ojos se quedaron posados en los míos mirándome fijamente, incomodándome al no saber si mantener o desviar mi mirada. Era como si él pudiera leerme con solo hacer ese gesto, descubriendo todos mis secretos. En ese momento me olvidé de nuestra diferencia de época y el motivo por el que estábamos conviviendo, ni siquiera pensé en quienes nos rodeaban en el mall. Éramos solo él y yo. Las mariposas revoloteaban en mi estómago, las manos me sudaron un poco y pensé en un futuro alternativo, en el que Jorge decidía quedarse conmigo en vez de regresar ¿quién decía que aquel no era el destino, que así se supone que debe ser? Estaba dispuesta a cualquier cosa por hacer sentir cómodo a Jorge y convertir esta realidad en la suya, hasta adaptarlo y convertirlo en un hombre moderno. ¿Aceptaría Jorge mi propuesta? Y la respuesta fue casi inmediata, me la di yo misma casi con obviedad: no. Lo quiero mucho y por lo mismo no podía soportar la idea de verlo sufrir por no estar con sus seres queridos, a quienes podría volver a ver pronto gracias al arduo trabajo de papá en la máquina del tiempo, la cual pronto estaría lista. Con ello, volví a la realidad y decidí acabar con aquel incómodo momento, destruyendo también esas ilusiones infundadas.
—Lo que digas. ¿Quieres que pasemos a tomar un helado o nos vamos ya para que no sigas escandalizándote con este mundo loco y extraño?
Si bien no me contestó directamente, no se negó cuando hicimos la fila para nuestros helados, aun meditando lo recién ocurrido. Esa noche acostada en mi cama me fue imposible no recordar a Jorge y su actitud de niño pequeño con todas las cosas novedosas que conoció durante el día, lo encantado y feliz que estaba cuando salimos del cine y lo delicioso que encontró los helados. Era como el amigo que me hubiese gustado tener para compartir esa clase de momentos, el problema era que nuestro vínculo debía ser pasajero y no pasar a mayores, lo que se me complicaba con cada minuto que pasaba a su lado. Estaba tan acostumbrada a su presencia que ya no estaba segura de cómo rehacer mi vida sin él en mi hogar. Mi garganta dolió al imaginarme a mí misma sin Jorge luego de haberlo conocido. Saberlo muerto y no tener detalles de cómo fue su vida, si me extrañaría tanto como yo lo haría, si logró los planes que tenía y, sobretodo, si fue feliz. ¿Lo acomplejarían a él esos mismos pensamientos? Porque yo al menos, si él hizo algo memorable en su vida, podría saberlo por algún historiador, pero él no tendría cómo enterarse de la vida de personas que aún no han nacido.
Tanta era la ansiedad y angustia que pensé en una forma de volver a mojar la máquina del tiempo y entonces recordé la primera vez que la vi desde que papá la empezara. Aquella cápsula de espacio reducido en la que seguía sin comprender cómo viajaron ambos sin notarlo, pues me parecía difícil que papá lo haya traído sin darse cuenta de su presencia en la máquina. De algún modo lo trajo al presente, pero la piezas aún no me calzaban, no del modo que yo las armaba. La única posibilidad era que papá lo trajera a conciencia como una especie de prueba y me mintió para suavizar el impacto de la noticia. Al fin y al cabo, nadie esperaba que la máquina fallara de la forma en que lo ha hecho.
Suspiré mientras trataba de ver algo a mi alrededor en toda esa oscuridad. Durante toda la semana me quejé de que estaba durmiendo poco y esa noche que podía aprovecharla y despertarme tarde al otro día por ser domingo no tenía sueño. Jorge acaparaba toda mi atención y mis pensamientos, trayendo miles de ideas para poder conservarlo, por muy egoísta que ello sonara. No quería exponerme a un adiós más y quedarme con los recuerdos como premio de consuelo. Me parecía injusto e imposible que algo así terminara de un modo tan cruel.
Empujé al chico fuera de mi cabeza con gran dificultad y, cuando por fin me acomodé dispuesta a dormir, escuché a alguien llorar. Me quedé quieta y presté mayor atención, mas el sonido ya no estaba. Dispuesta a dormir e ignorar aquel sonido, cerré mis ojos y entonces se escuchó de nuevo. Parecía venir de la habitación de Jorge y fue eso lo que terminó movilizándome, sabiendo que papá ni se inmutaría si alcanzaba a oírlo. No lo hacía conmigo cuando de noche extrañaba a mi madre recientemente fallecida, menos lo haría con alguien que apenas conocía y a quien poco apego le tenía. Traté de auto convencerme de que iba porque le debía una, porque él ya se había dado el trabajo de consolarme a mí mientras lloraba, pero cuando abrí la puerta y lo vi sentado en su cama con su rostro escondido entre sus manos comprendí que no era eso precisamente lo que me movilizaba, sino que la preocupación. Me dolía verlo así y ese sentimiento me asustaba, porque nunca me había pasado algo igual a aquello con nadie.
Aunque en ese momento no lo quería admitir, luego al mirar atrás comprendí que en ese entonces a Jorge no solo lo quería como amigo, ya me gustaba.
