Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 1

—Muchas gracias, vuelva pronto —dije con una sonrisa una vez que le pasé la boleta al cliente.

Me senté unos segundos en un piso detrás de la caja registradora para descansar mis adoloridos pies. Sentí una pequeña molestia en mi cabeza, el ruido de la zapatería no ayudaba mucho y algo me decía que en casa sería mucho peor. Ser hija de un científico podía ser una ventaja en el colegio cuando tenía problemas con ciencias, pero ya siendo mayor una se da cuenta de los muchos puntos en contra. Entre ellos, el ruido excesivo que hacía los últimos días para terminar pronto su último trabajo, del cual no había querido dar tantos detalles, con la excusa de que era una sorpresa que cambiaría al mundo.

Un poco de mi paciencia se esfumó cuando escuché a una mujer llamarme con tono molesto. Alcé mi vista para buscar la fuente del sonido y me dirigí a ella.

—¿Sí, señora?

—Llevo diez minutos aquí y nadie me atiende.

—Lo siento mucho, en unos segundos le traigo los zapatos, ¿qué número?

—treinta y siete. Eres una negligente.

—Iré a buscarlos y volveré dentro de poco—comenté ignorando lo último—. Ahora, si no tiene otro pedido y me disculpa...

Dejé a medio terminar la oración y a la mujer con la palabra en la boca para ir a buscar a la bodega. Si algo odiaba en el mundo era a los clientes como ella, pero no me quedaba más opción que aguantar, después de todo, me pagaban por atender a personas, por muy quejumbrosas y sin respeto que pudieran llegar a ser.

Cuando la zapatería pudo por fin cerrar, ya había pasado media hora desde que supuestamente acababa mi turno. La realidad era que, por lo general, salía hasta dos horas más tarde porque, con mis compañeros, teníamos que sacar las cuentas de las ganancias del día, dejar contado el dinero, revisar si se había acabado algún modelo o número de zapato y dejarlos todos acomodados donde correspondía. Por lo general el local era un desastre a esa hora después de las mujeres que iban como tifón a ver todo lo que teníamos y se iban sin dejar nada más que el desorden que nos tocaba limpiar. Como todos los días salí arrastrando mis pies hasta la parada de buses. Era una ironía que, trabajando en una zapatería con buenos modelos mis zapatillas fueran tan duras como el cemento. El viaje a casa no era tan largo, veinte minutos en los que luchaba por no quedarme dormida sentada ni de pie, que era como me iba casi siempre. Subí en el ascensor hasta el piso siete donde vivía con papá y con voz algo débil avisé que había llegado.

—¿Qué tal tu día, Kemi? —preguntó desde la habitación en la que trabajaba.

—Agotador.

—Qué pena... hay comida en el microondas.

—Ya.

Como la mayoría de las noches, cené en silencio yo sola en la mesa para dos de la cocina. Lo único que escuchaba eran los ruidos que hacía papá en su especie de oficina a la que pocas veces había entrado. Nunca me llamó mucho la atención lo que hacía, prefería pasar tiempo con mamá aprendiendo a cocinar o viendo alguna película, cuando aún la tenía para compartir conmigo.

Preferí alejar los pensamientos negativos lavando la loza sucia, cuando terminé ya eran las once de la noche y papá seguía trabajando en su nuevo proyecto. Creí que no sería bueno interrumpirlo, él ya me había dejado bien claro antes que nunca era un buen momento para sacarlo de sus quehaceres, por lo que me fui a acostar, durmiéndome en el momento que mi cabeza tocó la almohada. Fue una noche sin sueños y, al menos para mí, corta. Era como si en un parpadeo ya hubiese tenido que levantarme para ir a la universidad. Desayuné en la mesa de la cocina yo sola y salí del departamento sin hacer mucho ruido. Papá seguramente estaba durmiendo luego de un largo día y parte de la noche encerrado en su habitación de trabajo.

Me sorprendí a mí misma cuando saqué las cuentas de cuánto tiempo llevaba así, no lo veía en casi una semana a pesar de que vivíamos bajo el mismo techo y es que, cuando yo llegaba era para comer y acostarme mientras él seguía con su proyecto. Al despertarme él dormía y los fin de semana él se levantaba tan temprano como cualquier otro día sin tomarse el descanso que por ley merecía todo trabajador, mientras yo me quedaba dormida hasta más tarde y no notaba cuando papá salía de su habitación, si es que salía. Por un momento deseé tener un padre normal, uno como los de mis amigas que muchas veces comentaban algo que hacían con sus familias, resaltando algo de sus papás. Yo por mi parte, en silencio escuchaba y pensaba en alguna anécdota que contar, pero mi padre era mi única familia y su trabajo lo mantenía más ocupado de lo que debería, alejándolo cada vez más de mí. A veces llegaba a pensar que si nos sentáramos a conversar un día, sería como hablar con un desconocido.

