Capítulo 4
Alex Greyman:
—Vengo de la cabaña que está a unos metros de aquí—expresó ella con una voz casi inaudible—. Por favor, no llames a la policía.
Cuando dijo eso supe que lo decía con dolor, porque ella se quedó ensimismada en sus pensamientos, y sin darme cuenta unas lágrimas asomaron a su rostro, con uno de mis dedos recogí algunas de las lágrimas que estaba derramando, e inconscientemente ella me abrazo, le correspondí el abrazo.
—Shh, no pasa nada. Todo estará bien, tranquila. —le susurraba al oído, mientras le daba palmaditas a su espalda y le acariciaba el pelo—. Pero es mejor llamar a la policía.
—Na...da, es...ta...ra, bien. —Me expreso tartamudeando—. Él me buscara y me querrá volver a hacer daño. Si llamas a la policía, será aún peor.
— ¿Quién te quiere hacer daño? —le pregunté con extrañeza y curiosidad, de saber que era a lo que le tenía miedo o a quien. No me respondió a la pregunta, me agarro más fuerte de la sudadera como si no quisiera que me fuera de su lado.
No sé qué era lo que le había ocurrido pero era mejor darle su espacio y que pensara con orden.
Tiempo al tiempo.
—Oye, no te conozco casi nada que digamos, pero si algún día quieres contarme que te pasa, puedes hacerlo cuando quieras. — le dije intentando relajarla y que por lo menos se sintiera un poco mejor. No nos conocíamos absolutamente de nada, es más no sabíamos nada uno del otro. Pero debía admitir que era hermosa, esa combinación de su cabello natural y sus ojos no era nada peculiar y no me importaría ayudarla.
Pero está situación era extraña, y no sabía que debía hacer.
No logre que se tranquilizara mucho, pero por lo menos dejo de llorar y disminuyó su agarre hacia mi persona, tenía toda la cara roja y mocos resbalando por su nariz, le ofrecí un pañuelo que agarre de un cajón de la mesilla.
Esto era muy extraño.
—Lo siento. Por mancharte con mis mocos. — se disculpó ella un poco avergonzada. Mire mi sudadera y la tenía manchada, me dio un poco de asco, y se me escapo una mueca de desagrado, ya que normalmente si la gente lloraba delante de mí no solía abrazarlos, simplemente me quedaba mirando hasta que se les pasara. No suelo ser muy cariñoso con la gente, pero con ella no pude evitarlo, con ella es diferente, me atrae y no es solo su físico es su aura misteriosa.
—No pasa nada. —le respondí, intentando que se relajara. Me quité la sudadera, mientras ella me miraba, cuando vio que la había pillado observándome, aparto su mirada avergonzada.
Por unos segundos me quede pensativo.
—Por ahora no llamaré a nadie ni haré nada, pero espero que puedas encontrar ayuda o que yo pueda ofrecértela. ¿Está bien?—sonrió en agradecimiento y con eso comencé a analizar todas las cosas que debía hacer.
Después de eso, le di ropa para cambiarse, prepare una mochila llena de previsiones, porque me iba a ir a la ciudad, a la chica a la que había encontrado desamparada en el bosque le hable de mis planes, y le dije que podía acompañarme si quería, ya que la casa del árbol era un sitio provisional en el que solía ir en casos de emergencia, ella me respondió que iría conmigo si no había inconvenientes, pero que antes debía recoger una mochila que estaba escondida, en un árbol que estaba al lado del río que estaba a solo unos kilómetros por delante de donde estábamos.
— ¿Cómo que tus cosas están en esta parte del bosque?— le pregunte extrañado—. Es decir, ¿por qué no fuiste con eso mientras corrías en ese mal estado? ¿Lo tenías todo planeado? —esto cada vez era más desconcertante.
—Respondiendo a una de tus preguntas, si lo tenía planeado eso de huir. Pero habría sido absurdo ir con ese peso sobre mis hombros, seguramente no habría salido viva de ello. Solo te pido que tengas paciencia, ya que casi no nos conocemos, es más, no nos conocemos. —me dijo con una sonrisa triste que no llego a sus ojos. Tenía un brillo extraño, que ponía los pelos de punta.
Hace poco estaba devastada y ahora estaba más relajada.
Raro no, si no lo siguiente.
Caminamos durante unos cuantos minutos, no sé a dónde nos dirigíamos pero mientras andábamos me empecé a fijar en el paisaje que nos rodeaba, las flores, los arboles altos llenos de hojas de color verde, ya que estábamos en verano, las ramas me golpeaban en el rostro a veces, ya que estaba andando muy rápido, la radiante luz del sol colándose e iluminando el paisaje me daba en los ojos.
—Ya hemos llegado —me dijo ella.
Ahora que me acuerdo, no le he preguntado desde que la vi despertar como se llamaba.
Ella buscó en unos arbustos que había por allí, y encontró su mochila, un saco de dormir y una maleta.
—Vaya, sí que estabas preparada— le dije no entendiendo nada de lo que sucedía, ni cómo comportarme a su lado. Ya que me desconcertada cada vez más y sorprendía.
—Estoy segura de que no entiendes de qué va todo esto — me miró con un deje de diversión en su expresión. No sé qué le divertía. Esa expresión de diversión, ocultaba algo detrás de todo ello esa era la percepción que me daba.
—La verdad, es que no entiendo nada —le confirme y añadí con sarcasmo—. Es como si tu un día te topas con una persona casi a punto de morirse, y para empeorarlo llena de rasguños. Y cuando ayudas a esa persona, después a la mañana siguiente se muestra un poco tímida, pero después se comporta como si esto fuera normal. Ya, esto es muy normal. Te he ofrecido llamar a la policía, pero lo has rehusado, diciendo que él te encontrará. ¿Quién es ese él? Porque no estoy entendiendo nada de nada —esta situación me estaba desesperando.
Ella se sentó en la hierba, y miro al río, predije que me estaría diciendo que me sentara a su lado de alguna manera.
—Nunca te he dicho mi nombre, me llamo Zara Hills, mi padre se llama Mathew Hills, puede que le conozcas porque es uno de los abogados más prestigiosos del país, tengo 17 años. Mi vida siempre ha sido una mentira, siempre con una máscara para que nadie supiera cómo me sentía en realidad, no tengo madre porque ella murió, es más, el..., bueno eso no importa, tengo una hermana mayor de 24 años, su nombre es Kate. El caso es, que me he escapado de ese infierno, porque no puedo seguir viviendo una vida que no me merezco, nadie se merece que le traten como a un animal, que piensen que tú les perteneces, que pueden hacer lo que quieran contigo. Dentro de unos meses cumpliré la mayoría de edad y necesito refugiarme en algún lugar donde nadie me encuentre. Por eso necesito ayuda. Por eso, necesito que no llames a la policía. Solo te pido eso —lo soltó todo con una tristeza desgarradora y como si lo hubiera asumido con normalidad, que se me pusieron los pelos de punta.
—Te ayudaré —le dije convencido, sin pensar ni siquiera lo que había dicho.
Ella giro su cabeza a mi dirección con rapidez.
— ¿En serio?— me miro con los ojos aguados, estaba a punto de derramar lágrimas. Era una persona que en la que no confiaba del todo pero estaba dispuesto a ayudarla a pesar de lo extraño de la situación.
—Claro, haré lo que pueda. —le dije—. Alex Greyman, cuando cumple una promesa la lleva a cabo aunque le lleve quebraderos de cabeza—exprese con un deje un poco de broma para romper el hielo.
—Pero si casi no me conoces, ¿Por qué harías algo por alguien a quien no conoces?—me dijo con confusión y un poco de desconfianza. Ni yo sabía por qué—. Espera, ¿acabas de decir que tu apellido es Greyman?
—Es porque me importas, no sé pero algo me atrae a ti irremediablemente y no sé el qué. Y sí, mi apellido es ese, ¿Por qué? —le pregunté, mientras apoyaba mi brazo en mi cabeza. Ella simplemente se giró a admirar el paisaje y no dijo nada más. Extraño, pero muy extraño era esto.
—Hoy dormiremos aquí, como de acampada y mañana será un día largo. Caminaremos mucho, para poder llegar en cuanto antes a la ciudad —le informe, para que se hiciera a una idea de lo que haríamos y para que el ambiente no se tornara más incómodo después de decirle mi apellido. ¿Qué tenía que ver mi apellido en todo esto? Esto era bizarro, demasiado para mi gusto.
—Está bien, gracias. —giró su cabeza a mi dirección, de sus labios vi asomándose una diminuta sonrisa sincera por primera vez, en su rostro. Pero esa sonrisa no parecía completa, tenía algo que daba cosas de que pensar.
Puede que fuera mi imaginación.
Prepare las dos tiendas de campaña, ya que me había llevado cosas provisionales, prepare una hoguera, y comimos nubes pinchadas en un palo mientras las asábamos, le conté unos cuantos chistes para animar su estado de ánimo, miramos las estrellas tendidos en el suelo. Y al final cada uno se metió en su tienda y nos quedamos dormidos.
Mañana iba a ser un día largo y no estaba seguro de en qué problema me estaba metiendo.
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