—¿Estás bien? —Pregunté aclarando mi garganta mientras me acercaba a paso lento e indeciso, pues no sabía qué pensaría él de tener a una mujer en su habitación sin invitación previa y sin alguien haciéndonos guardia.
—No.
Su respuesta removió algo en mi interior, impidiéndome pensar con claridad lo que debía hacer a continuación. No era la primera vez que lo veía llorar, el día que inundó el departamento también soltó algunas lágrimas y antes de eso también lo había hecho en una ocasión, aunque nada se comparaba al joven destrozado que tenía frente a mí, dejando mis movimientos en jaque. Limpiaba sus lágrimas con sus manos para parecer fuerte, pero a mí no me engañaba. Algo había ahí que lo estaba angustiando, no logró ocultarlo de mí. Y ahí estaba yo, que pese a todo lo que notaba en él, no sabía cómo darle el consuelo que necesitaba, haciéndome sentir más impotente y afligida. Y así, sin saber bien qué decir, hice lo mismo que hizo él conmigo. Me senté a su lado y lo rodeé con mis brazos sin decir nada, pues las palabras parecían haberme abandonado en ese momento, y esperé a que se desahogara y calmara, aunque a él le avergonzaba mostrar su lado sensible. Supuse que estaba acostumbrado a ser el fuerte, con aquel ideal de los hombres no lloran", pues son cursilerías que le corresponden a las mujeres.
Entonces me cayó la teja nuevamente. No tenía idea de la vida de Jorge, con quién vivía, si estaría casado, quién lo esperaba en el pasado, a quién añoraba y a quien deseaba no volver a ver. Solo me basaba en suposiciones.
—Los hombres lloran como cualquier persona. Te hace bien desahogarte, ya verás —dije suavemente sin soltarlo, sintiendo cómo poco a poco se relajaba y se permitía ser, luego de quién sabe cuántos días cargando esa pena. Una vez que su llanto fue más calmado y pudo hablar me decidí a preguntar por las razones.
—Estaba pensando en mi casa, en mi familia y cómo está mamá sin mí —comenzó con su explicación, limpiando las lágrimas que todavía caían mientras yo asentía—. Me es difícil aceptar que ahora están todos muertos y que si no vuelvo no podré despedirme de ellos ni explicarles el porqué de mi ausencia. Ni siquiera podría encontrar sus tumbas, no podría ir a sus funerales y darles un último adiós como corresponde. Además, el mundo está tan cambiado, nada es como yo lo recuerdo, seguramente mi casa ya no existe, mi barrio se debe haber transformado con todos los edificios que he visto y el lugar en el que descansan los restos de mis seres queridos debe estar perdido por ahí, si es que no lo han profanado o arrojado a una fosa común por falta de personas que se preocupen. No hay nada a lo que aferrarme, algo que pueda decir que no ha cambiado y con lo que me sienta cómodo, algo que haya perdurado a través de los años. No soy más que problemas aquí.
—No das solo problemas...
—Claro que sí —me interrumpió, continuando con sus ideas—. Te interrumpo frecuentemente para preguntarte para qué sirven las cosas, cómo usarlas y, si no sé cómo, lo hago mal y causo problemas entre tu papá y tú, como si no tuvieras ya suficiente con lo que preocuparte. ¿Acaso no recuerdas lo del agua?
—Esas cosas se arreglan, con papá nunca nos enojamos por un tiempo largo, las veces que ha pasado algo grave lo hemos superado...
—¿Han tenido más problemas graves aparte de los que yo ya les he dado? —Preguntó desconcertado al escucharme, provocándome algo de incomodidad. Yo nunca fui del tipo de persona que habla libremente de sus contratiempos con la gente, tendía a reservarme todo para mi soledad, para desahogarme en mi dormitorio a solas. Pensé en alguna excusa que darle, las cuales deseché al pensar en la sinceridad que Jorge estaba demostrando esa noche. No era justo ofrecerle a cambio mentiras que endulcen mi vida.
—Sí, los hemos tenido. No todas las relaciones entre los padres y sus hijos son perfectas ¿sabes? —le comenté con una sonrisa fingida como si con ello lograra restarle importancia a mis asuntos. El problema era que todo aquello me afectaba más de lo que debería y la actitud abierta y atenta de Jorge para escucharme no me ayudaba a bajar ese nudo en la garganta que se empezaba a formar—. La muerte de mamá fue un golpe duro para ambos, papá se tornó más frío y distante, comenzó a trabajar en exceso. Así como lo ves tú, así ha sido desde entonces.
—Pero si casi no se hablan —exclamó él con sorpresa sin comprender—. ¿Así ha sido por tanto tiempo?
—Así se comporta él. Se le ve poco en el departamento, yo misma hay semanas enteras en las que no le veo ni la sombra aun viviendo aquí mismo... Trato de no quejarme, nuestra relación podría ser peor.
—¿Qué tanto más?
Callé un par de segundos perdida en mis recuerdos, en aquellos días de discusiones y la desilusión de mi padre, quien se esperaba que con mis notas estudiara algo relacionado con las ciencias, que fuera yo quien continuara su legado e inventos. Pretendía que yo fuera su continuación, un Cristián 2.0 en versión mujer y sus sueños se vieron rotos al manifestarle yo los míos.
—¿Cómo se te ocurre estudiar algo así? —Exclamaba con rabia mientras se paseaba por el living y yo lo miraba desde mi lugar en el sofá con mis puños apretados—. ¿Me estás escuchando, Amira?
—Sí, papá.
—Entonces dime, ¿en qué estás pensando?, ¿cómo se te ocurre desperdiciar todos tus conocimientos? A ti te da para algo más, para ser alguien en la vida.
—Soy alguien, papá. No necesito fama para serlo.
—¿Y por eso tirarás todo por la borda?
—¿Qué tiene de malo estudiar literatura?
—¡Eres mi hija! Tienes que dedicarte a algo rentable, te morirás de hambre estudiando eso. Por último si lo tuyo son las humanidades, estudia leyes, algo que sí vale la pena.
—Tú eres científico y el dinero no nos sobra, de hecho a veces nos falta, ¿eso es rentable?
La mirada de rabia y decepción que me dio papá ese día no la olvidaré jamás, porque nunca lo he visto más enojado que entonces. Solo cuando mojamos su máquina, aquella podría ser una situación en la que se haya mostrado de forma similar, pero ni siquiera ese regaño me dolió tanto como el trato que me dio durante esas semanas de PSU, postulación y matrícula en la universidad. Firmó papeles y me ayudó por obligación, no porque me apoyara y hasta la actualidad seguía sintiendo que él estaba dolido por no seguir yo sus pasos, preguntando de vez en cuando cómo me estaba yendo, con la esperanza de que me arrepienta de mi decisión y cambie mi carrera.
—Digamos que no se tomó muy bien mi elección de profesión —comencé a explicarle a Jorge—. Él quería algo más para mí y yo me negué a seguir ese camino. Con el tiempo empezó a aceptar que las cosas no serían como él tenía planeado y nuestra relación mejoró. Por lo mismo te digo que nos pondremos en la buena antes de que te des cuenta y ya verás cómo arreglará la máquina del tiempo y regresarás a tu época —lo animé con aquel hecho que a mí me descorazonaba. Mi único consuelo era que para él lo mejor sería regresar, por muy doloroso que me resultara. Así se reencontrará con quienes acababa de mencionar y podría retomar su vida donde la había dejado sin el estrés de aprender todos los días algo nuevo que le ayude a vivir y adaptarse.
—El problema es que una parte de mí no quiere regresar.
—¿Por qué?
—Porque esa parte se quiere quedar contigo.
Nunca alguien me hizo una declaración así hasta ese día y fue parecido a como lo describen mis compañeras de universidad de vez en cuando. Las mariposas revoloteaban en mi estómago, mi corazón se aceleró y por poco no pude reprimir una sonrisa en mi rostro. Agradecí que la luz proveniente de la lámpara del velador no fuera suficiente para que él viera mi cara en detalle. Por vez primera un chico ponía de manifiesto intenciones conmigo y no supe qué responder, sin embargo él parecía tener bien claro con qué quería continuar. Entonces, aquel momento de alegría e ilusión de que él decidiera quedarse después de todo se fue por el retrete, siendo reemplazado por un nudo en la garganta y sentimientos encontrados nuevamente.
—Pero tengo un problema —continuó vacilando, como si quisiera tantear el terreno antes de seguir con sus palabras—. Yo estoy comprometido a casarme, cuando vine estaba en los últimos preparativos para celebrar la ceremonia la semana siguiente. No es algo que pueda cancelar con mi desaparición así de la nada.
—¿Te vas a casar? —Sus palabras se repetían como eco en mi cabeza, como si quisieran atormentarme hasta el infinito. ¿Cómo nunca había preguntado algo tan importante? ¿Por qué nunca me había aventurado a averiguar más detalles de su vida y me había permitido soñar con lo imposible? Miles de pensamientos e intenciones pasaron por mi cabeza, desde convencerlo de que aún era joven, que no podía casarse aún, hasta aceptación pese al dolor que estaba dejando en mí. Cuando era una adolescente siempre quise experimentar aquello del primer amor, encontrar a un chico que me gustara y me correspondiera. Todo cambió esa noche luego de tener mi primera desilusión. Los príncipes azules de cuento no existen, por mucho que la ropa con que los hayas conocido te recuerden a uno y hayan aparecido mágicamente frente a ti.
—Le di mi palabra y es la voluntad de nuestros padres.
Maldije en mi interior sus principios y virtudes, eso de cumplir un compromiso de matrimonio solo porque dio su palabra, porque sus padres así lo decidieron y no porque realmente así lo desee. ¿Tan difícil le era hacer lo que él quería? Pese a lo que mi mente gritaba, no me atreví a decirle nada, pues no estaba en el derecho de hacerlo. Después de todo, ni siquiera sabía en qué términos estaba nuestra relación ¿éramos amigos o solo dos conocidos que vivían juntos?
Independiente de eso, estaba segura de una cosa y era que Jorge sería inolvidable.
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