Capítulo 3
Los domingos siempre fueron para mí un día sagrado, no por asistir a la iglesia, sino que para dormir hasta tarde, pues yo no trabajaba dicho día y papá, pese a que en ocasiones seguía con sus proyectos, al parecer lo hacía más relajado ya que no se oían tantos ruidos provenientes de su cuarto. Y es que el nuevo integrante del departamento pronto le sacaría las canas, que a sus cuarenta años, aún no aparecen. El día sábado, el primer día completo con Jorge, fue un desastre tratando de explicarle cómo funcionan los equipos, hacerle entender que no es brujería y que no por ser mujer soy menos que él. Desde cómo usar el baño hasta cómo manejar los controles remotos, todo había que explicárselo y de todo tenía dudas. ¿Dónde estaba la fuente que él usaría como lavatorio? ¿Por qué tenía que usar la misma que papá y yo? ¿Para qué servía ver televisión? ¿Dónde están las personas que se ven en la pantalla?, entre otras que ya no podía recordar y tampoco responder.
Paciencia es lo que necesité, la fuerza la deseché para evitar golpearlo tan fuerte y darle trabajo al dentista cesante del piso de arriba. Pese a todo, era inevitable sentir cierta lástima por él, después de todo no era su culpa el no comprender este "futuro" tan distante y diferente a su época. Así, cuando lo consumió la frustración de no comprender después de tantas explicaciones y ver todo lo que le quedaba por aprender, no pude evitar abrazarlo para calmarlo un poco y brindarle el consuelo que necesitaba.
—Es que no lo entiendo, todo aquí es tan diferente y no hay nadie aquí. Mi madre, mi hermano, Elena, nadie —balbuceaba entre sollozos, dejándome a mí desarmada al no saber qué hacer, cómo consolarlo. De cierto modo conocía el sentimiento de no tener a nadie en quien apoyarte para enfrentar una nueva realidad, aunque no sabía cómo explicárselo y cómo conversarlo con alguien a quien acababa de conocer.
Las lágrimas caían sin fin por sus mejillas y su cuerpo se sacudía con los sollozos que trató de reprimir en vano, porque en su mentalidad estaba cometiendo algo impensable, pues los hombres no lloran. Mientras intentaba calmarlo no pude evitar ponerme en su lugar, ya que por mucho que yo hubiese tenido sentimientos similares en el pasado, no sabía qué se sentiría verme de pronto en un lugar desconocido con personas que nunca antes había visto y tener que adaptarme a un mundo nuevo. Mis ojos se estaban llenando de lágrimas también cuando Jorge arruinó la poca estima que le había tomado en esos minutos.
—Es de mala educación abrazar a un hombre sin la presencia de un familiar que cuide de ti ¿dónde ha quedado tu honra?—me regañó luego de alejarse de mí avergonzado, mientras limpiaba los rastros de lágrimas de sus mejillas.
—No veo nada de malo en abrazar a una persona que necesita consuelo, además ¿qué edad crees que tengo? Tengo veinte, ya soy mayor de edad, puedo cuidarme solita y decidir cuándo casarme. Aún es muy temprano para eso.
—Yo diría que es muy tarde, mi madre se casó a los quince y me tuvo a los dieciséis.
—¿Cuándo fue eso?
—En 1834.
—Bueno, eso fue en 1834, hoy estamos a 2019 y las cosas han cambiado, jovencito.
—Soy mayor que tú, no me trates como si fuera un niño. Estoy por cumplir veintitrés.
Estuve por corregirlo diciendo que en realidad son más de cien años los que tiene y probablemente ya estaba muerto hace mucho, pero me había costado consolarlo como para añadir más razones por las que derramar lágrimas y volver a empezar. Preferí morderme la lengua y cambiar de tema. Cociné a su gusto la cena, maravillándolo con la utilidad de la cocina a gas, el microondas y el refrigerador, con lo que los tiempos para preparar una comida disminuían considerablemente en comparación a su época.
—Es como si hubieran atrapado el invierno ahí dentro —comentó cuando abrí el freezer.
Sin embargo, la paz no es eterna y basta con que alguien arroje una piedra para espantarla. Esa mañana de domingo no la tiró literalmente, pero me despertó a las nueve de la mañana, demasiado temprano para mí, preguntando a qué iglesia iríamos.
—¿Por qué iríamos a la iglesia? Falta todavía para el aniversario de mi mamá —le dije somnolienta, dándole la espalda y tapándome con mis mantas.
—Porque es domingo y tenemos que ir a encontrarnos con Dios porque así lo quiere. Debemos ir todos los domingos.
—Hace años que solo vamos cada 12 de junio.
—Pécora —me llamó con cierto espanto ante mi respuesta.
—Lo que digas —dije restándole importancia.
Escuché que cerró la puerta y suspiré con alivio al saberme sola en mi dormitorio de nuevo. Tomé nota de regañarlo por entrar sin permiso cuando fuera una hora decente, al menos para mí, para levantarme. Me dispuse a seguir durmiendo, pero mi sueño volvió a ser interrumpido cuando, en esta ocasión, entró papá a mi cuarto.
—Kemi, acompaña a Jorge a la iglesia —pidió sacudiéndome del hombro.
—¿Por qué? Sabes que no me gusta ir —respondí con tono quejumbroso.
—Kemi, por favor —suplicó con voz cansada. La forma de ser de Jorge también estaba sobrepasando sus niveles de paciencia usualmente altos, a lo que se sumaba la responsabilidad que debía sentir por reparar la máquina del tiempo para devolverlo al año que le corresponde vivir.
Suspiré con pesadez y lo miré con molestia, esperando que lo dejara pasar y obligara a Jorge a adaptarse a nuestras costumbres, las que no incluyen la iglesia todos los domingos. Me levanté de todos modos porque sus ojos cansados parecían suplicarme hacer esa acción. Así fue como a las doce en punto yo estaba entrando a la iglesia junto a Jorge vestido con la ropa de papá para que nadie lo mirara raro por su vestimenta de 1800. Llegar a ese lugar fue una odisea, primero explicándole cómo los ingenieros logran construir edificios tan altos y, lo peor, hacerle entender que Santiago ya no se puede andar a caballo con carrozas como en antaño.
—Yo no me voy a subir a esa cosa, ¿cómo es posible que se mueva sola? Es un monstruo, ¿Qué no escuchas cómo ruge? —preguntó Jorge escandalizado cuando vio pasar los autos y buses por la calle.
—Vas a tener que subirte si quieres ir a la iglesia porque yo no voy a caminar hasta allá, es muy lejos —Le respondí yo con tono firme para que entendiera mis condiciones. Por un momento me alegré que él se negara tanto, porque de ser así podría devolverme al departamento y explicarle a papá que llevar a Jorge a la iglesia fue imposible por sus temores infundados.
—¿Y un caballo? —propuso esperanzado.
—Son caros y no se pueden usar en las calles, podrías provocar un accidente. Así que, te subes o nos devolvemos, así de simple —le dije con voz firme, esperando que decidiera devolverse para acostarme de nuevo.
Media hora después nos bajamos frente al templo más cercano con un Jorge mareado y piernas temblando por el miedo que le daba el movimiento del bus oruga del transantiago*. Solo a mí se me ocurría sentarlo en los asientos que miran hacia atrás la primera vez que se subía a una micro. La gente que pasaba nos miraba de manera extraña, pero en ese momento no me importó, realmente me sentía preocupada y culpable por el chico que tomaba aire profundamente para calmar el malestar.
—De regreso mejor te llevo en metro y caminamos un poco más, eso será menos terrible, se mueve menos —propuse.
—¿Metro? Hasta donde yo sé eso es una medida —contestó confundido dejándose caer sobre una banca fuera de la iglesia, mientras dentro los presentes rezaban a la espera del padre que llevaría a cabo la ceremonia.
—Ya no es solo eso... tranquilo, ya te lo explicaré. ¿Te sientes mejor? —Asintió—. Entremos, ya va a empezar la misa.
Le di mi brazo para que se afirmara de él, pero lo rechazó y acomodó para que lo enrollara en el suyo en forma de L. Sentí cierto rubor en mis mejillas, no acostumbraba caminar así con un chico, pero lo dejé pasar, después de todo en ese momento él no se encontraba en el mejor estado de salud como para ser molestado por mí. Entramos a la iglesia que no estaba ni a la mitad de su capacidad, situación que causó sorpresa en Jorge acostumbrado a ver las iglesias a rebosar de gente. Evidentemente las creencias religiosas han cambiado mucho desde aquellos años. Tomamos asiento y escuchamos al sacerdote, o al menos él lo hizo. Traté de prestar atención lo más que me fue posible, pero cada cierto tiempo mi mente volaba a algún otro lugar, como los trabajos universitarios que tenía pendientes o la misma desconcentración que me produce el eco característicos de estas edificaciones. Las oraciones eran recitadas por todos, Jorge lo hacía en un volumen algo alto, mientras yo murmuraba en un intento por fingir que sabía de qué iba la cosa y resaltaba el amén para que no se notara mi falta de fé. Sentí alivio cuando ya nos estábamos dando el saludo de la paz en un incómodo abrazo, porque eso significaba que la misa ya terminaría.
—La paz —susurró en mi oído mientras me abrazaba a medias, nuestros cuerpos casi no se rozaban.
—La paz —respondí incómoda por la cercanía.
Cuando salimos de la iglesia lo guié hacia la entrada del metro más cercano, esperando que en ese transporte no se sintiera tan mal. De camino su rostro mostraba maravillado ante la sorpresa de lo mucho que el mundo ha cambiado, desde nuestras "extrañas" vestimentas, hasta los autos y edificios de alturas para él inimaginables.
—¿Por qué las casas son tan altas ahora?
—No todas son "casas" —hice comillas aéreas—. Algunos edificios pertenecen a compañías, negocios y otros son para vivir, pero no es todo el edificio una casa. Está dividido en muchos departamentos, como el mío.
—¿Qué es un departamento? —preguntó con confusión mientras desviaba su mirada de un auto a mí.
—Como una casa, pero pequeña, sin patio... en uno de esos edificios —señalé uno al azar—. Papá y yo vivimos en un departamento y ahora tú vives con nosotros también en uno.
—¿Y tienen que subir las escaleras hasta allá arriba? —Preguntó medio escandalizado recordando lo lejos que se miraba la calle desde nuestro ventanal.
—Solo cuando el ascensor está malo. Nosotros las bajamos porque no es tan pesado hacer eso, pero de regreso usaremos el ascensor.
—¿Y qué es un ascensor?
"Parece un niño de dos años y no un adulto de veintitrés" pensé y suspiré con pesadez. Si las cosas seguían a ese ritmo, el tiempo que él estuviera con nosotros sería eterno por la cantidad de preguntas que hacía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro