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Capítulo 38

Zara Hills:

Si fuera capaz de definir el cansancio que esta canalizado en el interior de mi cuerpo, no sabría explicar con exactitud este zumbido tanto físico como psicológico.

Podría decir que me siento como una damisela en apuros, escondida en uno de los más recónditos lugares del mundo, pero sin alguien que la rescate. Solo que me encuentro en una camilla con las sábanas blancas.

También la bata que llevo es del mismo color, las paredes, la única ventana que hay dispuesta en una de las paredes, y una silla, todo está pintado de blanco, y a pesar de que no estén atadas mis manos, siento algo recorriendo mis venas y no dejando que me levante por mucho que lo desee.

Me canse de luchar.

Me canse de intentar hacerles ver a los demás que estoy bien cuando es todo una farsa.

Me canse de no ser una persona normal.

No sé si es de día, ya que la única ventana que da no sé si al exterior no transmite nada de luz. Así que con cuidado me levanto y me miro, tengo una pulsera en el pie, la toco con cuidado y aparto la mano con rapidez, será para controlarme, eso no lo sé con certeza pero es lo de menos que quiero saber en estos instantes.

Me siento en la cama y cuando miro a mi izquierda me percato por primera vez que al lado mío hay una mesilla de noche, en la que solo hay un espejo, que agarro con cuidado, ya que siento su peso en la palma de mi mano, como si pesara una tonelada. Me miro, mi cabello pelirrojo esta suelto, la bata hace que mi piel trasluzca más pálida de lo que ya es, las marcas en mis muñecas se ven y eso me provoca tener un poco de remordimientos, siempre he tenido la inercia de tapármelos con la manga de un jersey, pero esa bata es de mangas cortas y me hace sentir arrepentimiento.

Dejo el espejo en su sitio y observo que hay una puerta un poco abierta, que miro con cautela y es un baño, todo es de color blanco y no hay nada, como mucho jabón, un cepillo de pelo y gomas de pelo, suspiro con lentitud y vuelvo a la cama, acerco las piernas a mis manos y me protejo con ellas.

— ¿Qué he hecho?—pregunto a nadie en particular.

Me he estado rompiendo cada vez más. Alzo la vista y allí hay una cámara que se mueve de un lado a otro, solo la observo indiferente, no me extraña por el lugar en el que me encuentro.

Pero siento miedo, de esos que te calan los huesos hasta el fondo, sintiendo el palpitar rápido de tu corazón sin poder detenerlo.

Siento un anhelo aún grande en el fondo, que desearía con todas mis ganas volver con esas personas a las que siempre he amado.

¿Por qué Alex Greyman, me haces sufrir tanto?

¿Por qué me dejas caer y obligarme a frenar la caída por mi propia cuenta?

Como si la situación no fuera más extraña comienzo a escuchar gritos intentando resistirse y voces en el exterior, hasta que se detienen y por mucho que intente escuchar, todo se queda en mutismo absoluto.

Me levanto de nuevo sintiendo el frio recorrer mis pies y me abrazo de puro manifiesto, con la mano en puño golpeo la pared y no escucho nada, pruebo en otro lugar de la superficie y nada.

—Las paredes están insonorizadas—llego a la conclusión después de haberlo probado en muchos rincones. Así que si yo grito, las personas que me estén controlando a través de las cámaras lo oirán, pero los demás residentes de este hospital no lo harán, me tumbo en la cama cansada aún más. Con un brazo tapo mis ojos y siento el agua con sal deslizándose de mis mejillas, provocando que la tristeza me abrume y me pregunte porque deje que la situación se descontrolara.

Dejando que las lágrimas se deslizaran, deje que el sueño me volviera a consumirme.

Cuando volví a abrir los ojos, unos golpes en la puerta me despertaron, salte de las sabanas y todo mi cuerpo se mantuvo tenso, sabía que no tenía nada que me ayudara a golpear a quien fuera si es que quería hacerme daño, pero me las apañaría si hacía falta.

Por una puerta blanca que no había visto, entran dos mujeres con uniformes blancos.

Alterno mi mirada de una a otra, no era capaz de confiar en nadie en estos momentos, ellas me miraron impasibles y muy tranquilas.

Las dos son morenas, pero una tiene los ojos grises y la otra negros, no son muy mayores y sus facciones son similares, lo que me conlleva a pensar que son hermanas o parientes.

La de los ojos grises comienza a hablar con un cuaderno en la mano.

—Sabemos que estas asustada en estos momentos, pero teniendo en cuenta tu propio bien, estas aislada de los demás pacientes. —Me mira fijamente a los ojos y continúa—. Zara Hills, estas en un hospital psiquiátrico para que puedas mejorar y poder integrarte en una vida con la mayor normalidad posible. Hay ciertas normas que deberás respetar. Por ejemplo: las puertas negras en las que ponen no pasar son peligrosas, aunque será extraño que las veas, a menos que la situación se ponga muy grave. Tendrás unos horarios que no serán pesados, pero te servirán para estudiar, reflexionar y aprender. Habrá también reuniones grupales entre algunos pacientes que no estén muy graves, y sean capaces de comunicarse sin ayuda alguna, esas reuniones son obligatorias. También tendrás derecho a visitas familiares, si tú por supuesto, las aceptas. Pero por ahora, para no desestabilizarte, estarán prohibidas durante un mes, ya que, te acabas de integrar y queremos ver tu progreso. Los lunes y los miércoles tienes cita con el psicólogo y los martes y jueves con el psiquiatra.

Cuando acabo de hablar me comencé a destensar y me senté en la cama, tapándome con las sabanas.

La otra mujer me dejo en la mesilla lo que supuse que serían los horarios.

—Por cierto, yo me llamo Alba y mi hermana Yaiza. Somos las hermanas Rodríguez, por su te interesa saberlo. —Sigue diciendo la de los ojos grisáceos, suavizando sus facciones—. Si necesitas algo, solo debes tocar el botón blanco que está pegado a la mesa, y sonara como un timbre e al instante vendremos las dos o alguna de nosotras, ya que nosotras nos encargaremos de ti.

—Gracias—era lo único que podía decir, se iban a ir, pero antes de ello tenía algo que decir—. ¿Podre pedir hablar con mi familia?—asintieron, cabecee en asentimiento y pregunte un poco avergonzada—. ¿Hay comida? Es que, tengo hambre.

Las dos rieron en bajo y con un ademan me mostraron que las acompañara y eso hice.

*****

La comida no era mala, es más, hasta me sorprendió, las hermanas Rodríguez aprovecharon para también comer y comenzaron a contarme cosas.

—La comida del comedor en general esta riquísima, aunque hay algunas cosas que es mejor ni digerir. El caso es que la cocinera y el cocinero, que se llaman Benji y Willow, son los mejores, llevan aquí unos cuantos años, pero según nos han contado, lucharon para que a los pacientes se les diera buena comida y eso podría avivar los ánimos aún más. Desde entonces, el comedor es uno de los lugares donde más tiempo suelen querer pasar los pacientes. También hay un patio, donde podéis hacer deporte y demás. Hay ciertas horas en las que nadie puede estar fuera, excepto los que están muy enfermos y de verdad lo necesitan, por ejemplo si no duermes bien las primeras noches, puedes pedir un permiso y de la una hasta las cinco de la mañana, puedes estar en la azotea, en compañía de uno de los trabajadores y máximo dos horas. También hay una biblioteca, por si os aburrís y queréis leer, la bibliotecaria tiene todos los datos de todos registrados y dependiendo del problema que tengas, hay ciertos libros que tenéis restringidos por vuestro bienestar—hablaba de ello Yaiza, mientras saboreaba los ricos espaguetis casi terminados de su plato—. Tenemos pacientes de todas las edades, y en cada piso, están repartidos por gravedad o peligro.

Se quedó en silencio durante unos segundos, mientras se nos repartía el segundo plato, que eran unos buenos trozos de san Jacobo, me relamí los labios con gusto.

—En el hospital se intenta que cada paciente encuentre su propio equilibrio, y que no se haga daño a sí mismo o a los demás. —se come un trozo y me dice—. Si eres capaz de mejorarte tanto por tu bien, como el de los demás, puede que se te den unos días para visitar a tu hermana pero con seguridad.

Comí y bebí agua y mire a Yaiza.

— ¿Por qué me decís todo esto?—me estaban hablando como su me conocieran de toda la vida e igual que a una persona normal.

—Porque queremos que estés bien. Conocemos a tu hermana, estuvo con nosotras en la universidad—las miro abriendo desmesuradamente los ojos—. Era una gran compañera, coincidíamos en alguna que otra clase, pero dejando de lado eso, eres joven, y porque necesites ayuda, no te hace peor persona que los demás, y no cambia que por eso te tengamos que tratar diferente. Todos tenemos imperfecciones. Y además, recuerda que hay personas a las que ya es imposible mejorarles la vida, porque ya la tienen jodida de por sí. Pero siempre se alberga la esperanza. Eres joven y te mereces vivir.

Cuando esa tarde volví al cuarto porque estaba muy cansada sin saber el porque, sus palabras estaban grabadas en mi mente y era incapaz de olvidarlas. Y cerré los ojos, intentando hacerme pensar que yo me merecía vivir.  

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