La jornada universitaria pasó rápido entre clases prácticas y teóricas de literatura americana e internacional. Cuando terminé a las tres de la tarde me fui directo a casa para avanzar en mi portafolio y otros trabajos que tendría que entregar próximamente, agradeciendo no tener trabajo ese día.

Abrí la puerta de mi casa y, extrañamente, estaba el departamento en silencio, generando desconfianza en mí ya que siempre al llegar oía el sonido de las máquinas de papá. Cerré y dije, como me era habitual:

—Papá, ya llegué.

Algo cayó en el living, por lo que apresuré mi paso y me encontré con un joven levantándose del sofá con semblante asustado. Su piel estaba algo pálida, noté sus manos algo temblorosas cuando, con movimientos torpes, levantó el retrato que botó de la mesa de centro. Sus ojos café oscuro me miraron de pies a cabeza, su cabello castaño rizado estaba desordenado, pero lo que más llamó mi atención fue su ropa. Parecía estar disfrazado de príncipe o de hombre de ¿la colonia? Anque me gustaba la historia, no sabía decir con certeza a qué período correspondía esa vestimenta, que definitivamente recordaba al disfraz de un teatro. Un terno que parecía haber sido sacado del closet del abuelo, camisa con cuello alto y un bastón en su mano izquierda, aunque este último parecía llevarlo de accesorio, pues su pose era erguida y alta.

—¿Quién es usted? —preguntó con voz nerviosa, aunque tratando de aparentar seguridad parándose con la espalda recta y sus manos entrelazadas atrás.

—¿Perdón? Yo vivo aquí.

—Eso no responde a mi pregunta.

—Creo que deberías partir por presentarte tú, ya que eres tú el que está en una casa ajena.

—Qué poco respeto —susurró más para sí mismo que para mí, pero, a pesar de eso, alcancé a oírlo—Me llamo Jorge Sarmiento, señorita.

—Y estás aquí, como porque...

—El señor Cofré me dijo que esperara aquí y que no saliera.

—¿Mi papá?

Exhalé el aire de mis pulmones y me quedé mirando al chico recién presentado como Jorge. Me pregunté a mí misma por qué mi padre habría invitado a un actor a nuestro departamento para luego dejarlo solo sin haberme avisado que podría encontrármelo. Ya sabía que llevábamos días sin vernos el uno al otro, mas esa no era razón suficiente para olvidar que yo también vivía bajo ese techo. Lo ignoré y caminé hasta mi habitación para dejar mi mochila y la bolsa donde trasladaba los libros que pedí prestados en la biblioteca para estudiar.

—¿Se ha comunicado contigo? —le pregunté volviendo al living, invitándolo a tomar asiento, pues se había quedado de pie mirando todo a su alrededor mientras yo me fui.

—¿Con quién?

—Con mi papá.

—Creo que es algo difícil considerando que el señor ha salido.

—No tanto si llamas por celular.

—¿Por qué?

—Por celular.

Jorge me miró con confusión, como si le estuviese hablando en un idioma extranjero difícil de comprender. Reí un poco, lo más probable para mí era que se estaba tomando su personaje muy en serio, con el objetivo de mejorar su interpretación para su siguiente obra. Había visto a varios hacer eso en la facultad de artes, donde iba de vez en cuando a alguna fiesta. Y aunque conocía a varias personas de teatro, él no me sonaba de ninguna parte y no encontraba explicación a su presencia en mi casa. Si le hubiese visto con vestimenta normal con una bata blanca debajo del brazo habría encajado mejor con mis explicaciones y los ambientes en los que papá se mueve, por lo mismo no podía evitar preguntarme de dónde conocería a ese joven actor tan extraño.

—¿Qué es eso? —preguntó señalando el televisor plasma sobre el mueble frente a nosotros.

—Vamos, no te hagas el tonto, ya sal de tu personaje y dime por qué estás aquí.

—Señorita, ¿está usted insinuando que estoy mintiendo?

—Ya me estás aburriendo con tu actuación, si tienes que hacer una obra hoy o pronto, por favor, déjala de lado un momento y ten una conversación normal conmigo mientras llega mi papá. Relájate, no todo en la vida es una nota o los aplausos del público. Ni que estuvieras participando para los próximos Oscar's.

—Es usted una insolente. Es una mujer, debería tener más respeto.

—¿Perdón? ¿Quién te crees...?

Habría continuado con mi discurso de indignación, pero la puerta del departamento se abrió dejando ver a mi papá cargando bolsas de supermercado y una caja de herramientas. Dejó todo en el suelo al encontrarse conmigo y me dedicó una sonrisa nerviosa, cosa poco común en él que siempre se mostraba seguro de sí mismo. Lo noté pálido, con ojeras y un poco más delgado de lo que podía recordar. Los últimos meses trabajando en su nuevo invento habían hecho mella en él y, lo que era peor, él no se daba cuenta de lo mucho que lo estaba perjudicando su forma de vivir, no solo en su físico y salud, también en su relación conmigo.

—Kemi, veo que ya conoces a Jorge.

—Nunca había escuchado ese nombre —susurró el invitado.

—Sí, papá, aunque creo que tenemos cierto tema sin terminar —lo miré con enojo para que supiera que no olvidaba aún su trato hacia mí —. Aun no entiendo quién es él.

—Oh, pues él... ¿Cómo te lo explico, cariño?

Lo miré desde mi asiento con confusión, no recordaba que alguna vez mi padre se hubiese puesto nervioso para darme una noticia. Siempre fue de carácter calmado y tranquilo, muy seguro de sí mismo, personalidad que fue perdiendo luego de la muerte de mi madre, convirtiéndose en el hombre trabajólico y estresado que me costaba reconocer. Una sensación fría recorrió mi espalda y mis palmas sudaron con el miedo que me daba esa nueva faceta de papá. No pude evitar pensar que aquello solo significaba malas noticias, pues así se encontraba cuando me tuvo que decir que mamá murió. De repente tomó mi mano y me llevó a la cocina, pidiéndole a Jorge que esperara solo cinco minutos ahí. Le ofreció la revista con ofertas del supermercado como entretención y cerró la puerta para hablar a solas.

—Papá, dime de una vez qué sucede, estás actuando muy raro.

—Lo sé, es que no es fácil decir esto —volvió a rascar su nuca, acción que ya comenzaba a colmar mi paciencia —Cariño... ¿recuerdas el invento en el que he estado trabajando este tiempo?

—Sí, aunque nunca me has dicho qué es con exactitud. Solo te limitas a decir que "cambiará al mundo" —imité de forma fallida su voz mientras hacía comillas con los dedos.

—Es que podría cambiarlo... Dios, estoy emocionado porque resultó, pero creo que tenemos un problema —comentó finalmente con preocupación, borrando la sonrisa que por tres segundos estuvo en su rostro, asustándome al pensar que podría estar adquiriendo un trastorno bipolar—. Ese chico es del pasado.

—Tiene una mentalidad del siglo pasado, ya me di cuenta —bromeé—. Es demasiado evidente.

—No, cariño, no es solo la mentalidad. Ese joven es del pasado —dijo remarcando el "es".

—Papá... no juegues —reí nerviosamente—. Ya dime de dónde sacaste a ese actor.

—No bromeo, mi invento es una máquina del tiempo y funcionó, viajé a los años 1800, tiempo de la colonia y nacimiento de Chile independiente ¿puedes creerlo? Pude haberme tomado una foto con Bernardo O'Higgins... —su parloteo se extendió como sucedía cada vez que se emocionaba con algo, lamentándose de lo que no aprovechó de su viaje. Me vi obligada a detenerlo alzando un poco mi voz y encaminarlo a la razón de la charla: Jorge—. Ah, Jorge. Es un joven demasiado curioso que conocí y... bueno... se coló en mi máquina sin que yo lo supiera y lo traje por accidente al presente. Quise devolverlo antes de que viera algo de ahora, pero la máquina falló, creí que faltaba combustible, sin embargo el tanque está lleno. Revisé el motor y creo que se fundió, así que ahora tenemos que cuidar de Jorge mientras arreglo la máquina para devolverlo a su época.

Lo miré con sorpresa, aquello no lo veía venir. No podía entender cómo podía hablar de un hecho de tal magnitud con tanta simpleza, como si el problema fuera quitar una motita de polvo de un mueble. A través del cristal de la puerta miré al susodicho ¿Qué haremos con un joven con mentalidad de abuelo? ¿Qué haré yo para cuidarlo mientras papá trabaja?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro